El liberalismo católico puede entenderse como una
posibilidad histórica o una posibilidad teórica.
Como posibilidad teórica, este liberalismo se refiere a
un liberalismo institucional (repúblicas
democráticas con división de poderes y control de constitucionalidad) y fue
desarrollado por autores como Lord Acton, Lacordaire, Montalembert, Ozanam,
Rosmini, Luigi Sturzo y Jacques Maritain. En estos momentos es continuado por
autores como M. Novak o Sam Gregg en el plano político. Ha tenido cierto apoyo
del Magisterio en los documentos de Pío XII sobre la sana democracia, Juan
XXIII en la Pacem in terris, la
Declaración de libertad religiosa del Vaticano II y sobre todo en los discursos
de Benedicto XVI al Parlamento Inglés y al Parlamento Británico.
Pero desde un punto de vista histórico, se podría decir
que esta modernidad católica, como mundo posible, fue absorbida, como dice
Leocata, por el Iluminismo, sobre todo en Europa, si exceptuamos las
instituciones inglesas y norteamericanas. Hayek las ha distinguido claramente
de la Revolución Francesa y Benedicto XVI ha hecho esa misma distinción, aunque
se discutirá ad infinitum la
influencia del Anglicanismo y el Protestantismo en ambos casos.
Sin embargo, hubo dos ocasiones donde un liberalismo
propiamente católico estuvo a punto de materializarse. Hoy casi no se recuerda
que Pío IX estuvo a punto de nombrar a Antonio Rosmini su Secretario de Estado,
antes de entrar en su período “anti-moderno” y escribir sus famosas Quanta cura y el Syllabus. Rosmini llegó a redactar un proyecto de una Constitución para los nuevos estados italianos muy
parecida a la de los EEUU, con obvias adaptaciones para el caso italiano y
un tratamiento de los estados pontificios que hubiera evitado toda la “cuestión
romana” posterior. El ala no liberal del Vaticano reaccionó con toda su fuerza
y lograron convencerlo a Pío IX que dejara de lado el proyecto, además de
comenzar una serie de ataques doctrinales contra la teología rosminiana, que
lamentablemente prosperaron bajo el pontificado de León XIII con la acusación
de “ontologismo”. La condena fue levantada por Benedicto XVI en 2006, pero
obviamente fue humanamente irremediable el daño producido. Un mundo paralelo
totalmente distinto hubiera surgido. Políticamente hubiéramos tenido a un
Vaticano integrado al mundo moderno con todo lo que ello implica. El Vaticano
II en ese sentido se hubiera adelantado casi un siglo. Por lo demás Rosmini
hizo una filosofía integrada a lo mejor de las inquietudes filosóficas de la
modernidad, que hubiera sido un contrapeso interesante a esa deformación de
Santo Tomás donde se lo hizo quedar como un mero aristotélico como “arma de
combate” contra un “mundo moderno” condenado filosóficamente sin distinciones,
igual que la proposición 80 del Syllabus en el ámbito político.
La segunda ocasión fue la de Luigi Sturzo. Con el pleno
apoyo de Benedicto XV, a partir de 1914, el sacerdote Luigi Sturzo funda el
Partido Popular, antecedente de la Democracia Cristiana, y comienza a ganarle
las elecciones, sistemáticamente, a los movimientos políticos pro-fascistas y
pro-mussolinianos. Benedicto XV levanta la interdicción establecida por Pío IX
a los católicos italianos para participar en política. Hace enormes esfuerzos
por la paz mundial y apoya la idea de Sturzo, que tomaba la legitimidad de la
democracia como forma de gobierno ya defendida in abstracto por León XIII. Pero
Benedicto XV muere en 1922 y Pío XI comienza negociaciones con Mussolini a fin
de lograr el Pacto de Letrán de 1931. Como parte de esas negociaciones. Mussolini pide la cabeza de Sturzo y Pío XI se
la entrega en bandeja de plata. Por medio de su secretario de estado “invita a
retirarse”, en 1924, de Italia, a Sturzo, quien se exilia primero en Inglaterra
y luego en los EEUU. Terminada la Segunda Guerra, Sturzo vuelve a Italia y es
elegido senador vitalicio y muere en 1959, dejando profundos escritos en defensa
de la democracia y la economía de mercado.
Este último episodio es especialmente lamentable.
Primero, hubiéramos tenido una Italia democrática y cristiana, sin Mussolini,
con todo lo que ello implica. Segundo, obsérvese que de este tema casi nadie habla,
y es así porque, a pesar de toda la comprensión histórica que podemos tener con
Pío XI, es, retrospectivamente, vergonzoso lo que sucedió. Cómo pudo un
pontífice romano hacer ese pacto con un dictador y echar a un demócrata genuino
como Luigi Sturzo, con una visión cortoplacista absoluta, se explica solamente por la falta de vacunas anti-autoritarias que la
mayor parte de los católicos, pontífice incluido, padecían, y eso fruto de las
“condenas al liberalismo” sin ningún tipo de distinciones, realizadas por Pío
IX y León XIII y festejadas por todos los católicos autoritarios de todos los
tiempos.
Pero independientemente de esto, los dos casos aludidos
muestran que el liberalismo católico, además de ser una posibilidad doctrinal,
estuvo a punto dos veces de ser historia, quedando, en lenguaje tomista, en
“estado de potencia próxima al acto”. ¿Habrá una tercera oportunidad? Creo que
ya la hubo, con el pontificado de Benedicto XVI y sus reflexiones sobre la
Constitución de los EEUU, las instituciones inglesas y la reconstrucción
democrática alemana, además de sus reflexiones sobre el Vaticano II, la razón y
la fe y la sana laicidad del Estado, que iban de la mano.
Pero la renuncia de Benedicto XVI no fue una casualidad.
La Iglesia, en tanto a las acciones y pensamientos concretos de los católicos
en general, no está madura aún para esto.
Habrá que seguir esperando.
1 comentario:
Muy interesante reflexión, aunque tampoco Lord Acton, Luigi Sturzo o Maritain fueran del todo ortodoxos. De todas maneras, entre ese liberalismo clásico de corte conservador y un tradicionalismo católico moderado,al estilo de Menéndez y Pelayo, Ramiro de Maeztu, Juan Vallet de Goytisolo o Leonardo Castellani puede haber un diálogo fecundo y cierta coincidencia en principios minimos comunes frente a la dictadura del relativismo,la cultura de la muerte, el laicismo iluminista, el neomarxismo, la ideología de género, el globalismo progresista,el deconstruccionismo y el castro-chavismo
Fernando Romero Moreno
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