Ha llamado la atención en facebook mi fuerte defensa,
en reiteradas ocasiones, de los que no pueden salir adelante, en medio de
advocaciones a los fuertes que han perdido cabeza, brazos, manos, piernas y
pies y aún así han corrido 200 metros en 1 segundo y han salido ganadores,
proclamando luego “si yo puedo, tú puedes”, diciéndonos con ello de todo a los
que aún no hemos perdido el dedo meñique.
En primer lugar los más asombrados han sido amigos
liberales para los cuales yo tendría que ser un defendor del éxito individual
frente a la adversidad. Allí hay una confusión. No sólo soy un defensor de la
economía de mercado sino también de un sentido de “empresa” más allá del
sistema económico, donde “la empresa de ser persona” consiste en descubrirse a
sí mismo para luego a partir de allí desplegar “las alas de yo”, como ya he
dicho en mi ensayo “Existencia humana y misterio de Dios”. Por lo demás, he
defendido la empresa en el sentido misiano de “empresario promotor” no sólo
desde un punto de vista económico sino dándole fundamentos cristianos, como lo
hago en mi libro “Antropología cristiana y economía de mercado”, especialmente
en el cap. IV.
Por lo tanto mi defensa de los débiles no tiene nada
que ver con una especie de socialismo introducido cual caballo de Troya en mi
pensamiento. El estado, la coacción, no tiene nada que ver con el tema. La
preocupación viene por este lado: dando por obvio que hay personas que, por un
lado, no tienen vocación empresarial en el sentido económico del término (como
es mi caso), el problema se concentra en una gran mayoría que, por diversos
motivos, no pueden emprender ni
siquiera su propia existencia. Y allí está el problema de algunos “fuertes”: su no poder entender ese “no pueden”. Lo
mío es un llamado a entender ese “no puedo” que surge en muchos como una profunda
angustia fruto de motivos psicológicos y espirituales. El motivo psicológico
principal es el inconsciente, el gran descubrimiento de Freud, y el motivo
espiritual principal es el pecado original. Ahora bien, por supuesto que mi
actitud ante ellos (y ante mí mismo) no consiste en negarles la posibilidad de
recuperación. Claro que yo animo siempre a todos a que “puedan” pero antes
escucho y trato de concentrarme en los motivos inconscientes y espirituales que
conducen a esa situación. O sea, de nada vale el viejo y espantoso truco de “tirar
de golpe a la parte onda de la pileta” al que dice que no puede nadar, SIN
antes intentar mostrarle la necesidad de una terapia, tanto psicológica como espiritual,
que ayude a la recepción de gracias actuales y habituales que vienen de Dios y
que conducen al descubrimiento del sentido de la existencia. Claro que Dios
puede hacer otro tipo de milagros más espectaculares, pero suponer que
necesariamente los va a hacer es una temeridad peligrosa. Mejor suponer que su
gracia va a descender mientras nosotros humildemente ayudamos a lo que
conocemos de la naturaleza humana.
Por lo tanto, mi mirada, ante mí mismo y ante los
demás, es esencialmente terapéutica, lo cual de ningún modo conduce a confirmar
a los demás en sus debilidades, sino al contrario, a descubrir la salida.
Los entrenamientos no son para mí. Son procesos de
selección del más fuerte, pero no de educación. Los comprendo, pero yo no soy
entrenador. Comprendo que para un ejército haya que seleccionar a los más
fuertes, y así con muchas cosas, pero mi vida no está para colocar reglas y
expulsar al débil que no pueda seguirlas. Mi vida está para curar al débil, o
sea, a mí mismo y a los demás, y las únicas reglas que verdaderamente me importan son los 10 mandamientos ante cuyo
NO cumplimiento Dios NO dio un curso de “tú puedes cumplirlos” sino que se
sacrificó a sí mismo en la Cruz, porque de él viene la resurrección, y no de
las propias fuerzas humanas como suponen todos los neopelagianos.
Por eso mi docencia es para todos. Y, precisamente,
cuando educo al débil es para que pueda,
no para confirmarlo en su “no poder”. Pero que
pueda proviene de la misericordia, del diálogo, de la comprensión, y no de
las órdenes de un capitán en un regimiento. Una vez un alumno, al advertir mi
supuesta “no exigencia” (según el perverso sistema la determina) me dijo con
toda sinceridad que le parecía que yo lo estaba subestimando. No supe en el
momento qué contestar. Pero creo que, al contrario, no sub-estimo: estimo que
sí, que puede, pero mediante una mirada de comprensión, y no mediante la mera
facticidad del poder autoritario determinado por la estructura de la “clase”. O
sea: suponer que el alumno “podrá” porque le tiramos todos los castigos
necesarios, así lo “hacemos fuerte” es sub-estimarlo al máximo, porque
suponemos que es como un animal que sólo responde a las campanas de Pavlov, que
no puede actuar por sí y desde sí. Yo, al esperar el tiempo de cada uno, confío
precisamente en que el otro llegará a su madurez sólo mediante el diálogo y que
de allí surgirá precisamente el fuerte ante la adversidad. Y cuando ello no sucede, cuando nada parece dar resultado, aceptemos el misterio de la existencia humana y tengamos esperanzas en la misericordia de Dios.
Por lo demás, no juguemos a Dios, quien es el que
verdaderamente sabe qué pruebas poner a los demás. Mejor ser uterino, mejor
comprender, acunar, abrazar, pues ya Dios se encarga de poner pruebas en la
existencia. Que tal vez por eso permite que nos crucemos con personalidades
psicopáticas ante las cuales tengamos que entrenar la fortaleza. Pero los que
tenemos un dedo de empatía, please, vayamos a jugar a Dios a otra parte.
Por lo demás, ¿qué es “poder aprender”? ¿Creen algunos
que alguien “aprende” porque haya tenido que leer 1000 libros en 3 meses y
repetir lastimosamente con una memoria
exitosa miles de contenidos de un programa de 40 páginas? No: el profesor
sólo abre las puertas del ropero, muestra el camino, de las tierras de Narnia
que cada uno tendrá que recorrer.
Lo que la sociedad actual llama “fuerte” o “éxito” no
es más que el hiper-adaptado a un sistema que “se” le impuso. Atrás de los
supuestamente fracasados hay las más de las veces seres auténticamente pensantes
que no compraron cualquier cosa, o humanos dolientes que hubieran merecido
mejor atención. Ellos no recibirán ad-miración pero sí requieren que nosotros
los miremos con una mirada de comprensión. Y si ad-miramos a alguien, cuidado:
detrás de todo triunfo auténticamente humano está esa mano de Dios que
habitualmente no queremos ver. Y si el éxito consiste en descubrirse a sí
mismo y ser uno mismo, ah, muy bien, pero la existencia in-auténtica no llama a
eso “éxito”. El ser humano no necesita “exit” (salir). Necesita ir ad intra,
con-traerse, conocerse a sí mismo, estar en su casa interior.
Así que insisto: dejemos de admirar al fuerte. Dejemos
de colgar en facebook cartelitos voluntaristas. La voluntad se fortalece en la
Gracia, y la Gracia viene de Dios.
2 comentarios:
Excelente, Gabriel!!!
Me encanta leerle profesor.
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