domingo, 10 de mayo de 2020

LA IMPORTANCIA FUNDAMENTAL DE LA VALENTÍA Y LUCIDEZ DE TRES CARDENALES


El “Llamamiento para la Iglesia y para el mundo”[1], firmado este 8 de Mayo por los cardenales Gerhard Ludwig Mueller, Joseph Zen Ze-kiun y Janis Pujats, ha sido una de las mejores noticias de estos últimos tiempos tan oscuros.
Lo que quiero destacar es la importancia que el documento da a las libertades individuales. Esa confluencia entre el pensamiento católico y el liberalismo clásico constitucional no debe ser pasada por alto. Es uno de los mejores frutos del Magisterio de Pío XII, Juan XXIII y Benedicto XVI. No porque ellos hayan confundido a la Fe con el liberalismo constitucional (como hacen los que confunden la Fe con el socialismo) sino porque han acompañado, sin afirmarlo como dogma, la importancia de las instituciones modernas como medios para la defensa de los derechos personales. Los cardenales firmantes no dicen de modo ambiguo “derechos humanos”, ni “derecho a las vacaciones pagas y etc.”, sino liberales individuales, comenzando por la libertad religiosa: “…Los hechos han demostrado que, bajo el pretexto de la epidemia de Covid-19 se ha llegado en muchos casos a vulnerar derechos inalienables de los ciudadanos, limitándose de forma desproporcionada e injustificada sus libertades fundamentales, entre ellas el ejercicio de las libertades de culto, de expresión y de movimiento”. La misma preocupación que ahora tenemos todos cuantos defendemos el liberalismo clásico contra todo tipo de dictaduras.
De igual modo, como si hubieran leído a Feyerabend, afirman: “…La salud pública no debe ni puede convertirse en excusa para conculcar los derechos de millones de personas en todo el mundo”, estableciendo la inmoralidad de la coacción de estos tiempos por un tema de principios, no de utilidad. Pero luego, pasando a esta última, agregan: “…Esto es tanto más cierto cuanto más aumentan las dudas planteadas por muchos en torno a la verdadera capacidad de contagio, peligrosidad y resistencia del virus. Muchas voces autorizadas del mundo de la ciencia y de la medicina confirman que el alarmismo que han manifestado los medios informativos al Covid-19 no parece totalmente justificado”.
Algunos están acusando al documento de ser partidario de las teorías conspirativas y que con ello pierde seriedad. La comparación es injusta. Los cardenales firmantes nada tienen que ver con las no muy cuerdas personas que andan diciendo que la llegada a la Luna fue filmada en Hollywood o que quien niegue que la Tierra es plana está pagado por los intereses de los marcianos. No los denigren de ese modo. Los cardenales se permiten dudar, preguntarse lo que nos preguntamos todos: por qué, ante las reiteradas dudas de ya muchos científicos sobre la efectividad de este encierro (inmoral, volvemos a decir, aunque sea efectivo), esas voces son silenciadas, no consideradas, acusadas de negacionismo, como su fueran psicópatas. Las dudas sobre las absolutas esperanzas puestas en una única vacuna, financiada por personas que claramente han manifestado su desprecio hacia todo lo cristiano (y por ende hacia la civilización Occidental) también son legítimas. Las dudas sobre la posible planificaciónque de todo tipo de medidas autoritarias y estatistas TAN convenientes a todo tipo de socialismos es también pertinente. Por eso este párrafo es totalmente pertinente: “…tenemos motivos para creer que hay fuerzas interesadas en generar pánico entre la población con el único fin de imponer de modo permanente formas inaceptables de restricción de las libertades, control de las personas y vigilancia de sus movimientos. Esta forma de imposiciones antidemocráticas preludian de manera inquietante un Gobierno Mundial que escapa a todo control”.
Es importante también su clara conciencia de que las reuniones públicas de los fieles no deben ser impedidas por el estado bajo ninguna circunstancia. Muchos creyentes y no creyentes han confundido el tema del contagio con el tema legal y moral.  Todos los ciudadanos tienen pleno derecho a asistir a las iglesias, templos, sinagogas y mezquitas cuando quieran y como quieran. Ese es su derecho. Los riesgos que corren son cosa suya. Por lo demás, la decisión de “dispensar” el precepto dominical, en el Catolicismo, es muy opinable y riesgoso para la Fe. Cualquier fiel está ipso facto perdonado de no haber asistido a Misa si el motivo fue una enfermedad. Si hay dudas, se consulta con el confesor. Así fue siempre y las circunstancias actuales no lo modifican. Si un creyente piensa que no debe ir a misa por temor a contagiarse o contagiar (lo cual ya sucedía ANTES del 2020…) lo corrobora luego con su confesor y punto terminado. Esta dispensa general y la creencia de que la Gracia de Dios puede llegar por internet (1) ha confundido aún más a varias generaciones ya de católicos acostumbrados a que el precepto dominical es una cuestión de gustos o de sentimientos.
Por ello “…los Pastores reivindicamos enérgicamente el derecho a decidir de forma autónoma en lo que se refiere a la celebración de la Santa Misa y los Sacramentos, como también exigimos plena autonomía en materias que están dentro de nuestra inmediata competencia y jurisdicción, como por ejemplo las normas litúrgicas y la manera de administrar la Comunión y otros Sacramentos. El Estado no tiene el menor derecho a interferir por motivo alguno en la soberanía de la Iglesia. La colaboración de las Autoridades Eclesiásticas, que jamás ha sido negada, no supone por parte de las civiles prohibiciones ni limitaciones al culto público o el ministerio sacerdotal. Los derechos de Dios y de los fieles son ley suprema de la Iglesia que ésta no quiere ni puede abrogar. Solicitamos que nos sean retiradas las limitaciones a la celebración del culto público”.
Admiramos y miramos con esperanza a este documento, que suple lo que un magisterio, que todos extrañamos, debería haber dicho desde el principio. Esperemos que se difunda lo más posible y sea leído por millones de millones. En medio de la oscuridad de este totalitarismo global, es un signo de esperanza y de futuro renacimiento de al menos un sector del planeta donde Catolicismo y liberalismo trabajen juntos por la libertad.
Elevo a Dios intensamente la oración de que se cumpla alguna vez la esperanza del gran L. von Mises: “Quizá se halle justificada la esperanza de que el cristianismo y el liberalismo puedan trabajar juntos en la reconstrucción de la obra de la civilización, que sus enemigos comunes han destruido” (Socialismo, 1922).
Este documento va evidentemente en esa línea.

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(1) La Gracia de Dios viene por donde quiere. A lo que nos estamos refiriendo es a la real presencia del sacramento ex opere operato. 

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