En una nota-reportaje titulada “Rezo por las personas que me acusan de hereje” de Wladir Ramos Díaz, (https://es.aleteia.org/2018/02/15/papa-francisco-rezo-por-las-personas-que-me-acusan-de-hereje/) Francisco afirma que “….Nosotros estamos acostumbrados al ‘se puede o no se puede’. La moral usada en Amoris laetitia es la más clásica moral tomista, la del santo Tomás, no del tomismo decadente como ese con el que algunos han estudiado”.
La respuesta es
interesante porque plantea con crudeza el problema de las teologías diversas
que producen luego magisterios en principio contradictorios. No está en debate
que haya un tomismo decadente. El asunto es si el “se puede o no se puede” fue
en la Iglesia una costumbre de la cual ahora podríamos prescindir, o una norma
que, aplicada a los preceptos morales negativos, tiene su sentido.
Es sintomático que
Francisco no se refiera en ningún momento a la encíclica Veritatis
splendor, de 1993 (https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_06081993_veritatis-splendor.html) Hace
como si no existiera. Porque en esa encíclica, si “se puede o no” no es un
problema de obsesivos compulsivos que ignoran el tema de la prudencia y-o la epiqueia en
Santo Tomás, sino que hay normas morales negativas que no admiten
circunstancias que las vuelvan buenas en sí mismas, más allá de la intención o
culpa subjetiva de cada persona en cuestión. Dice la VS en su punto 88:
“… Ahora bien, la razón testimonia que existen objetos del acto humano que
se configuran como no-ordenables a Dios, porque contradicen
radicalmente el bien de la persona, creada a su imagen. Son los actos que, en
la tradición moral de la Iglesia, han sido denominados intrínsecamente
malos («intrinsece malum»): lo son siempre y por sí mismos, es
decir, por su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien
actúa, y de las circunstancias. Por esto, sin negar en absoluto el influjo que
sobre la moralidad tienen las circunstancias y, sobre todo, las intenciones, la
Iglesia enseña que «existen actos que, por sí y en sí mismos, independientemente
de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón de su
objeto» 131.”
O sea, con respecto a los
mandamientos positivos, por supuesto que entra en juego la prudencia y el
discernimiento, y no entra la lógica del “se puede o no se puede”. ¿Se debe
ayudar al prójimo? Claro que sí. ¿Y en tal circunstancia, hasta qué punto? La
prudencia lo decide. ¿Debe un padre de familia alojar en su casa, con sus
hijos, a un desconocido que encontró en situación de calle? No hay respuesta
absoluta. La prudencia lo decide.
¿Pero se puede asesinar a
un inocente? No, nunca. ¿Ven? Allí sí entra el “se debe o no”. No hay
excepciones. Y ello no implica juzgar la conciencia subjetiva del que lo haga,
que puede ser “cierta” “no culpable” pero no “recta” ni convierte en
intrínsecamente buena a la acción mala en sí misma. Si eso NO es Santo Tomás yo
estaría muy asombrado….
Por eso sigue diciendo
JPII: “…La doctrina de la
Iglesia, y en particular su firmeza en defender la validez universal y
permanente de los preceptos que prohíben los actos intrínsecamente malos, es
juzgada no pocas veces como signo de una intransigencia intolerable, sobre todo
en las situaciones enormemente complejas y conflictivas de la vida moral del
hombre y de la sociedad actual. Dicha intransigencia estaría en contraste con
la condición maternal de la Iglesia. Ésta —se dice— no muestra comprensión y
compasión. Pero, en realidad, la maternidad de la Iglesia no puede separarse
jamás de su misión docente, que ella debe realizar siempre como esposa fiel de
Cristo, que es la verdad en persona: «Como Maestra, no se cansa de proclamar la
norma moral... De tal norma la Iglesia no es ciertamente ni la autora ni el
árbitro. En obediencia a la verdad que es Cristo, cuya imagen se refleja en la
naturaleza y en la dignidad de la persona humana, la Iglesia interpreta la
norma moral y la propone a todos los hombres de buena voluntad, sin esconder
las exigencias de radicalidad y de perfección» 149. En realidad, la verdadera comprensión
y la genuina compasión deben significar amor a la persona, a su verdadero bien,
a su libertad auténtica. Y esto no se da, ciertamente, escondiendo o
debilitando la verdad moral, sino proponiéndola con su profundo significado de
irradiación de la sabiduría eterna de Dios, recibida por medio de Cristo, y de
servicio al hombre, al crecimiento de su libertad y a la búsqueda de su
felicidad 150.”
Ahora bien, que esto parezca ser
desconocido por Francisco, resulta medio extraño. Un papa de la Iglesia
Católica hace de cuenta que un importante documento del año 1993 no existe.
¿Cómo puede ser?
Es que aquí tenemos un buen ejemplo de lo
que hemos dicho en otras oportunidades: casi todos los obispos
latinoamericanos, casi todos sus teólogos y caso todos sus sacerdotes
conformaron, desde 1968, desde Puebla hasta Aparecida, una “Iglesia paralela”,
que se movía bajo los propios cánones de la teología de la liberación, de la
más extrema hasta las más moderadas teologías del pueblo. Documentos como este
eran conocidos, pero silenciados como abstracciones de una Roma no comprometida
con las realidades “del pueblo católico”. Finalmente, con Francisco sucedió
algo que Dios sabe bien, seguramente, por qué permitió: uno de ellos llegó a
Roma. Oh sorpresa.
Por supuesto, Francisco tiene derecho a
querer agregar o abrogar algo de la doctrina de la VS. Hay que ver si se puede,
dejo el debate a teólogos y canonistas. En todo caso, ya pasó: dicen muchos que
la Dignitatis
humanae “abrogó” la doctrina de la Quanta cura y etc.
Y tienen un punto: Pablo VI y JPII mantuvieron sobre ese tema un permanente
silencio. Sólo fue Benedicto XVI quien se refirió a ello explícitamente, en su
discurso del 22-5-2005 sobre la reforma y continuidad del Vaticano II. E hizo
bien, porque el tema no podía ser silenciado. Los más conservadores no estarán
de acuerdo con BXVI, pero deben reconocerle que trató el tema con valentía y
afirmó lo que para él era lo esencial y lo contingente.
Francisco debería hacer lo mismo con la
VS, que trata aún de un tema más grave.
Pero no. Silencio total. Es más, parece NO
comprender cuál es el problema, porque en ese mismo reportaje se refiere a
páginas de lefebristas que lo acusan de hereje, pero como vemos ese
no es el problema. El problema es que hay una encíclica, sobre un tema grave,
de magisterio ordinario, que lo contradice, y su autor no es precisamente un
fanático lefebrista, sino un ex joven perito del Concilio Vaticano II.
Es más, la VS fue la base para la Evangelium vitae,
de 1995 (http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031995_evangelium-vitae.html ),
que parece tener afirmaciones casi extra-ordinarias: “…Ante semejante unanimidad en la tradición doctrinal y disciplinar de la
Iglesia, Pablo VI pudo declarar que esta enseñanza no había cambiado y que era
inmutable. 72 Por tanto, con la autoridad que
Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos
—que en varias ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada
anteriormente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre
esta doctrina—, declaro que el aborto directo, es decir, querido como
fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto
eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta
en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la
Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y
universal. 73 “.
¿Por qué ponemos este ejemplo? No precisamente porque Francisco tenga algún problema con él, al contrario, lo va a subscribir. Pero entonces hay cosas que "no se pueden", no?
Cabe reconocer que si de Santo Tomás se
trata, su respuesta al delicado caso del sacrificio pedido a Abraham –la muerte
de su hijo- no deja ser curiosamente voluntarista. Un punto para Francisco,
cuya dilucidación dejo en manos de los tomistas: (http://hjg.com.ar/sumat/b/c94.html ) “… En principio todos los hombres mueren de muerte
natural, tanto los inocentes como los culpables. Y esta muerte es infligida por
el poder divino a causa del pecado original, según la expresión de Re 2,6: El Señor da la muerte y la vida. Debido a lo
cual, por mandato divino se puede dar la muerte a cualquier hombre, inocente o
culpable, sin ninguna injusticia. A su vez, el adulterio es la unión carnal con
una mujer que, si pertenece a otro, es en virtud de una ley establecida por
Dios. Y, en consecuencia, el hombre no comete adulterio ni fornicación
cualquiera que sea la mujer a que se una por mandato de Dios. La misma razón
vale también para el robo, que consiste en apropiarse lo ajeno. Pues cualquier
cosa que se tome como propia por mandato de Dios, que es dueño de todas las
cosas, ya no se toma, como en el robo, contra la voluntad de su dueño. Y esto
no sucede sólo en las cosas humanas, donde lo que Dios manda es, por eso mismo,
obligatorio, sino también en el orden físico, donde todo lo que Dios hace es en
cierto modo natural, según se expuso en la Parte I (q.105 a.6 ad 1).”
Desde luego, la pregunta
podría ser hasta qué punto alguien, aunque sea pontífice, puede pasarse por
encima toda la tradición y el magisterio de la Iglesia, aún en el caso de que
cuenta con el apoyo de Santo Tomás de Aquino (cuya respuesta para mí, en este
caso, deja mucho que desear).
Otra cosa interesante es
la infinidad de católicos –obispos, sacerdotes, laicos- que en su momento
vociferaron con alegría a la VS y la proclamaron a los cuatro vientos como si
fuera la segunda venida de Cristo. ¿Por qué un “caso interesante”? Porque ahora
están muy calladitos. Ellos también parecen haberse olvidado de la VS y si
hablan es sólo para acusar de escándalo, como al firmante, por preguntarnos
todas estas cosas. Qué interesante giro de pensamiento. Así giran la cabeza los
muñecos de los ventrílocuos, no las personas.
Todo esto es una
confirmación más del caos total y completo en el que está sumida la Iglesia de
hoy, y no desde Francisco, sino desde mucho antes. Pero el diagnóstico y la
solución están más allá de mis fuerzas. Lo único que nos queda a todos es
seguir nuestra conciencia, en medio del caos absoluto. De facto la Iglesia de
hoy es un cúmulo de diversidades, pero no de cuestiones libres entre teólogos,
no de las gloriosas quaestio disputatae de
la Edad Media, sino como su fuéramos diversas denominaciones protestantes
peleadas e incompatibles entre sí. De iure,
afortunadamente, no es así, pero sólo por la promesa de la indefectibilidad.
Entre tanto, el diluvio.
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