En diversas ocasiones, en este blog, para hablar de temas como libertad de expresión, o el paso de una democracia de facciones a una democracia de consensos, republicana, he recurrido a la conocida tesis de Hume sobre un consenso tácito (en "Del contrato original") para justificar un estado de cosas, respecto a un gobierno, de un momento presente para adelante.
Sigo
pensando así, aunque creo que debo reelaborar la idea ante la obvia objeción de
que no hay ni ha habido ningún pacto original con un 100% de adhesión a un gobierno
y, aún en el caso de que una sola persona no quisiera “firmar el acuerdo”, la voluntad
de esa persona debería ser respetada, por el principio de no agresión.
Por
supuesto que estas cosas ya han sido debatidas. Finalmente es el eje central de
la cuestión del paso del estado ultra-mínimo al mínimo en Nozick. Nozick trata
explicar un orden espontáneo por el cual el free-rider se uniría voluntariamente
al Estado ultra-mínimo, pero si finalmente no quisiera hacerlo a pesar de saber
que incurre en pérdidas, la respuesta sería finalmente la coacción
supuestamente justificada en un supuesto derecho de autodefensa de los clientes
de la agencia dominante contra un ataque “potencial” del free rider. Una
especia de guerra preventiva que no creo que convenza a nadie y que recibió la
justa crítica de Rothbard.
Por
eso hay que seguir recurriendo a Hume. Ningún derecho de propiedad, ni tampoco
ningún poder político que se base en las elecciones o en la herencia, pueden
evitar el peso de la Historia si nos remontamos para atrás: en todos los casos
encontraremos un robo o un asesinato y por ende toda propiedad y todo gobierno sería
ilegítimo.
En
este punto es donde entra mi teoría de un pacto político originario. Es una teoría
débil, un grado bajo de universalización para tratar de explicar qué sucede en
determinadas situaciones históricas con respecto a un “nuevo período de
gobierno”.
Pensemos
por ejemplo (como es una teoría que pretende explicar casos, los ejemplos son
indispensables) en la Alemania posterior a la Segunda Guerra. Se podría
conjeturar que la mayor parte de la población vivió una situación social y política
traumática, colocando a la mayor parte de la población (“mayor parte”: es un
lenguaje no cuantitativo, estamos tratando de simbolizar una situación general)
en la evidencia de las miserias del autoritarismo y las miserias de la guerra.
Ahora pensemos: ¿qué “apoyo” recibió la Ley Fundamental de Bonn de 1949?
Recurramos
nuevamente a Hume. Nuestra glosa irá en itálicas: “…En el caso de que una generación de
hombres desapareciera de la escena y le sucediera otra, tal y como sucede con los
gusanos de seda y las mariposas, la nueva raza de hombres, si tuviese el
suficiente sentido para elegir su gobierno, algo que nunca ocurre entre los
hombres, podría voluntariamente y por consentimiento general establecer su
propia forma política de gobierno sin considerar las leyes o precedentes
vigentes entre sus antepasados. (Lo que acaba de recordar Hume es la
historicidad permanente de todo mundo de la vida, de todo horizonte, en
términos de Gadamer). Pero como la sociedad humana está en perpetuo cambio,
pues a cada momento aparecen y desaparecen hombres en el mundo, es necesario a
fin de garantizar la estabilidad en el gobierno (la estabilidad: un valor
permanente para dado su utilidad social, la misma utilidad NO constructivista que
en Hume y Hayek explican “… la justicia o el respeto por los bienes ajenos, la
fidelidad o el cumplimiento de las promesas se hacen obligatorios y adquieren
una autoridad sobre todos 1os hombres”, normas morales que justifican a su vez
que la estabilidad de la paz social tenga valor) que las nuevas
generaciones acepten la constitución en vigor y sigan de cerca la senda que sus
padres han trazado para ellos con sus huellas. En toda institución humana
tienen que producirse necesariamente innovaciones, y es una suerte que el genio
ilustrado de la época las oriente en la direcci6n de la razón, la libertad y la
justicia; pero ningún individuo tiene derecho a hacer innovaciones violentas (o
sea: el cambio revolucionario de un gobierno por otro atenta contra la paz
necesaria para la cooperación social; el mismo argumento de Mises en favor de
la democracia) que son peligrosas, incluso cuando las introducen 1os
legisladores. De estos cambios hay que esperar siempre más mal que bien; y si
la historia ofrece ejemplos de lo contrario, no hay que tomarlos como
precedentes y só1o hay que considerarlos como pruebas de que la ciencia política
aporta pocas reglas que no admitan excepción y que no puedan en algunas
ocasiones estar en manos de la fortuna y la casualidad…” (Como vemos Hume
admite el límite del conocimiento que estamos tratando de establecer).
La “obediencia” a determinada línea
de autoridades se basa en el mismo juicio moral que fundamenta el respeto a la
propiedad, a los contratos, al cumplimiento de los contratos: “…La situaci6n es
la misma en lo que respecta al deber político y civil de obedecer (duty of
allegiance) y a 1os deberes naturales de justicia y fidelidad (fidelity).
Nuestros instintos primarios nos permiten una libertad ilimitada o nos llevan a
perseguir el dominio sobre 1os demás, y só1o la reflexi6n nos compromete a
sacrificar nuestras pasiones en favor de la paz y el orden público. Una pequeña
muestra de la experiencia y la observación es suficiente para enseñarnos que la
sociedad, posiblemente, no se puede mantener sin la autoridad de 1os
magistrados y que esta autoridad pronto desemboca en rebeldía allí donde no se
le presta rigurosa obediencia. La observación de estos intereses generales y
evidentes es la fuente de toda obediencia (allegiance) y de la obligación
(obligation) moral que les atribuimos”.
Pero, vuelta, ¿cuál es el
fundamento moral de esta “obediencia”?
“…Si se pregunta por la razón de
nuestra obligación de obedecer (obedience) al gobierno, en seguida
contesto: porque de otro modo no podría subsistir la sociedad, y esta respuesta
es clara y comprensible para todos”.
(Interesante que Hume hable de
aquello sin lo cual la sociedad humana no se podría conservar (lo necesario
para la cooperación social de la cual hablaba Mises) porque cuando Santo Tomás
se pregunta por el ámbito legítimo de la ley humana, responde: “…Ahora bien, la
ley humana está hecha para una multitud de hombres, en la que la mayor parte son
imperfectos en la virtud. Y por eso la ley no prohíbe todos aquellos vicios de
los que se abstienen los virtuosos, sino sólo los más graves, aquellos de los
que puede abstenerse la mayoría y que, sobre todo, hacen daño a los demás, sin
cuya prohibición la sociedad humana no podría subsistir, tales como el
homicidio, el robo y cosas semejantes”, I-II Q. 96 a. 2c, las negritas son
nuestras).
Y finalmente llega lo que me gusta
llamar “el punto límite de la filosofía política”: “…Pero a quién le debemos
obediencia? ¿Quién es nuestro soberano legítimo? Muchas veces esta pregunta es
la más difícil de responder y se expone a discusiones interminables” (Aquí Hume
vuelve a reiterar que es imposible encontrar una legitimidad originaria).
¿Pero qué tiene que ver todo esto
con nuestro ejemplo histórico? Que ahora tenemos más elementos para entender
qué sucedió y justificarlo moralmente. Los alemanes habían tenido una
experiencia traumática, una problematización de su mundo de la vida, en
términos de Schutz. Sabían ahora más que nunca que no podían volver para atrás,
que todo intento de encontrar una legitimidad en el pasado era imposible.
Sabían además, sin haber estudiado ni a Gadamer, ni a Hume ni a Hayek, que
tenían una continuidad histórica, que eran los mismos alemanes “anteriores a
1949” los que ahora tenían que seguir viviendo “democráticamente”. Tenían que
hacer un alto en el camino, tenían que de algún modo “consentir” en un
momento político del presente para adelante, y de algún modo algunos de
ellos tenían la memoria de lo que era una Constitución liberal. Y lo hicieron. ¿Fue
un “consentimiento tácito”? Tácito, desde luego, no había otro modo de seguir
adelante y una revolución contra una constitución liberal los volvería al
pasado vergonzante. ¿Consentimiento? ¿De qué modo? Hume mismo lo plantea,
recordando tal vez elementos de las teorías escolásticas de la “voluntad per
accidens” que él obviamente no iba a citar. Quien tira lastre de un barco para
que no se hunda lo hace voluntariamente, sí, pero per accidens, dada la
circunstancia. Pues bien, hay infinitas circunstancias donde nuestras opciones
no son las primeras, sino las segundas dadas las circunstancias. ¿Y de qué modo
juzgar si eso fue “mayoritario” o en qué medida “en general”? Nuevamente, no
hay respuesta, es el límite de la ciencia política, hay que guiarse por el
ejemplo. ¿Qué iban a hacer? ¿Iban los nazis a estar en desacuerdo? No, habían
sido juzgados y estaban presos, ejecutados, desaparecidos o habían huido a
Sudamérica. ¿Y el resto de la población que había apoyado sin rebelarse, o sea,
los que no fueron Sophía Scholl u otros héroes similares, porque no pudieron, o
no quisieron, o no tuvieron la fuerza mental, moral o psicológica para
rebelarse?, ¿Qué iban a hacer?
Si todo esto no alcanza para hablar
de un “consentimiento tácito” y de la legitimidad moral de la
Constitución liberal del 49, ¿qué alcanza entonces?
Es a esto lo que llamo un “pacto
político fundacional” de un determinado período histórico, que implica un
consenso tácito de un momento presente para adelante, que legitima moralmente
al gobierno adoptado. Esos pactos implican dos cosas importantes: a) dan un alcance
y un límite histórico a las libertades individuales que se comiencen a
respetar en ese momento (libertad de expresión, enseñanza, religión, etc.), b)
dan un consenso generalizado, sobre las formas constitucionales elegidas, entre
partidos políticos diferentes, con lo cual estos pactos dan origen a
democracias maduras, republicanas, de consensos, entre los moderados de todos
los partidos (NO “entre los partidos moderados” sino “en los moderados de todos
los partidos”). Por supuesto, estos momentos históricos pueden degenerar en
nuevas democracias de facciones o en nuevas guerras civiles ante las cuales no
habrá otra opción que re-hacer el pacto político originario o desaparecer como
proyecto de “nación” unificada.
Pensemos en otros ejemplos. La
Italia de la post-guerra. Francia, igual. La España de 1977, con los famosos Pactos de La Moncloa. Y Japón, nada más ni nada menos.
Y en lo que a nosotros respecta, lo
hemos intentado varias veces. Tal vez el pacto de San Nicolás, tal vez la
Constitución del 53, pero nunca se alcanzaron los consensos suficientes. 1983
inaugura un momento donde la opción militar desaparece, que no es poco, pero la
democracia que tenemos desde entonces es una democracia de facciones. Para la
Argentina, una democracia de facciones durante 42 años es todo un logro.
(Interesante señalar, para ver la ductilidad
histórica del análisis de Hume, que la democracia argentina de 1983 en
adelante, se originó jurídicamente en un decreto de un decreto de un gobierno militar).
¿Y el famoso caso de EEUU? Creo que
no se puede resolver. Si hubo o no el suficiente consenso se debatirá ad infinitum.
Si alguna vez saldrá EEUU del imperio autoritario en el que se ha convertido (y
no precisamente desde Enero del 25), difícil. Pero si alguna vez lo hace, ¿a
qué teoría política podrá recurrir, sino a Hume?
Seguimos pensando que Hume ha dado
en la tecla de un problema político fundamental, para el que su teoría permite
explicar la evolución hacia la libertad, al mismo tiempo que señala los límites
inexorables de la filosofía política.

2 comentarios:
Esto me refiere a que sin la gravedad de la situaciones que alumbraron el consenso necesario para constituir el Directorio en la Francia de 1795 o la Ley Fundamental de Bonn en la Alemania de 1949 , nosotros hemos vivido nuestros pactos tácitos de nuevos consensos o al menos proto consensos para la convivencia temporal , como en 1976 , 1983 , 1989 , 2002 y 2023 …
Por alguna razón , nuestros liderazgos locales nunca arriman la talla cultural , moral ni política a las de Konrad Adenauer y Ludwig Erhard …
Es un hecho que la docilidad popular necesaria , ha estado disponible .
¿ Será que nuestra sociedad no dá de sí , suficientes “hombres de cabeza clara” , que la vulgaridad de nuestras dirigencias no los acompañan o que los hay , pero no se animan ?
Gracias Gabriel 🤗 Pablo Iriso
Muy bueno tu comentario................ De hecho varias veces he pensado en la crisis de liderazgo por el lado de los libertarios...........................
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