Son habituales las películas de
ciencia ficción donde se muestran distopías futuristas donde lo más elemental
de lo humano está prohibido. Todas son remakes de 1984, por supuesto. Una de
ellas, lamentablemente poco difundida, es Equilibrium. Viene bien para
estos tiempos. En ese futuro terrible, estaba prohibido SENTIR. Todo era gris,
blanco y negro, y las personas se cuasi-robotizaban con una pastillita diaria,
el Prozium. Toda manifestación del arte estaba prohibida. Todo llanto, toda sonrisa,
era peligrosísima y sospechosa. La “resistencia” estaba formada por personas
que se amaban, gozaban, sufrían, leían poesía, escuchaban música y tenían animalitos
domésticos. Cada tanto eran asesinados en redadas masivas.
El eje central de todas esas
distopías es mostrar lo anti-humano, lo inhumano de todas ellas. La naturaleza
humana, a pesar de los devaneos positivistas o post-modernos (primos en guerra
que se retroalimentan) no es tan difícil de auto-ver. Tenemos brazos para
abrazar. Ojos para mirarnos. Bocas para besar. Manos para acariciar (para bien
o para mal, obvio). Rostro para sonreír o enojarnos. Tenemos lágrimas, sudor, piel.
Todo eso que le daba asco al Agente Smith en la más difundida “Matrix”.
Pero humana también es la
capacidad de alienarnos, de asumir sin pensamiento crítico un comportamiento
colectivo y masificado. De obedecer, de “obediencia debida”, la banalidad del
mal enseñada por Hanna Arendt. Y así, hoy, millones de personas han aceptado
pasivamente, sin pensarlo, eliminar comportamientos espontáneos, perfectamente
permitidos por el Super Yo, tales como abrazarse, saludarse con un beso, comer
juntos, estar juntos, acercarse, bailar, jugar, correr, divertirse sanamente y
en familia. Ahora todo eso, como si estuviéramos acercándonos a Equilibrium,
es sospechoso, delictivo, y los borregos que lo aceptan para colmo vigilan y
denuncian a los otros, como sucede en toda sociedad totalitaria.
Inútil es explicar que el fin no
justifica los medios, que hay opciones diversas, que la tasa de letalidad es
baja, etc. Inútil.
¿Será la esperanza que la naturaleza
humana “grite” su esencia? Sí. Tal vez. Pero cuidado. Los encerrados en los campos
de concentración nazis también gritaban. Los enviados al archipiélago Gulag
también gritaban. Cuidado, porque el grito también es coherentemente perseguido
por estas monstruosidades.
Esta naturaleza humana, gritante,
fue el origen de los EEUU, cuando miles y miles de creyentes de diversas
religiones huyeron de la bestialidad de las guerras religiosas europeas.
Ahora la bestialidad, la
crueldad, la alienación, son peores.
Pero ya no hay donde ir.
Prohibido abrazarse, mirarse,
reunirse.
Ahora deberemos ser humanos en
nuevas catacumbas.
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