Es comprensible que en materia política nos tengamos que acostumbrar a los péndulos y a los bandazos de un período para el otro dependiendo del humor de los votantes o de las guerras civiles que ahora más que nunca se trasladan a la política. Por supuesto, no debería ser así, y esa era la intención de ciertos pactos políticos constitucionales/fundacionales, que dieron origen a los EEUU y a las democracias constitucionales de la Europa de la post-guerra. No es un tema menor y a eso se refería John Rawls con los constitucional essentials. Ahora todo eso ha fracasado, pero en su momento fue fuente de prosperidad y de garantía de la libertad individual.
Que suceda
también en la Iglesia también es comprensible (bueno, comprensible es todo)
pero mucho peor. Las verdades esenciales de la Fe no deberían depender del Papa
de turno. Lamentablemente ya tenemos que soportar la politiquería del Vaticano,
dado que el Vaticano es un Estado (debería dejar de serlo) y el Pontífice debe
asumir el rol de un Jefe de Estado que debe hacer diplomacia, en la cual
influirá su ideología y su prudencia o su imprudencia. Ello ha sucedido casi siempre así, bajo formas políticas diversas, excepto en los tres primeros siglos de la Iglesia. Alguna vez debería
cambiar, pero ese lastre va para largo.
Me dirán
que eso no afecta al depósito de la Fe y que nunca ha sucedido. ¿No? En los
últimos años parece que sí. No digo que hayan cambiado las declaraciones de los
concilios ecuménicos dogmáticos ni que hayan sido cambiadas las pocas
declaraciones ex catedra que hubo, pero el Catecismo de la Iglesia Católica de
1993 es hoy un tema de discordia, cuando debería ser de unión, en todos los
fieles, incluidos los cardenales que van a elegir al próximo Papa.
Los que tenemos Fe, y por ende no estamos dispuestos a decir que Dios es uno y cuatro si un Papa se desayunara con tres litros de tequila, los que tenemos cierta armonía entre la razón y la Fe, y por ende no dependemos de idas y vueltas filosóficas y teológicas opinables luego erigidas en cuasi dogmas, no nos sentimos a gusto en una Iglesia donde, dependiendo de las noticias que llegan del Vaticano, deberíamos pensar un día una cosa y luego la otra. Tenemos derecho a exigir que el Papa custodie a los hermanos en la Fe (después de todo, es su UNICA función) y por ende que la Iglesia no parezca una veleta contingente y sorpresiva dependiente de la dirección de extraños vientos.
No sé si
esto es mucho pedir a los cardenales que en este momento están reunidos en
Roma.
¿Ellos deberían saber todo esto no?
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