domingo, 19 de mayo de 2024

LOS ORÍGENES PSICOANALÍTICOS DEL ANTISEMITISMO (Cap. V de mi libro https://payhip.com/b/Nr2QR: ver la parte subrayada).

     MOISÉS Y LA RELIGIÓN MONOTEÍSTA.

 

1.      Breve introito.

Con el análisis de El porvenir de una ilusión y Totem y tabú, la supuesta contradicción total entre Freud y el Cristianismo estaría en principio solucionada. Sin embargo, con este texto, el análisis psicológico, cultural y antropológico-cultural de la religión judeo-cristiana queda tan en contra de la interpretación de judíos y cristianos –y Freud era consciente de ello- que “evitar el bulto” no sería honesto de nuestra parte y pondría en peligro el objetivo de este libro.

Se trata, como muchos lectores sabrán, de tres ensayos escritos entre 1934 y 1939.  Freud decide no publicarlos inmediatamente, precisamente para no escandalizar a una Viena católica que, para asombro del propio Freud, le hubiera dado una libertad inesperada al lado del verdadero totalitarismo nazi que lo decide a emigrar a Londres. Allí termina de escribir y publicar la tercera parte de su texto, que era la más audaz. Comencemos, pues, con nuestro último casi desafío, y decimos casi porque nos quedan otros en los apéndices. Pero, en relación a este, serán menores.

 

2.      Los dos prólogos.

El primer prefacio, anterior a  Marzo de 1938, comienza con una crítica a los totalitarismos en Rusa, Italia y Alemania. Sí, mala noticia para la interpretación de Freud de los 70: Freud era un liberal clásico, defensor de las democracias ante los autoritarismos. Pero le asombra que la Iglesia Católica sea una aliada de esas democracias: un elogio y una crítica al mismo tiempo: “…Como quiera que sea, los sucesos han venido a dar en una situación tal que las democracias conservadoras son hoy las que protegen el progreso de la cultura, y por extraño que parezca, la institución de la Iglesia católica es precisamente la que opone una poderosa defensa contra la propagación de ese peligro cultural. ¡Nada menos que ella, hasta enemiga acérrima del libre pensamiento y de todo progreso hacia el reconocimiento de la verdad!”.

Evidentemente el tema lo preocupaba: “…Vivimos en un país católico, protegido por esa Iglesia, sin saber a ciencia cierta cuánto durará esta protección. Pero mientras subsista es natural que vacilemos en emprender algo que pudiera despertar su hostilidad. No se trata de cobardía, sino de mera precaución, pues el nuevo enemigo, a cuyos intereses nos guardaremos de servir, es más peligroso que el viejo, con el cual ya habíamos aprendido a convivir. La investigación psicoanalítica, a la cual nos dedicamos ya, es, de todos modos, objeto de recelosa atención por parte del catolicismo. No afirmaremos, por cierto, que esta desconfianza sea infundada. En efecto, si nuestra labor nos lleva al resultado de reducir la religión a una neurosis de la humanidad y a explicar su inmenso poderío en forma idéntica a la obsesión neurótica revelada en nuestros pacientes, podemos estar bien seguros de que nos granjearemos la más enconada enemistad de los poderes que nos rigen. No es que tengamos algo nuevo que decir, algo que no hubiésemos expresado con toda claridad hace ya un cuarto de siglo; mas desde entonces todo eso ha sido olvidado, y sin duda tendrá cierto efecto el hecho de que hoy lo repitamos y lo ilustremos en un ejemplo válido para todas las funciones de religiones en general. Esto podría llevar, probablemente, a que se nos prohibiera el ejercicio del psicoanálisis, pues aquellos métodos de opresión violenta en modo alguno son extraños a la Iglesia católica: más bien ésta considera usurpadas sus prerrogativas cuando también otros los aplican. El psicoanálisis empero, que en el curso de mi larga vida se ha extendido por todo el mundo, aún no encontró ningún hogar que pudiera ser más preciado que la ciudad donde nació y se desarrolló.” (Los subrayados son nuestros).

Por supuesto, la predicción de Freud no se cumplió jurídicamente: en ningún país occidental posterior a la Segunda Guerra la Iglesia intentó que el Estado prohibiera el psicoanálisis. Pero, sin embargo, hay una silente prohibición de hecho: los sectores más fieles a la Fe –cosa que elogiamos- son los más recelosos a la hora de considerar a Freud. Eso continúa hasta hoy, y por eso este libro.

El segundo prólogo es de junio de 1938, ya en Londres, lugar que él agradece y en el cual se siente protegido. Lo interesante es que de algún modo se da cuenta de que “el nuevo enemigo” es y fue mucho más terrible que la temida Iglesia: “…Las extraordinarias dificultades -tanto reservas íntimas como impedimentos exteriores- que pesaron sobre mí al redactar el presente estudio sobre la persona de Moisés, dieron lugar a que este tercer ensayo final lleve dos prefacios contradictorios y aun excluyentes entre sí. Sucede que en el breve lapso intermedio han cambiado profundamente las circunstancias ambientales de quien esto escribe. Vivía yo entonces, al amparo de la Iglesia católica y me tenía preso el temor de que mi publicación me hiciera perder esa tutela, acarreando a los prosélitos y discípulos del psicoanálisis la prohibición de ejercerlo en Austria. Más entonces sobrevino de pronto la invasión alemana: el catolicismo demostró ser una «tenue brizna», para expresarlo en términos bíblicos. Convencido de que ahora ya no se me perseguiría tan sólo por mis ideas, sino también por mi «raza», abandoné con muchos amigos la ciudad que fuera mi hogar durante setenta y ocho años, desde mi temprana infancia” (Los subrayados y las itálicas son nuestras).

El agradecimiento a Inglaterra, patria de la democracia liberal, debe destacarse: “…Hallé la más cordial acogida en la hermosa, libre y generosa Inglaterra. Aquí vivo como huésped gratamente recibido, sintiéndome aliviado de aquella opresión y libre otra vez para poder decir y escribir -casi hubiese dicho pensar- lo que quiero o debo. Así pues, me atrevo a publicar la última parte de mi trabajo”. Pero luego sigue el convencimiento de la condena que recibirá de los más creyentes, predicción que, creo, se cumplió: “…Ya no tropiezo con impedimentos exteriores, o al menos estos no son tales que podrían alarmarme. Durante las pocas semanas que he pasado en este país recibí innumerables saludos de amigos que se regocijan por mi llegada, de desconocidos e incluso de personas indiferentes que sólo quieren expresar su satisfacción porque haya hallado aquí libertad y existencia segura. Además, recibí, en número sorprendente para un extranjero, mensajes de otra especie de personas que se preocupan por la salvación de mi alma, indicándome los caminos de Cristo o tratando de ilustrarme sobre el porvenir de Israel. Las buenas gentes que así escriben poco deben haber sabido de mí; pero espero que cuando una traducción haga conocer a mis nuevos compatriotas este trabajo sobre Moisés, también perderé ante muchos de ellos buena parte de la simpatía que ahora me ofrecen. (Las itálicas y los subrayados son nuestros).

Como vemos, Freud era plenamente consciente de la oposición que este texto iba a encontrar en creyentes monoteístas. Pero sigue fiel a su conciencia: “…Jamás he vuelto a dudar que los fenómenos religiosos sólo pueden ser concebidos de acuerdo con la pauta que nos ofrecen los ya conocidos síntomas neuróticos individuales; que son reproducciones de trascendentes, pero hace tiempo olvidados sucesos prehistóricos de la familia humana; que su carácter obsesivo obedece precisamente a ese origen; que, por consiguiente, actúan sobre los seres humanos gracias a la verdad histórica que contienen”. Como hemos visto, el problema es el “sólo”. NO que los fenómenos religiosos obedezcan en muchos pacientes a lo que hemos llamado “la deformación de lo religioso”, cuyo diagnóstico fue acertado por parte de Freud, y que debería ser conocido por los que tienen verdadera Fe precisamente para distinguirla y defenderla de sus deformaciones neuróticas.

 

3.      Una breve sinopsis del texto en el orden escrito por el autor.

Para los objetivos de este libro, haremos una breve descripción del núcleo central de este texto en el orden en el que van apareciendo. Ello por supuesto ya está mediado por mi hermenéutica, círculo del cual, como se sabe, no se puede salir sino entrar correctamente[1].

3.1. El monoteísmo, el período de latencia y la “vuelta de lo reprimido”.

Si Moisés era egipcio –tema que abarca los dos primeros ensayos- no es relevante para nuestro tema (esperemos no equivocarnos), pero sirve a Freud para plantear un paralelismo entre el monoteísmo egipcio de Ikhnatón y el monoteísmo propuesto por Moisés. En ambos casos el pueblo llano rechaza esta idea evolutiva y espiritual. Ese rechazo tiene un período intermedio, “de latencia”, luego del cual la idea surge con más fuerza aún: “…Hacemos nuestra, pues, la opinión de que la idea de un dios único, así como el rechazo del ceremonial mágico y la acentuación de los preceptos éticos en nombre de ese dios, fueron realmente doctrinas mosaicas que al principio no hallaron oídos propicios, pero que llegaron a imponerse luego de un largo período intermedio, terminando por prevalecer definitivamente”. A los cual sigue una obvia pregunta: “...¿Cómo podremos explicarnos semejante acción retardada y dónde hallaremos fenómenos similares?”

Freud sugiere algunas explicaciones antes de la principal. Que, por ejemplo, cuando nace una nueva teoría es rechazada al principio, para luego, a largo plazo, ser aceptada…. Que quien se entera de algo nuevo que contradice convicciones profundas, al principio también lo rechaza, para luego comenzar a aceptarlo lentamente… Pero finalmente Freud llega donde le interesa, el terreno del inconsciente. Allí el autor explica lo que sucede en las experiencias traumáticas. Alguien puede haber salido ileso de un terrible accidente, y durante un tiempo estar “como si nada”, pero luego de un tiempo, a veces imprevisible, aparecen los primeros síntomas de una neurosis traumática, que entra dentro de algo más general, que es el retorno de lo reprimido (volveremos a ello). O sea: trauma – período de latencia – neurosis traumática, esquema que, observemos, no de casualidad es similar a la etiología de toda neurosis: conflicto – re-direccionamiento de la pulsión – acción sustitutiva (síntoma) – neurosis. Freud ve una analogía – a la cual le dedica un capítulo entero- entre los períodos de las neurosis traumáticas y los períodos de creación, rechazo y restauración de la idea monoteísta. “…Todos estos rasgos análogos los presenta, en el terreno de la psicopatología, la génesis de las neurosis humanas, fenómeno correspondiente por entero a la psicología del individuo, mientras que las manifestaciones religiosas atañen, desde luego, a la de las masas. Ya veremos que esta analogía no es tan sorprendente como a primera vista podría pensarse; que, por el contrario, tiene más bien carácter axiomático”.

Freud recuerda que no toda neurosis es traumática, pero en todos los casos hay algo en común: un conflicto. En el caso del trauma, son en general impresiones infantiles muy precoces que son tapadas por recuerdos encubridores donde lo real o no real no puede ser distinguido con claridad –por eso el niño confunde en general su primera percepción de algo sexual en sus padres con una conducta agresiva-.

Estos traumas tienen dos efectos: uno, la fijación y el intento de repetición. El trauma como “efecto” se incorpora a la vida del yo como tendencias, como rasgos de la personalidad, que en realidad son conductas neuróticas tendientes a sustituir la pulsión originaria que da origen ya al conflicto, ya al trauma. Por ejemplo, una fijación excesiva con la madre puede conducir a un varón adulto a buscar toda su vida una mujer muy maternal, una especie de madre infinita que obviamente no va a encontrar. Dos, una reacción evitativa, una forma de evitar todo aquello que se parezca al conflicto originario, derivando ello en inhibiciones y fobias. Cabe aclarar que Freud insiste mucho en el carácter compulsivo de estos fenómenos.

Especial atención pone en el período de latencia, pues ello explica la aparente retirada de la pulsión originaria en la infancia posterior a los 5 o 6 años para reaparecer con fuerza en la pubertad, o en la vida del adulto, si los mecanismos de defensa finalmente ceden ante las exigencias de lo real en contraste con la personalidad del yo así conformada.

Lo mismo con el “retorno de lo reprimido”, que no es sino la conducta sustitutiva, neurótica, fijada ya en la vida adulta como resultado de la transacción entre la pulsión, el Súper Yo y el ppio. de realidad. Lo reprimido de modo inconsciente por el Súper Yo renace como conducta sustitutiva aceptada por el yo, como “pulsión adaptada”: así, en  el ejemplo dado, el varón que sale infinitas veces con infinitas mujeres es el retorno de lo reprimido convertido en conducta neurótica, y lo reprimido fue la pulsión originaria hace la madre absoluta (en realidad este conflicto es básico en todos, simplemente difiere en la resolución).

 

3.2. La aplicación a los fenómenos religiosos.

Habiendo aclarado y recordado estos puntos, Freud comienza a aplicarlos a la evolución de las sociedades humanas y la aparición del monoteísmo, recordando elementos ya escritos hace muchos años en Totem y tabú.

“…Trauma precoz -Defensa-Latencia-Desencadenamiento de la neurosis-Retorno parcial de lo reprimido: he aquí la fórmula que establecimos para el desarrollo de una neurosis. Ahora invitamos al lector a que dé un paso más, aceptando que en la vida de la especie humana acaeció algo similar a los sucesos de la existencia individual, es decir, que también en aquélla ocurrieron conflictos de contenido sexual agresivo que dejaron efectos permanentes, pero que en su mayor parte fueron rechazados, olvidados, llegando a actuar sólo más tarde, después de una prolongada latencia, y produciendo entonces fenómenos análogos a los síntomas por su estructura y su tendencia” (Los subrayados son nuestros).

Reitera entonces Freud su hipótesis de la horda primitiva, citando expresamente Totem y tabú y que hemos visto ya varas veces. Esto es, el parricidio de un macho dominante, la erección de un tótem para evitar a culpa y la prohibición del incesto para que el proceso no se vuelva a repetir. Freud le dedica de vuelta, a este tema, una gran extensión. Pero luego vuelve a su tema: ese es el origen de la ilusión religiosa. Evolutivamente, el dios monoteísta sería una evolución de la figura del tótem. Primero en diversos animales, luego en constelaciones familiares humanas, con períodos de matriarcado, hasta llegar a la idea del dios único venerado como compensación de la culpa del asesinato originario. Ese monoteísmo es un período más espiritual y sublimado que las magias y politeísmos de otras religiones. Pero es aquí donde aparece una especial relación entre Judaísmo y Cristianismo.

 

3.3. La relación entre Judaísmo y Cristianismo.

Para Freud, el Cristianismo se explica por el retorno a lo reprimido. La culpa originaria, que había sido calmada por la adoración al dios único, reaparece en un nuevo intento de reparación. Para Freud es Pablo, y no Cristo (al cual Freud llama “cierto agitador político-religioso”) el fundador del Cristianismo como la ilusión que racionaliza la culpa. El asesinato del padre es el pecado original. Eso ya lo vimos. Pero “el hijo” es el retorno de la culpa reprimida: sólo uno de los hijos podía sacrificarse a sí mismo como reparación del asesinato originario. “…El «redentor» no podía ser sino el principal culpable, el caudillo de la horda fraterna que había derrocado al Padre”. A su vez, el rito totémico de devorar al padre es recreado de forma sublimada y no agresiva en el rito de la comunión. Y con esta innovación para compensar la culpa que vuelve, Pablo actúa como un destructor del Judaísmo: el pueblo judío deja de ser el pueblo elegido y sus escrituras y rituales se “popularizan” con lo que Freud considera una regresión de la espiritualidad monoteísta. Su visión del Cristianismo es culturalmente negativa: “…En ciertos sentidos, la nueva religión representó una regresión cultural frente a la anterior, la judía, como suele suceder cuando nuevas masas humanas de nivel cultural inferior irrumpen o son admitidas en culturas más antiguas. La religión cristiana no mantuvo el alto grado de espiritualización que había alcanzado el judaísmo. Ya no era estrictamente monoteísta, sino que incorporó numerosos ritos simbólicos de los pueblos circundantes, restableció la gran Diosa Madre y halló plazas, aunque subordinadas, para instalar a muchas deidades del politeísmo, con disfraces harto transparentes. Pero, ante todo, no cerró la puerta -como lo había hecho la religión de Aton y la mosaica que le sucedió- a los elementos supersticiosos, mágicos y místicos, que habrían de convertirse en graves obstáculos para el desarrollo espiritual de los dos milenios siguientes”[2] Aquí introduce Freud, no como teólogo, y NO como crítica, la tesis del deicidio. Verdaderamente el pueblo judío monoteísta había matado  a dios, porque deriva del parricidio de la horda primitiva. Pero los judíos, como la exigencia estricta de la adoración al dios único, con la custodia de sus leyes en el templo por una celosa casta sacerdotal, habían intentado negarlo. Los cristianos, en cambio, lo asumen: sí, hemos pecado, ese sería el pecado original, por el eso hijo se sacrifica y redime de la culpa. De este modo, Freud expone el origen psicoanalítico del antisemitismo. Más allá del recelo al extranjero, más allá de la envidia a sus logros cultuales,  el asunto inconsciente es que “…aún hoy no se ha logrado superar la envidia contra el pueblo que osó proclamarse hijo primogénito y predilecto de Dios-Padre, cual si efectivamente se concediera crédito a esta pretensión”. O sea, en todo antisemita está el que quiere ser el pueblo elegido pero no lo es. Y ello se da muy especialmente en masas cristianas, porque en el fondo recelan de su conversión cultural tardía al Cristianismo, desplazando ese odio inconsciente al origen judío del problema. “…En el fondo, el odio de estos pueblos contra los judíos es un odio a los cristianos, y no debe sorprendernos que esta íntima vinculación entre las dos religiones monoteístas se haya expresado tan claramente en la persecución de ambas por la revolución nacional-socialista alemana”.

Sistematicemos esto en este primer cuadro:

 

Trauma

Latencia

Retorno de lo reprimido

Asesinato del padre

Pueblo elegido

Redención de la culpa

Neurosis religiosa correspondiente:

Actitud farisaica

Obsesiones compulsivas culpógena.

 

 

 

 

 

 

 

Esto es importante porque, por un lado, aclara lo que Freud quiere decir y, por el otro, lo que nosotros queremos decir. Cada una de las tres fases que Freud describe sociológicamente, tiene un correlato en lo que nosotros hemos llamado la deformación de lo religioso. Esto es, la vivencia de lo religioso desde las neurosis infantiles. El niño tiene siempre una grave ambivalencia afectiva con el padre. Quiere matarlo pero, para compensar inconscientemente es culpa, se identifica con él. Ese el buen niño que cumple la ley del padre y se enorgullece por ello (el fariseo). Pero lo reprimido vuelve y la culpa lo devora de vuelta, ofreciéndose él mismo como víctima sacrificial, y entonces se identifica con el hijo (el Cristo). Volveremos a esto después.

 

3.4. Dificultades.

Freud concluye su análisis con dos dificultades inherentes a su propio planteo[3].

La primera es que en ppio. sólo está analizando al monoteísmo. Pero él mismo se responde que en realidad varias veces -no sólo en este texto- ha colocado a las demás religiones animistas y politeístas como un proceso evolutivo hacia el monoteísmo. Y tiene razón.

La segunda es más difícil. Consiste en cómo explicar la huella inconsciente de la hora primitiva en las sociedades monoteístas. En sus términos: “…La segunda dificultad de esta aplicación a la psicología de las masas es mucho más importante, pues ofrece un nuevo problema de carácter esencial. Plantéase la cuestión de la forma bajo la cual la tradición activa en la vida de los pueblos, problema que no se da en el caso del individuo, pues en éste queda resuelto por la existencia en el inconsciente de los restos mnemónicos del pasado. Volvamos pues, a nuestro ejemplo histórico. Habíamos explicado el compromiso de Qadesh por la persistencia de una poderosa tradición en el pueblo retornado de Egipto. Este caso no esconde problema alguno. De acuerdo con nuestra hipótesis, tal tradición se habría apoyado en el recuerdo consciente de comunicaciones orales que el pueblo judío de esa época había recibido, a través de sólo dos o tres generaciones, de sus antepasados, que a su vez fueron participantes y testigos presenciales de los sucesos en cuestión. Pero ¿acaso podemos aceptar que haya ocurrido lo mismo en siglos más recientes: que la tradición siempre se fundó en un conocimiento transmitido en forma normal, de generación en generación?”

 

Y continúa: “…Hoy ya no es posible indicar, como en el caso precedente, cuáles fueron las personas que conservaron y transmitieron de boca en boca tal noción tradicional”

 

Por ende, si no hay transmisión oral, ¿cómo se transmite el recuerdo inconsciente de los episodios de la horda primitiva?

 

Freud esboza para ello una audaz teoría del carácter genético del ello: “…Esta última comprobación nos enseña que para orientarnos en las tinieblas de la vida psíquica no bastan las cualidades a que hasta ahora nos hemos atenido. Es preciso que adoptemos una nueva diferenciación, ya no cualitativa, sino topográfica y -lo que le concede particular valor- al mismo tiempo genética”.

 

Con lo cual se pone Freud a tiro de dos frentes: uno, el problema de la tesis de la horda primitiva como histórica, y dos, el problema de la naturaleza genética (genotipo y no fenotipo) del inconsciente en todos los pueblos, que producen símbolos muy parecidos en casi todas las culturas.

 

4.      Análisis crítico.


4.1.Recordatorio de nuestro marco general.

Creo que estamos en condiciones de iniciar un análisis crítico de estas tesis freudianas mostrando que su núcleo central no es incompatible con el Cristianismo católico en particular.

Con todo lo visto hasta ahora hemos ganado terreno. En los cuatro capítulos anteriores hemos visto la diferencia fundamental entre la deformación de lo religioso y lo religioso en sí mismo. Hemos visto que el horizonte iluminista de Freud no lo permite ver lo segundo pero que los diagnósticos de lo primero son correctos. Y el psicoanálisis, como teoría psicológica-terapéutica, no consiste en la negación de lo religioso en sí mismo. Su núcleo central es la teoría de lo inconsciente como pulsión originaria y su choque con el Súper Yo. Por ende, desde allí se pueden diagnosticar deformaciones patológicas de lo religioso, que no sólo son diagnósticos correctos sino que ayudan a recuperar la esencia de lo religioso en sí mismo.

Bajo este marco general, pasemos ahora a la primer gran tesis de este texto.


4.2. La teoría del trauma y su analogía con toda neurosis.

Como ya hemos visto muchas veces, en toda neurosis hay un conflicto originario (el choque del Ello con el Súper Yo), un período de latencia (como la incubación de una enfermedad, pero en este caso con muchos años de duración), una aparición del “retorno a la reprimido”, con la aparición de la conducta sustituta que el Ello encuentra para manifestarse, y una tendencia a la repetición que es eso mismo convertido en síntoma permanente y en el “beneficio secundario de la enfermedad”.

Ello es básicamente correcto.

La diferencia con el trauma es la intensidad del conflicto originario.

Freud aclara que estos fenómenos son compulsivos. Pero ello no es interpretado por nosotros como negación del libre albedrío (esto es intentio lectoris) sino como un condicionamiento en el ejercicio de la voluntad que, en cuanto potencia en acto primero, siempre está. De la intensidad del conflicto dependerá el grado de condicionamiento del libre albedrío.

4.3.La analogía con la horda primitiva.

Tanto en El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura y en Totem y Tabú Freud hace la misma analogía. Ya la vimos en los tres casos. En ese texto ajusta mejor la analogía con la neurosis traumática.

Como vimos, en la deformación de lo religioso, esto es en las ilusiones religiosas, Dios es en realidad el macho originario asesinado. La figura totémica coincide con la adoración a un dios único. El pecado original es la culpa por haber matado al padre, y la ley, los ritos y demás aspectos de la vida religiosa con conductas compensatorias de dicha culpa. Freud destaca especialmente, en este texto, el período de latencia. De igual modo que un niño se porta bien ante el padre (como compensación de su deseo inconsciente de matarlo) hay un período donde el cumplimiento estricto de la ley funciona como período de latencia ante lo que será “el retorno de lo reprimido”.

4.4.La consiguiente continuidad entre Judaísmo y Cristianismo.

Es el momento de recordar el cuadro que esbozamos antes:

 

Trauma

Latencia

Retorno de lo reprimido

Asesinato del padre

Pueblo elegido

Redención de la culpa

Neurosis religiosa correspondiente:

Actitud farisaica

Obsesiones compulsivas culpógena.

 

 

Como vemos la latencia corresponde al Judaísmo. El fariseo es en realidad el niño que se porta bien. Por eso su aferramiento a la ley: es lo que tiene para compensar la culpa. En ese período la culpa está “mitigada”, asumida, casi como silenciada, es más, casi desaparecida, porque el pueblo elegido se porta bien, los malos son los demás. Pero en el Cristianismo -creado, según Freud, por Pablo de Tarso- la culpa aparece nuevamente, como los conflictos neuróticos en la pubertad y en la vida adulta. Nuevamente aparece con toda su intensidad, pero esta vez no se la niega. El Cristianismo asume ya de modo consciente que hemos matado a Dios, y para compensar esa culpa ya no está el cumplimiento de la ley, sino la figura mesiánica del hijo, casi como un representante de los hijos que mataron al padre, que asume esa culpa sobre sí, asume el castigo y el sacrificio, y así libera a los demás hijos, ahora los cristianos, de la culpa.

4.5.Qué hay en todo esto de diagnóstico correcto.

La neurosis, si no se la somete a un pensamiento crítico, se racionaliza en un pensamiento infantil, que da origen al pensamiento mágico. Eso es la deformación de lo religioso. Y ya hemos visto que ello, como diagnóstico, es correcto.

Por ende, en el pensamiento infantil del adulto capturado por sus procesos inconscientes, el Cristianismo se acomoda más a una neurosis casi traumática cuyo conflicto con la culpa originaria es intenso. Así podemos distinguir entre cristianismo como neurosis, que corresponde a la deformación de lo religioso, y Cristianismo con mayúsculas, que corresponde a lo religioso en sí mismo.

En el cristianismo con minúsculas, el pecado original es ahora el deseo de asesinar al padre hecho consciente. Cristo es precisamente el hijo, el hermano que nos libera de esa culpa y nos sentimos por ello tranquilos. Lo reprimido (el asesinato originario) retoma pero a la vez se “tranquiliza”, y por eso ya no es necesario un cumplimiento estricto de la ley. La ley se convierte ahora en ese amor de ternura entre hermanos unidos en la masificación.

¿Es correcto este diagnóstico? Pensamos que sí. Este cristianismo (con minúsculas) se corresponde con la deformación de lo religioso que se corresponde a su vez con un “dios para mí”. Porque ahora el pensamiento infantil no sólo necesita un dios que lo proteja, sino un dios que le borre la culpa. El niño necesita ser tranquilizado nuevamente, ahora con una racionalización más compleja (y en ese sentido más primitiva) de todo un pensamiento mágico donde todo está al servicio de una psiquis que no ha podido crecer. Dios como el padre enojado, Cristo como el hijo que me salva del castigo del padre, una madre absoluta, diversos dioses que intervienen por mí, los demás hermanos, la ley más aplacada, el perdón permanente ante nuestras travesuras.

¿Es así en el Cristianismo, ahora como “yo para Dios”? Claro que no.

a)      ¿Tenemos un conflicto psicológico con nuestro padre? Claro que sí, es la ambivalencia afectiva. Pero el conflicto con el verdadero Dios es otro: es querer ser Dios. Ese es el pecado original. Y el pecado original no se vive con culpa, sino con aceptación. Recocemos que nuestra finitud incluye, paradójicamente, querer ser como Dios. Queremos ser como Dios, que es infinito, porque somos finitos. Pero la aceptación del pecado original no es una culpa que hay que compensar, sino una finitud debilitada que hay que aceptar. Y solamente la aceptación total de la voluntad de Dios nos libera de la “envidia” que lo finito tiene por lo in-finito. Esto no consiste en que la naturaleza del pecado original sea la finitud, sino que no podríamos haber querido ser como Dios si no fuera por nuestra finitud.

b)      Desde el cristianismo (con minúsculas) se ve a Cristo como el hermano que tranquiliza la ira del padre. Como el niño que hace travesuras y su hermano mayor y su madre lo protegen de la ira del padre. Pero desde el Cristianismo, Cristo está en el misterio Trinitario, misterio que ninguna mente infantil (excepto el “ser como niños” del Evangelio) podría haber concebido. Cristo es Dios. Por lo tanto Cristo no es en sí mismo la vuelta de lo reprimido, sino el mismo Dios que decide -gratuitamente- salvarnos no de su ira, sino de nosotros mismos, de nuestra envidia intelectual hacia Dios (que es un tipo de pulsión no sensible que creo que Freud no imaginó).

c)      Dios da una primera versión de la ley más rigurosa porque es condescendiente con nuestra naturaleza humana caída, que coincide precisamente con el pensamiento infantil. La actitud del fariseo es aferrarse a la ley y a los ritos como neurosis obsesiva-compulsiva. La primera venida de Cristo borra ese aferramiento y nos conduce por el amor auténtico, donde amamos a Dios por El mismo, no por los premios, castigos o compensaciones. De ese amor nace al amor al prójimo como resumen de los 10 mandamientos, amor que, como dijimos, es imposible a la naturaleza humana caída. Algo parecido dice Ratzinger: Cristo no es un liberal de la ley al lado del conservador de la ley[4]. El no atenúa la ley, El ES la “Torá”. Mandamientos que para la naturaleza humana caída son imposibles pero para la redimida tienen la suavidad y libertad del amor intenso a Dios que viene de Dios mismo, nos da libertad interior y sabiduría para llegar al hermano de infinitos modos posibles sin quitar un milímetro de la ley de Dios porque es como quitar el amor de Dios.

d)      La ostia no es nuestro deseo atávico de comer al padre. Lo es si proyectamos neurosis infantiles no tratadas. Al contrario, es la máxima humanización del sacrificio, como ya habíamos dicho en el capítulo anterior. Sacrificio del Hijo que, como ya dijimos, no es el hijo representante de la horda, sino Dios mismo, y no vengativo, sino amante y donante precisamente hasta el infinito.

e)      Dios y dios. Religiosidad auténtica y pensamiento infantil. Lo religioso en sí mismo y la deformación de lo religioso. El que ama a Dios vive como si dios no existiera, porque ese dios verdaderamente no existe. El que ama a Dios es como un ateo para el pensamiento mágico. El que ama a Dios no espera ningún premio, no espera recibir ningún favor, y si reza dice “no se haga mi voluntad sino la tuya”: esa entrega a la voluntad y Providencia de Dios, fruto de Dios mismo (la gracia de Dios) es lo contrario a todo pensamiento mágico.

f)       Finalmente, la Virgen María no es la madre absoluta, sino la Madre de Dios, a la cual se venera por haber sido redimida del pecado original desde siempre, por los méritos de la Cruz.

 

 

4.6. El problema de la horda primitiva.


Finalmente: la famosa horda primitiva, ¿fue histórica? ¿Su recuerdo inconsciente es genético?

Nuestra gran diferencia con Freud en esto, pero a la vez nuestra manera de salvar su simbología, es que ambas preguntas son irrelevantes. La cuestión es que nuestro Ello ES horda primitiva. La horda primitiva, con su masificación, su autoritarismo, su pensamiento gregario, su cruel agresión, es lo primero que aparece apenas quitamos algo de la cáscara de la débil civilización que nos cubre. O, mejor dicho, es lo que siempre fuimos y somos aunque a veces disimulados por una larga y difícil evolución del yo, siendo Dios, como dijimos, condescendiente con ese proceso. La horda primitiva no es una tesis histórica. No es lo que fuimos. Es lo que somos. Y desde un punto de vista terapéutico, el psicoanálisis de Freud es una heroica teoría para hacer frente a ese lado oscuro de la fuerza que tenemos tan adentro de nuestra intimidad. Como la medicina humana nos saca de una enfermedad no psicológica (pero: ¿se puede hacer esa distinción?) así el psicoanálisis es medicina humana para el alma. Pero no es suficiente: es el Cristianismo es lo que nos saca de la horda, pero no como proceso social repentino, sino como conversión interna larga, delicada, y no social, a pesar de las implicaciones civilizatorias del Cristianismo. Por eso el Cristianismo “no cambió al mundo”. “El mundo”, como lo mundano, siguió siendo lo que siempre fue y es. Lo que cambió es el corazón humano, y no por una “evolución de la conciencia”, sino por la Gracia de Dios.

El reino de Dios no es de este mundo. Este mundo es la horda primitiva y su historia es la historia de Caín. El Cristianismo sólo ha implicado e implica que el reino de Caín no sea absoluto.

 



[1] Gadamer, H.G.: Verdad y método, Sígueme, Salamanca, 1991, II-II.

[2] Esta “popularización” del Judaísmo tiene un cruce interesante con una tesis de sociología de la religión que explicaremos en un próximo ensayo. Observemos que tres grandes religiones como el Judaísmo, el Brahmanismo y el Shintoísmo tienen su “izquierda”, su “hacerse más popular”, con una flexibilización de ritos, un llamado a todos los seres humanos a participar de una paz universal y de un amor universal (a grandes rasgos). Esa “izquierda” para el Judaísmo es el Cristianismo, para el brahmanismo el budismo (especialmente el “pequeño camino”) y para el Shinto, la secta Omoto. Ver al respecto Zanotti, G.: http://gzanotti.blogspot.com/2019/04/aikido-filosofia-y-religion.html

[3] En realidad no concluye totalmente porque luego hace una valiosísima síntesis y recapitulación, que sin embargo no se puede leer sin antes haber comprendido todo lo anterior.

[4] Ratzinger, J.: Jesús de Nazaret. Planeta, 2007, primera parte, cap. 4 punto 2. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gabriel! Tu hermenéutica es un obra maestra. Ya con un pensador que mira el ocaso, la incorporación teorica de Freud y Ratzinger dentro de tu suave y sutil tomismo (que no es mas que entender la Sagrada Doctrina a través y en los limites de la razon) es de uña valor inestimable; quiero decir, de ya la mezcla parece signada al fracaso. Y, sin embargo, si de algo ayudan tus palabras (mas hallas de las ideas y venidas de la teología, la antropólogia, psicología, etc. que tu texto trae) es a profundizar el largo camino que es la Fe. Un ultimo punto: quiza Freud tenia razon especialmente en sus exageraciones: quiero decir, el temor al Padre, asi lo dicen los salmos, son el inicio de la sabiduría. Cuan temeroso sos Gabriel! Un abrazo