Capítulo Ocho:
Filosofía y Lenguaje
Uno de los temas más delicados de toda la historia de la filosofía, pero
que tomó un “giro” importante en el s. XX es el tema del lenguaje. Como
siempre, estos humildes “estímulos al pensamiento” no pretenden resumir todas
las cuestiones y solucionarlas, pero sí especificar lo que en nuestra opinión
es el eje central del problema.
1. Sujeto – idea – palabra – cosa
Si, tal cual. La cosa se complica. Hemos visto que gran parte de la filosofía
occidental se metió en el laberinto sujeto – idea – objeto. Hemos visto algunas
propuestas, no sobre cómo salir, sino cómo no entrar. En ese sentido tenemos
gran parte del terreno ganado. Pero nos había quedado algo pendiente:
precisamente, el lenguaje.
Si concebimos a la realidad y al conocimiento como un sujeto enfrente de un
objeto, al cual se llega porque una idea representa al objeto, teníamos una
serie de problemitas, pero uno adicional. El adicional es que entonces
concebimos al lenguaje como una copia, estrictamente como una fotito de la
realidad. Yo digo “lámpara”, “mesa”, “silla” y entonces lo que hago es otro
tipo de signo para las ideas que me representan esas cosas. Veo una silla,
pienso en la silla, “digo” la palabra “silla”. El lenguaje no es el tercero en
discordia: es el cuarto en discordia. Más pasos para “llegar” a lo real. Las
palabras, con sus significados tan diversos, ¿son verdaderas representaciones
de las ideas, que, a su vez, representan a las cosas?
Esto, que se ha llamado concepción especular del lenguaje, tiene un matiz
adicional. El lenguaje es concebido esencialmente como información. ¿Cuántas
sillas hay en el aula? “Quince”, me contesta alguien. Lacónicamente,
respondiendo sólo a la pregunta, “me informan de los hechos”. Nada más,
ninguna cosa más, ninguna pretensión adicional con el lenguaje. Y algunos
piensan que ese es el lenguaje de la ciencia y que debería ser el de toda la
filosofía.
Pero, después de todo el camino recorrido hasta ahora, ¿es así?
2. Lenguaje y mundo
Si el modo de salir del laberinto era no entrar en él, y, al hacerlo,
“des-cubrimos” que “somos en el mundo” ello también implicará otra noción del
lenguaje.
“Somos en el
mundo” implicaba, recordemos, que estamos en nuestras relaciones humanas
cotidianas, que constituyen nuestro mundo y desde el cual todas las cosas
físicas son “vividas”. Ahora bien, en esas relaciones humanas cotidianas,
“hablamos”. Jugamos con el lenguaje todo el tiempo: afirmamos, negamos,
prometemos, exhortamos, señalamos, convencemos, pedimos, ordenamos, etc., etc.,
etc. No somos del todo concientes de la infinita gama de posibilidades que
tiene el lenguaje. Pero lo que ahora queremos “decir” precisamente, es que ese
lenguaje no es algo que señala o copia un objeto: es parte concomitante y
esencial de nuestro mundo. Al estar en un mundo, mundo que es relaciones entre
personas, ese mundo es “hablado”, y, de ese modo, ese ser “hablado” es una capa
concomitante de las infinitas gamas humanas de nuestro mundo. Decimos “parte”,
“capa” porque no estamos reduciendo todo al lenguaje, pero, a la vez, no hay
parte del mundo humano, intersubjetivo, que no sea “hablado” por más que a
veces nuestro lenguaje consista en el silencio.
Wittgesntein, uno de los más grandes filósofos del s. XX, es quien habló de
“juegos de lenguaje”, para referirse precisamente a esa infinita capacidad
plástica que tiene nuestro lenguaje. Hay muchas interpretaciones de lo que
quiso decir, pero decididamente advirtió a sus contemporáneos que el lenguaje es
acción humana, y por eso quienes siguieron sus enseñanzas (filósofos como
Austin y Searle) comenzaron a decir que “hacemos cosas” con las palabras.
Mi interpretación es que nuestros mundos de vida atraviesan infinitas
posibilidades que podrían llamarse “situaciones vitales” (estar tomando un café
con un amigo; asistir a un entierro; estar en una clase, etc...........), y que
cada una de esas situaciones vitales implica una serie de funciones
lingüísticas infinitamente diferentes y plásticas, modos de hablar muy diversos
pero asombrosamente idóneos para la comunicación inter-subjetiva que cada una
de esas situaciones requiere. Nuestro modo de hablar va cambiando, girando,
según esas situaciones se presenten, con normas muy específicas espontáneamente
aprendidas. Todos esos giros son acciones y significaciones. El lenguaje es acción humana: al hablar,
tenemos fines, interactuamos con el otro. Nadie intenta meramente informar: no se puede. El que me dice que hay
quince sillas en la clase comparte conmigo un sinfín de supuestos. Podríamos
ver algunos: que sea relevante que haya 15 sillas en la clase; que comparta
conmigo la importancia del tema y la pregunta; que comparta el mismo mundo
vital donde hay sillas; que me vea como alguien que tiene derecho a hacer la
pregunta, etc., etc., etc.... ¿“Dónde está el baño”? “En este planeta”, podría
ser la respuesta. ¿Y no es un hecho, según un positivista? ¿No es acaso real
que está en este planeta, según yo creo? Pero, ¿qué pasa entonces con esa
“información”? Que no es relevante. Ah! Entonces, ¿qué distingue lo relevante
de lo que no lo es? Pues el contexto vital de la situación en la que nos
encontramos. Y ello, ¿cómo se sabe? No precisamente porque hicimos un curso.
Sino porque “somos en el mundo”, y allí, en ese mundo, vivimos “en” el contexto
de personas que hablan, de alguien que dice algo a alguien..............
Y por ende el “algo” es un misterio de significado entre los dos “alguien”.....
3. Lenguaje y sujeto
Pero entonces, ¿todo es lenguaje? ¿No hay una persona “que piensa”
independientemente del lenguaje?
Voy a ser irresponsable, J, y voy a aventurar una opinión. Claro que hay sujetos, personas, de carne
y hueso: dijimos, precisamente, “alguien que dice algo....”. En capítulos
anteriores (cinco y seis) vimos que no hay “algo” dicho si no hay “alguien”. El
grabador, la computadora, el DVD, etc, no “hablan”. El messenger no
habla, se supone (¡esperemos!) que hay una persona detrás. Y la relación entre
esa persona y su “audiencia” implica el “significado”. O sea que si, que hay
alguien que piensa, y ese pensamiento no se reduce a reproductores mecánicos de
sonidos. ¿Un límite a la inteligencia artificial?
Pero el pensamiento no es una cosa metida dentro de mí mismo. Soy yo mismo,
irreductible a lo material, ok, pero yo mismo, sencillamente yo mismo. Puedo
estar dormido, despierto, “callado” o hablando, pero siempre, con y sin mis
palabras, mi cuerpo, mis manos, mis gestos, mis posturas corporales, todas
ellas hablan, y cuidado porque hay otros “hablantes” que pueden leer muy bien
ese idioma.
Lo que quiero
decir es: hay personas, hay “lo que piensan”, pero ellas y sus relaciones
constituyen un mundo “hablado”, concomitante a ellas mismas. Las personas no se
reducen al lenguaje pero no hay personas sin lenguaje. Claro que podemos
“guardarnos nuestros pensamientos”; claro que podemos, y a veces debemos, no
decirle a alguien que su peinado es sencillamente horrible…J. Pero ese “no
decir” será parte de nuestro “juego de lenguaje” con él.... O con ella.
Pero ¿podemos pensar sin palabras? Claro que no, somos humanos. Eso no
quiere decir que pensar sea igual a hablar o escribir, implica que la lengua
materna es parte esencial de nuestro mundo de vida. Ahora bien, ¿todo se puede
decir? ¿No hay algo de “la realidad” que “escapa” a nuestro lenguaje? Tal vez
sí. Pero a ese tema le vamos a dedicar un poquito más de “lenguaje”.
4. Lenguaje y metafísica
Hay un primer Wittgenstein que dijo que de lo que no se podía hablar, mejor
callar. Algunos neopositivistas (lo vimos en el capítulo 2) pensaron que con
ello estaba prohibiendo todo discurso que fuera más allá de la física. Es
dudoso que él dijera eso pero, sin embargo, más allá de lo que Wittgenstein
quiso decir, vale la pena analizar el problema. En el capítulo dos vimos esta
cuestión desde el punto de vista de las respuestas que recibe de los filósofos
de la ciencia posteriores (Popper en adelante). Ahora, habiendo transitado un
poco más el terreno de la filosofía, ensayemos una reflexión adicional.
En primer lugar, por metafísica podríamos entender filosofía primera, como
la entendía Aristóteles. Pero un contemporáneo diría que las categorías que
Aristóteles llama “del ser”, son sin embargo del lenguaje. Eso tiene que ver
con el giro que Kant da a la filosofía en el s. XVIII, donde no se conoce la
cosa en sí misma sino lo que ordenamos de la experiencia según nuestras
categorías a priori. Vimos, sin embargo, que el planteo kantiano es uno de los
más sutiles intentos para recorrer el camino que va de sujeto a objeto. Con la
noción de mundo acuñada en el s. XX el camino ya no debe ser recorrido y por
ende todo el “problema” kantiano debe ser re-interpretado.
En segundo lugar, si por metafísica se entiende el estudio de estos tres
grandes temas, a saber, Dios, el alma y la libertad, entonces..... Hay tres
actitudes básicas:
a)
nada que decir. Si uno
intenta decir algo se enrieda en los engaños del lenguaje cotidiano, lo cual
conduce a absurdos. Eso implica que el lenguaje se reduce a la lógica de las
ciencias. Pero ya hemos visto que esta posición es difícil de sostener desde
las mismas ciencias....
b)
Nada que decir en el
sentido místico. Sólo una fe silenciosa, interna, pero nada que decir. Esto se
combina también con el último Heidegger que habría afirmado que toda metafísica
implica un “olvido del ser”, porque siempre que intentamos “definir” al ser, lo
disfrazamos de una definición in abstracto. ¿Será así? Creemos que no, pero hay
que tener esto siempre en cuenta. No hay que olvidar que podemos olvidar al
ser.
c)
Sobre esos tres temas
podemos decir...... ¡Algo! En última instancia, al menos sobre los temas del
libre albedrío y del alma hemos dicho “algo”, en el sentido de “afirmar”, (capítulos
cuatro y cinco). Sobre Dios, esperemos que Dios nos perdone J, por lo que vamos a decir en el último capítulo.
Pero ahora querríamos agregar algo adicional.
Se trata de lo siguiente. Podemos intentar salir de los problemas del lenguaje
cotidiano recurriendo a un lenguaje lógico muy preciso. Demos un ejemplo.
“Yo soy”. ¡Engaño del lenguaje!!!!!, grita el positivista. Y lo muestra con
lógica matemática. Que el “ser”, en lógica se trata del modo “existe al menos
un x tal que....” y que por ende ello implicaría decir “existe al menos un x
tal que x es..... Yo”, lo cual es un absurdo porque se supone que el sujeto es
x, y no el yo..... Etc.
Ok. Digamos entonces sencillamente: existo. Punto, eso es lo que quiero
decir. Entonces vienen los neopositivistas de vuelta. ¡Tampocooooooooooooo!,
porque..... (Y todo otro debate al respecto).
Vienen los heideggerianos y dicen: ¡no, eso es un olvido del ser!
Y uno se queda solito con su existencia, diciendo, cual metafísico Galileo:
y sin embargo....... Existo. ¡Existo! ¿No?
Aquí es donde uno puede dar un portazo con la filosofía, esa negadora de la
sencillez. Pero no. Yo he llegado a la conclusión de que nos enfrentamos aquí con
un tema muy del segundo Wittgenstein: los límites del lenguaje. Los juegos de
lenguaje son infinitos, pero en cada situación, el lenguaje tiene un límite, un
límite tan limitado y llevadero como nuestra misma humanidad. Creo que los
grandes esfuerzos de los grandes filósofos en estos temas han logrado decir
algo, yo diría bastante, sobre “algo” que supera al lenguaje mismo, que más que
la realidad física: la maravilla y misterio de lo insondable de “lo humano”.
“Existo”: si, puede tener sus problemas ese “juego del lenguaje”, pero son más
bien límites inherentes a nuestro modo humano de hablar. Y no tenemos otro.
Existo, si, quiere decir que no estoy muerto. Acércate a un entierro y
manifiesta tus dudas sobre si lo que está en el cajón está muerto o no, porque
no hemos descubierto un lenguaje “sin problemas” para hablar de “existir” y
“ser”. Atrévete.....
Dicen que un famoso neopositivista dijo alguna vez: “lo que el neopositivista
le dice al metafísico no es “lo que tú dices es falso”, sino “no te entiendo”.
¿Seguro?
¿Alguna vez te dieron la noticia de que alguien había nacido?
¿Alguna vez te dieron la noticia de que alguien había muerto?
¿Y qué dijiste?
¿Que no entendías?
Bibliografía recomendada
w Leocata, F.: Persona, lenguaje, realidad; Educa, Buenos Aires, 2003.
w Wittgenstein, L.: Investigaciones filosóficas; Crítica, Barcelona,
1988.
w Austin, J.: Cómo hacer cosas con las palabras, Paidós, 1990.
w Searle, J.: Actos del habla, Cátedra, Madrid, 1990.
w Nubiola, J., y Conesa, F.: Filosofía del lenguaje, Herder, Barcelona,
1999.
w Acero, J.J., Bustos, E., Quesada, D.: Introducción a la filosofía del
lenguaje; Cátedra, Madrid, 1985.
w Muñiz Rodríguez, V.: Introducción a la filosofía del lenguaje, problemas ontológicos; Antropos,
Barcelona, 1989.
w Llano, A.: Metafísica y lenguaje, Eunsa, Pamplona, 1989.
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