Mientras escribo estas líneas, arde el mundo más que nunca. La guerra ruso-ucraniana no se soluciona, Israel e Irán se están matando y EEUU está hace ya años al borde de la guerra civil, con la sola diferencia de que hoy es más visible.
No puedo dejar de
pensar que el mercado libre, el gobierno limitado, etc., es un ideal regulativo
más lejano que nunca. No hay duda de que es un noble ideal, y que habrá que seguir
difundiéndolo. Pero más que nunca el devenir de los acontecimientos corrobora
esa conversación imaginaria que una vez hice entre Freud y Adam Smith. Fue la
siguiente:
5.2.
“….
La pulsión de agresión, ¿es compatible con el desarrollo de sociedades libres?
a)
En nuestro libro “Judeo-cristianismo,
civilización occidental y libertad”[1] hemos
desarrollado la tesis de que la libertad política en Occidente es un resultado
de la noción de persona, introducida en Occidente gracias al Cristianismo. Por
lo tanto es coherente con nuestros planteos que la historia de la humanidad, como la historia de Caín, haya sido
“interrumpida” por el Cristianismo y haya sido lo único que, en este mundo
hobbesiano, produjo un cuasi-milagro como la Declaración de Independencia de
los EEUU. Aún así, el Cristianismo, como mensaje de Dios, puede hacer muy poco,
antes y ahora, ante los cristianos como humanos –y mejor no comienzo con los
innumerables ejemplos…-, y esa misma declaración a la que nos referimos nace
con una espina clavada[2] –la
esclavitud- que atraviesa toda la historia de los EEUU.
b) Es
coherente con nuestro planteo que lo único que pueda humanamente compensar a la pulsión de agresión, a lo largo de la
historia de la humanidad, sea ese rasgo de la naturaleza humana tan bien
descripto por Adam Smith, Ferguson y Hume[3]: no
el egoísmo como defecto moral, pero sí un interés propio que consiste en que la
naturaleza humana no sea ni ángel ni demonio absoluto[4]. O
sea, el interés en preservar nuestra existencia y la de los miembros endo-grupales
y exo-grupales más cercanos es lo que
nos lleva a comerciar con el otro “a pesar de” la pulsión de agresión. Eso
lleva al surgimiento espontáneo de normas como el respeto a la propiedad y los
contratos, pero no por la desaparición de la pulsión de agresión, sino por un
rasgo de racionalidad no desaparecido por el pecado original que lleva, como
dice Mises, a pasar de la competencia biológica (guerra) a la competencia social
(cooperación social) por el reconocimiento de las ventajas de la división del
trabajo. Pero las condiciones concretas
bajo las cuales el ser humano pasa de la guerra a la paz de ese modo son muy
aleatorias y contingentes, y hasta podríamos decir que en toda la historia de
la humanidad, ha sido una tendencia que muy difícilmente se ha abierto paso
entre nuestras más bestiales pulsiones de dominio y agresión. Después de
todo, el único espacio-tiempo donde todo ello surgió fue la evolución del Common Law en Inglaterra y su posterior
traslación a los EEUU originarios, y eso teniendo en cuenta su involución
posterior hacia el estatismo, que siempre es una forma de agresión. O sea, no
ha sido precisamente la regla, a pesar de sus espectaculares resultados, imposibles
de apreciar para “la rebelión de las masas” que los dan como dados y obvios
demandando sus resultados pero no sus difíciles normas civilizatorias. El malestar en la cultura de Freud y la
rebelión de las masas de Ortega se complementan perfectamente.
c) Por
ello tiene razón Freud en que “…El
interés que ofrece la comunidad de trabajo no bastaría para mantener su
cohesión, pues las pasiones instintivas son más poderosas que los intereses
racionales.” No lo establece como una regla general ni establece “cuántas
veces”: simplemente es una seria advertencia para un optimismo liberal racionalista,
iluminista, en donde el mercado será lo elegido por las masas. No, no es así, y
esto explica por qué gran cantidad de grupos humanos siguen matándose entre sí,
por cuestiones ideológicas y religiosas deformadas, en vez de dejar las armas y
ponerse a comerciar. No, no es cuestión de colocarse entre los dos lados de los
que se están matando entre sí y gritar “amaos los unos a los otros”, porque en
ese caso recibiremos un tiro de ambos lados. Hoy en día bastaría con que les
dijera “comerciad los unos con los otros” para recibir el tiro de la
irracionalidad bestial.” (De nuestro libro Un comentario filosófico y
teológico a la filosofía de Sigmund Freud, Arjé, 2019).
Esto
es: el ser humano, como decía Mises, puede advertir las ventajas de la
cooperación social. Pero si sólo esa “advertencia” predominara, la paz, la
propiedad y las libertades serían la norma, y las guerras una excepción. Pero
parece ser al revés. La pulsión de agresión parece ganar ante las obvias ventajas
de la Civilización entendida como liberalismo.
Asumámoslo:
la Historia no parece estar de nuestro lado. Sí la ética, pero no la historia
de los pueblos. Y aparece ente nuestros ojos la pregunta de Carl Sagan: ¿podremos
superar nuestra adolescencia tecnológica? ¿Hay algo que impida la advertencia
de Freud? (“…“…A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por
la circunstancia de si -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer
frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de
agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca
nuestro particular interés. Nuestros
contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas
elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el
último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente
agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda esperar que la otra
de ambas «potencias celestes», el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para
vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría
augurar el desenlace final?”) (Párrafo final de El malestar en la cultura,
1930).
En
estas aciagas circunstancias, todo lo que pido a los liberales es una mayor
conciencia de la profunda oscuridad de la naturaleza humana.
[1] Instituto Acton,
Buenos Aires, 2019.
[2] Maritain, J.:
América, Emecé, Buenos Aires, 1958.
[3] Gallo, E.: “La
tradición del orden social espontáneo”, Libertas (6), 1987.
[4] Ello NO quiere
decir que ese interés propio sea incompatible con el Cristianismo (ver al
respecto nuestro libro Antropología
Cristiana y economía de mercado, Unión Editorial, Madrid, 2010), ni tampoco
que el Cristianismo no haya podido ser una de sus causas, pero sí explica que
el mercado pueda aparecer en sociedades no cristianas.

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