domingo, 13 de junio de 2021

LA FALSA DICOTOMÍA ENTRE NATURALEZA Y CONTRUCCIÓN.

Se dice habitualmente que, en los seres humanos, hay cosas que corresponden a su naturaleza, mientras otras serían solamente una especie de constructo social, accidental, no esencial. Obvio entonces que las filosofías postmodernas que niegan la existencia o conocimiento de la naturaleza del ser humano afirman que todo es un constructo, y obvio entonces que los que afirman la ley natural lo niegan.

Pero es una falsa dicotomía, fruto de haber olvidado a Husserl y la intersubjetividad, el mundo de la vida, suponiendo que la opción es entre el tomismo de los ultramontanos o la interpretación postmoderna de Heidegger.

En Husserl, el ser humano vive en la inter-subjetividad. Esto es, lo “esencial” al ser humano es el ser-con-los-otros. El ser humano tiene esencialmente “mundo”. Esto es, mundo de la vida. Todos los aspectos que llamamos “culturales” (religiosos, políticos, científicos, artísticos, etc etc) son fruto de roles y fines entre los seres humanos. Juez, sacerdote, profesor, reos, acusados, feligreses, alumnos, son todos roles que nuestra acción intencional atribuye (los unos a los otros) y eso constituye el mundo en el que somos. Ortega lo llamó el yo y sus circunstancias, Morente lo llamo ontología de la vida.

Ello nada tiene contra la verdad y la realidad. Cuando estoy dando una clase, pregunto: ¿es verdad que estamos en clase? ¿Es real que estamos en clase? Si. Las personas son reales y sus roles respectivos -profesor, alumno- también. Pero basta que llegue determinada hora para que ya no estemos en clase. La clase no eran las paredes del aula, porque después de tal hora las paredes siguen estando. Lo que “ya no es”, es “la clase”. ¿Era falsa entonces la clase? No. Lo que es falso es suponer que en el ser humano, lo real es lo físico. Hay un famoso documental que se llama “el mundo sin los humanos”. Interesante, porque sin los humanos ya no es mundo. Son restos físicos, cuyo sentido sólo se develará ante una civilización extraterrestre que logre entender, tras casi imposibles intentos, todo el mundo de intenciones y fines que daban sentido a lo que Gadamer llamó horizonte, esto es, el mundo de la vida en tanto cargado de la historicidad de las tradiciones.

Todo ello, o sea el mundo de la vida, los horizontes, es la cultura.

La cultura es por ende esencial al ser humano, tan esencial como el agua a un pez. En ella somos, vivimos y existimos. Lo humano se despliega en lo cultural. Hay culturas diferentes porque la naturaleza humana es creadora de sentidos. Hay diversidad de culturas porque la naturaleza humana tiene la riqueza de su inteligencia creadora. Por eso los animales no tienen cultura, ni Historia: sólo un medio ambiente-fragmento del cual no pueden salir. No tienen mundo.

¿Es natural, por ende, darse la mano? Sí. ¿Es natural saludar como los japoneses? Sí. Y así sucesivamente. Y ahora cuidado: ¿es “natural” asesinar a un inocente? Sí, cuidado, en el sentido de que sólo el ser humano puede ir contra su naturaleza. O sea, al ser humano le es esencial (natural) que su acción sea moralmente buena o mala, en la medida que vaya contra su naturaleza. Por ende puede haber tradiciones culturales moralmente malas. Y por ende, puede haberlas buenas también. La distinción NO es entre naturaleza y cultura, sino entre mundos de la vida (cultura) que tengan elementos inmorales y otros que no. Esa es la gran distinción. No entre lo cultural y lo natural, porque en el ser humano, todo lo cultural le es natural, porque la cultura no es sino la intersubjetividad, los mundos de la vida infinitamente desplegados en su diversidad histórica merced a la inteligencia creadora del ser humano, dentro de la terrible posibilidad del mal moral porque de esa inteligencia emerge el libre albedrío[1].

Por ende, ¿es mi cristianismo, por ejemplo, un “mundo de la vida”, un “horizonte”? Sí. Y tu agnosticismo, si fuera el caso, también. Mi ir a Misa el Domingo también y tu NO ir también. Ver al espantoso programa de Tinelli también o ver una deliciosa obra de kabuki también. Y así sucesivamente. La cuestión NO es si lo mío es natural y lo tuyo “construido”, sino si lo mío es conforme a la moral (también lo tuyo). Y la cuestión NO es si lo mío es “natural” y por ende “fáctico” y por ende “verdadero” y lo tuyo es “construido” y por ende “artificial” y por ende “falso”. No. Todas son falsas dicotomías fruto del enfrentamiento entre el positivismo y el postmodernismo, ambas filosofías MUY engañosas. Todo es un horizonte. Mi cristianismo, mi ir a un asado, tu islamismo, tu inclinarte hacia la Meca, mi cuidar al bebé, tu abortarlo. El asunto es poder justificar la verdad, la moralidad de un horizonte. Claro que la Declaración de la Independencia de los EEUU es “cultura”. Pero está basada en un horizonte judeo-cristiano que es “verdadero”…

Ah no, eso no, me vas a decir. Si algo es verdadero es que está basado en “los hechos”. Estás perdido. Cuando venga un postmoderno bien entrenado y te disuelva los supuestos hechos en la nada, al hacerte advertir el horizonte desde el cual hablás de los “hechos”, se te fue la verdad a la miércoles. Excepto que estés entrenado en una hermenéutica realista, con base en Santo Tomás, Husserl y Gadamer, donde adviertas que todos los horizontes son “humanos”, y que ello es la base para defender la verdad de un horizonte o el error de un horizonte.

Por ende está bien que quieras basar la verdad y la moral en la naturaleza humana pero si la desprendes de su “mundo”, o sea de la cultura, la desprendes de sí misma.

Y sí. No es fácil, porque el “mundo” en el que has nacido es positivista, es una cultura que paradójicamente cree que hay cultura por un lado y naturaleza fáctica por el otro. No. La ética no se basa en la biología. Se basa en lo que el ser humano es. Y sobre la base de lo que es, es que todos los horizontes pueden encontrarse en un horizonte en común. Hay algo de esperanza, por ende, a pesar de que “el malestar en la cultura” nos explique el atroz presente y nos prepare para un futuro donde sea muy difícil el renacer de la libertad.



[1] El libre albedrío no es el poder elegir entre el bien y el mal, sino el poder optar entre diversos bienes, lo cual incluya la dramática posibilidad del mal. 

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