Ha conmovido a muchos el suicidio del joven sacerdote Matteo Balzano. Ha sido una llamada de atención sobre las profundas dificultades de la vocación sacerdotal. Ha habido profundas y muy buenas reflexiones sobre la necesidad de acompañamiento de los sacerdotes y no olvidar nunca el aspecto humano y débil de su existencia.
Pero creo que lo que le sucedió a Mateo le puede pasar a todos los católicos que se tomen en serio su Fe; no sólo los sacerdotes.
Yo no soy psicólogo clínico pero creo que las reflexiones de los pensadores de la psicología profunda (Fromm, Freud, Frankl) son reflexiones filosóficas, más allá de sus aspectos terapeuricos.
Desde alli siempre he pensado que la psicoterapia es de tres tipos: preventivia, terapéutica y de mantenimiento.
Igual que en la medicina, la primera es la más importante. La socialización y la educación de la psiquis humana es muy delicada. Nacemos con pecado original y por ende la pulsión de vida y la de agresión (las dos caras de una misma moneda) están originalmente desbocadas, totalmente fuera de todo control, y eso es lo que Freud llamó "perverso polimorfo". Claro, en el tierno bebé no se nota, pero desde el principio comienza el delicado proceso de distinción entre el amor de ternura, dirigido a familiares y a amigos, y el amor dirigido hacia la futura pareja sexual. Esa distinción, junto con el re-direccionamiento de la pulsión de agresion, es la delicada tarea de construcción del Super Yo. El ideal es contar con padres contenedores, dialogantes, formados, reflexivos, que sepan poner los "no" correspondientes al mismo tiempo que proporcionan el afecto necesario para que las inevitables neurosis -los precios a pagar por el re-direccionamiento de la pulsión de vida- no sean ya mayores de lo que son.
Ese es el ideal. Obviamente es muy difícil y todos arrestramos heridas que deben ser "conversadas", y allí es donde el psicoanálisis se hace indispensable. Para dar lugar, luego, a una terapia de mantenimiento donde siempre podamos equilibrar a una psiquis de por sí propensa a delicadas tensiones.
Todo esto no sólo no es contradictorio con la Gracia de Dios, sino al contrario, necesariamente complementario. Las virtudes naturales y sobrenaturales necesitan un terreno que pueda ser radicalmente curado por la Gracia. Claro que Dios puede hacer el milagro adicional de curar directamente una enfermedad o debilidad psíquica o física sin pasar por ninguna terapia humana, pero eso es algo de lo cual nadie debe presumir. Así como vamos el médico sin por ello desconfiar de la Gracia de Dios, de igual modo la psicoerapia es necesaria como la medicina. Bueno, Freud era ante todo, como él siempre decía, médico.
Lamentablemente, los choques entre Freud y lo religioso, aunque solucionados por aislados pensadores como Oscar Pfister y Paul Ricoeur (1), implicaron una desconfianza mutua entre psicoanálisis y catolicismo, y va a pasar mucho tiempo hasta que eso se solucione. Yo he tratado de poner mi granito de arena (2) pero nunca mejor dicho, más que granito es una nada de arena en medio de un océano infinito de incomprensión mutua.
El asunto es que esto conduce a una paradoja: los católicos habitualmente desconfían del psicoanálisis cuando son los que más lo necesitan.
¿Por qué?
Porque las decisiones que tenemos que tomar en la vida sexual son muy exigentes después del pecado original.
Un católico, si se toma en serio su Fe, tiene que re-direccionar su sexualidad de un modo muy especial. Puede estar casado, ser soltero o haber hecho votos o promesas de celibato, pero en cualquiera de los tres casos tiene que lograr, con la indispensable ayuda de la Gracia, que su sexualidad sea orientada hacia su recto fin, en el casado, o sublimada por el Reino de los Cielos, en los demás casos.
Pero muchos arrastran heridas, no tratadas, y creen que con la ayuda de la Gracia será suficiente. Claro que sí, bendita sea esa Fe, pero roza el fideísmo: es lo mismo que suponer que, si soy propenso a las enfermedades bronquiales o pulmonares, sólo tengo que ir al director espiritual y rezar. No. Si soy propenso, además de rezar y poner mi salud en manos de Dios, tomo vitaminas, fortalezco al sistema inmunológico, y me hago ver por algún buen médico. Pero "al mismo tiempo". No debo en ese caso sólo rezar, y de manera temeraria, luego, salir a correr una maratón desnudo por la Antártida a 60 grados bajo cero. Eso no es Fe, es fideísmo.
El asunto es que no tenemos conciencia de lo propensos que somos a dolencias psíquicas, porque no nos terminamos de tomar en serio lo profundo del pecado original y lo profundamente desviada que nace, originariamente, nuestra pulsión de vida. Y nos largamos a correr maratones más audaces que la referida.
Al principio todo bien. Pero las heridas no tratadas comienzan a sangrar.
Y entonces se produce la depresión. ¿Por qué? Porque, en ese caso, la lucha entre el Super Yo y el Ello es tan fuerte que no deja al Yo espacio para respirar. Es lo mismo que esas famosas escenas de esaas peliculas donde el héroe tiene que contener dos paredes que se vienen encima. Pone sus dos brazos, y aguanta, aguanta, aguanta..... Pero la presión no cede. No cede y....................... El agotamiento del yo se manifiesta en depresión.
Es necesario parar, tomar conciencia de por qué el yo, humanamente, es tan débil, tomar conciencia de la historia personal que nos ha conducido a esa situación, y modificar lo necesario y si es necesario, detenerse, recomenzar, antes de que las paredes nos aplasten.
Claro, no deberíamos haber llegado a esa situación, y a eso llamo terapia de prevención.
La pura verdad es que todos los católicos corren el mismo peligro, pero las vidas de los consagrados que padecen esa situación tienen problemas muy especiales y a veces menos manejables. Gracias a Dios en general no se suicidan, pero se secan. Algo por dentro muere.
Por supuesto que este debilitamiento del yo puede pasar con todos, creyentes o no. Pero en el caso de los creyentes conjeturo que (es nada más que una hipótesis) pueden tener la tendencia a silenciar, a veces durante décadas, esas dolencias, con un cumpliento estoico de sus deberes. Pero el estoicismo no es Cristianismo. La pulsión de vida no debe ser tapada. Debe ser, en lo posible, sanada, re-dirigida.
Obviamente no sabemos qué le sucedió a Matteo; sólo quiero decir que, cuidado, todos somos Matteos potenciales. Gracias a Dios hoy en día hay más conciencia psicológica y diversos psicólogos católicos, aunque no lo quieran o no lo puedan decir, han asumido lo esencial de Freud y saben que deben re-direccionar a las pulsiones y sanar las a veces profundas heridas de la infancia.
Yo tengo un sueño. Tengo varios, además de tener sueño, que no es lo mismo. Mi sueño es un lugar donde haya una terapia conjunta, por profesionales católicos bien formados en la Fe y en su ciencia. Donde un paciente sea tratado conjuntamente por un psicólogo, un sacerdote, un psiquíatra y un neurólogo, sin pelearse entre sí y compartiendo sus perspectivas para el tratamiento de las infinitas facetas de lo humano. No es que no haya lugares, hay universidades llenas de esos profesionales creyentes. Lo que no hay es convencimiento. Los católicos creen que están bien, confunden su Fe con el estoicismo y finalmente (y en general ya es tarde), cuando "caen", "caen" en profesionales que se pelean entre sí y creen que su limitado paradigma es todo.
Espero que Matteo ya esté en el cielo y desde allí pueda inspirar a muchos para superar este estancamiento y ayudar, de ese modo, a salvar muchas vidas.
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(1) https://gzanotti.blogspot.com/2025/05/las-patologias-de-la-religion-segun.html
(2) https://www.amazon.com/-/es/comentario-filos%C3%B3fico-teol%C3%B3gico-filosof%C3%ADa-Sigmund/dp/1733548394

1 comentario:
Gracias Gabriel , sos un magnífico constructor de puentes . 🤗
Pablo Iriso
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