viernes, 10 de marzo de 2023

EL NARCOTRAFICO Y LA VIOLENCIA DE LA PRODUCCIÓN DE CAFÉ. UN BUEN EJEMPLO DE RICARDO ROJAS

Por Ricardo Rojas.


 Un día, en un país donde a la gente le gustaba tomar café, el gobierno decidió que el café es perjudicial para la salud, y lo prohibió.

Invocó estudios sobre los problemas físicos que produce la cafeína, sobre la alteración en la conducta y cómo estimula las respuestas agresivas y los crímenes. Mostró estadísticas de los muertos por el consumo excesivo del café, y por las peleas provocadas por la sobreestimulación.
Tener café, plantarlo y producirlo, comprarlo y venderlo, e incluso tomarlo, fueron incluídos como delitos en el Código Penal.
Pero la gente de todos modos quería tomar café. Si bien algunos se convencieron con los argumentos sobre sus efectos nocivos, de todos modos la demanda de café seguía siendo grande.
Inevitablemente surgió un mercado negro del café. Como el gobierno invirtió muchos recursos para perseguir al mercado ilegal, se dejó de plantar café en el país y se traía de contrabando desde el exterior. En la medida en que la oferta de café disminuyó por la prohibición, y la demanda se mantuvo sostenida, el precio del café clandestino se elevó enormemente, produciendo grandes ganancias para quienes se animaban a introducirlo al país.
Estas personas advirtieron que tal negocio justificaba sobornar a los funcionarios de la aduana, a policías, fiscales, jueces, ministros, secretarios de Estado, intendentes, legisladores y hasta al propio Presidente.
También advirtieron que para el negocio era más favorable que fuera ilegal, porque ello les garantizaba que el propio Estado eliminaría a los competidores marginales, que no estaban en condiciones que pagar el alto costo de operar clandestinamente.
Con el tiempo, las bandas de cafetraficantes se hicieron cada vez más poderosas, manejaban el poder político y administrativo de extensas regiones del país, sembraban el terror entre la población y poco a poco fueron incursionando en otros delitos, aprovechando su estructura.
Se produjeron matanzas entre las distintas bandas y las fuerzas legales que aun no estaban corrompidas. Moría mucha gente todos los días por el "flagelo de café", y en esos tiroteos siempre quedaban en el medio "víctimas inocentes" que caían por las balas de los cafetraficantes.
Pero un día, un Presidente se plantó frente a la gente y prometió que iba a terminar con esa tragedia del comercio de café. Movilizó al Ejército, a todas las fuerzas armadas y de seguridad, restingió los derechos procesales y penales a todos los detenidos, incluso promovió la declaración de estado de sitio en amplias zonas del país para poder detener personas sin proceso con mayor libertad.
La gente festejó alborozada esta iniciativa del nuevo Presidente, que encaraba la lucha contra el café como no había hecho ningún otro político en el pasado.
La cantidad de muertos creció, pero para la gente estaba bien, porque era el producto de la lucha contra la criminalidad. Mucha gente estuvo detenida sin garantías ni derechos, fue torturada en las cárceles para obligarlas a delatar a otros cafetraficantes, se dispuso por ley que cuando el gobierno presumiera que había bienes producto del tráfico clandestino de café, éstos pudieran ser decomisados sin juicio y sin probar legalmente el origen.
La gente festejaba, y en las siguientes elecciones el Presidente fue reelecto por amplia mayoría.
Algunas personas comenzaron a manifestar que el presidente parecía estar abusando de su poder, incluso algunos osaron opinar que el problema del café se podía resolver despenalizando su tenencia, producción y comercialización. Una ley especial dispuso que ese tipo de opiniones constituían formas de apología de un delito espantoso, y esas personas fueron encarceladas de inmediato.
Cuando al Presidente le estaba por vencer su segundo mandato, y la Constitución no le permitía reelección, señaló que la lucha contra el cafetráfico requería soluciones especiales, disolvió el Congreso, puso a los jueces en comisión y designó jueces de confianza, suspendió las elecciones y declaró que su gobierno quedaba automáticamente prorrogado hasta que se superara la emergencia.
Los que denunciaron el abuso de poder y el enriquecimiento del Presidente y su familia en los últimos años, fueron encarcelados por la ley de apología al cafetráfico.
La gente se terminó acostumbrando a pensar que el tráfico de café sólo podía ser combatido entregando a un gobernante decidido el poder absoluto. Nadie se atrevió más a proponer la despenalización del café, por miedo a ser encarcelado. Los que criticaron al presidente fueron tildados de cafetraficantes, criminales y que no les importaban los derechos de las pobres personas que todos los días morían como consecuencia de la violencia criminal.

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