domingo, 8 de octubre de 2017

SOBRE LAS CRÍTICAS AL PAPA Y EL DISENSO INTERNO DENTRO DE LA IGLESIA.



Que Francisco ha sido fiel a su consigna –hacer lío- nadie lo duda. Pero, obviamente, algunos están muy contentos con el lío, otros muy enojados, otros miran para otro lado. Nada nuevo bajo el sol.

La cuestión, sin embargo, es más profunda y trasciende a Francisco. A lo largo de sus siglos, los católicos no hemos logrado canales ordenados y pacíficos para las diferencias entre nosotros. ¿Tiene eso que ver con que para nosotros hay un Dogma? Tal vez sí, tal vez no.

Siempre hubo debate pero cuando los Concilios definían, los que no aceptaban quedaban como herejes y la pasaban muy mal. Los Papas y los Patriarcas no eran, además, modelos del diálogo. En realidad el diálogo, como lo conciben hoy Popper, Gadamer, Habermas, Buber o Levinás, eran y son inconcebibles. Las Iglesias de Oriente y Occidente se excomulgaron mutuamente y aún hoy hay quienes consideran lamentable el levantamiento mutuo de la condena bajo Pablo VI. Lutero era muy temperamental pero León X ni le llevó el apunte y luego, cuando era tarde, no lo invitó precisamente a cenar. Trento fue muy importante teológicamente pero encerró a la Iglesia para adentro y hasta hoy el Ecumenismo es para muchos un invento diabólico del “masón” Juan XXIII.

Vino finalmente la declaración de infalibilidad del Vaticano I. ¿Fue un progreso? Tal vez sí. Era una manera de ratificar la obviedad de que el Catolicismo tiene una hermenéutica sobrenatural de las Escrituras y la Tradición. Hasta allí todo bien y si eso es la infalibilidad, en dogma y costumbres, todo bien. El asunto es cómo se la vivió: contemporáneamente con el ataque a los estados pontificios por parte del “mundo moderno y el liberalismo”. Los papas se encerraron aún más, ya casi literalmente, y su comprensión de las circunstancias externas no fue precisamente un ejemplo de amplitud histórica. Pero lo más importante es que en materia temporal, los papas no dejaron de gobernar. Con la misma fuerza que la Trinidad o la Encarnación –temas que comenzaron a dejar de importar- dictaron un programa de gobierno “católico”, al cual cada uno agregaba sus pareceres y circunstancias, y se convirtieron en diplomáticos, ellos y sus secretarios “de estado” eximios. Pero la diplomacia no es igual al diálogo, y que yo sepa no estaba en lo que Cristo –no precisamente diplomático- pensó.

El Vaticano II quiso abrir una ventana para que entrara aire fresco pero entró un huracán. ¿Por qué? ¿Qué aguas contenidas, silenciadas, enojadas, resentidas, corrieron como un tsunami incontrolable? ¿Y por qué? ¿Por qué un tsunami, que lo que indica es precisamente un desequilibrio liberado?

Así las cosas, vinieron JP II y Ratzinger –el primero, con todas las ganas; el segundo, obedeciendo al 1ro- a “poner orden”. Escribieron, escribieron y escribieron, magníficos documentos que yo mismo he defendido. Su obra maestra de freno al tsunami fue la Veritatis splendor. Muchos, muy contentos. Pero pocos querían admitir una cuestión de hecho: la mayoría de los obispos, teólogos y sacerdotes, esos que ya había querido frenar Pío XII, la usaron como papel higiénico. Más enojado, JPII ordenó la redacción de la “Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo”, un muy lindo título para decir “se dejan de hinchar y se callan”, pero nada. Por izquierda y por derecha, teólogos de la liberación y  lefebvrianos lo mandaron al cuerno a JPII todas las veces que se les antojó.

Sube el pobre Ratzinger, y para qué. La izquierda teológica no se la perdonó. Lo insultaron, literalmente, de arriba abajo, le declararon la guerra, sí, los mismos que hoy se hacen los muy papistas ante las críticas a Francisco.

Pero otros, menos bélicos, más tranquilos, no estaban en la línea teológica de JPII y Ratzinger. Para ellos nada de eso era Magisterio, sino una línea teológica. Nada más. Para otros sí, era Magisterio, y se lo tomaron muy en serio. Llamemos al 1ro grupo B.  Al 2do, grupo A.

Muchos del grupo B eran teólogos moderados que escribían las declaraciones episcopales latinoamericanas, especialmente las tres últimas. Eran teólogos del pueblo. Sus autores no eran Ratzinger: eran Scannone, Dussel, etc. Roma era para ellos algo lejano, pero convivían. Los del grupo A pensaban: bueno, es un problema latinoamericano. Por suerte, del otro lado del océano, los tenemos a JPII y Ratzinger. Y todo bien.

Pero yo creo que la providencia divina tenía preparada su sorpresa, siempre para que aprendamos (aunque no sepamos aún qué). Finalmente, Latinoamérica llegó a Roma. Así de simple.

Los del grupo A quedaron desconcertados. Lo del anti-capitalismo de Bergoglio no les importó. Pero cuando comenzaron los “quién soy yo para juzgar” y etc., comenzaron las perplejidades. Y la Amoris laetitia los mató. La claridad cartesiana de Familiares consortio quedó des-clarificada con las ideas y venidas de la pastoral de alguien a quien esa claridad y distinción le era sospechosa.

Claro, las actitudes fueron diferentes. Los que trataron de interpretarla desde la Familiaris consortio. Los que estallaron en cólera. Los que callaron. Los que en el fondo NO piensan como Francisco pero dicen que es un escándalo criticar a Francisco…

Estos últimos, ¿tienen razón? ¿Es realmente escandaloso? Bueno, todo depende de cómo y en qué. ¿Es escandaloso decirle “hereje”? Sí, creo que sí. Pero si alguien realmente piensa que Francisco se mandó algo grave, ¿cuáles son los canales normales del disenso? ¿Decírselo en privado? ¿Ah sí? ¿Tiene horario de atención para eso? ¿Te paga el pasaje, te aloja en Santa Marta y te espera para hablar?

¿Es escandaloso pensar en materia opinable lo que uno quiera? Más que un escándalo, es un derecho. Si él habla de un tema opinable, respetada será su opinión, como la de todos.

Pero, de vuelta, ¿cuáles son los temas opinables en la Iglesia? Parece que ninguno. Sánchez Sorondo dijo muy orondo, je je, que es lo mismo lo que Francisco propone para cuidar la ecología que el tema del aborto. Así que como vemos, está todo claro….

Y las “cuestiones libre entre teólogos”, ¿cuáles son? Oh, ya no importa. Ya no se hace teología.

Muchos de los defensores de Francisco igualan al grupo A con los lefebvrianos que criticaron al Vaticano II. No, no es lo mismo. La línea JPII-Ratzinger era Vaticano II, o, mejor dicho, la interpretación Ratzinger del Vaticano II (su discurso del 22-12-2005, que nadie entendió, y no porque fuera “ambiguo”). Los del grupo A no eran lefebvrianos. Eran precisamente la “ortodoxia”. Quedaron ahora como los herejes que acusan al Francisco de herejía.

Un caos, indudablemente. En un mundo paralelo, la Iglesia Católica de hoy en día podría ser una línea más del Protestantismo. Justamente, porque de hecho ya no hay unidad, ya no hay Roma, ya no hay Magisterio respetado.

¿Pero por qué?

Por un lado, a medida que el Magisterio se introdujo más y más en temas temporales, intrínsecamente opinables –y que por ende deberían haber sido dejadas a los laicos- se des-autorizó en materia dogmática.

A su vez, los fieles –algunos, tal vez, como reacción- no pudieron acostumbrarse a distinguir en el Magisterio lo esencial de lo contingente, retroalimentados, como decimos, por un Magisterio que exigía obediencia en lo contingente.

Toda esta crisis que hemos reseñado, que afecta a toda la historia de la Iglesia para llegar con Francisco a un punto de total perplejidad, muestra que los católicos no hemos sabido encontrar canales de diálogo institucionalizados en los temas contingentes, ni una espiritualidad que sepa obedecer a Roma en temas de dogma y derecho natural primario, y tal vez secundario, en lo moral. Pasamos de un papismo total a un protestantismo práctico. No sabemos ser católicos, ni los laicos, ni los obispos ni los Pontífices.

Pero, ¿cómo?

La verdad no sé. Sí sé que la verdad no se impone por la fuerza, y en el ámbito eclesial, una encíclica que en un futuro a corto plazo intentara disciplinar a todos el mundo seguiría produciendo una total reacción en contra.

Me pregunto… Aún en temas no contingentes, ¿tuvo conciencia el Magisterio de que el diálogo era una manera preciosa de imponer su autoridad?

¿Se manejó bien el caso Lutero?

¿El “anatema sit” de los concilios, era, es, una manera digna de tratar a la inteligencia humana?

La Mirari vos y el Syllabus, en temas hoy totalmente en desuetudo, ¿qué efectos tuvieron en las conciencias de católicos maduros pero que no pudieron hacer el milagro que se mandó Mons. Dupanloup?

¿Fue necesaria la Pascendi y el famoso juramente antimodernista?

¿O, mejor dicho, el tono en el que eran escritos?

¿Y las 24 tesis tomistas, donde una versión de Santo Tomás fue impuesta a los palos?

¿Sirvió para algo?

¿No generó todo ello el tsunami que luego intenta frenar Pío XII en la Humani generis?

En fin, ¿no podemos aprender algo de todo esto?

Como ya dije, hace falta un nuevo Santo Domingo, que dialogue, no con los cátaros, pero sí, esta vez, con los católicos. Con todos: con los teólogos de la liberación, con los de Mons. Fellay, con los de JPII, con los de Francisco, con todos.

Hace falta un Santo Domingo que enseñe con su autoridad intelectual y moral, antes que un Magisterio tipo “y el que diga lo contrario que se vaya a la miércoles”.

Para eso tiene que irse del terrible Estado del Vaticano y comenzar a predicar. A predicar, a dialogar, a mostrar las razones del Catolicismo, a mostrar de vuelta qué es el Catolicismo.

La verdad no sé por qué escribo semejante utopía. En realidad no debería yo estar tan convencido de lo que digo. Finalmente, qué se yo. Sólo soy una voz más en medio del caos. Una voz que ya no quiere hablar, que no quiere se parte del ruido, que quisiera ser parte de la paz.

Terminemos con la única certeza que no me ha sido revelada por la carne ni por mi sangre: la Iglesia es indefectible. No morirá, ni en este caos ni en ningún otro. Y hay una sola voz que hablará: la del Espíritu Santo.


Mientras tanto, su silencio es su actual y terrible mensaje.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente querido Hermano Gabriel; el Sí de María, la humildad de María, la solicitud de María, las lagrimas de la Salette, Fátima, Lourdes y Garabandal más el Silencio de María, nos marcan los pasos a seguir y no nos olvidemos que NP Santo Domingo fue prestado o dado a la Virgen María por Jesús. Abrazo y Bendiciones. Luis Cusano.

Anónimo dijo...

¡Genial! Dios se lo pague por esta equilibrada visión en esos tiempos recios en los que uno tiende a los extremos.