(De mi libro Judeo Cristianismo, Civilización Occidental y Libertad, Instituto Acton, 2018, cap. 6).
Coherentemente con lo anterior, y hechas ya todas las aclaraciones pertinentes, Benedicto XVI fue el primer pontífice que le pierde miedo a la obvia palabra “liberalismo” que designa a esa institucionalidad liberal que desde Pío XII en adelante, y con heroicos antecedentes en León XIII y en Benedicto XV, el magisterio ha acompañado.
El primer caso fue una
carta dirigida a Marcello Pera[1],
que aparece como introducción al libro de este último, “Por qué tenemos que decirnos
cristianos. El liberalismo, Europa, la ética” (“Perché dobbiamo dirci cristiani. Il liberalismo, l’Europa, l’etica”,
Mondadori, Milano, 2008). Allí dice directamente Benedicto XVI: “… con un
conocimiento estupendo de las fuentes y con una lógica coherente, analiza la
esencia del liberalismo partiendo de sus fundamentos, mostrando que a la esencia del liberalismo pertenece su
enraizamiento en la imagen cristiana de Dios: su relación con Dios, de
quien el hombre es imagen y de quien hemos recibido el don de la libertad”. Y
más adelante: “Muestra que el liberalismo, sin dejar de ser liberalismo sino,
al contrario, para ser fiel a sí mismo,
puede enlazarse con una doctrina del bien, en particular con la cristiana que
le es congénere, ofreciendo así verdaderamente su contribución a la
superación de la crisis” (las itálicas son nuestras).
No haremos mayores
comentarios triunfalistas. Sólo diremos, a quienes aún siguen organizando
seminarios sobre la base del famoso libelo de Félix Sardá y Salvany, lo que ya
les dijimos: “Gente, sean coherentes. No pueden seguir organizando esas
jornadas bajo la Iglesia Católica Romana. O se hacen sedevacantistas, o se
reconocen sinceramente como seguidores de Mons. Lefebvre, o admiten alguna vez
que el famoso librito de Félix Sardá y Salvany no cubre todas y cada una de las
especies del liberalismo clásico. O hacen lo que ustedes dicen que nosotros no
hacemos: escuchar al Magisterio”.
El segundo caso es más
importante históricamente: Benedicto XVI está recordando nada más ni nada menos
que la cuestión romana, tan importante en el Magisterio del s. XIX[2].
Y afirma: “Por razones
históricas, culturales y políticas complejas, el Risorgimento ha pasado como un movimiento contrario
a la Iglesia, al catolicismo, a veces incluso contrario a la religión en
general. Sin negar el papel de tradiciones de pensamiento diferentes, algunas
marcadas por trazos jurisdiccionalistas o laicistas, no se puede desconocer la aportación del pensamiento –e incluso de la acción– de los católicos en la formación del Estado
unitario. Desde el punto de vista del pensamiento político bastaría
recordar todas las vicisitudes del neogüelfismo, que tuvo en Vincenzo Gioberti
un ilustre representante; o pensar en las orientaciones católico-liberales de Cesare Balbo, Massimo d'Azeglio y Raffaele
Lambruschini. Por el pensamiento
filosófico, político y también jurídico resalta la gran figura de Antonio
Rosmini, cuya influencia se ha mantenido en el tiempo, hasta dar forma a puntos
significativos de la Constitución italiana vigente. Y por la literatura que
tanto contribuyó a «hacer a los italianos», es decir, a darles su sentido de
pertenencia a la nueva comunidad política que el proceso del Risorgimento estaba plasmando, cómo no recordar
a Alessandro Manzoni, fiel intérprete de la fe y de la moral católica; o a
Silvio Pellico, que, con su obra autobiográfica sobre las dolorosas vicisitudes
de un patriota, supo testimoniar la conciliabilidad del amor a la Patria con
una fe inquebrantable. Y también figuras de santos, como san Juan Bosco,
impulsado por la preocupación pedagógica a componer manuales de historia
patria, que modeló la pertenencia al instituto por él fundado sobre un
paradigma coherente con una sana concepción
liberal: «ciudadanos ante el Estado y religiosos ante la Iglesia». (Las
itálicas son nuestras).
En un solo párrafo, que hubiera horrorizado a
los ultramontanos que estaban a la derecha de Pío IX –lo cual es mucho decir–
Benedicto XVI reivindica a los católicos liberales del s. XIX en el caso
italiano, especialmente Rosmini, y los coloca como ejemplo de una “sana
concepción liberal”.
La conclusión de todo
esto es obvia: el terror con la palabra “liberalismo”, en los contextos
precisados, se acabó. Si a esto agregamos la utilización de “economía de
mercado”, por parte de Juan Pablo II[3],
entonces también por ese lado hubo un avance. Si bien todo esto, ahora, parece no haber existido, no creo que
estos documentos hayan sido oficialmente abrogados.
[1] Benedicto XVI, “Carta a Marcello Pera
sobre las bases del liberalismo”, en Zenit, del 2-12-08, http://www.zenit.org/article-29393?l=spanish, y
https://es.zenit.org/articles/carta-del-papa-a-marcello-pera-sobre-las-bases-del-liberalismo/.
[2] https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/letters/2011/ documents/ hf_ben-xvi_let_20110317_150-unita.html.
[3] Nos referimos al famoso párrafo 42 de la Centesimus annus,
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19840806_theology-liberation_sp.html.
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