Después del
pecado original, la historia parece ser la historia de Caín. La historia humana
es la historia de las conquistas y de las guerras, y, con éstas, de la crueldad
y la dominación.
Es casi una
historia hobbesiana.
Jesucristo no lo ignoraba: "...Sabéis que los que son tenidos
como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes
las oprimen con su poder".
Y ello no va a
cambiar. Ya en 1930 Freud lo vio con claridad. La pulsión de agresión parece no
tener freno:
“…A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por
la circunstancia de si -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer
frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de
agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca
nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo
en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil
exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena
parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda
esperar que la otra de ambas «potencias celestes», el eterno Eros, despliegue
sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas,
¿quién podría augurar el desenlace final?” (El
malestar en la cultura).
Pero entonces,
¿por qué seguir luchando por el liberalismo clásico?
¿No es el
liberalismo, según Ortega, un supremo acto de generosidad por el cual las
minorías tienen asegurados sus derechos?
¿No es entonces
una total utopía?
Total, no.
Porque el Judeo-cristianismo ha entrado en la historia de este mundo. NO porque
la historia de la salvación y de la humanidad se confundan. La primera venida
de Cristo fue para la redención del pecado y no para instauración de un reino
de este mundo, para la gran decepción de los zelotes de entonces y los de
ahora.
Pero la liberación del pecado tuvo sus consecuencias
temporales indirectas. La dignidad de la persona, la noción de persona, su
valor más allá de los caprichos de los príncipes de este mundo, fue abriéndose
paso muy, muy lentamente, hasta que finalmente sucedió un cuasi milagro. Un
reino de este mundo se estructuró en base a esta declaración: “…We hold these
truths to be self-evident, that all men are created equal, that they are
endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are
Life, Liberty and the pursuit of Happiness”.
Que después del pecado
original los seres humanos llegaran a redactar que todos los seres humanos son
creados iguales por Dios y que ello les da sus derechos inalienables, no
hubiera sido posible sin el Judeo-cristianismo.
Aún así, fue un casi nada,
pero un casi nada que, en la noche de este mundo, sigue siendo una luz posible,
pero tan fácil de diluir como una gota de agua en un océano de petróleo.
Pero ese casi nada
significó que de algún modo la historia de la humanidad es la historia de Caín
contra la historia de Abel. Abel casi no reina, sólo impide que Caín sea el
dominio total. Como en un semicírculo, Caín está siempre a punto de dominar
todo su espacio, pero Abel sostiene un margen de libertad:
Sólo así interviene Dios en
la historia humana. El ya triunfó, su estar en la Cruz es su triunfo total,
pero sobrenatural. En nuestra historia, todo lo que tenemos es la resistencia
de Abel. Por lo demás, la providencia de Dios no tiene un plan para la historia
humana. Luego del pecado original, hemos sido librados a las idas y venidas de
las casualidades entrecruzadas con el libre albedrío y el mal, todo ello
contemplado por esa misma providencia (Santo Tomás, CG III 71-74). La historia humana es como la historia de una bola que va cayendo en una montaña, saltando de un
lugar a otro de modo no sólo impredecible para nuestro conocimiento, sino
impredecible en sí mismo, porque no es el libre albedrío de los santos, sino el
libre albedrió de la expulsión del paraíso.
Pero entonces, de vuelta,
¿por qué seguir? ¿Por qué seguir luchando en la historia humana por un mundo
mejor? ¿Por qué no replegarse, si total Cristo ya triunfó y su Segunda Venida
será el verdadero fin de la historia?
Porque, finalmente, el
Judeo-cristianismo nos impulsa hacia el bien del otro. No podemos permitir las tiranías, los autoritarismos, los
totalitarismos, porque sus crueldades son incompatibles con nuestro amor al
prójimo. Entonces NO nos replegamos. NO sería cristiano. Pero cuidado,
calma: toda nuestra acción estará dentro del margen de Abel. Lo que haremos
será impedir que la línea de Caín se cierre. Ello, luego del pecado original,
no sólo es poco, ya es mucho.
Ya está. Eso es todo y
calma. No hay progreso indefinido, no hay paraíso en la Tierra, no hay fin de
la historia: todas esas cosas son ilusiones de ideologías humanas que pretenden
sustituir a la Segunda Venida de Cristo. Su efecto es que nos des-esperan,
porque lo que esperamos nunca se da, es imposible, nos pone en la línea de la
revolución violenta que no hace más que cerrar más la cruel línea de Caín. Una
de las tantas cosas que explicó Benedicto XVI en Spes salvi, sin que nadie lo escuchara, porque él sí que formó
parte de la historia de Abel.
Calma entonces. Sigamos
haciendo todo lo que podamos, porque ese es el único modo de que la línea de
Caín se cierre totalmente. Eso sí, creo, está en la Providencia. Sigamos de su
lado, hasta que la Segunda Venida instaure el Reino que no tiene fin.
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