domingo, 26 de marzo de 2023

ANITA MI HUMANITA












 

Cuando era niño tuve una gatita. No me acuerdo si tenía 9 o 10, el asunto fue que una gatita me siguió al volver del colegio a casa. Era Ituzaingó en la década del 60. Volvíamos solos a casa. Cuando llegué, la gatita estaba en mi hombro.

Mis padres nunca habían tenido mascotas y no sabían qué hacer. El asunto es que yo estaba muy contento con mi gatita. Claro, pasó un tiempo y la gatita entró en celo y la noche se convertía en un concierto operístico entre los gatos machos y mi gatita. Mis padres donaron la gatita a no me acuerdo qué o quién y me ofrecieron una piadosa mentirita. Ok, sí, no hay padres perfectos. No recuerdo haberme subido a una torre y disparar luego una ametralladora.

Algunos años después, casi 50, con mis padres ya en el cielo, mi esposa y mi cuñada encontraron una gatita en el jardín de su casa en Sta. Teresita. La gatita se pegó a mi cuñada pero como su casa es ya una reserva natural, mi esposa y yo nos ofrecimos a cuidarla.

Y así, volví a tener una gatita.

Tal vez mis padres hablaron con Dios en el cielo y entre los tres decidieron devolverme la gatita de mi infancia. ¿Será la misma? No sé, en un animalito la re-creación es perfectamente posible.

La cuestión es que mi esposa y yo estamos muy apegados a la gatita, que se llama Anita en honor a mi suegra. Tiene un año y tres meses aproximadamente. La tuvimos que cuidar mucho porque hubo que curarla de toxoplasmosis.

Anita me ha hecho conocer el mundo de los gatos, las veterinarias y los videos sobre gatos. Estoy subscripto a varios veterinarios on line y mi gatología está llegando a un aceptable nivel de Major in Cats. He descubierto que el post-modernismo no llegó a la zoología. Los veterinarios hablan como aristotélicos-tomistas convencidos. La naturaleza del gato, la gateidad, es la clave. Los gatos se comportan así, su naturaleza es esta, etc. Hay machos, hembras, y no hay gatos LGBT. ¿Será que los veterinarios son malos y no les interesa cómo se autoperciben sus animalitos?

Volvamos a Anita. Tiene aproximadamente cuatro modos. Modo mimo, modo juego, modo dormir y modo comer. Para los cuatro da indicaciones específicas que hay que aprender a escuchar y leer. Cuando se está durmiendo o despertando es enternecedora y se pone de espaldas para que le rasquemos la pancita. Cuando quiere jugar es capaz de subirse a nuestra cabeza y correr arriba de ella y ni se te ocurra acariciarla. Su agilidad y rapidez es asombrosa y no hay lugar de la casa donde no llegue o no se trepe. Pero nunca se mete con los cables. Nunca.  Cuando quiere comer maúlla y se trepa a tu cadera con sus afiladas uñitas y no te suelta hasta que no huele lo que es suyo. Suyos somos además nosotros y la casa. Ya sabrán que los gatos se sientan en tu silla, en el tablero de tu compu, en tu almohada, y te miran como diciendo “¿algún problema”?

No es franelera pero está siempre donde estamos nosotros. En este momento está debajo de mi escritorio casi dormida. Cuando nos vamos le decimos a dónde volvemos, a qué hora  volvemos, y es como si entendiera. Cuando volvemos está del otro lado de la puerta más o menos desde que escucha la puerta de calle dos pisos más abajo. Siempre en ese caso se deja mimar unos 30 segundos como mucho y luego husmea todo, absolutamente todo lo que traemos y hacemos.

Yo le hablo todo el tiempo, y ella mira………………. Y en esa mirada mi filósofo interno se despierta. ¿Qué entiende? Mucho, obviamente. Percibe la actitud y toda la intención y emocionalidad del humano a partir del tono de voz y lenguaje gestual.

¿Pero qué grado de conciencia tiene?

Ok ok, puede ser que conciencia intelectual, en el sentido de lo que Sto. Tomás llamaba inteligencia y voluntad, no tenga, excepto la tenga oculta y sea una espía de Dios pero, claro, para qué Dios necesita una espía excepto para divertirse y por qué no……

Pero tiene cierto grado de conciencia. Hay algo allí, en esos ojitos, que no sólo conmueve sino que abre a una sana dimensión de misterio.

Ella es como un niño. Hace todas las travesuras que hacía yo de chico. Me hace acordar a mí.

¿Y qué grado de conciencia tenía yo de niño?

Tengo recuerdos que implican que algo tenía. Recuerdo mis juegos, mi aburrimiento en la escuela, mis peleas con los compañeros, recuerdo que si fuera por mí, corría todo el día, juagaba todo el día, y miraba la televisión. Pero no tenía conciencia de nada más. Mantenía cierto narcisismo originario. Excepto algunas ayudas a algunos compañeritos, yo reaccionaba, más que actuaba, sin mucha conciencia de las consecuencias de mis actos. Corría, me enojaba, lloraba, miraba la tele, me aburría, jugaba al astronauta, sin mayor conciencia de nada más. Prácticamente no había mundo externo; no tenía idea de las preocupaciones de mis padres, mi hermano era un genio misterioso, el colegio era un horror y no había nada más. ¿Serán así todas las infancias? No sé. Pero lo que recuerdo es que mi grado de conciencia era muy bajo en comparación con la que tengo hoy. Hoy me parece que sí entiendo más, que soy más consciente del mundo y del prójimo pero……….  ¿Y qué si viviera unos 60 años más? Si si ya sé que no, pero hagamos el experimento imaginario, que como Kuhn dixit son muy importantes. ¿Qué sucedería si a mis 120 me recordara a mis 60 y pico como hoy me recuerdo a mis 9 o 10? ¿Y qué sucedería si a mis 180 me viera a mis 120 con la misma sensación? Y si Anita es como un bebé con patas, o como un niño de un año que corre, ¿no tiene sencillamente conciencia, aunque menor?

La verdad a esta altura sé que hay una diferencia entre lo humano y lo que no, pero más porque mi contexto judeocristiano me dice que no estaba mal matar al cabrito. ¿Pero podría yo tratar a mi Anita como al cordero? ¡Jamás!!!!!!!!!!! Cuando hablo con ella hablo con un colega viviente con un grado de conciencia menor. Eso es todo. Si yo soy humano, ella es humanita. ¿Y no será que todo, en la creación, se estira hacia lo humano sin alcanzarlo? ¿No será todo movimiento natural un movimiento hacia lo humano? ¿Y no le sucedía lo mismo al Sr Data, que era androide y quería ser humano?

No, no me hice animalista, pero cuidado, hay algo ahí. No sé bien qué es pero hay algo allí. Una humanidad anhelante.

No sé. Lo que sí se es que Anita es mi humanita y estoy feliz de que se me trepe a la cabeza, al piano, a la compu y al corazón. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Hermosa nota, Gabriel! Muy profunda y sensible. Yo soy muy perrero pero hace poco -por iniciativa de mi hijo- convivo además de con mi perra, con dos gatos que a diario me enseñan -por qué no- cosas propias de la gateidad. Como vos, creo que hay "algo" allí y son parte del misterio. ¡Gracias por hacerme emocionar!