domingo, 8 de junio de 2025

LA TESIS NO-CONTRATUALISTA DE UN PACTO CONSTITUCIONAL ORIGINARIO

 En diversas ocasiones, en este blog, para hablar de temas como libertad de expresión, o el paso de una democracia de facciones a una democracia de consensos, republicana, he recurrido a la conocida tesis de Hume sobre un consenso tácito (en "Del contrato original") para justificar un estado de cosas, respecto a un gobierno, de un momento presente para adelante.

Sigo pensando así, aunque creo que debo reelaborar la idea ante la obvia objeción de que no hay ni ha habido ningún pacto original con un 100% de adhesión a un gobierno y, aún en el caso de que una sola persona no quisiera “firmar el acuerdo”, la voluntad de esa persona debería ser respetada, por el principio de no agresión.

Por supuesto que estas cosas ya han sido debatidas. Finalmente es el eje central de la cuestión del paso del estado ultra-mínimo al mínimo en Nozick. Nozick trata explicar un orden espontáneo por el cual el free-rider se uniría voluntariamente al Estado ultra-mínimo, pero si finalmente no quisiera hacerlo a pesar de saber que incurre en pérdidas, la respuesta sería finalmente la coacción supuestamente justificada en un supuesto derecho de autodefensa de los clientes de la agencia dominante contra un ataque “potencial” del free rider. Una especia de guerra preventiva que no creo que convenza a nadie y que recibió la justa crítica de Rothbard.

Por eso hay que seguir recurriendo a Hume. Ningún derecho de propiedad, ni tampoco ningún poder político que se base en las elecciones o en la herencia, pueden evitar el peso de la Historia si nos remontamos para atrás: en todos los casos encontraremos un robo o un asesinato y por ende toda propiedad y todo gobierno sería ilegítimo.

En este punto es donde entra mi teoría de un pacto político originario. Es una teoría débil, un grado bajo de universalización para tratar de explicar qué sucede en determinadas situaciones históricas con respecto a un “nuevo período de gobierno”.

Pensemos por ejemplo (como es una teoría que pretende explicar casos, los ejemplos son indispensables) en la Alemania posterior a la Segunda Guerra. Se podría conjeturar que la mayor parte de la población vivió una situación social y política traumática, colocando a la mayor parte de la población (“mayor parte”: es un lenguaje no cuantitativo, estamos tratando de simbolizar una situación general) en la evidencia de las miserias del autoritarismo y las miserias de la guerra. Ahora pensemos: ¿qué “apoyo” recibió la Ley Fundamental de Bonn de 1949?

Recurramos nuevamente a Hume. Nuestra glosa irá en itálicas: “…En el caso de que una generación de hombres desapareciera de la escena y le sucediera otra, tal y como sucede con los gusanos de seda y las mariposas, la nueva raza de hombres, si tuviese el suficiente sentido para elegir su gobierno, algo que nunca ocurre entre los hombres, podría voluntariamente y por consentimiento general establecer su propia forma política de gobierno sin considerar las leyes o precedentes vigentes entre sus antepasados. (Lo que acaba de recordar Hume es la historicidad permanente de todo mundo de la vida, de todo horizonte, en términos de Gadamer). Pero como la sociedad humana está en perpetuo cambio, pues a cada momento aparecen y desaparecen hombres en el mundo, es necesario a fin de garantizar la estabilidad en el gobierno (la estabilidad: un valor permanente para dado su utilidad social, la misma utilidad NO constructivista que en Hume y Hayek explican “… la justicia o el respeto por los bienes ajenos, la fidelidad o el cumplimiento de las promesas se hacen obligatorios y adquieren una autoridad sobre todos 1os hombres”, normas morales que justifican a su vez que la estabilidad de la paz social tenga valor) que las nuevas generaciones acepten la constitución en vigor y sigan de cerca la senda que sus padres han trazado para ellos con sus huellas. En toda institución humana tienen que producirse necesariamente innovaciones, y es una suerte que el genio ilustrado de la época las oriente en la direcci6n de la razón, la libertad y la justicia; pero ningún individuo tiene derecho a hacer innovaciones violentas (o sea: el cambio revolucionario de un gobierno por otro atenta contra la paz necesaria para la cooperación social; el mismo argumento de Mises en favor de la democracia) que son peligrosas, incluso cuando las introducen 1os legisladores. De estos cambios hay que esperar siempre más mal que bien; y si la historia ofrece ejemplos de lo contrario, no hay que tomarlos como precedentes y só1o hay que considerarlos como pruebas de que la ciencia política aporta pocas reglas que no admitan excepción y que no puedan en algunas ocasiones estar en manos de la fortuna y la casualidad…” (Como vemos Hume admite el límite del conocimiento que estamos tratando de establecer).

La “obediencia” a determinada línea de autoridades se basa en el mismo juicio moral que fundamenta el respeto a la propiedad, a los contratos, al cumplimiento de los contratos: “…La situaci6n es la misma en lo que respecta al deber político y civil de obedecer (duty of allegiance) y a 1os deberes naturales de justicia y fidelidad (fidelity). Nuestros instintos primarios nos permiten una libertad ilimitada o nos llevan a perseguir el dominio sobre 1os demás, y só1o la reflexi6n nos compromete a sacrificar nuestras pasiones en favor de la paz y el orden público. Una pequeña muestra de la experiencia y la observación es suficiente para enseñarnos que la sociedad, posiblemente, no se puede mantener sin la autoridad de 1os magistrados y que esta autoridad pronto desemboca en rebeldía allí donde no se le presta rigurosa obediencia. La observación de estos intereses generales y evidentes es la fuente de toda obediencia (allegiance) y de la obligación (obligation) moral que les atribuimos”.

Pero, vuelta, ¿cuál es el fundamento moral de esta “obediencia”?

“…Si se pregunta por la razón de nuestra obligación de obedecer (obedience) al gobierno, en seguida contesto: porque de otro modo no podría subsistir la sociedad, y esta respuesta es clara y comprensible para todos”.

(Interesante que Hume hable de aquello sin lo cual la sociedad humana no se podría conservar (lo necesario para la cooperación social de la cual hablaba Mises) porque cuando Santo Tomás se pregunta por el ámbito legítimo de la ley humana, responde: “…Ahora bien, la ley humana está hecha para una multitud de hombres, en la que la mayor parte son imperfectos en la virtud. Y por eso la ley no prohíbe todos aquellos vicios de los que se abstienen los virtuosos, sino sólo los más graves, aquellos de los que puede abstenerse la mayoría y que, sobre todo, hacen daño a los demás, sin cuya prohibición la sociedad humana no podría subsistir, tales como el homicidio, el robo y cosas semejantes”, I-II Q. 96 a. 2c, las negritas son nuestras).

Y finalmente llega lo que me gusta llamar “el punto límite de la filosofía política”: “…Pero a quién le debemos obediencia? ¿Quién es nuestro soberano legítimo? Muchas veces esta pregunta es la más difícil de responder y se expone a discusiones interminables” (Aquí Hume vuelve a reiterar que es imposible encontrar una legitimidad originaria).

¿Pero qué tiene que ver todo esto con nuestro ejemplo histórico? Que ahora tenemos más elementos para entender qué sucedió y justificarlo moralmente. Los alemanes habían tenido una experiencia traumática, una problematización de su mundo de la vida, en términos de Schutz. Sabían ahora más que nunca que no podían volver para atrás, que todo intento de encontrar una legitimidad en el pasado era imposible. Sabían además, sin haber estudiado ni a Gadamer, ni a Hume ni a Hayek, que tenían una continuidad histórica, que eran los mismos alemanes “anteriores a 1949” los que ahora tenían que seguir viviendo “democráticamente”. Tenían que hacer un alto en el camino, tenían que de algún modo “consentir” en un momento político del presente para adelante, y de algún modo algunos de ellos tenían la memoria de lo que era una Constitución liberal. Y lo hicieron. ¿Fue un “consentimiento tácito”? Tácito, desde luego, no había otro modo de seguir adelante y una revolución contra una constitución liberal los volvería al pasado vergonzante. ¿Consentimiento? ¿De qué modo? Hume mismo lo plantea, recordando tal vez elementos de las teorías escolásticas de la “voluntad per accidens” que él obviamente no iba a citar. Quien tira lastre de un barco para que no se hunda lo hace voluntariamente, sí, pero per accidens, dada la circunstancia. Pues bien, hay infinitas circunstancias donde nuestras opciones no son las primeras, sino las segundas dadas las circunstancias. ¿Y de qué modo juzgar si eso fue “mayoritario” o en qué medida “en general”? Nuevamente, no hay respuesta, es el límite de la ciencia política, hay que guiarse por el ejemplo. ¿Qué iban a hacer? ¿Iban los nazis a estar en desacuerdo? No, habían sido juzgados y estaban presos, ejecutados, desaparecidos o habían huido a Sudamérica. ¿Y el resto de la población que había apoyado sin rebelarse, o sea, los que no fueron Sophía Scholl u otros héroes similares, porque no pudieron, o no quisieron, o no tuvieron la fuerza mental, moral o psicológica para rebelarse?, ¿Qué iban a hacer?

Si todo esto no alcanza para hablar de un “consentimiento tácito” y de la legitimidad moral de la Constitución liberal del 49, ¿qué alcanza entonces?

Es a esto lo que llamo un “pacto político fundacional” de un determinado período histórico, que implica un consenso tácito de un momento presente para adelante, que legitima moralmente al gobierno adoptado. Esos pactos implican dos cosas importantes: a) dan un alcance y un límite histórico a las libertades individuales que se comiencen a respetar en ese momento (libertad de expresión, enseñanza, religión, etc.), b) dan un consenso generalizado, sobre las formas constitucionales elegidas, entre partidos políticos diferentes, con lo cual estos pactos dan origen a democracias maduras, republicanas, de consensos, entre los moderados de todos los partidos (NO “entre los partidos moderados” sino “en los moderados de todos los partidos”). Por supuesto, estos momentos históricos pueden degenerar en nuevas democracias de facciones o en nuevas guerras civiles ante las cuales no habrá otra opción que re-hacer el pacto político originario o desaparecer como proyecto de “nación” unificada.

Pensemos en otros ejemplos. La Italia de la post-guerra. Francia, igual. La España de 1977, con los famosos Pactos de La Moncloa. Y Japón, nada más ni nada menos.

Y en lo que a nosotros respecta, lo hemos intentado varias veces. Tal vez el pacto de San Nicolás, tal vez la Constitución del 53, pero nunca se alcanzaron los consensos suficientes. 1983 inaugura un momento donde la opción militar desaparece, que no es poco, pero la democracia que tenemos desde entonces es una democracia de facciones. Para la Argentina, una democracia de facciones durante 42 años es todo un logro.

(Interesante señalar, para ver la ductilidad histórica del análisis de Hume, que la democracia argentina de 1983 en adelante, se originó jurídicamente en un decreto de un decreto de un gobierno militar).

¿Y el famoso caso de EEUU? Creo que no se puede resolver. Si hubo o no el suficiente consenso se debatirá ad infinitum. Si alguna vez saldrá EEUU del imperio autoritario en el que se ha convertido (y no precisamente desde Enero del 25), difícil. Pero si alguna vez lo hace, ¿a qué teoría política podrá recurrir, sino a Hume?

Seguimos pensando que Hume ha dado en la tecla de un problema político fundamental, para el que su teoría permite explicar la evolución hacia la libertad, al mismo tiempo que señala los límites inexorables de la filosofía política.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esto me refiere a que sin la gravedad de la situaciones que alumbraron el consenso necesario para constituir el Directorio en la Francia de 1795 o la Ley Fundamental de Bonn en la Alemania de 1949 , nosotros hemos vivido nuestros pactos tácitos de nuevos consensos o al menos proto consensos para la convivencia temporal , como en 1976 , 1983 , 1989 , 2002 y 2023 …
Por alguna razón , nuestros liderazgos locales nunca arriman la talla cultural , moral ni política a las de Konrad Adenauer y Ludwig Erhard …
Es un hecho que la docilidad popular necesaria , ha estado disponible .
¿ Será que nuestra sociedad no dá de sí , suficientes “hombres de cabeza clara” , que la vulgaridad de nuestras dirigencias no los acompañan o que los hay , pero no se animan ?

Gracias Gabriel 🤗 Pablo Iriso

Gabriel Zanotti dijo...

Muy bueno tu comentario................ De hecho varias veces he pensado en la crisis de liderazgo por el lado de los libertarios...........................