domingo, 25 de febrero de 2018

¿CREEMOS O NO?




Muchos, algunos años, decimos: “Creo en Dios todopoderoso……” y recitamos el Credo.
Pero, en el fondo, no creemos.
Cuando estamos casados, a veces sí creemos que nuestro cónyuge existe, es real, y lo más importante, creemos en la promesa que le hicimos.
O sea, creemos en nuestro matrimonio. Esa promesa lo sostiene en tiempos difíciles.
Por eso es coherente que si creemos en esa promesa, en esa alianza, el matrimonio se mantenga.
Pues bien, creer es creer en la alianza que tenemos con Dios. En el matrimonio que tenemos con él.
Lo que ocurre es que, en el fondo, no creemos que sea así. No lo vemos, parece lejano, no parece estar en nuestra cama, no parece ser el primer rostro que vemos al despertar.
Y entonces la alianza se desvanece.
Esa alianza incluye los Mandamientos.
Cuando alguno o varios de estos nos cuestan, en el fondo no les vemos sentido porque no creemos en la alianza que los sostiene.
Y entonces, adieu.
La dificultad de los mandamientos es análoga a la dificultad de la promesa matrimonial. Cuanto más creemos en la promesa (que es una Gracia) más Gracia para todo lo que implica el matrimonio. Y la promesa tiene un aliciente: el rostro del cónyuge, su mirada, su demanda existencial, fundante de todo, como diría Levinas.
Pues bien, igual con Dios. Creer en él es creer en un rostro, escondido, sí, por ahora, pero un rostro que ha prometido develarse totalmente, un rostro que adivinamos apenas en las acciones de Cristo y que finalmente es el rostro sufriente de Cristo en la Cruz.
¿Creemos en eso?
Porque creer es creer en que estamos verdaderamente casados, en alianza, con Dios, y que esa alianza es el fundamento último de todo lo que somos.
Si no creemos en eso, la casa no estaba edificada sobre roca, y al primer viento, se cae.
Pero creer es una Gracia. Viene de Dios, no de nosotros. No es una suerte ni una característica personal. Dios da su gracia a todos.
¿Y entonces?
Pues entonces, estar atentos, porque Dios te habla todo el tiempo, pero no te ata a la silla de un otorrinolaringólogo infinito para hacerte por la fuereza un lavaje de oído.
Te habla en susurros. Te habla en el silencio. Te guiña el ojo. Te hace bromas. Te dice piropos. Te comprende, te perdona, te espera, te anhela, suspira por ti, muere por ti.
Así de simple y misterioso…

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