Capítulo Séptimo:
Conocimiento e Interpretación
1. Otro mundo
Tenemos entonces que el tema del conocimiento se queda “estancado” en “cómo estar seguro” de que el sujeto conoce a un objeto, considerado como mundo externo; si ese mundo externo es real, etc............
Al respecto, creo que es interesante esta cita de Hiedegger: “…El “escándalo de la filosofía” no consiste en que esta demostración aún no haya sido hecha hasta ahora, sino, más bien, en que tales demostraciones sigan siendo esperadas e intentadas”[1]. Yo no coincido tanto en la crítica a Descartes que está detrás de esto, común a muchas corrientes filosóficas de la actualidad. Esto es: no es que yo coincida totalmente con el planteo cartesiano, pero algunas críticas parecen no comprender el origen en la época (“epocal”) del planteo. Era totalmente comprensible que si la bolita de nieve de la “idea” había quedado girando por ahí, Descartes haya tratado de solucionarla. Por otra parte, él no dudaba de la realidad del mundo externo, no era escéptico, pero, como la mayoría de los filósofos posteriores, consideró que la tarea de la filosofía era dar esa “demostración” que le parece tan escandalosa a Heidegger. En lo que este último tiene razón es en lo siguiente. Ha pasado mucha agua bajo el río. ¿No es hora de replantear la situación?
Pero Heidegger no cita allí a su maestro, Husserl, que era claramente conciente del problema. Recordemos que en un momento, en el capítulo anterior, dijimos: atención con la palabra “re-presentación”. Esa palabra esconde dos problemas. Primero, reproduce el problema de si la idea reproduce verdaderamente el mundo. Si la idea es una cosa que está horizontalmente en el medio de sujeto y objeto (sujeto – idea – objeto), entonces tenemos el mismo problema: el sujeto no parece conocer al objeto real sino a la idea, que se “inter-pone”. Y, segundo, el objeto parece siempre estar “frente al” sujeto: “presente” a él, lo cual señala, aunque no se quiera, una “distancia” que el sujeto tiene que recorrer hacia el objeto.....
Para evitar todo esto, esto es, “el problema de la representación” Husserl dice en sus primeros libros (ver bibliografía) que va a dejar de lado la “realidad” y concentrarse en el “contenido objetivo” que tiene la “idea de árbol” (por ejemplo) en mi conciencia. Para él, realidad era más bien aquello con lo que el sujeto “choca”. Otra vez, como en Descartes, esto era un método para poder comprender mejor lo que queremos significar con árbol o lo que fuere, evitando la pregunta de la realidad del mundo externo. Algunos, sin embargo, comenzaron a decirle “idealista”, de lo cual él se lamenta, con cierta amargura, en el epílogo de su libro Ideas I. Y en cierto sentido tenía razón. Desde 1910 en adelante, lenta y progresivamente, Husserl comienza a elaborar otra noción de “mundo”, como mundo de vida, esto es, el mundo de las personas que cotidianamente conviven (inter-subjetividad). Por ejemplo, si alumnos y profesores están “en clase”, la clase no es un mundo físico, sino una situación entre las personas, una relación específica entre ellas. La clase es una relación co-personal de profesor y alumnos comunicándose, aprendiendo, entendiéndose, y no las cuatro paredes o las sillas y las mesas, que después podrían ser utilizadas para otra cosa y entonces estaríamos en “conferencia”, o “sala de reuniones”, o “departamento de investigación aplicada”, etc. La realidad, así concebida, como mundo intersubjetivo, como relaciones entre personas, no es un mundo físico “externo” a ellas. Alumnos y profesores no están “frente” a la clase, la clase no es algo físico delante de ellos, sino que ellos “están en” clase, y en ese sentido la clase es un mundo interno a ellos. Pero ellos no crean arbitrariamente la clase, un alumno no puede levantar la mano y decir “ahora estamos jugando al futbol”. El mundo como mundo de vida es real, no es arbitrariamente soñado. Es la realidad más profunda de la persona. Estar casado no es lo mismo que estar soltero. Ese es un buen ejemplo de “mundo de vida”, y real, muy real....
2. Mundo, horizontes e interpretación
En el mundo, por ende, las personas “están en”. La persona “es en el mundo”, concebido mundo como conjunto de sus relaciones inter-subjetivas. Yo, por ejemplo, Gabriel, “estoy en” mi mundo: mi profesión, mis colegas, mis amigos, mis familiares, mis clases, mis ilusiones, felicidades y preocupaciones.... Como habito ese mundo, como ese mundo es mi casa, lo “comprendo”, y desde ese mundo comprendo la realidad. Ese mundo, que tiene, aunque yo no me de cuenta, toda su historia cultural asumida en él, es el “horizonte” (Gadamer) desde lo cual comprendo: es el límite de mi comprensión, que obviamente se puede ampliar, pero siempre es límite. Desde ese mundo es que voy a un lugar que es una universidad, y “presupongo”, “comprendo” que un lugar con sillas y pizarrones es un aula. Si, como en las Crónicas de Narnia, abriera la puerta de un aula y me encontrara en una campiña medieval, no podría entender, “interpretar” lo que está ocurriendo..............
Hemos dicho interpretar. Esa palabra, que habitualmente “se interpreta” de otro modo, ahora la estamos “interpretando” de un modo muy distinto. Entendemos el mundo que habitamos; eso es “comprender”, y eso es “interpretar”. Hay una noción común de interpretación que usamos habitualmente, que siempre es “algo sobre algo”. “Sé” que tal equipo ganó el mundial de futbol y luego “interpreto”, o sea, digo qué me parece, por qué, etc. La interpretación es concebida casi siempre como una segunda reflexión más “opinable” sobre un “hecho objetivo” indiscutible. Pero lo que hemos dicho es distinto. Volvamos al ejemplo anterior. Estoy en clase. “Sé” que estoy en clase. O sea, “comprendo”, y en ese sentido interpreto, que estoy en clase. Si por arte de magia o ciencia ficción trasladaras a un maya, muy culto, del s. VII d.c. a tu clase, de repente, él no podría “interpretar” lo que “ve”, al menos inmediatamente. Tú si.
Pero entonces, ¿no hay hechos objetivos?
3. Un cambio de lenguaje
Realidad, sí. Realidad “en la cual” vivimos, pero no como un suelo físico, sino como el conjunto de nuestras relaciones inter-subjetivas. Si, esto implica abandonar cierto lenguaje que tiene que ver con el modo en el cual concebimos el conocimiento: sujeto – idea – objeto = mundo físico externo.
Según esta concepción, cuyos orígenes históricos estamos viendo desde el capítulo anterior, la cuestión sería así:
Sujeto = subjetivo
Objeto = mundo físico externo
Mundo físico externo = realidad
Real = objetivo
Objeto = “los hechos”
Interpretación = juicio subjetivo “sobre” los hechos.
¿Y no es así? ¿No nos pasamos todo el día tratando de ligar la verdad a lo “objetivo”? Y si entra el sujeto, ¿no parece que su “subjetividad” molesta? Habíamos visto en el capítulo dos la sorpresa que se produce en la ciencia cuando los epistemólogos redescubren al sujeto......
Pero, como vimos, si concebimos al conocimiento humano como “habitar un mundo”, y al mundo como un mundo de relaciones entre personas, las cosas cambian. No hay subjetivo ni objetivo, sino inter-subjetivo. No hay hechos como si pudiera haber algo “sin” sujetos, sino que hay realidad, realidades, inter-subjetivas, desde las cuales las cosas físicas son comprendidas. Y eso es interpretar. Que no agrega, por ende, nada, sino, sencillamente, es “conocer humanamente”.
Nada de esto es innecesario. Como veremos en el capítulo siguiente, los modos de hablar son concomitantes a los mundos que habitamos. En este caso el lenguaje refleja una concepción filosófica. Que se haya metido hasta nuestras entrañas la distinción entre lo subjetivo y lo objetivo, que lo objetivo sean los hechos y estos últimos, cuanto más medibles y estadísticos, mejor, refleja un modo de concebir el conocimiento que nos produce un sin fin de aporías y problemas. Como ejemplo de esto último, veamos un “pequeño” caso: la verdad.
4. En verdad os digo que....
Hay muchos filósofos partidarios de la verdad “objetiva”, pero, al mismo tiempo, hay otros que la niegan y son llamados “relativistas” por los primeros. Pero esta cuestión, ¿no tendrá algo que ver con el tema anterior? Creemos que sí.
La verdad ha sido definida muchas veces como “adecuación” entre una proposición y “los hechos”. De vuelta, el amigo Heidegger nos rompe los esquemas:
“...Hablamos de coincidencia dándole distintos significados. Por ejemplo, a la vista de dos monedas de cinco marcos que se encuentran sobre la mesa, decimos: las dos son iguales, coinciden. Ambas coinciden en su aspecto único. Tienen ese elemento en común y, por eso, desde ese punto de vista son iguales. Pero también hablamos de coincidir cuando, por ejemplo, afirmamos sobre una de las dos monedas de cinco marcos: esta moneda es redonda. Aquí, el enunciado coincide con la cosa. Ahora la relación ya no es entre cosa y cosa, sino entre un enunciado y una cosa. ¿Pero en qué pueden coincidir la cosa y el enunciado si los elementos que se han puesto en relación son distintos en lo tocante a su aspecto? La moneda es de metal. El enunciado no es nada material. La moneda es redonda. El enunciado no tiene para nada la naturaleza de algo espacial. Con la moneda se puede comprar algo. El enunciado sobre ella nunca puede ser un medio de pago. Pero, a pesar de toda esta desigualdad entre ambos, en la medida en que el enunciado es verdadero coincide con la moneda. Y, de acuerdo con el concepto corriente de verdad, este modo de concordar tiene que ser una adecuación. Pero cómo puede adecuarse a la moneda algo tan completamente desigual como el enunciado? Tendría que convertirse en moneda y de este modo anularse a sí mismo por completo. Pero eso es algo que el enunciado no puede conseguir nunca. Si lo consiguiera, en ese mismo instante el enunciado ya no podría coincidir con la cosa en cuanto tal enunciado. En la adecuación el enunciado tiene que seguir siendo lo que es o incluso precisamente llegar a serlo. ¿En qué consiste su esencia, absolutamente distinta de cualquier cosa? ¿Cómo consigue el enunciado adecuarse a otro, a la cosa, permaneciendo y persistiendo precisamente en su esencia?”.
Hiedegger juega aquí, pícaramente, con las concepciones heredadas que tenemos de sujeto, objeto, adecuación, etc. Tenemos gran terreno ganado para salir de este laberinto. La cuestión es no entrar en él. El camino del laberinto es este: el mundo externo está frente a mí, es una cosa, un hecho, y si es medible, mejor. Pero, ¿cómo sé que “el hecho” es real y no una proyección de mi subjetividad? Hecha esta pregunta, que emerge del planteo anterior, debo “recorrer” el puentecito que hay entre yo, sujeto, y la realidad, objeto. Pero entonces vienen miles de argumentos, como misiles, que tiran abajo el puentecito. Y punto terminado, me quedo sin conocimiento. Y sin verdad.
Entonces, ¡ni entremos en el laberinto! Pero, ¿cómo? ¡Ya lo hemos visto! En el mundo de vida, intersubjetivo, no hay puente que cruzar. Tampoco hay sujeto, objeto o hechos. Hay realidad inter-subjetiva “en la cual” estamos. La verdad, por ende, no es más que hacer explícita la vivencia de “habitar en” ese mundo. Si estamos en clase, y un amigo pasa cerca y nos ve, y nos llama, y entonces decimos “estoy en clase” (como indicándole que espere), ¿es verdad lo que decimos? ¡Claro que es verdad! ¿Por qué? Porque no es más que expresar al otro el mundo real que estamos habitando. La verdad no es más que la expresión del mundo de vida habitado. Ahora bien, ¿acaso decimos, como si fuéramos un Jesús de lo obvio, “en verdad, en verdad os digo que estoy en clase”? Claro que no. Tendríamos que decir algo similar si el otro dudara de que estemos en clase....
Por un lado todo esto es más complicado porque es un nuevo modo de concebir al conocimiento, y un nuevo lenguaje. Pero, si te habitúas a él, verás que estamos haciendo lo que prometimos en el capítulo uno: hacer a la filosofía más simple, una sencilla profundización racional de la vida que vivimos, gozamos y sufrimos. Esa simplicidad no renuncia a la razón, sino sólo a la razón racionalista. Y esa simplicidad no ignora que hay problemas filosóficos más complicados. Pero para llegar a lo complicado hay que comenzar por lo simple. Y lo simple es que estás vivo y que dos ojos que te aman son más reales que un sinfín de estadísticas.
Bibliografía sugerida
w Gadamer, H-G —El giro hermenéutico, Cátedra, Madrid, 1998.
w —Verdad y método, I, y II [1960/1986]; Sígueme, Salamanca, 1991/1992.
w Gilson, E. —El realismo metódico, Rialp, Madrid, 1974.
w Heidegger, M. —Ser y Tiempo, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1997, traducción, prólogo y notas de Jorge Eduardo Rivera C.
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w Husserl, E. —Experiencia y juicio [1919-20 aprox.]; Universidad Nacional Autónoma de México, 1980
w —Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica [1913]; Fondo de Cultura, México, 1986.
w —Ideas… Second book [1928 aprox.], Kluwer Academic Publishers, 1989.
w —Investigaciones lógicas [1900]; Alianza, Madrid, 1982, tomos I y II
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w Polanco, M. —Realismo y Pragmatismo, biografía intelectual de Hilary Putnam, Tesis de doctorado presentada a la Universidad de Navarra, dirigida por Jaime Nubiola, Pamplona, 1997.
w Putnam, H. —Las mil caras del realismo, Paidós, Barcelona, 1994.
w —Realism with a Human Face, Harvard University Press, 1992.
w Schutz, A. —On Phenomenology and Social Relations; University of Chicago Press, 1970.
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