Se acerca una nueva elección, y mucha gente se lamenta de que, otra vez, los políticos con tendencias liberales no logran ponerse de acuerdo para consensuar una oferta común. No sólo eso, cada vez más esos políticos y sobre todo sus seguidores, se atacan mutuamente con más vehemencia que a los demás partidos.
El liberalismo, en su aspecto de interacción social, enseñó algunos principios que deberían ser recordados al momento de hacer política. Uno de ellos fue el descubrimiento de las ventajas de la división del trabajo, la cooperación y la asociación. Cuando la organización tribal o familiar en la cual cada uno tenía asignado un rol y una tarea fue sustituida por un sistema donde cada persona se especializó en aquello para lo cual tenía ventajas comparativas, incrementó la producción de lo suyo e intercambió sus excedentes por los excedentes de otros bienes producidos por los demás, comenzó una era de crecimiento que no se detuvo desde que la gente salió de las cavernas hasta hoy.
Otro aprendizaje que el libre comercio produjo fue el de reconocer la importancia de los representantes. Las primeras formas de asociación comercial o productiva tuvieron lugar fundamentalmente entre parientes o amigos. Cuando aparecían conflictos entre ellos, se podían terminar en una discusión entre ellos si primaba la amistad o familiaridad, o en un escándalo y la ruptura, cuando precisamente esa familiaridad intensificaba la pelea. Una labor esencial que justificó la existencia de los abogados fue la de representar objetiva y desapasionadamente los intereses de sus clientes, tratando de buscar una solución adecuada para resolver los conflictos, que fuera aceptable por todos los involucrados.
Pero los liberales haciendo política no han recogido ninguna de esas enseñanzas. En primer lugar son una orquesta en sí mismos: son las estrellas, candidatos, pero también organizadores del partido, tejedores de alianzas, negociadores de listas, encargados de decidir sobre el marketing, la publicidad y hasta las cuestiones legales. Y aun cuando tengan asistentes o asesores, especializados en distintas cosas, ellos quieren tener siempre la última palabra, porque es "su" partido o agrupación.
Claramente personas que actúan de este modo jamás podrán hacer alianzas o asociaciones productivas con quienes deberían ser sus "pares", pero que en realidad son vistos como potenciales competidores o rivales. Cuando hablan de "juntarse" en un gran partido liberal, en realidad están diciendo: "vengan conmigo, síganme, en mi lista tengo lugar para ustedes". De cara hacia afuera el comentario es: "Nosotros tenemos vocación de unidad, son ellos los que no se quieren unir".
Lo que debería ser una distendida conversación sobre cómo crecer potenciando las ventajas de cada uno, se convierte en una tensa discusión por ver quíen va primero o segundo en una lista. Los potenciales aliados se convierten en seguros enemigos. Y por eso no es casual que a la postre, entre esas personas que deberían ser aliados políticos, se produzca más encono y resentimiento que con los izquierdistas y derechistas que son los verdaderos adversarios.
Se suele disfrazar esta situaciòn hablando de diferencias ideológicas o de pensamiento. El liberalómetro está entonces a la orden del día. Es razonable que no cualquier cosa pueda ser colocada bajo el paraguas del liberalismo, pero hay tantas visiones del liberalismo como personas, de modo que ninguna organización o asociación sería posible si se pretendiese que cada uno entienda el liberalismo como lo entiendo yo. Pero eso se resuelve si se logra un consenso en una serie de principios fundamentales, que serán infranqueables y definitorios, y se establece un procediiento civilizado para discutir todo lo demás.
La división del trabajo debería llevar a que los candidatos sean candidatos porque tienen las mejores cualidades para ejercer los cargos electivos, los organizadores tengan autonomía para organizar la asociación con independencia de los candidatos, los publicistas hagan su trabajo. En fin, aprender e implementar lo que llevò siglos de praxis desarrollar en el mundo.
Mientras tanto, este año no contaremos tampoco con una oferta liberal unificada. Seremos pocos e iremos separados. Y como no es razonable que la mayoría de la gente vote por ideología, sino que lo hace por muchísimos motivos, la dispersión que limita las posibilidades de éxito disminuye a su vez la propensión al voto hacia el liberalismo de mucha gente independiente.
No tendremos la oportunidad de votar por una opciòn que incluya a Javier Milei, Ricardo López Murphy, Patricia Bullrich, José Luis Espert, etc. Es más, ya se están viendo los ataques furiosos de los seguidores de unos y otros -que probablemente se intensifiquen con el correr de la campaña-, porque en lugar de ver aliados en las ideas, ven competidores que les sacarán votos.
El argumento de cada grupo es que ellos son los "verdaderos" representantes del liberalismo, y en lugar de buscar agrandar una organización que ofrezca una propuesta conjunta, le piden a los otros que los sigan. La tradición caudillista y personalista que prima en Argentina intensifica esta visión. La gente no habla de ideas ni de propuestas, habla de personas.
Probablemente después de estas elecciones, todos volverán a decir que para la próxima habría que tener un partido único y buscar los mecanismos para que todos puedan coexistir civilizadamente. Algún día será.
Ricardo M. Rojas.
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