domingo, 6 de octubre de 2024

LA IGLESIA DEBE DESPRENDERSE DEL ESTADO DEL VATICANO


 

La Iglesia en tanto Iglesia es uma, santa, católica y apostólica. En tanto constituida por pecadores, es una barca agitada por sus propias tormentas.

Los pecadores debemos tener cuidado con las tentaciones. Hay estructuras, hay sistemas, que son una gran tentación para una naturaleza humana caída. Sistemas de los cuales hay que, por lo tanto, desprenderse. 

Si soy diabético, con hígado graso al borde de la cirrosis, el colesterol en 500 y la presión en 20 (porque ESO es el pecado original) y el sistema para llegar a mi trabajo es pasar indefectiblemente por 20 casas de dulces, lo prudente es cambiar de sistema. Puede ser que no consuma ni un caramelo, pero es mejor ir por otro lado. 

Las posesiones, el poder político, son difíciles de manejar para la naturaleza humana. Ahora bien, son los laicos quienes sin ser del mundo están en el mundo y por lo tanto son ellos los que deben aprender a caminar por terrenos escabrosos. Es parte de su espiritualidad y está bien. 

Pero religiosos, sacerdotes, obispos, cadernales y pontífices, deben dar testimonio de otro modo. El laico debe estar desprendido aunque jurídicamente tenga propiedades o ejerza el poder. Es difícil pero es su espiritualidad. En los demás, en cambio, el desprendimiento debe ser explícito, visible. 

No nos referimos al poder eclesial. El párroco, el prior, el obispo, el pontífice, ejercen el poder conferido por su ministerio, pero es un poder al servicio de sus hermanos, para predicar la Fe y, en el caso de Obispos y el Obispo de Roma, para confirmar a sus hermanos en la Fe. Nada más. Nada menos.

No les corresponde, por ende, andar codeándose con los poderes de este mundo; no les corresponde hacer diplomacia, ser jefes de Estado o administrar bienes públicos. No les corresponde per se y si lo tuvieran que hacer, por subsidiariedad, deben saber que circulan por un sin fin de tentaciones que, si deben correr el riesgo de verlas, no es un riesgo que les corresponda por su oficio ni por su ministerio. Es un per accidens del cual deben librarse lo antes posible. 

Al no haberlo hecho, al haber convertido ese per accidens en casi una segunda naturaleza, en vivir algo accidental como si fuera esencial, pervierten su testimonio y ensombrecen su oficio central, que es la cuestodia de la Fe. Hacen que los no creyentes piensen que todas esas estructuras, esos edificios, esas propiedades, esos poderes estatales, son esenciales a la Iglesia. Un gravísimo, gravísimo daño al "ir y predicar a todos los pueblos en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu".

El desprendimiento visible de poderes y propiedades no debería ser sólo la excepción, como en un San Francisco o un Santo Tomás. Debería ser la regla.

Mientras no sea así, la Iglesia seguirá perdiendo gran parte de su autoridad moral para hablar a los no creyentes y también la seguirá perdiendo para hablar ante otros cristianos. 

A eso agreguemos la que ya perdió por las confusiones doctrinales y los abusos, los primeros de los cuales son el abuso de poder. 

Sé que Cristo detuvo la tormenta y que su dormir no era incompatible con su Providencia. Pero ante esta falta total de testimonio, él ni siquiera se despertará. Despertará, sí, despertará, porque las puertas del infierno no prevalecerán, pero ya estamos hundidos y ahogados. No totalmente, porque así como el mar del pecado no tiene fondo, la misericordia de Dios es infinita. 

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