domingo, 21 de abril de 2024

MARISA SERRANO VERNENGO, POETA Y MAESTRA


 

Mi padre siempre contaba que debía su vocación pedagógica a dos maestras: su madre, primero, Cándida Lacanna de Zanotti, y su maestra de quinto grado, Marisa Serrano Vernengo.

Marisa era una Montessori de la época. Estamos hablando de la década del 30. Pero además era poeta.

En la casa de mis padres estuvo guardado, desde 1973, un ejemplar de su libro Poemas de los cuatro vientos, ejemplar que data de 1942 y que rescaté de mi biblioteca en una noche de mi habitual imsomnio, luego de permanecer 82 años sin abrir.

No, no era que yo llevaba 82 años sin dormir; era el libro que llevaba 92 años sin abrirse.

Siempre me asombró la paciencia infinita de los libros. Contrariamente a las mentes autoritarias, ellos llegan a nuestra vida sin forzar nuestra existencia, esperan ese momento mágico donde las hojas ajadas y amarillentas cobran vida y comienzan a hablar como si el tiempo no hubiera pasado.

Hace mucho que no leo poesía, excepto algunas de Borges, algunos haikus japoneses, algunas de Unamuno y…….. Este libro.

Comencé con escepticismo.

Pero me dejé asombrar.

Sobre la vida:

Abanicana el pájaro

Su sombra deslizante sobre el agua,

Y sin pesarle tanto cielo

Sobre su tan perdida pequeñez,

volaba”.

Del destino:

“Vida de cada cual

Y muerte única,

Es la tuya, mi hermano,

Y es la mía:

Instransferible, sola, sin remedio”

Y sobre los puentes:

Sobre un puente, de pronto

tendido entre dos seres,

Van y vienen palabras cargadas de secretos.

Se hunden los pilares

Y ellas caen allá abajo,

Y lo desconocido, para siempre.

Se yerguen los pilares,

Se establece el contacto,

Y ellas pasan airosas

De sonrisa a sonrisa,

Y se abren como flores

Al llegar a los pechos”.

Y sobre el amor, como un haiku japonés, uno tras otro:

“Un fresco puñal

Hundiendo dulzura

En la carne ardiente.

 

Una vena abierta

Y una boca ávida

Y sangre que llega y que pasa.

 

Una luz ardiente

De noche y de día

Inútil como la luna en el desierto”.

 

Y luego de 15 analogías más, el colofón:

Y así puede irse

tejiendo y destejiendo,

viviendo y muriendo,

gozando y doliendo,

cantando y clamando,

vibrando o adormeciendo,

lo inabarcable que el amor trae y se lleva;

lo indescifrable que entregado, escapa;

lo imponderable que es nuestro y nos desborda”.

Siempre me he preguntado cómo es ese misterioso azar del poeta consagrado y del poeta desconocido. Qué extrañas casualidades hacen que esta maravilla pemenezca guardada y que otras plumas sean mundialmente conocidas. Qué extraños vericuetos de la vida hacen que un libro se esconda y otro permanezca. No sé. Sólo sé que me siguen conmoviendo estas palabras olvidadas en la química injusta de las ojas amarillentas de viejos libros, en viajas bibliotecas, en eterno silencio sólo interrumpido por furtivas miradas tan inútiles como la luna en el desierto.

De Marisa escribió mi padre una enternecedora entrevista que el joven maestro hiciera a su poética maestra:

Marisa Serrano Vernengo


La maestra inigualable


Publicado en “Mundo infantil” el 20 de febrero de 1956

 He aquí que estoy al fin frente a Marisa. Ella es pequeña, de rostro redondo y de voz muy suave. Cuando Marisa nos habla, su voz nos gana el corazón y las ideas que dice se nos presentan más claras. Ya hemos empezado a conversar. Como siempre, yo quiero saber de su infancia, de sus años primeros. Entonces, me entero que ella ha nacido en una hermosa ciudad de la costa española: en Málaga. Pero muy niña aún –ni seis años siquiera– llegó a nuestras tierras, y por siempre se asentó en ellas. Por eso podemos decirte, lector, que Marisa Serrano Vernengo es en verdad argentina. Pasó sus días infantiles en un barrio porteño. Caballito al Sur, pleno de calles de tierra y grandes zanjones. Muy bajita y muy delgada, todos los vigilantes de la zona, creyéndola más chiquita de lo que era, acostumbraban levantarla en brazos para cruzar las calles embarradas y sortear los charcos enlodados.

Mientras Marisa habla, yo entrecierro mis ojos, y distrayéndome un tanto, recuerdo. Estoy en quinto grado, en una escuela de la calle Lambaré. Una maestra me habla con voz serena, y me dice palabras muy bellas. Me enseña a ser sincero, a ser honesto, a amar la vida, a tener ideales, a despertar a un mundo nuevo. Es una maestra que guía admirablemente a sus alumnos, los comprende, los libera de sus temores o de sus angustias. Es Marisa. Ha llegado a la escuela por un camino de amor. Ningún alumno de Marisa la ha olvidado. Todos recuerdan el paso por su aula como un deslumbramiento.

Reabro mis ojos y aquí está, otra vez frente a mí. Ahora no soy su alumno: estoy convertido en cronista. Y casi siento la tentación de levantar la mano, como hacía en quinto grado, para pedirle permiso para hablar. Pero no levanto la mano. Simplemente pregunto. Y Marisa, espontánea y cordial, me responde.

Así podemos decirte, lector, que terminó sus años escolares viviendo cerca de Plaza Lavalle, sobre cuyos bancos jugaba al circo; y que luego inició sus estudios de maestra en la escuela Normal Nº 8. Allí recibió la luz pedagógica de un gran maestro que formó su vida en el campo educacional: don Carlos N. Vergara, uno de los más altos espíritus de la escuela argentina. Marisa sintió nacer un ansia incontenible por renovar toda la vida de la escuela: por brindar a los niños una educación mejor: por hacer que la enseñanza rindiera mejores frutos. Y desde entonces, su vida es una línea recta tendida en un solo esfuerzo: la educación.

No ha cejado nunca en su lucha. En el campo práctico de la labor escolar ha actuado como maestra de grado en escuelas primarias durante más de veinte años. Allí ha puesto lo mejor de sí, y ha entregado sus fuerzas sin medida realizando sus grandes experiencias. Ahora yo no necesito preguntarle si tuvo éxito en ellas. Me basta recordar lo que he vivido siendo su alumno. Y bastaría, en todo caso, preguntarle eso mismo a cualquiera de los que también tuvieron la dicha inmensa de ser sus alumnos.

Marisa brinda a los niños que están en su grado toda la libertad necesaria. Con ella, los niños dicen lo que sienten, sin limitaciones de ninguna clase. Y así obtienen pensamientos bellísimos, ideas fecundas, poemas deliciosos. Con ella, los niños pintan y crean un mundo de maravillosa plasticidad y expresan sus sentires más íntimos, aún aquellos para los que la palabra no alcanza. Y también aprenden con gusto, sin violencias. Y además crece su espíritu, y la personalidad se forja en ellos fuerte como los troncos robustos.

Fuera del aula, la labor de Marisa ha sido amplia y fecunda. Ha participado en numerosos congresos, nacionales y extranjeros, en los que puso en claro sus ideas pedagógicas. Ha publicado varios libros en los cuales desarrolló sus teorías; y otros donde nos brinda poemas de delicada inspiración y exquisita forma. Entre ellos podemos citarte: "Conciencia de la educación". "Niños", "Poemas de los cuatro vientos", etcétera. Sus conferencias en distintos círculos culturales han sido abundantísimas. Ha dictado cursos en el Ateneo Iberoamericano y en otras instituciones culturales. Sus estudios de filosofía y psicología, realizados todos en forma libre, y algunos bajo la dirección de los mejores profesores, la configuran como una real autoridad en su especialidad.

Ha viajado por el interior del país y por el extranjero. Durante esos viajes ha aprendido y ha enseñado.
Actualmente está orientada hacia las investigaciones psicológicas en particular; y además de algunas actividades en el campo de la psicotecnia del trabajo, dirige con marcado éxito un Atelier de Recreo Educativo para niños y un Ateneo Juvenil. Este último es, en verdad, la nueva vida que Marisa ha otorgado a una vieja creación suya: la Asociación de Ex Alumnos Carlos N. Vergara, que creó personalmente y sostuvo largos años. Con los jóvenes que la integraban, y con los alumnos de quinto grado de la escuela Manuel Solá creó una revista escolar, denominada "Nuestra Voz", que fue un modelo de sinceridad y de real labor infantil.

El tiempo ha pasado, inexorable. Nuestra entrevista toca a su fin. Marisa sigue frente a mí, con su rostro redondo, su mirada dulce, su voz armoniosa. Y yo pienso que todavía ella nos ha de brindar mucho más, y que los niños todos tendrán todavía más cosas que agradecerle. Vuelvo a entrecerrar mis ojos, y la veo ahora partiendo desde un punto lejano en el tiempo, avanzando hacia todos los niños por medio de un camino de amor, hacia un destino de dicha para todos ellos. E imagino a los niños que se toman de la mano y forman una inmensa ronda en su torno, y que de la ronda brota un canto de gracias a Marisa, por haber sido la maestra inigualable, la maestra maravillosa”. 

3 comentarios:

Paola Delbosco dijo...

Gracias, Gabriel. Evidntemente la causa ejemplar no pierde vigencia, sobre todo cuando se trata de crecer. Como tampoco pierde vigencia la gratitud del que es consciente de lo que recibió: única actitud que abre el cauce de la verdadera generosidad.
Una palabra más para agradecerte a vos -y a ella- la poesía, sin la cuaal la vida sería incomprensible e invivible.

cesar augusto alvarez dijo...

Mira de lo que me vengo a enterar yo concurrí a uno de esos atelier, era muy chico, y tengo el vago recuerdo que estaba sobre la Av. Caseros un Dpto. del estilo de los de Tacuarí. Creo que fue debut y despedida, había varios NIÑES, cosa que no era de mi agrado, y teníamos que pintar con acuarelas, supongo, tengo fijado en la memoria que solamente enchastré la hoja de marron y amarillo, se acercó Marisa y con una sonrisa me preguntó que significaba semejante obra de arte yo con toda mi cara de odio le respondí: PIS Y CACA, no recuerdo haber regresado.

Gabriel Zanotti dijo...

Ja ja muy bueno mi querido primo.........................