Todas las virtudes referidas anteriormente se resumen en una: laboriosidad.
Mariano Grondona ejemplifica esto diciendo que las
sociedades anglosajonas son matutinas: lo importante es lo que hagas de 9 a 17.
Lo demás….
Las culturas latinas, en cambio, serían vespertinas.
Para ellas lo importante comienza después del trabajo: la familia, los amigos,
el asado. El trabajo, en cambio…. Tiene una connotación trágica: el “laburo” es
una pesada carga enviada como castigo de los dioses.
Por supuesto, hay más detalles. Pero como símbolo de
un horizonte, me parece apropiado. Es un símbolo, no es una descripción, y
menos aún una estadística.
¿Tiene entonces razón Max Weber? ¿Heredan las culturas
anglosajonas un mandato calvinista del trabajo, donde el beneficio más la
austeridad son signos de la salvación?
Eso es harto discutible, pero creo que es verdad en
este sentido: para la cultura judeo-cristiana (sean judíos, protestantes o
católicos) el trabajo es un cuasi-sacramental[1].
O sea, tiene algo de sagrado. No es un sacramento, pero, dependiendo de las
disposiciones subjetivas de quien lo ejerza, santifica. El Génesis es claro:
Dios nos pone en este mundo “para trabajar”.
Que ello haya sido olvidado durante mucho tiempo por
una inapropiada separación entre trabajo manual e intelectual, o que se haya
infiltrado en algunos católicos ciertas costumbres donde los llamados nobles no
trabajan, pero los comerciantes sí; que se haya infiltrado en ciertos
cristianos un injusto desprecio por el comercio y la sociedad contractual, no
es objeción a que en todo el Antiguo y Nuevo Testamento, el trabajo sea un
sacramental. Tal vez haya sido tarde, pero el Vaticano II dijo claramente que
todos los laicos están llamados a la santificación por medio de su trabajo y a
consagrar al mundo por medio de su trabajo, y Juan Pablo II, en la primera
parte de la Sollicitudo rei socialis[2],
explica nuevamente el sentido del Génesis como cooperación del hombre con la
obra creadora de Dios, como co-creador, de lo cual mucho se podría desarrollar
para la economía como conocimiento esencialmente creador de riqueza.
Por lo tanto, no es cuestión de contraponer un
protestantismo obsesivo por el trabajo versus un catolicismo fiestero: el
llamado a santificarse por el propio trabajo es un llamado esencial para el
cristiano, que tiene detrás el llamado a desarrollar la vocación, el ser uno
mismo: el trabajo de ser uno mismo, el estar llamado a emprender los talentos
de la propia vocación.
Para el cristiano, por ende, sea judío, católico o
protestante, la vocación por
el trabajo bien hecho es tan esencial que incluso está trabajando siempre,
porque está creando siempre, desarrollando su vocación. Las consecuencias económicas
de ello son, obviamente, enormes.
Un protestante que trabaja porque es calvinista o un
católico que trabaja como algo en sí mismo trágico tienen mal enfocado su
cristianismo. El primero, si no es calvinista, ¿dejará de trabajar? Y el
segundo, cuando descubra que no hay ninguna tragedia, aunque sí escasez y fortaleza,
en trabajar, ¿se sentirá no católico?
La clave de la cuestión es que la santificación por
el trabajo y la consagración del mundo en el trabajo se desprenden
esencialmente de la fe cristiana.
A partir de aquí, el cristiano es en sí mismo una
encarnación de los valores para el desarrollo económico.
Trabaja porque para eso, para ser co-creador, lo ha
creado Dios. Después del pecado original, es con el sudor de la frente, pero la
cuasi-sacralidad del trabajo se mantiene igual.
Por eso confía en sus fuerzas, en la de su familia y
en la de las asociaciones libres.
Por eso se santifica por el trabajo e intercambia y
contrata con todas las personas, sean santas o no.
Por eso no espera recibir todo del cielo: lo que recibe
del cielo es la Gracia de Dios. Pero la riqueza de este mundo hay que
producirla, co-crearla.
Por eso coopera con todos por medio del contrato, no
sólo por medio de la caridad.
Por eso es justo en la producción de riqueza: no roba,
no hace fraude, no miente, es confiable, llega a tiempo, no hace perder tiempo,
es diligente, es bueno en su oficio.
Por eso, también, ahorra, es previsor, hace planes a
futuro, porque la co-creación se expande en el tiempo.
Y es feliz así. Su felicidad no es está en no hacer
nada ni tampoco en no buscar ni contemplar la vedad. Es Marta y María al mismo
tiempo.
Por todo ello no depende ni de premios ni de castigos,
ni de ninguna persona en particular. Cumple con la ley y la supera.
Y por ello no es el salvador del mundo, es el custodio
de su jardín, no se cree Dios.
Me van a decir: no es eso lo que piensan en general
los católicos y menos aún los sacerdotes, obispos y pontífices.
Eso lo dejamos para nuestra tercera entrega.
[1]
Desarrollamos más in extenso este punto en el art. “La laboriosidad como virtud
esencialmente Judeo-Cristiana”, (2018) Fe y Libertad, Vol. 1 Nro. 1.
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