Se está discutiendo mucho, últimamente, qué es el liberalismo. Tal vez venga bien detenerse por un momento y ver concretamente a un liberal. Cuando a Mises se le preguntó cuál sería su primera medida si le dieran plenos poderes, dijo, sin dudar, “renunciaría inmediatamente”.
Eso es una ética del poder. El liberalismo no es sólo la teoría del poder limitado, sino la praxis del poder limitado.
Comprendo a quienes tengan una visión hobbesiana de la política agonal y del poder e intenten llevarla a la praxis del liberalismo. Según ellos, el liberal debería jugar los trucos sucios de la política para mantenerse en el poder, y ese poder, utilizado para luchar contra los totalitarios, convierte en buenos a los malos trucos.
Pero no.
Sólo nos convierte en otros sucios entre sucios.
El liberal se ubica dentro del juego republicano. No es tonto, intenta no perder el apoyo de la opinión pública, e intenta hacer alianzas con los moderados de los demás partidos. No se rodea de una camarilla impenetrable, no impone el secretismo, no insulta, no excomulga. Si hace todo eso es que era un simple político y no un estadista con autoridad moral. Y si la autoridad moral no logra el apoyo de la población, es que la cultura se ha degradado, pero ese fango no puede contagiar al liberal al punto de convertirlo en autoritario.
Claro que el marco cultural determina el tipo de líderes que se tengan o que se sufran. Pero eso no es excusa para no ser lo que se debe ser.
El liberal no tiene enemigos, tiene adversarios. Se siente cómodo en la división de poderes y no le pasa nada si tiene al Congreso en contra y a la prensa en contra. Ve en ello la vida de la República y si por ello no puede mantenerse en el poder, lo pierde con toda naturalidad y…. Listo.
Lo contrario es una victoria a lo pirro, de corto plazo, una película de efectos especiales pero no es la vida de una república estable donde el liberal forma parte de los constitutional essentials, de los consensos de una democracia madura y estable, y no de facciones; tal vez más lenta, pero más efectiva y, sobre todo, superadora de una dialéctica falsa entre el deber y la eficiencia.
Eso es el liberalismo. No estoy inventando nada. Que sea difícil es obvio. Las cosas más importantes de la vida humana son lo que los escolásticos llamaban bienes arduos. Requieren fortaleza.
Y si no la tienes, inútil será que la pretendas a los gritos.
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