domingo, 16 de octubre de 2022

EL PROFESOR, EL ASESOR, EL POLÍTICO (*)

Si, obvio que puede haber confusión de roles, pero conviene aclarar las distinciones precisamente para estos tres “tipos ideales” (Weber) se puedan ayudar.

El profesor se mueve en el noble campo de la teoría y está perfecto. Porque las teorías son el campo de donde surgen luego las aplicaciones prácticas, tanto en ciencias naturales como en sociales. Pero el profesor no es el técnico, aunque a veces sea la misma persona o pueda dar consejos. El profesor puede y debe darse el lujo de dudar, de esperar, de seguir pensando, de no sumergirse en la coyuntura, precisamente porque desde allí puede ayudar más y formar mejor a los demás.

El asesor es más bien el técnico, el que se ha formado perfectamente con profesores pero luego elabora los planes concretos de gobierno. Puede a veces ser la misma persona pero aún así conviene distinguir los campos. El asesor necesita una personalidad especial. No debe competir por los cargos del político al que ayuda, no debe competir por dar él los discursos ni tener relevancia pública y debe ser muy cuidadoso de cobrar honorarios que realmente haya merecido y cuyas fuentes sean honestas. Desde allí, su rol es esencial para ser el puente entre la más alta teoría política o económica y el político que la necesita más aplicada a casos concretos. El asesor debe tener un manejo de las circunstancias concretas de las cuales puede prescindir el profesor.

El político no debe ser aquel que sigue sin pensamiento crítico a la opinión pública o al horizonte de su audiencia, aunque es una variable que debe sopesar en su acción. El buen político es un psicoanalista social. Tiene transferencia entre su audiencia y el deber ser. Enseña de un modo muy particular: más que repetir lo que el público espera, lo re-conduce, como Mandela cuando saca a su audiencia de sus deseos de venganza. Así se transforma en un estadista. Si no, es una mera repetidora de la pulsión de vida de su audiencia, no es un Super Yo. Y eso se llama demagogia.

Su juego de lenguaje es distinto al del profesor y el técnico. Su hablar debe tener belleza, retórica, pero la retórica no significa agresión, y sólo un liderazgo moral muy profundo puede distinguir ambas cosas. Ese liderazgo moral es el que verdaderamente puede liderar un cambio social positivo.

Lamentablemente sucede a veces que personas equivocadas tienen buena retórica y personas acertadas no la tienen. Esa separación de belleza y verdad es lamentable pero cuidado, desde los griegos sabemos que la retórica en la democracia es importantísima. Mucho más con los mass media actuales. La calma y la paciencia didáctica son parte de la retórica de un líder moralmente calificado. La agresión sólo fomenta las pasiones desordenadas de la audiencia y retroalimentan al que agrede.

El profesor no debe adherirse totalmente a ningún político. Como ciudadano tiene perfecto derecho a evaluar, a elogiar, a criticar, incluso (aunque eso implique muchas confusiones) a decir a quién va a votar PERO, si está bien formado en ética y en hermenéutica, sabrá que debe mantener distancia crítica de todos y tener clara conciencia de su falibilidad en sus opciones concretas, y decirlo. Forma parte de sus enseñanzas. Su “me puedo equivocar” NO debe ser sólo una fórmula de cortesía, sobre todo cuando el juicio es sobre un candidato concreto. Si el profesor no se despega así de un candidato, ¿dónde quedará luego su autoridad moral a la hora de escribir in abstracto o enseñar en una clase? Si el profesor y el político aparcen como si fueran uno solo en una clase y en un acto político, la audiencia necesariamente se va a confundir a la hora de tener que distinguir entre LA teoría tal o cual y SU APLICACIÓN CONCRETA. Pero los que deberían haber hecho la distinción son ellos.

En las circunstancias actuales, viene bien que cada uno de mantenga en su rol y que cuando cruce a la casa del otro sepa que es un invitado. Tal vez en otras circunstancias históricas.... Pero en la nuestra, más vale liberalismo en mano que 100 diputados volando. 


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(*) Sé que no estoy tocando hoy el importante rol del influencer; queda para otra entrada. 

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1 comentario:

Fernando Romero Moreno dijo...

Muy bueno. Castellani decía que debían gobernar los que tienen mas inteligencia práctica asesorados por los que tienen más inteligencia especulativa. El peligro que denunciaba era el gobierno de los meros administradores de mentalidad voluntariosa. Otra de sus críticas a los Jesuitas de entonces...