Dada la entrada del Domingo
pasado, algunos (iba a poner muchos: nunca fui bueno para contar J) me han pedido que aclare lo del
individualismo metodológico. Y es verdad, es necesario insistir en ello, dado
que los católicos que despotrican contra la ideología del género y etc. se
hallan habitualmente a merced de la base filosófica de estos nuevos movimientos
totalitarios.
El individualismo metodológico
fue parte de la metodología para las ciencias sociales recomendada por Menger,
Mises, Hayek y Popper. Allí nace el problema: los católicos en general no leen
a esos liberales malos, sucios y feos. Leen, sí, a Marx, por supuesto, a
Heidegger, a Nietzsche (que nunca me acuerdo cómo M se escribe J), qué amplios, qué
apertura mental, qué dialogantes, pero a los pérfidos liberales, jamás, por
supuesto. Es más, se podría decir que en la Iglesia actual, un caos total y
completo desde el punto de vista humano, los lefebvrianos, los Vaticano II y
los teólogos de la liberación y del pueblo han encontrado allí su único punto
de unidad.
El individualismo metodológico
sostiene que en las ciencias sociales, la unidad de análisis son las relaciones
entre personas. Pero claro, Mises, Hayek y Popper unían ello con el
individualismo ontológico: sólo existen individuos, como reacción contra lo
contrario, y allí cometían un error que retro-alimentó la reacción de los pocos
tomistas que los leían para ver por dónde les cortaban la cabeza. Pero entre
los dos extremos (sólo hay individuos o….) hay una posición superadora, que es
la relación entre personas. La relación es un accidente real, esto es, según la
interpretación que Santo Tomás hace de Aristóteles, algo que acaece entre las
personas (un matrimonio, por ejemplo) que en ese sentido es algo más que la
mera suma de individuos PERO NO es otra persona. Y por ende hay que distinguir
muy bien entre las acciones que se predican de las personas (por ejemplo, Juan
es fiel a María) y las características que se predican de la relación en tanto
tal (por ejemplo, el matrimonio es indisoluble).
Pero me dirán: ¿y cuál es el otro
extremo? Suponer que hay una entidad no sólo superior a las personas, sino que
las absorbe, quitándoles su libre albedrío y su individualidad. El ejemplo
perfecto de ello es Hegel y Marx. El “espíritu absoluto”, que pata Hegel es el
actor de la Historia, se transforma en Marx en el dinamismo de la dialéctica
materialista, entre “la clase explotadora” y “la clase explotada”. La “clase
social” es la que actúa. Si eres empresario, por ejemplo, eres explotador, te
mueves como explotador, piensas como explotador, no puedes salir de esa
dialéctica, no tienes la libertad para evitarlo, porque finalmente no eres
persona, eres una neurona titilante y prescindible de ese cerebro que es la
clase social a la que perteneces. Ello rompe también toda posibilidad de pacto
político, porque ya no es posible decir que Dios ha creado a todos los seres
humanos iguales, poseedores de derechos anteriores y superiores a cualquier
estado, sino que sencillamente hay explotadores y explotados, y lo único que
sigue a ello es la revolución inevitable de la dialéctica de “La Historia” y
sus leyes inexorables de destino histórico.
Católicos de derecha, centro,
izquierda, arriba, abajo, de costado o en diagonal, creen que no son marxistas
cuando, sin embargo, dicen que “Marx tenía razón” en que el capitalismo es
explotador. Como NUNCA leyeron Menger, Bohm-Bawerk, y ni qué hablar de Mises y
Hayek, pecado mortal mayor que la pornografía, entonces creen que la teoría de
la explotación de Marx es verdadera, que verdaderamente, si hay salarios bajos,
es porque “el capital” explota al “el trabajo”; lo llaman “la cuestión social”
originada en el capitalismo…
Y entonces claro, les es muy
difícil evitar la lógica: hay algo más allá de la persona. Los curas villeros
así miran a los que viven en los barrios cerrados de la zona norte: pobres,
podrán ser personas con buenas intenciones, pero son inexorablemente
explotadores y no se dan cuenta, por supuesto.
Pero además, dado que La Iglesia
es el pueblo de Dios, el Cuerpo Místico de Cristo (así es, por supuesto)
entonces creen que esa noción sobrenatural, cuasi-sacramental, de Iglesia, puede aplicarse a lo político. Claro que
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, porque su fundador es Cristo y sus
miembros son todos los bautizados, pero aún así la teología católica tiene un
sano individualismo metodológico: distingue a la Iglesia de los pecados
individuales de sus miembros. Sólo así se puede decir que la iglesia es
verdaderamente una, santa, católica y apostólica, en medio de una historia
llena de católicos pecadores que no son ni santos, no católicos, ni unidos ni
apostólicos, sino todo lo contrario…
Pero como el clericalismo es una tentación permanente, como muchos piensan que se puede hacer teoría política a partir de
la eclesiología, entonces fácilmente confunden “el pueblo como sujeto
político” con “el pueblo de Dios”. “El mito de la nación católica” como muy
bien denunció Rafael Braun y actualmente explica Gustavo Irrazábal, domina a
los católicos clericales por izquierda y por derecha. Para los primeros, el
pueblo católico se manifiesta en las comunidades eclesiales de base, en las
villas, y él es el sujeto del cambio y de la transformación social. Para los
otros, el pueblo católico es el estado católico, la nación católica a cargo de
un monarca, un cuasi dictador católico y toda su legislación católica, con un
sistema corporativo en lo económico. Ambos grupos de “grandes teólogos” (que
alimentan las lecturas de los seminaristas jóvenes por izquierda y por
derecha), aunque se odien, son totalmente inmunes a cualquier cosa que sea, no
ya economía de mercado (ay, qué asco, aléjate de mí Satanás) sino a cualquier cosa que huela a
república, democracia constitucional, libertad religiosa, derechos
individuales. Mm, demasiado individuo, mm, estructuras políticas protestantes y
anglicanas, mm, demasiado EEUU, mm, estructuras burguesas que olvidan las
raíces católicas de nuestros pueblos… Por eso, aunque el Pío XII, Juan XXIII,
el Vaticano II, Juan Pablo II y Benedicto XVI hayan hablado de todo ello, son
sólo letras extrañas, son demasiada modernidad europea metida en un magisterio
que, en realidad, no siguen. Las conferencias episcopales latinoamericanas no
hablan de nada de ello y los católicos conservadores no dejan de señalar el
origen protestante y anglicano de “esas cosas” mezclándolas además con
conspiraciones “judeo-masónicas”…
Todos ellos han adoptado el
colectivismo metodológico. El pueblo católico, la nación católica, “el
capital”, “el trabajo” son los reales sujetos políticos, los actores reales de
lo social. El individuo y sus derechos es algo “liberal”: listo, a la miércoles
con “lo liberal”, el verdadero pecado: “el liberalismo es pecado”, “el
capitalismo es pecado”: volvamos al “pueblo católico” aunque luego entre ellos
discutan si es vía Fidel Castro o Mussolini.
Así las cosas, vienen los “nuevos
explotados”: los indígenas, contra el colonialismo capitalista explotador.
Allí, caen de cabeza: arriba los indígenas, que no tienen pecado original,
versus los pérfidos europeos pecadores capitalistas. No atinan a responder que
los indígenas son ciudadanos que tienen los mismos derechos individuales que
cualquier otra persona, con lo cual no importa si eres indígena, marciano o
europeo, el asunto es que ante la Constitución liberal eres un igual como
sujeto de derechos.
Ante el “feminismo radical”
responden señalando los errores antropológicos de la teoría del género como
contraria a la ley natural. Muy bien. Nada que objetar. Pero ni se les ocurre
agregar que ante el uso de los términos genéricos, está la libertad de no
usarlos; que ante las cuotas obligatorias de mujeres en ciertos puestos, está
la igualdad ante la ley. Ante los homosexuales, trans y lesbianas que denuncian
delitos de discriminación y de odio, ni se les ocurre hablar de propiedad
privada, de libertad de asociación, de libertad de contratación, de libertad de
asociación, esto es, libertades
individuales (expresión que casi no usan) que vienen precisamente del
liberalismo clásico anglosajón que tanto odian. Porque entonces, la repuesta
más directa al lobby LGBT es que con sus
exigencias están quebrando el pacto político del liberalismo clásico, donde por
medio de las libertades individuales y el derecho a la intimidad, cada uno
puede vivir como quiera mientras no viole derechos de terceros. Por ende si
eres homosexual, heterosexual, trans, lesbiano, venusino o lo peor, alumno de
Zanotti J,
en MI colegio, en MI hospital, en MI casa, NO entras, porque YO lo digo y
punto. Eso se llama propiedad, libertad religiosa, libertad de asociación. O
sea, LIBERALISMO CLÁSICO (¡ay qué horror!!!!). ¿Puedo equivocarme? ¿Puedo ser
un imbécil si hago eso? ¿Puedo perder mi negocio o emprendimiento si los
consumidores me castigan no metiendo ni un cuarto de su nariz en mis productos? Si. Eso es una sociedad libre. Libertad, decisiones, riesgos.
Con la educación sexual, también.
Ahora el estado obliga que “los colegios” enseñen a los niños que la
homosexualidad es buena, que la masturbación es perfecta, etc. Respuesta de los
católicos: ello es contrario a la ley natural y "tenemos que llegar al ministerio de educación". Que es contrario a la ley natural, sí. Lo demás… Lo mismo de siempre. No, gente, la
cosa pasa por algo que jamás dicen: que
las instituciones privadas tienen derecho a tener sus propios planes y
programas de estudios, precisamente porque EN ESO consiste la libertad de
enseñanza, otro derecho derivado del liberalismo clásico. Y que las
instituciones estatales de enseñanza tampoco deben enseñar esas cosas, obvio, sí,
pero, ¿de dónde sacaron que DEBE haber instituciones estatales de enseñanza?
Del “derecho a la educación”. Y de dónde sacaron que en vez de libertad de
enseñanza hay un “derecho a la educación”? Del “dogma” de los derechos
sociales, que han sido elevados a nueva declaración
del Concilio de Trento. ¿Y de dónde salió ese dogma? De que el libre
mercado “es para los ricos”; que la educación privada “no llega a los pobres”,
porque el capitalismo, el libre mercado, es malo, feo, sucio, es sólo para los
ricos explotadores…. Que el libre mercado sea capaz de proporcionar educación
barata, competitiva y de gran calidad, y que cada vez serán más los que tengan
mayores ingresos y salarios más altos, aumentando la población, es algo OBVIO
para cualquiera que haya leído a Mises y Hayek pero….. ¡No, please, a ver si
perdemos el alma !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Católicos, no católicos,
marcianos, vulcanos: si no leen a Mises y Hayek, si siguen siendo colectivistas
metodológicos, si siguen pensando que Marx tenía razón en su teoría de la
explotación………… El lobby LGBT les pasará por encima. No, no les pasará, les
está pasando. No, no les está pasando, ya les pasó. Ahora, sólo queda que se
den la vacuna trivalente, Mises, Hayek y Popper, pero la posibilidad de que
hagan eso es la misma que nos rescate el Capitán Kirk.
Que Dios nos ampare.
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