domingo, 1 de febrero de 2009

HOMENAJE A JUAN ROBERTO COURREGES

El Domingo pasado, a las 11,15, me encontraba yo en el Cementerio de Morón, despidiendo los restos de Juan Roberto Courréges. La muerte siempre es así de sorpresiva. Ya lo sabemos.

Mientras descendía el cajón a la tierra, no pude dejar de recordar todas las instancias que me hicieron sentir la bondad, la enorme bondad de Courréges. El “fue” la primera clase que escuché en la Unsta, en 1979. Era la clase inaugural. Ese mismo día le hice varias preguntas. El hizo algo que, luego, me fui enterando que no era tan frecuente en “el ambiente”: me contestó. No importa qué. Me miró, me escuchó, me contestó. A mí y a todos.

Sus clases tenían no sólo ciencia: tenían la pasión del que habla del mundo que habita. Sus clases no terminaban. No hay tradición de “clase de consulta” en la Argentina, pero eso no importó para Courréges: su vida entera fue una clase de consulta. Su vida representó esa diaconía de la docencia, ese servicio al prójimo representado en el tono de su voz, y en los infinitos caminos que abría a sus alumnos, desparramando y prodigando citas, bibliografías, artículos y libros, sin nada, sin sencillamente nada más que él mismo.

No trabajó en sobreabundancia de comodidades. Sería innecesario enfatizar la estrechez de sus medios, la escasez de sus recursos……A pesar de todo su admirable trabajo. Un acto de justicia, en este mundo cruel, fue la publicación (gracias a Beltrán, Delbosco, Franck y Roldán) de un libro en su homenaje, en el 2007: Contemplata Aliis Tradere, título que sintetiza el espíritu de la orden dominica que se dio en él a la perfección: transmitir a otros lo contemplado.

Una lágrima muda habitó en mí todo ese Domingo. Me hizo acordar a mi padre, y a varios más: Alberto Moreno, J. C. Colacilli de Muro, Raúl Echauri y tantos otros que prodigaron y brindaron, todo lo suyo, a todos, siempre. No pido para ellos pétreos monumentos ni formales y fríos discursos. Sólo que, alguna vez, aprendamos de ellos, algo; que la bondad de sus corazones roce nuestra existencia y que su recuerdo los haga vivir en nuestras aulas.

7 comentarios:

IAA dijo...

Muy buenas palabras. Gracias, Mario

Anónimo dijo...

Me uno a la muda lágrima. También yo guardo inmejorables recuerdos de su sabrosa y ungida docencia. Recuerdo una clase de gnoseología en la Unsta explicando por qué y cómo el amor conoce... Una joya.
Con gusto, deuda y gratitud, celebraré la Misa de hoy por él, ahora que conoce al Amor tal cual es.

p. Diego

Juan Manuel Bulacio dijo...

Siempre es bueno reconocer a quienes valoramos. No conocí a Courreges, pero debe ser lindo que te recuerden con tanto afecto.
Todos necesitamos reconocimiento, palabras de afecto y gestos. Y si es en vida, mejor aún.
Nuestros seres queridos viven en nosotros y aunque una lágrima se nos escape al recordarlos, es lindo también pensarlos con una sonrisa.
Gracias, Gabriel por tus esfuerzos y reconocimientos. JM

Anónimo dijo...

No lo conocí, pero ya lo quiero.

Anónimo dijo...

Gracias por estas palabras. Yo tuve el honor de ser su alumna en la UCA (en el 2000) pero ya desde que era decano y ni me conocía me saludaba todos los días por los pasillos. Courreges es un ejemplo en todos los sentidos. Aquellos que lo quisimos y que recibimos de él tantas cosas debemos conservarlo vivo y honrarlo como merece. Un abrazo grande. Analía Teijeiro

Agueda dijo...

Muchas gracias por recordar a papá así.
Águeda

Gabriel Zanotti dijo...

Fue un honor.