sábado, 31 de mayo de 2008

SIN COMENTARIOS

Prólogo de 1976 a “Los objetivos de la Escuela Media” de Luis Jorge Zanotti

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Escribo este prólogo, a sabiendas, en un tono que confunde la introducción de carácter conceptual referida al tema del cual se ocupa el texto respectivo y la confesión propia de un volumen de memorias.
Es innegable que en mi ánimo pesa, en este momento, una especie de cansancio o de aburrimiento, de hartura probablemente, por todo cuanto tiene que ver con los asuntos educativos y en particular los escolares. No ha muerto en mí, sin embargo, el apasionamiento por el tema ni ha desaparecido la honda vocación docente que me acompaña desde hace tantos años. En cambio, siento, en la intimidad más honda de mi espíritu, la necesidad o la conveniencia de un silencio prolongado de mi parte en el marco de las polémicas, discusiones o simplemente exposiciones públicas vinculadas con aquellas cuestiones.
Si este estado de ánimo tiene justificación o no en las circunstancias actuales –en “mi circunstancia”–, si un silencio de ese tipo puede admitirse o bien condenarse como incumplimiento de un deber social, o si quizá sólo se funda en un problema temperamental, son alternativas todas posibles pero que no importan. Cuenta la existencia de ese “animus” y es responsabilidad irremediable de mi conciencia la decisión en cualquier sentido.
Quiero señalar, sin embargo –y entro entonces al asunto de esta obra–, que razones para el cansancio o más bien para un cierto hastío, no faltan.
¿Cuánto hace que se proclama en todos los tonos y desde todas las tribunas –en el orden internacional y en nuestro país– la necesidad urgente de transformar en profundidad las estructuras organizativas del sistema educativo en todos sus niveles? Es sobre todo por cuanto se refiere a la enseñanza media que los reclamos son más fuertes y las modificaciones pedidas más profundas. No menos de tres décadas pueden contarse, pues en especial desde el fin de la segunda guerra mundial el fenómeno mencionado adquirió características universales y de alta intensidad.
Por mi parte, he consagrado a esa misma finalidad buena parte de mis empeños en los últimos veinticinco años. Lejos de mí pretender ahora cualquier tipo de exclusividad al respecto y mucho menos de originalidad, o de primacías cronológicas en esa labor, pero creo que, en el pequeño y modesto ámbito de los estudios pedagógicos argentinos de nuestros días, he sido al menos uno de los infatigables sostenedores de la idea de que la escuela media es el punto central del proceso de evolución de los sistemas educativos contemporáneos y consecuentemente de que ese nivel escolar es el llamado a las transformaciones más hondas en su estructura, no sólo en sus planes o programas de estudio sino en su sentido, en su régimen organizativo y sobre todo en su vinculación con el ámbito social, el mundo del trabajo y los estudios superiores.He publicado libros –uno en colaboración– específicamente destinados al tema, e innumerables artículos; he pronunciado conferencias en todo el país y he dictado cursos y cursillos. El breve lapso de seis meses durante el cual ocupé el cargo de director general de Enseñanza Secundaria, Normal, Especial y Superior entre agosto de 1966 y marzo de 1967 sólo sirvió, obviamente, para reforzar mis convicciones en la materia pero no para poder hacer algo concreto.
En 1976, la dirección del “Proyecto DINEMS-PNUD-UNESCO Arg./73/001” –plan de colaboración entre la Unesco, el Fondo Especial de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el Ministerio de Cultura y Educación de nuestro país– por intermedio de la Dirección Nacional de Enseñanza Media y Superior solicitó mi colaboración. El Proyecto estaba dirigido al perfeccionamiento de la enseñanza media. Acepté y durante el segundo semestre de 1976 y todo el año 1977 tuve ocasión de recorrer el país en sucesivos encuentros con personal directivo, de supervisión o docente a cargo de departamentos de materias afines o de materias pedagógicas del nivel terciario de establecimientos dependientes de DINEMS y de establecimientos secundarios provinciales, privados o dependientes del CONET.
Expuse mis ideas en Santa Fe, Mendoza, Tandil, Jujuy, Santa Rosa, Catamarca, La Plata, San Fernando, Morón y Quilmes y en Capital Federal (en este caso en tres encuentros), y en cada ocasión con la presencia de representaciones de numerosas localidades cercanas.
Por el contacto humano de vasta representatividad, debo destacar también que como colaboración especial del Proyecto citado con las provincias del Nordeste, estuve una semana en Resistencia para trabajar con personal de supervisión de escuelas medias provinciales de Formosa, Chaco, Misiones, Corrientes y Entre Ríos.
En 1976 desarrollé, en esos encuentros, el siguiente tema: “Adolescencia y escuela media”, con este subtítulo ya suficientemente definitorio: “La escuela media como estructura contradictoria con la etapa adolescente”. En 1977, el tema fue: “Los objetivos de la enseñanza secundaria”.
Además, como final de mis obligaciones contractuales con el Proyecto citado, entregué en cada ocasión, al término de los encuentros, una síntesis de las ideas desarrolladas y como complemento del segundo tema añadí, por pedido especial de la dirección del Proyecto, un apéndice sobre: “Alternativas curriculares para el perfeccionamiento de la escuela media”*.
Al correr, luego, los años siguientes y hasta hoy, advierto que sucédense diversos ministros de Educación en nuestro país y una vez más se discute en torno de cuestiones que consideradas en abstracto, o en sí mismas, pueden ser importantes pero que vistas en el conjunto del problema no pasan de ser baladíes o irrelevantes. Insístese en modificar, por ejemplo, un “programa” de estudios –hoy algo de Ciencias Biológicas, mañana algo de Formación Moral y Cívica, después algo de Física–, o en todo caso en alterar parcialmente el plan de estudios de la escuela media. ¡Cómo si esto importara algo! ¡Cómo si un plan o programa diferente contara ya a esta altura!
El problema de fondo es otro: por ejemplo, si la escuela media misma, como tal, como hoy existe, es todavía necesaria o no. O también, si es posible aprender historia, o siquiera algo de historia, sea cual fuere el programa o el plan, con el actual régimen organizativo y didáctico de la escuela media.
En materia de asuntos escolares, en particular con respecto a la escuela media, nos encontramos en una situación que podría compararse con la de la empresa propietaria de un viejo, viejísimo barco carguero, prácticamente inservible ya, con sus calderas de carbón y sus maquinarias obsoletas y sus características inadaptadas para los sistemas modernos de operaciones de cargas y hasta imposible de adaptar para los nuevos sistemas de seguridad y gobierno de la navegación, pero que en cambio de emplear su tiempo en considerar la incorporación de un nuevo barco, dedicara sus recursos humanos, su escaso capital y larguísimas deliberaciones a discutir el color de la pintura que correspondería a la pobre, vieja, incómoda y estrecha cámara del capitán. Imaginemos que mientras el viejo barco recorre penosamente todavía unas pocas millas cumpliendo servicios absolutamente deficitarios, la compañía armadora contratara expertos e ingenieros para discutir si se puede mejorar un poco las cuchetas del personal embarcado y entonces, después de grandes estudios e inversiones, cambiara los apolillados colchones y almohadas de estopa por una moderna línea de almohadas y colchones de espuma de goma.
Con la cámara del capitán pintada a nuevo y con modernos colchones para la tripulación, el barco saldría otra vez a navegar... tan deficitariamente, tan tristemente, tan inútilmente como antes.
Renovar un programa aisladamente en la escuela media argentina es incurrir en el error de aquella compañía armadora.
El programa estriba en la estructura integral, más aún, en el sentido mismo de la escuela media y de las instituciones educativas en este momento histórico.
Al advertir la perduración de este estado de cosas, aquel estado de ánimo al cual aludí al principio chocó con una sensación de deber incumplido de mi parte si no realizaba, por lo menos, el esfuerzo de hacer conocer, siquiera una vez más, mi pensamiento. Porque, además, con el trabajo realizado en el marco del Proyecto citado y gracias a la oportunidad de establecer un contacto recreador con la realidad de la escuela media argentina en múltiples ubicaciones geográficas, sentí que culminaba en mí una tesis que de un modo u otro vengo elaborando hace mucho tiempo.
En modo alguno caigo en el pecado intelectual de suponer un pensamiento acabado o una tesis concluida. Pero, de momento, creo advertir una idea suficientemente madurada y redondeada, por decirlo así.
Juzgué conveniente, entonces, recapitular esos trabajos y publicarlos en un volumen. Revisé cuidadosamente los informes oportunamente presentados, los cotejé con los apuntes que guardo de los debates y las sesiones de trabajo cumplidas por los asistentes a aquellos encuentros; reelaboré algunos puntos, completé otros y ordené el material dentro de otra secuencia. Fruto de esta tarea es, al fin, el volumen que sigue.
Si el lector, a esta altura, encuentra contradicción entre un estado de ánimo relativamente cansado y aburrido y la presentación de un libro que pretende nada menos que renovar toda la estructura de la escuela media, tiene razón. La contradicción existe. Pero, como diría Unamuno, es un exceso de simplicidad olvidar que la contradicción es una realidad con la cual hay que contar.
Lo que ocurre es que a cierta altura ya no se sabe bien si vale la pena insistir en ciertas ideas o si es mejor, o más discreto, por no decir más cómodo, el silencio.
El hombre, se ha dicho, es dueño de las palabras que calla y esclavo de las que pronuncia.
Imagínese el lector cuál es el grado de esclavitud de los hombres que tenemos la mala costumbre no sólo de hablar sino aún de escribir y de dejar nuestras palabras debidamente firmadas, asentadas en libros, diarios y revistas.
Pero en última instancia, como creo que dijo Carmelo Bonet en un prólogo delicioso a un libro, también muy bello, que desdichadamente he perdido: “Esto de escribir es un vicio”. O, como recuerda el inolvidable Alfredo de Vigny en la memorable traducción de Carlos Obligado, en otro volumen inhallable: “La obra de la pluma es como la botella que el náufrago lanza cerrada al mar con la esperanza de llegar a buen destino: ¡Dios velará por ella!”
Creo, pues, firmemente, que la escuela media actual es mala, muy mala; que perjudica gravemente a la adolescencia; que exige inversiones cuantiosas casi sin frutos apreciables; que es responsable de serios daños en el cuerpo social, y que más tarde o más temprano la sociedad acabará por descubrirlo y pasará por sobre ella de cualquier manera. Creo que no son culpables de esto sus docentes ni sus directivos, pues la estructura dentro de la cual están obligados a actuar los perjudica todavía a ellos, los frustra como profesionales y hasta los daña como personas, aunque también creo que les cabe una responsabilidad delicada en cuanto insisten a menudo en considerar sus propios problemas laborales o sus particulares cuestiones didácticas en función del contenido de sus materias en cambio de atender el problema, primero, en su integralidad. Creo que es urgente una transformación de fondo de la escuela media y como colaboración con ese propósito ofrezco las páginas que siguen.
Permítaseme, para terminar, en una vuelta al tono propio de las confesiones, una reflexión de carácter estrictamente personal. Frente a las ideas expuestas en las páginas que siguen, ante las propuestas tan concretas allí reunidas, bien puede ocurrir que pase el tiempo, como está pasando desde hace varias décadas, sin que nada se haga y sin que nadie las tome en serio o se decida a ejecutarlas.
En tal caso, es lógico que el autor se formule a sí mismo este razonamiento: o bien sus ideas muy sensatas pero no son entendidas ni apreciadas por la sociedad en la cual le toca vivir, o bien sus ideas no tienen valor y por lo tanto la sociedad hace bien en dejarlas de lado. En cualquiera de ambas alternativas, lo mejor que puede hacer en el futuro, lo más elegante y lo más sensato para su propia salud mental y su equilibrio espiritual es callar, discretamente.


*Considero pertinente expresar mi agradecimiento al director del Proyecto, el profesor español, experto de la Unesco, Dr. José Luis García Garrido; a su colaborador directo, el inspector jefe de DINEMS, Prof. Julio González Rivero, y al entonces director nacional de DINEMS, Prof. Rinaldo Poggi, por la oportunidad, y principalmente, por la confianza que me brindaron al concederme una libertad expositiva absoluta, sin condicionamientos de ningún género, lo cual, por otra parte, constituyó el motivo determinante de mi aceptación para cumplir esta tarea.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Y menos mal que tu viejo no vió lo que ahora sucede porque se haría mucha malasangre .
De todas formas repito lo del mandato de la semana pasada . Tenemos la obligación de al menos intentar superar , con los modestos talentos que cada uno recibió , a nuestros padres . El hastío sigue siendo un buen punto de partida para construir . Un abrazo desde Basso . M.S

Gabriel Zanotti dijo...

Gracias "anónimo", y vos allá, cuidate........ !

nacho dijo...

Callar discretamente es, probablemente, lo más elegante y lo más sensato para su salud mental pero, ¿es lo mejor? Si uno dice las cosas cada vez más fuerte, quizás lo escuchen por alguna escuela media o superior...

Gabriel Zanotti dijo...

Pero me pregunto Nacho si en tu comentario no queda flotando la idea de que "una" escuela media en particular pueda aplicar la reforma, cuando en realidad el soviet argentino controla los establecimientos "privados" impidiéndoles toda libertad de iniciativa............

Poéticamente Insurrecto dijo...

(A continuación se expone una galimatía absurda acuñada en el año 2004 en las aulas de la honorable Universidad de Buenos Aires. Nada tiene que ver con el resto de los comentarios aquí presentes, ni con el post en cuestión)

Tarde, solo significa una falta de sincronía entre lo necesario y lo factible. Lo que constituye en ultima instancia un determinismo involuntario de acción, dadas las particularidades de determinada combinación de circunstancias; siempre de acuerdo al punto de vista de la singularidad del individuo, o grupo que actúe como tal.