LA INFALIBILIDAD
Todo el tema de la infalibilidad papal está hoy en día enredado. Entre quienes la niegan, la malentienden o la ignoran hay un gran berenjenal. No pocos católicos la interpretan abusivamente, creyendo hacer favor a la Iglesia. ¡Flaco favor! El autor escribió este texto bajo el reinado de Pio XI y ya la cosa estaba poco clara para muchos. Cuanto más ahora…
(Fernando Romero Moreno).
Por Leonardo Castellani
La
infalibilidad del Papa que Dios ha hecho, es una cosa milagrosa; pero no es tan
milagrosa como la infalibilidad del Papa que algunos protestantes han hecho. Ni
Dios mismo, con ser todopoderoso, puede hacer la infalibilidad que hizo Mr.
Charles Kingsley, por ejemplo, y que regaló gratuitamente al Sumo Pontífice.
Por eso,
para decir lo que es, ayuda a decir juntamente lo que no es la Infalibilidad
Pontificia.
1. Infalibilidad
no es el poder del mal bien y del bien mal
La
doctrina de la Iglesia reconoce la existencia de la ley natural, existencia del
bien y del mal, es decir, de un orden que nace de la misma naturaleza de las
cosas. Orden que Dios mismo no puede deshacer, porque Dios no puede hacer cosas
contradictorias.[1] Dios mismo no puede hacer que una blasfemia
deje de ser pecado, porque Dios no puede hacer que la criatura no sea criatura
y el Creador no sea Creador. Dios puede dispensar de una ley divina positiva
como la de comulgar alguna vez en la vida; La Iglesia puede dispensar de una
ley eclesiástica positiva, como la de comulgar una vez al año: porque todo
legislador puede dispensar de su ley, cuya obligatoriedad dimana de su propia
voluntad.
Así,
pues, La Iglesia podía quizá dispensar el impedimento del matrimonio de Enrique
VIII con Catalina de Aragón, cuyo impedimento de afinidad en primer grado,
auque de hecho no lo dispensó; pero que de eso se deduzca que el Papa “has
the power of creating right and wrong” tiene el poder de crear
el bien y el mal en tan desmesurada proporción que pueda por medio de
las indulgencias (!) asegurar el perdón a cualquiera “etsi matrem Dei
violavisset” parece que es una consecuencia tan monstruosa, que es
imposible que haya sido escrita, parece que debe ser por algún dejado de la
mano de Dios. Y si fuera escrita por el Rev. Charles Kingsley en una crítica de
la historia de Froide en el Mac Millan Magazine, en
enero de 1864, parece que yo no debería repetir sus palabras siquiera por
no ofender los píos oídos y por respeto al género humano.
Y sin
embargo, las tengo que repetir, para que se vea hasta dónde puede llevar el
prejuicio de un hombre de estudios, Doctor Divinity (doctor en teología), que
dice creer en Jesucristo y tiene a todos los papistas por fanáticos: para que
sirva de ejemplo de lo que decía arriba acerca de la razón humana.
2. Infalibilidad
no es impecabilidad.
Dicen
que en algunas lenguas estas dos ideas se expresan con una palabra común (unfehlbar en
alemán, nepogriéchimosti, en ruso), la cual hizo gritar a los
viejo-católicos alemanes y a los cismáticos rusos cuando la definición
Vaticana, que los ultramontanos habían fabricado un Papa igual que Dios. Por lo
cual, en el II Congreso de Velehrad, en 1905, el obispo ortodoxo A. Maltzew
propuso cambiar por la palabra bezochibotchnodti (sin error),
para quitar piedra de tropiezo a nuestros hermanos orientales. Pero no es así
en la lengua latina (falli = equivocarse) ni en la nuestra. Nosotros
sabemos hace mucho tiempo que no todo es trigo limpio en la
Iglesia Católica, y que no solo pueden pecar, sino que de hecho algunos papas
pecaron. ¡Miren a que hora se despierta el buen diputado socialista! Lo sabía
yo al hacer la primera comunión, que en el campo del Padre de familia el hombre
enemigo sembró en medio del trigo limpio, cizaña.
El Papa
es pecador como hombre privado, y por eso tiene confesor y se arrodilla ante él
cada semana; pero es infalible cuando habla ex cátedra. Esa
expresión técnica de los teólogos (hablar desde lo alto de la cátedra de Pedro)
expresa las condiciones y límites de la promesa divina, que son tres:
1) cuando
habla como Doctor público y cabeza de la Universal Iglesia, no como hombre, no
como teólogo, no como obispo de Roma, precisamente;
2) cuando
habla acerca de las cosas de la fe y de la moral, es decir, acerca del depósito
de la revelación pública hecha por Cristo y clausurada por los Apóstoles;
3) cuando define,
es decir, pronuncia juicio solemne, auténtico y definitivo acerca de si una
verdad está contenida en ese depósito inmutable, no cuando
aconseja, exhorta, insinúa o administra.
Ojo con esta palabra depósito de la
revelación (“Apostoli contulerunt in E, tanquam in repositorum dives, omnia
quae sunt Veritatis,” dice Ireneo), que no significa una caja de
verdades colgadas pinchadas y clasificadas, como la teca de un naturalista.
En el capítulo último de Orthodoxy,
Chesterton ha ilustrado las relaciones de la autoridad y el aventurero,
con la comparación su padre llevándolo de la mano a él pequeño al
descubrimiento del jardín de su casa. “Yo sabía que mi padre no era un montón
de verdades, sino una cosa que dice la verdad.” El montón de verdades
supraterrenas que al hijo de Dios plugo traernos están todas contenidas en la
Iglesia Católica de Pío XI, como lo estuvieron en la Iglesia Católica de San
Pedro; no precisamente en la cabeza de Pío XI, ni en el símbolo de Pedro, ni en
la Suma Teológica, ni en el Concilio de Trento; sino en la vida de
la Iglesia viva, a la cual pertenecen Pío XI y el símbolo y la Suma
Teológica y el Concilio. La inspiración personal de los protestantes
agarrados a la Biblia es el extremo contrario del estatismo autorital de los
rusos agarrados a los ocho primeros Concilios; y las dos exageraciones matan la
verdad revelada, la primera por desangramiento, la segunda por
estrangulamiento. Porque la asistencia continúa del Espíritu de Verdad prometida
a la Iglesia, ni es la continua profecía, ni es la profecía momentánea y
petrificada en un libro o en veinte cánones.
Entre los dos extremos de la momificación del dogma
y el continuo nacimiento del dogma, hay un medio verdadero que es la vida del
dogma. Y de ésta vida del dogma es la infalibilidad el órgano regulador y propulsor,
como el corazón que en el medio del pecho bate tranquilamente la medida
3. Infalibilidad
no es ciencia universal.
Algunos
católicos poco instruidos se imaginan quizá la Infalibilidad como un estado de
ciencia actual, y al Papa flotando en mares de certidumbre infusa, ideal y
sintética acerca de todas las cosas divinas. Si no hay católicos tan sencillos,
protestantes si que los hay; y de esta gruesa fantasía brota la objeción
anglicana que arbora cándidamente Chillinworth, por ejemplo[2]: “Vamos a ver; si el Papa es infalible, ¿por qué
no publica un comentario infalible de todos los versículos
de la Escritura?”. Como si dijera: “Si el Papa es infalible, que
resuelva el problema aeronáutico de volar sin motor.”
De esta
concepción nace también otra idea simplista, que ha cristalizado en el libro de
Augusto Sabatier, Réligions d’Authorité et la Réligion de l’Esprit. Representan
la historia de la religión de Cristo como una lucha continua entre la Autoridad
y la Razón, con mayúscula; y atribuyéndose a si mismos la libertad de la razón,
nos regalan gentilmente la esclavitud de la Autoridad. En la cual mazmorra
papal el entendimiento del pobre papista tiene que estar preparado para recibir
cada día nuevas listas de credenda, nuevos dogmas y verdades
que, so pena del infierno, debe creer ciegamente, aunque contradigan todo lo
que creyó ayer y creerá mañana. Claro que Sabatier no lo dice así, porque tenía
más talento que eso; pero así lo dicen al pueblo los bautistas yanquis en la
plaza Once de Buenos Aires y los anglicanos en el Hyde Park de Londres.
Pero no
hay libertad para el entendimiento fuera de la verdad. Es no saber ontología,
tener por un bien la libertad de pensar el error, que no es más que la
esclavitud del espíritu a la carne y al orgullo. “La gente libre debajo de
Dios”, llama San Agustín al pueblo cristiano. Es no saber psicología, ignorar
la elástica energía del entendimiento del hombre, centuplicada bajo la
comprensión benéfica de la Verdad Divina, como ya notara Aristóteles,[3] la elástica vitalidad de ese hijo del cielo,
que como Anteo, hijo de la tierra, a cada golpe más gozoso salta y con freno es cuando más gallardea, piafa y salva
barreras, mientras que sin freno se desboca y precipita. Es no saber historia,
ignorar por una parte el edificio estupendo de la Teología Católica, más
sublime que la metafísica aristotélica y la ética platónica, que no son más que
sus basamentos, arquitecturado bajo el rol de la infalibilidad, por mentes como
Atanasio, Agustín y Tomás de Aquino; ignorar, por otra parte, la descomposición
casi instantánea de la teología protestante en manos del libre examen, la
carrera al ateísmo pasando por el protestantismo liberal y el racionalismo, que
hacía retroceder espantada en 1833 al alma religiosa de Newman y la ponía sobre
el rastro de Dios. Descomposición de la cual escribió el mismo Loisy, a
propósito de la encuesta “Jesus or Christ?” del Hibbert
Journal: “Se siente uno tentadísimo de pensar que la teología
contemporánea-excepción hecha de la católica romana… -es una verdadera torre
babélica, donde la confusión de ideas es peor aún que la diversidad de
lenguas.”
Es que
dentro de la palestra de la Infalibilidad hay espacio amplísimo para el torneo
formidable y benéfico de la Razón y la Autoridad Divina, para que se agarren
Agustín y Jerónimo sobre los ritos judaicos, tomistas y suaristas sobre
los Auxilios, mientras que fuera del recinto trazado por Dios
mismo, la razón rebelde galopa al escepticismo que es su ruina, detenida un
momento solamente por otra Autoridad bien innoble y esclavizante, la autoridad
humana de un Estado civil, del Rey de Inglaterra, jefe de la Iglesia Anglicana;
del ex zar Romanoff, ex jefe de la Iglesia Rusa.
De modo
que el magisterio infalible de Pedro no es la plenitud de la ciencia adquirida
ni de la ciencia infusa; y no a sido instituido por la Providencia para crear
nuevas creencias y dogmas, sino para custodiar incorruptas las creencias
reveladas por Jesucristo-Dios, ni una más, ni una menos.” (“para que no andemos
vagando a todo viento de doctrina”), a través de todas las vicisitudes de los
tiempos, hasta el fin. He aquí como la entiende un gran escritor ateo, y hoy amigo
de la Iglesia, pero que ha leído historia: “El viejo de blancos hábitos que
asienta en la cima del sistema católico puede parecerse a los príncipes de
horca y cuchillo cuando corta y separa, expulsa y fulmina; pero la mayor parte
de las veces, su autoridad participa de la función pacífica del maestro de
coro, que marca el compás de un canto que sus coristas conciben como él y al
mismo tiempo que él.”[4]
4. Infalibilidad
no es poder despótico de gobernar la Iglesia y aun los Estados
El Sumo
Pontífice es el jefe supremo de la Iglesia y su potestad es inmediata,
ordinaria y episcopal. No podría, sin embargo, disolver el Episcopado, que es
institución divina; porque Cristo quiso que fuese monárquico-aristocrático el
gobierno de esta sociedad visible y cuerpo místico. Pero este poder de mandar,
que llaman de imperio, no es el poder de enseñar, que llaman de
magisterio, al cual esta prometida la Infalibilidad. Lo cual no impedirá
que el tigre Clemenceau vocifere en el Senado en 1864, cuando se iba a definir:
“Quieren hacer [los ultramontanos] al Papa como en los tiempos en que los reyes
eran sus tenientes”; porque ¿Qué obligación tienen Ellos (“What
They don´t know?”, que dice Chésterton) de saber estas cosas?
Sobre el poder temporal de los príncipes, los Papas no tienen ninguna
jurisdicción directa, como han enseñado casi unánimemente los Teólogos, Santos Padres,
Apóstoles y el mismo Cristo. Es conocido el ejemplo del jefe del Centro Alemán
Mallinckrodt negándose a seguir una insinuación meramente política de León XIII
(votar leyes militares de Bismarck), por parecerle dañosa a la patria, conducta
que fue aprobada por el mismo Pontífice.
-¿Qué
es, pues, la Infalibilidad?
La
Infalibilidad Pontificia no es más que la promesa del Hijo de Dios de la
fe de Pedro y sus sucesores no fallará; antes bien, servirá de sostén a sus
hermanos, y de este modo la Iglesia de Pedro será hasta el Fin del Mundo
columna y fundamento de la verdad revelada. Para negar que Dios pueda hacer
eso, hay que negar que hay Dios.
¿Cómo lo
hará Dios, por revelación, por inspiración, por simple vigilancia, por su
eterna presciencia sola y habitual providencia?…
El hecho
es que si lo ha prometido, lo hará.
[1] “Deus contra primum ordinem non agit, quia contra seipsum nemo
agit” Dice San Agustín
[2] Murria, De eclessia, t. II, p. 361
[3] X Etic., c. VII; De Part.
anim. II
[4] Charles Maurras, Politique,Dilemme I, pág. 382.
2 comentarios:
Gracias, Gabriel. Me pone contento que traigas a colación a un genio como Castellani. Saludos y buen domingo
Tratar de explicar lo inexplicable. No me convence. Los argumentos en contra más simples, son en definitiva la realidad.
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