lunes, 19 de mayo de 2014

COMENTARIO DE PAYO LOPEZ MURO

Mi muy querido Gabriel: Kentenich –y no es el único que lo decía- habló de que la crisis de nuestra sociedad es ante todo una crisis de la imagen del padre que, es en definitiva, la dificultad del hombre para recuperar una visión de la “autoridad” que no viene de la jerarquía formal, ni menos aún de la capacidad de sancionar u obligar. Tampoco (sorprendente!) se funda en la “verdad”.
            Estas son formas distorsionadas y distorsivas de la autoridad.
            Se la ha fundamentado en el poder de la “mayoría”, sin darse cuenta que esto sirve solo para resolver –todavía bastante mal- algunos problemas. Cuando la mayoría es suficiente lúcida [i], suficientemente informada y solidaria,  la opinión mayoritaria quizá sea un buen método para establecer lo que debe hacerse y lo que no. Por ahora, solo “aplica” en algunos casos.
            Se la ha fundado también en la ley, que los positivistas han convertido en una forma de presión violenta y perversa. Como en principio la ley es lo que tiene a la fuerza pública y al castido de su lado, o haces lo que te digo o pagas con el castigo. Autoridad es entonces capacidad de castigar al que no obedece, hasta que lo haga.
            Se la ha fundado también en la razón o en la ciencia, como si la decisión de hacer una u otra cosa (el clásico y no bien comprendido “acto voluntario”) fuera una cuestión que atañe solo a la inteligencia.
            Y se la ha fundado en la “autoridad”. Es tan burda la falacia que la sabiduría popular desprecia a los “jefes” o a los superiores de las diveras pirámides jerárquicas, distinguiéndolos por su incapacidad para comprender, entender y guiar.
            Frente a ello Kentenich señalaba que la autoridad es algo que se gana por el reconocimiento libre del otro y que solo me autoriza a pedirle que me acompañe, que me ayude, que venga conmigo y se “juege” en aquellos casos en que, por diversas razones, él no puede ver lo que yo veo y yo no se lo puedo mostrar.
            Si uno analiza este aspecto de la autoridad, ve que solo en muy contadas oportunidades un hombre echará mano de la “autoridad” en condiciones de libertad. Sé que hay un mundo de circunstancias en las que la “autoridad” es formal, y el mundo organizado funciona así, por necesidad. Esto claramente no se aplica a la educación. En los demás casos quienes ejercen la autoridad formal, sin poder contar con el consenso o la adhesión de los subordinados, deberían tener siempre en claro que cada paso que damos en ese sentido (imposición sin convencimiento) nos aleja de la sociedad democrática, participativa y solidaria.[ii]
            Recuerdo que en la infancia de nuestros hijos muchas veces les dije que no, y a veces los castigué. Supongo que habré cometido muchos errores, pero traté de “asegurarme” con una idea rectora, para que el “no” o el castigo fueran, ante todo, actos de cariño y educativos. Me propuse que en lo posible el “no” debía significar un desafío, y no solo una restricción: “no a esto. Creo que podemos vivir mejor si ello”. Mis hijos, al tiempo, lo aprendieron. Supieron que los síes eran, en realidad, dependencias facilistas. Dependencia de la publicidad, del mercado o de la moda. Porque casi siempre se trataba de comprar o consumir más. Vieron que había “otros” valores y que se podía vivir mejor sin tanta cosa.  Y en cuanto al “castigo”, me propuse aplicarlo solamente si me iba a doler más que a ellos. Basta un poco de reflexión para que cualquiera pueda darse cuenta cabal de qué efectos tiene esta regla a la hora de aplicar una sanción. A menudo uno termina abandonando la idea del castigo y piensa en algo más positivo.
            Para terminar y “brevitatis causa” diré que si la autoridad es tal cuando se funda en un verdadero amor recíproco, con una gran comprensión de los implicados. Si no es solo alguna de las deformaciones de la misma que llevan sin duda, a los trastornos psicológicos que afectan a los educandos, pero también, y por cierto más gravemente, a los educadores, padres o maestros. Seguramente Freud lo había descubierto.

             




[i] Ver, para ampliar el concepto, evitar equívocos y por qué no para solaz del espíritu  “Ensayo sobre la lucidez”, de Saramago).
[ii] Por eso el pueblo sano le pide a los que tienen el poder que justifiquen sus decisiones, no solo con razones sino con un estilo de vida “republicano”, esto es sobrio y solidario

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