Una psicótica delirante
escribe un libro y millones lo compran, se presenta a elecciones y millones la
votan. De manual. En la Argentina y en todo el mundo.
De manual porque la
gran utopía del iluminismo liberal fue suponer que las democracias se iban a
sostener con la madurez del “hombre nuevo” que aparecería con el paso del
Antiguo Régimen a la Revolución. No: lo que aparece es un nuevo tipo de
alienación. Una alienación concomitante con las sociedades de masas. La Rebelión de la masas de Ortega, Psicología de las masas y análisis del yo
de Freud, El Miedo a la libertad de
Fromm, son todos textos que, aunque de autores diferentes, analizan el mismo
fenómeno: la irracionalidad de las masas, su identificación con una nueva
figura del Padre, su ausencia total de pensamiento crítico, carne de cañón
ideal para personalidades psicopáticas que las seducen con utopías que son
relatos de poder para instalarse en eso: un poder sin el cual no pueden vivir.
La diferencia entre Hitler y sus votantes y Cristina Kirchner y sus votantes es
sólo de espacio y tiempo. Responden al mismo fenómeno analizado por Ortega,
Freud y Fromm.
El único proyecto
político que pudo poner un momentáneo freno a la masificación fueron las instituciones
de la Constitución norteamericana, escritas desde la fuerte convicción
aristocrática de los límites constitucionales que necesitamos ante los locos
con poder, y apoyada por una cultura no exenta de masificación, pero sí
constituida por granjeros y comerciantes que querían sacarse de encima a Jorge
III y vivían mientras tanto, sin saberlo, de los beneficios de un common law evolutivo que no se repitió nunca más.
Podríamos extender este
análisis a lo que ahora está sucediendo en EEUU y Europa, pero Latinoamérica y
sus instituciones débiles siempre fue un cruel caldo experimental de cultivo
para todo tipo de proyectos autoritarios, donde el diagnóstico de Fromm sobre
la psiquis humana, sadomasoquista, de dominante a dominados, su ve a la
perfección. Las democracias no autoritarias son estrellitas fugaces a merced de
las masificaciones más ridículas y violentas que surgen de las votaciones.
Estamos todos a merced de leviatáns potenciales que surgen aparentemente de
golpe pero cocinados en la intimidad de una psiquis humana que proyecta en un
psicópata sus más inconscientes frustraciones y pulsiones de agresión.
Esto no quiere decir
que debemos abandonar la terea de fomentar el pensamiento crítico y difundir
por medio de la razón la importancia de las libertades individuales y la
economía de mercado. Tampoco implica, obviamente, utopías autoritarias de sesgo
aristocrático cuya intrínseca violencia es su intrínseco fin. Sabemos lo que no
debemos hacer, pero no qué hacer ante estas malas noticias de psicología
política. Las ciencias sociales han avanzado mucho en temas como Economía, Law and Economics, Public Choice, Instituciones, etc., pero para el cambio social, las
conjeturas se enfrentan más con refutaciones que con corroboraciones. Porque la
clave es algo muy difícil, que es el cambio cultural. Algunas sociedades
evitaron lo peor con algún estadista, que puede generar cambios culturales
positivos, pero la aparición de ese estadista es totalmente aleatoria. Alemania
y Japón, desde 1945 en adelante, parecen haber cambiado, pero a un precio que
obviamente no permite establecer ninguna conjetura general. La pura es verdad
es que cualquier parte del mundo puede ser Venezuela, en cualquier momento, y
si no, es al precio de ser dictaduras totalitarias, algunas de las cuales
tienen la perversa inteligencia de permitir algo de mercado como un instrumento
más de dominación.
Sí, Cristina puede
volver porque la cultura que la sostuvo nunca se fue. Putin está firme donde
está porque la cultura zarista nunca se fue. Alemania y Japón están donde están
porque la cultura que casi los destruye fue expulsada a los bombazos, dos de
ellos totalmente injustificables. Cómo cambiar una cultura pero en paz, culturas
donde la rebelión es la de las masas y no la del Atlas, es la gran pregunta que
yo, al menos, no puedo responder.
1 comentario:
Gabriel. Una hipótesis me asalta cada tanto: Y si el populismo, y su fatal consecuencia, el totalitarismo, son frutos del orden espontáneo emergente de las relaciones sociales donde las ventajas de corto plazo se imponen a las relaciones de cooperación pacífica que requieren del tiempo que demanda la confianza para madurar?
No estaremos, acaso, ante la consecuencia lógica de entregar a los designios de las masas el gobierno de nuestras vidas? Será que la democracia, lejos de ser "la peor forma de gobierno a excepción de las que han sido probadas de tanto en tanto" terminará siendo la más perversa forma de gobierno porque permite ocultar a la tiranía detras de un significante vacío como es el pueblo?
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