Me permito reproducir este fin de semana este pequeño artículo que escribí en Guatemala, lugar donde viví tantas cosas. Una de ellas me llevó a escribir esto y quisiera compartirlo con mis amigos.
Nos vemos next week.
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ELOGIO DE LOS LIBROS
Por Gabriel J. Zanotti
Guatemala, 11-3-2004.
Rodea a los libros una áurea de misterio y solemnidad que los convierten en casi inaccesibles, sobre todo para quienes no los escriben. Sin embargo, no es tan así, si bien, como explicaremos, es verdad que tienen cierta participación en cierto misterio.
Un libro surge cuando alguien tiene algo que decir. En ese sentido, un libro no es algo tan diferente a una carta. Como dice Jaime Nubiola, para escribir hay que acostumbrarse a escribir cartas. Una carta consiste, sencillamente, en algo que queremos contar a alguien. Un mínimo orden hay que tener para escribirla. Pues bien, no es tan diferente a escribir un libro. Sencillamente, tratamos de incrementar ese orden, esa sistematicidad, todo lo cual es inútil si no tenemos lo básico: algo que decir. Y para tener algo que decir hay que tener algo que…. Vivir. Un libro es un relato de una experiencia vital. Y una de las experiencias vitales más apasionantes es buscar la verdad. ¿No es acaso apasionante querer contar el resultado?
Los libros surgen también, a veces, de clases, de cursos, de conferencias. Pero una clase tampoco es algo inaccesible. Me refiero a dar una clase. Porque dar clase es como conversar. Es lo mismo que estar sentado, charlando. Vamos a suponer que queremos explicar algo a alguien, que requiere cierta claridad. Si tuviéramos un pizarrón al lado, nos podríamos de pie, tomaríamos un trocito de yeso (tiza) y comenzaríamos a garabatear en el pizarrón. Y estaríamos dando clase. Luego alguien que no estuvo nos preguntaría en torno a qué giró la conversación y…. Estaríamos escribiendo un libro.
Pero, ¿qué significan los libros en nuestra cultura?
Para responder esa pregunta, me voy a permitir hacer cuatro analogías. Cuatro formas que el libro tiene de “participar en” ciertas otras cosas muy caras a nuestros anhelos más profundos.
En primer lugar, el libro es una participación en la palabra. Y la palabra es una de las características más preciadas y apasionantes de nuestra humanidad. Tan es así que los que creemos en un Dios que además se hizo hombre, creemos que “en el principio era la palabra”. Palabra que no es sólo una paloma mensajera de un mundo que puede prescindir de ella, sino que es parte esencial de un mundo humano que le es concomitante. Y por eso la palabra escrita, ese logro tan extraordinario de nuestra humanidad, fue y es un modo de decir: aquí estamos nosotros.
En segundo lugar, dado lo anterior, el libro es una participación en nuestro anhelo de eternidad. Los humanos nos enfrentamos con nuestra finitud, con nuestro absoluto modo de ser mortal, pero hemos encontrado en la palabra escrita, plasmada en el libro, un especial modo de perpetuarnos, de no morir, de seguir hablando a pesar de nuestro agotamiento existencial. El libro queda allí. Tomar un libro muy antiguo, escrito por personas que murieron hace siglos, es una especial experiencia de resurrección. Uno toca sus páginas como acariciando la existencia desaparecida, como diciéndole: mira, yo te estoy escuchando….
Por eso mismo, el libro es una participación en lo sagrado. No estrictamente, pero casi. Perdonen los no creyentes por la analogía, pero estoy seguro que la tomarán como de quien viene, como de alguien que cree. El libro, como el sagrario en una iglesia, allí está. En un santo silencio, discreción y quietud. Esperando. El libro, colocado allí en esos misteriosos anaqueles, espera al lector. No lo persigue. No hace escándalo. No hace ruido. No coacciona. No ataca. No hace ese proselitismo torturante al cual se han acostumbrado ciertos políticos o vendedores de seguros, que es una forma sutil de violencia. No, ellos tienen paciencia. Lo que dicen puede ser muy importante, pero sus páginas no se abren por la fuerza. Cuando el lector llega, llegó. Y el libro habló. Los profesores deberíamos aprender de los libros…
Y por eso, como cuarto tema, el libro es una participación en la contemplación y en la oración. Frente a ciertos usos y costumbres que estimulan un activismo que desprecia la quietud del santo no hacer nada del pensamiento, el libro estimula la mejor acción, el mejor hacer: el pensar, el reflexionar, sin los cuales ninguna acción -no nos queremos convencer de ello- es fructífera. Los libros no son objeto de entretenimiento para las vacaciones. Los libros no son para el momento de descanso. Los libros deben ser un acompañamiento esencial de nuestra vida, son nuestro trabajo existencial más profundo, por más que tengamos que leerlos en el aeropuerto, en el ómnibus, o en el baño a escondidas de cierto jefe, por más esfuerzo que eso signifique. Cada libro leído es un triunfo arrancado a esa sociedad exitista que nos dice que nos movamos, que hagamos algo. Cada vez que cerramos un libro terminado, le hemos ganado una batalla a la incomprensión. Cada página meditada es un bálsamo de agua para el espíritu sediento en medio del desierto del hacer y hacer sin sentido.
Por último, una vez que escribimos un libro, y logramos publicarlo, calma. No molestemos. Dejemos en paz al amigo, no persigamos a supuestos lectores con nuestra supuesta gran obra que, en el fondo…. No sabemos cuán importante es. No busquemos la fama, tampoco la riqueza, porque no era ese el objetivo de esa carta larga que llamamos libro. Si viene la fama (cierta pequeña fama no es más que el afecto de nuestros amigos) que venga, pero abramos ante ella la humildad existencial, de sabernos humanos en medio de consecuencias desconocidas y guiadas por la Providencia. Como dijo mi padre, Luis Jorge: los libros son como las botellas echadas al mar. Dios velará por ellas.
Por Gabriel J. Zanotti
Guatemala, 11-3-2004.
Rodea a los libros una áurea de misterio y solemnidad que los convierten en casi inaccesibles, sobre todo para quienes no los escriben. Sin embargo, no es tan así, si bien, como explicaremos, es verdad que tienen cierta participación en cierto misterio.
Un libro surge cuando alguien tiene algo que decir. En ese sentido, un libro no es algo tan diferente a una carta. Como dice Jaime Nubiola, para escribir hay que acostumbrarse a escribir cartas. Una carta consiste, sencillamente, en algo que queremos contar a alguien. Un mínimo orden hay que tener para escribirla. Pues bien, no es tan diferente a escribir un libro. Sencillamente, tratamos de incrementar ese orden, esa sistematicidad, todo lo cual es inútil si no tenemos lo básico: algo que decir. Y para tener algo que decir hay que tener algo que…. Vivir. Un libro es un relato de una experiencia vital. Y una de las experiencias vitales más apasionantes es buscar la verdad. ¿No es acaso apasionante querer contar el resultado?
Los libros surgen también, a veces, de clases, de cursos, de conferencias. Pero una clase tampoco es algo inaccesible. Me refiero a dar una clase. Porque dar clase es como conversar. Es lo mismo que estar sentado, charlando. Vamos a suponer que queremos explicar algo a alguien, que requiere cierta claridad. Si tuviéramos un pizarrón al lado, nos podríamos de pie, tomaríamos un trocito de yeso (tiza) y comenzaríamos a garabatear en el pizarrón. Y estaríamos dando clase. Luego alguien que no estuvo nos preguntaría en torno a qué giró la conversación y…. Estaríamos escribiendo un libro.
Pero, ¿qué significan los libros en nuestra cultura?
Para responder esa pregunta, me voy a permitir hacer cuatro analogías. Cuatro formas que el libro tiene de “participar en” ciertas otras cosas muy caras a nuestros anhelos más profundos.
En primer lugar, el libro es una participación en la palabra. Y la palabra es una de las características más preciadas y apasionantes de nuestra humanidad. Tan es así que los que creemos en un Dios que además se hizo hombre, creemos que “en el principio era la palabra”. Palabra que no es sólo una paloma mensajera de un mundo que puede prescindir de ella, sino que es parte esencial de un mundo humano que le es concomitante. Y por eso la palabra escrita, ese logro tan extraordinario de nuestra humanidad, fue y es un modo de decir: aquí estamos nosotros.
En segundo lugar, dado lo anterior, el libro es una participación en nuestro anhelo de eternidad. Los humanos nos enfrentamos con nuestra finitud, con nuestro absoluto modo de ser mortal, pero hemos encontrado en la palabra escrita, plasmada en el libro, un especial modo de perpetuarnos, de no morir, de seguir hablando a pesar de nuestro agotamiento existencial. El libro queda allí. Tomar un libro muy antiguo, escrito por personas que murieron hace siglos, es una especial experiencia de resurrección. Uno toca sus páginas como acariciando la existencia desaparecida, como diciéndole: mira, yo te estoy escuchando….
Por eso mismo, el libro es una participación en lo sagrado. No estrictamente, pero casi. Perdonen los no creyentes por la analogía, pero estoy seguro que la tomarán como de quien viene, como de alguien que cree. El libro, como el sagrario en una iglesia, allí está. En un santo silencio, discreción y quietud. Esperando. El libro, colocado allí en esos misteriosos anaqueles, espera al lector. No lo persigue. No hace escándalo. No hace ruido. No coacciona. No ataca. No hace ese proselitismo torturante al cual se han acostumbrado ciertos políticos o vendedores de seguros, que es una forma sutil de violencia. No, ellos tienen paciencia. Lo que dicen puede ser muy importante, pero sus páginas no se abren por la fuerza. Cuando el lector llega, llegó. Y el libro habló. Los profesores deberíamos aprender de los libros…
Y por eso, como cuarto tema, el libro es una participación en la contemplación y en la oración. Frente a ciertos usos y costumbres que estimulan un activismo que desprecia la quietud del santo no hacer nada del pensamiento, el libro estimula la mejor acción, el mejor hacer: el pensar, el reflexionar, sin los cuales ninguna acción -no nos queremos convencer de ello- es fructífera. Los libros no son objeto de entretenimiento para las vacaciones. Los libros no son para el momento de descanso. Los libros deben ser un acompañamiento esencial de nuestra vida, son nuestro trabajo existencial más profundo, por más que tengamos que leerlos en el aeropuerto, en el ómnibus, o en el baño a escondidas de cierto jefe, por más esfuerzo que eso signifique. Cada libro leído es un triunfo arrancado a esa sociedad exitista que nos dice que nos movamos, que hagamos algo. Cada vez que cerramos un libro terminado, le hemos ganado una batalla a la incomprensión. Cada página meditada es un bálsamo de agua para el espíritu sediento en medio del desierto del hacer y hacer sin sentido.
Por último, una vez que escribimos un libro, y logramos publicarlo, calma. No molestemos. Dejemos en paz al amigo, no persigamos a supuestos lectores con nuestra supuesta gran obra que, en el fondo…. No sabemos cuán importante es. No busquemos la fama, tampoco la riqueza, porque no era ese el objetivo de esa carta larga que llamamos libro. Si viene la fama (cierta pequeña fama no es más que el afecto de nuestros amigos) que venga, pero abramos ante ella la humildad existencial, de sabernos humanos en medio de consecuencias desconocidas y guiadas por la Providencia. Como dijo mi padre, Luis Jorge: los libros son como las botellas echadas al mar. Dios velará por ellas.
8 comentarios:
Me gusta mucho, sobre todo la visión de que siempre que queramos seguir comunicando o recibiendo algo que alguien nos quiera decir estaremos todavía en la lucha contra la incomprensión, aunque a veces esta lucha parezca increíblemente difícil. Y bueno, creo que a muchos nos han llegado algunas de las botellas que tiraste al mar, así que gracias.
Y en ese océano, uno se encuentra con barcos inesperados!!!! Tal vez cada uno de nosotros somos esos barquitos, atentos a los botellas, recogiendo sus mensajes y mirando de dónde vienen..........
Si, muy lindo artículo. Resulta asomboroso ver como se desarrollan ciertas cuestiones, cuando uno lee algún libro que fue pensado y escrito por otra persona (probablemente en otro idioma)a miles de kilometros y quizá cientos de años atrás y este libro gravita en nuestra forma de pensar y actuar, habría especulado el autor con esta situación al escribirlo? es otro resultado de la acción humana mas no de la planificación humana? sin duda que si.
Y vos vieras lo que estas "consecuencias no intentadas" influyen en la historia de la ciencia y de la filosofía..............
Qué bueno este artículo. Me gustó especialmente la analogía con el sagrario que está en santo silencio, sin hacer proselitismo (la verdad se impone por la sola verdad).
Efectivamente, esto es MUY importante sobre todo para aquellos que se atreven a ser prepotentes en nombre de Dios, cuando Dios mismos espera eternamente.......... Porque, de algún modo, ya llegó..........
La persona creyente que imita verdaderamente a Dios, sabe que "ya es" allí donde "habría que ir"..........
Siempre definí a los libros como mi refugio. Hoy, dadas las analogías que postulas, reconfirmo que es así; pero además un refugio “sagrado”. También es cierto que los libros son los mejores compañeros de vida; como la fe, que siempre está.
Aprovecho tu Elogio, y les agradezco a muchos –nobles y distinguidos- libros estar aquí conmigo.
Muy linda reflexión.
Cariños, Silvia.
Qué gusto verte en mi blog Silvia!!!! Si, creo que los libros se merecen este elogio y muchos más. ¿Te acordás de la película "Tierra de sombras"? "Leemos para saber que no estamos solos"...........
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