Les presento una parte de mi comentario a la Contra Gentiles de Santo Tomás donde, al hablar del tema de la gracia, hago una propuesta para los hermanos protestantes. Yo sé que los tiempos del catolicismo no están maduros para esto (los luteranos, no sé), y menos los tiempos actuales, pero apenas maduremos un poco humanamente podremos volver a 1515 e invitar a Lutero a cenar.
El diálogo con nuestros hermanos
protestantes
Todos sabemos que en el siglo XVI
católicos y luteranos tuvieron como punto teológico de discordia si el ser
humano se salvaba por la fe o también por las obras, como si la primera
dependiera de la gracia de Dios, pero “no tanto” las segundas. Esa diferencia
no tiene razón de ser. Las “obras” del que recibe la Fe ya son las obras de quien
recibe la fe, la esperanza y la caridad, y por tanto todas las obras del
creyente son meritorias, porque, si están en el orden de la caridad, son fruto
de la gracia y por eso son “meritorias”. Puede haber actos moralmente buenos
sin la gracia, pero no son meritorios. Que esos actos buenos sean tenidos en
cuenta por Dios dependerá de la búsqueda sincera de la verdad por parte de
quien carece de la gracia de Dios, búsqueda que ya está dentro de una gracia
actual.
Por tanto, a estas alturas, el tema
de la gracia iguala a protestantes y católicos no en algo periférico, sino en
algo fundamental, sobre todo al lado de ese pelagianismo práctico en el que
viven muchos cristianos, ya sea por falta de fe, o por la falta de formación
que los hace caer en los diversos neo-gnosticismos de la new age. Cuando decimos “protestantes” nos referimos a los originados
en esta tradición luterana. Esto se ve claramente en la “Declaración conjunta
sobre la doctrina de la justificación”, que el Vaticano firmó con teólogos
luteranos en 1999[1]. En relación con lo visto
y con lo que estamos diciendo, reproduciremos algunos párrafos:
“… 15. En la fe, juntos tenemos la
convicción de que la justificación es obra del Dios trino. El Padre envió a su
Hijo al mundo para salvar a los pecadores. Fundamento y postulado de la
justificación es la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. Por lo tanto,
la justificación significa que Cristo es justicia nuestra, en la cual
compartimos mediante el Espíritu Santo, conformes con la voluntad del Padre. Juntos confesamos: «Solo por gracia mediante
la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito nuestro, somos
aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros
corazones, capacitándonos y llamándonos a buenas obras».[11]
16. Todos los seres humanos somos llamados por Dios a la salvación en Cristo. Solo a través de Él somos justificados
cuando recibimos esta salvación en fe. La fe es en sí don de Dios mediante
el Espíritu Santo que opera en palabra y sacramento en la comunidad de
creyentes y que, a la vez, les conduce a la renovación de su vida, que Dios
habrá de consumar en la vida eterna. 17. También compartimos la convicción de
que el mensaje de la justificación nos orienta sobre todo hacia el corazón del
testimonio del Nuevo Testamento sobre la acción redentora de Dios en Cristo: Nos dice que en cuanto pecadores nuestra
nueva vida obedece únicamente al perdón y la misericordia renovadora que Dios
imparte como un don y nosotros recibimos en la fe, y nunca por mérito propio
cualquiera que este sea”.
Como vemos, estos pasajes (ver sobre
todo las partes subrayadas) muestran claramente el acuerdo fundamental sobre el
carácter gratuito de la salvación del hombre, fruto de la gracia de Dios. Sobre
el famoso tema de la fe y las obras, se aclara:
“… 37. Juntos confesamos que las buenas obras —una vida cristiana de fe, esperanza y
amor—
surgen después de la justificación y son fruto de ella. Cuando el justificado vive en Cristo y actúa en la gracia
que le fue concedida, en términos bíblicos, produce buen fruto. Dado que el
cristiano lucha contra el pecado toda su vida, esta consecuencia de la
justificación también es para él un deber que debe cumplir. Por consiguiente,
tanto Jesús como los escritos apostólicos amonestan al cristiano a producir las
obras del amor. 38. Según la interpretación católica, las buenas obras,
posibilitadas por obra y gracia del Espíritu Santo, contribuyen a crecer en gracia
para que la justicia de Dios sea preservada y se ahonde la comunión en Cristo. Cuando los católicos afirman el carácter
«meritorio» de las buenas obras, por ello entienden que, conforme al testimonio
bíblico, se les promete una recompensa en el cielo. Su intención no es
cuestionar la índole de esas obras en cuanto don, ni mucho menos negar que la
justificación siempre es un don inmerecido de la gracia, sino poner el énfasis
en la responsabilidad del ser humano por sus actos. 39. Los luteranos
también sustentan el concepto de preservar la gracia y de crecer en gracia y
fe, haciendo hincapié en que la justicia en cuanto ser aceptado por Dios y
compartir la justicia de Cristo es siempre completa. Asimismo, declaran que
puede haber crecimiento por su incidencia en la vida cristiana. Cuando consideran que las buenas obras del
cristiano son frutos y señales de la justificación y no de los propios
‘méritos’, también entienden por ello que, conforme al Nuevo Testamento, la
vida eterna es una ‘recompensa’ inmerecida en el sentido del cumplimiento de la
promesa de Dios al creyente. (Véanse fuentes de la sección 4.7).”
Finalmente, sobre el misterio de la
relación entre libertad y gracia:
“… 20. Cuando los
católicos afirman que el ser humano ‘coopera’, aceptando la acción
justificadora de Dios, consideran que esa
aceptación personal es en sí un fruto de la gracia y no una acción que dimana
de la innata capacidad humana. 21. Según la enseñanza luterana, el ser
humano es incapaz de contribuir a su salvación, porque en cuanto pecador se
opone activamente a Dios y a su acción redentora. Los luteranos no niegan que una persona pueda rechazar la obra de la
gracia, pero aseveran que solo puede recibir la justificación pasivamente,
lo que excluye toda posibilidad de contribuir a la propia justificación sin
negar que el creyente participa plena y personalmente en su fe, que se realiza
por la palabra de Dios”.
Esto es totalmente compatible con todo
lo que hemos visto sobre el tema de providencia, libre albedrío y gracia en
Santo Tomás. La reflexión adicional es: si esto es así, ¿por qué seguimos
separados? Todo el justificado enojo de Lutero contra Roma se hubiera manejado
de otro modo con los usos actuales de la Iglesia actual y se habrían impedido las
exageraciones doctrinales en las que Lutero habría incurrido. (En principio,
negación del libre albedrío, corrupción total de la naturaleza humana después
del pecado, negación de la transubstanciación, negación del primado de Pedro y
de seis de los siete sacramentos). Quiero decir: todo ello no fue la esencia de
lo bueno de Lutero. Lo bueno de Lutero fue su rechazo a la corrupción dentro de
Roma y un recordatorio de la primacía de la gracia, como buen monje agustino.
Si las cosas se hubieran manejado de otro modo, Lutero habría sido hoy uno de
los grandes reformadores católicos, como en su momento lo fueron San Francisco
y Santo Domingo. Y en la
Iglesia sí se puede volver al pasado: porque, si hay acuerdo
en lo fundamental, no hay motivo para estar separados. ¿Cuál es el problema del
libre albedrío, en la medida que esta declaración conjunta lo afirma? ¿Cuál es
el problema con la transubstanciación? Es totalmente razonable que Cristo haya
querido estar realmente con nosotros siempre, mediante la renovación incruenta
de su sacrificio. ¿Cuáles son los problemas de los cinco sacramentos restantes?
Corresponden precisamente al desarrollo de la vida de la gracia, gracia sin la
cual no hay cristianismo. ¿Cuál es el problema con el orden sagrado?
Precisamente la participación en la
gracia de ser sacerdote, profeta y rey de Jesucristo no lo niega como único
mediador entre Dios y los hombres, porque ese único mediador hace participar
realmente en la gracia de su mediación y de ese modo muestra la necesidad de su
gracia. ¿Cuál es el problema, entonces, con el sacramento de la reconciliación?
Por lo demás, la sabiduría psicológica de ese sacramento es única: el creyente
es el que se acusa a sí mismo, nadie lo acusa de nada sino él; el sacerdote lo
puede salvar de un falso escrúpulo y evita (justamente) que el creyente tenga
la tentación de autosalvarse a sí mismo en un diálogo secreto con Dios que,
dada la naturaleza humana, da para todos los autoengaños posibles. Por lo
demás, la reconciliación muestra más la necesidad de la gracia, no porque
rechace las sanas y necesarias terapias psicológicas, sino porque es una
muestra de que de ellas no puede
surgir la gracia de Dios. Y de la confirmación, la unción y la extraunción, ni
qué hablar como vivencias permanentes de la gracia de Dios en toda la vida del
cristiano….
Lo que quiero decir es esto: de la
necesidad de la gracia para la salvación, tema común a católicos y luteranos,
surgen “como el valle de la montaña” los otros seis sacramentos, porque ellos
son los medios precisamente para la recepción de la gracia, dejando en las
manos de Dios, como es obvio, los medios extraordinarios para su recepción,
pero, sea de un modo o de otro, la gracia siempre es necesaria…
Finalmente, ¿cuál es el problema con el
primado de Pedro? Es totalmente razonable
que Jesucristo dejara una hermenéutica sobrenatural de las Escrituras,
porque, de no ser así, habría tantos cristianismos como cristianos. Más allá de
esto, si los católicos han exagerado y abusado de la infalibilidad pontificia,
es problema nuestro, de los católicos, y no de los protestantes, que cuanto más
rápído resolvamos nosotros más rápido podrán ellos verlo claro; pero
lamentablemente creo que pasará mucho tiempo antes de que los católicos dejemos
de ver en Pedro un monarca temporal absoluto, que tiene que hablar, decir,
hacer y deshacer absoluta y directamente sobree toda cuestión humana que pueda
surgir. Lo que quiero decir es esto: no hay motivos para estar separados, más
allá de un pasado que no se puede negar, pero sí curar. Y los católicos
haríamos bien en recordar, como sucede en Hechos, 15, que “… el Espíritu Santo
y nosotros hemos decidido no poneros ninguna carga más que estas
imprescindibles…”. Haríamos bien, por tanto, en revisar si no deberíamos
liberarnos de algunos lastres históricos que no forman parte del depositum fidei y que son un escándalo
para la unidad de los cristianos… Cuando algunos católicos dejen de hablar del
Sacro Imperio, como un añorado dogma de fe, y otros de estatismo, como un
autoritario dogma de fe… Cuando los católicos hayamos madurado todo esto…,
entonces tal vez demos un paso adelante en la unión con los demás cristianos.
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