domingo, 22 de noviembre de 2020

RESEÑA CRÍTICA AL LIBRO LA NUEVA DERECHA, REFLEXIONES SOBRE LA REVOLUCIÓN CONSERVADORA EN LA ARGENTINA (Grupo Unión, Buenos Aires, 2020), DE FERNANDO ROMERO MORENO

 

1.       1. Introducción.

Me he tomado como un deber total y completo comentar este gran aporte de Fernando Romero Moreno, porque lo que está en juego actualmente es un futuro con dignidad y justicia o un largo camino de esclavitud.

Fernando Romero Moreno es un caso único dentro del Nacionalismo Católico. Desde que lo conocí, hace ya más de 35 años, me sorprendió su respeto, su cordialidad, su total honestidad intelectual, su cuidado ante las simplificaciones que tanto dividen y nada ayudan. El dice que no, que lo aprendió de Sacheri, y estoy seguro de que fue así, pero ello no niega que en estos momentos sea un caso único por sus pensamientos y actitudes: estamos en el 2020 y los recambios generacionales son necesarios.

El libro que tenemos entre manos (La Nueva Derecha, Reflexiones sobre la Revolución Conservadora en la Argentina) es hasta ahora su opus magnus, tanto a nivel teórico como práctico.

Comencemos por esto último, porque corresponde al objetivo del libro. Se trata de una propuesta de alianza entre varios sectores (nacionalismo católico, conservadorismo, liberalismo clásico, paleo-libertarios, peronismo no kirchnerista) para enfrentar en conjunto el eje socialista mundial, neo-marxista y post-moderno. Estos sectores -sobre todo en la Argentina- se han peleado mucho entre sí. Cada uno ha simplificado la historia y la teoría del otro y se han insultado hasta el hartazgo, construyendo paradigmas inconmensurables de los cuales es casi imposible salir. Pero salir de ello es la misión imposible, si decidimos aceptarla, que se ha propuesto el autor, en función del bien común de la Argentina y el mundo. Hay que tener la mente joven y a medio camino para comprender a Fernando. Muchos de nosotros ya somos leyenda. Pero es un libro que espero que sea leído por las nuevas generaciones que adscriben a esas ideas.

Fernando distingue permanentemente tres perspectivas. Primero, cómo se ha dado cada corriente en sí misma, en sus autores y en sus concreciones históricas. Segundo, qué se puede aceptar “en hipótesis” (la "tesis" es lo ideal, la "hipótesis" es lo histórico-prudencial -León XIII-) de cada una de ellas, en función de la propuesta final. Tercero, su propia posición, en tesis, de la cual sabe moverse con holgura cuando la prudencia política así lo dictamina.

Cada corriente es descripta con una justicia y precisión pocas veces vista, al menos en nuestro ámbito. Fernando nunca construye hombres de paja. En cada corriente distingue todo lo necesario, no sólo para cumplir con la justicia de una correcta hermenéutica, sino también para el objetivo final de su libro.

Comenzaremos a hacer entonces un análisis crítico de lo que el autor sostiene sobre cada corriente en particular.

2.     2. La primera corriente analizada es el Conservadorismo. Primero analiza al norteamericano línea Burke-Kirk y los “tocquevillieanos” Hayek y Ropke. Rescata sus valores: “….la importancia de la religión en la vida pública, la defensa de la vida humana inocente y la familia tradicional, la libertad de enseñanza, la educación en el hogar, el patriotismo, la importancia de las sociedades intermedias, la oposición al progresismo y la crítica a la agenda globalista de la ONU”, pero advierte de una grieta que partió al medio al esta corriente en los EEUU: los tradicionalistas católicos y los anarco-capitalistas. Disiente con los neo-cons, rescata a Pat Buchanan, que les responde. Termina rescatando a los liberales clásicos burkiano-hayekianos y a los peleo-libertarios, opción que se mantiene durante todo el libro.

Luego pasa revista al conservadorismo español, que conoce a la perfección. Rescata fundamentalmente la línea de Menéndez y Pelayo: “….Este conservadorismo católico español, de modo similar al anglosajón, fue tradicionalista en lo religioso y cultural, monárquico y, en ciertos casos, abierto a la aceptación crítica de ciertas “instituciones liberales” (constitución moderna, división de poderes, derechos y garantías individuales, capitalismo), pero sin que la mayoría cayera en el eclecticismo ideológico del canovismo “stricto sensu””.

Finalmente se dedica al conservadorismo argentino. Es una línea muy amplia que abarca fundamentalmente a los defensores de una Argentina posterior a Caseros. Pero dentro de ello hay mucho que distinguir. Rescata a Alberdi, toma distancia de los liberales iluministas (de quienes rescata su idea de Nación unificada) para terminar advirtiendo la diferencia entre conservadores nacionalistas y liberales, tema que retomará desde luego en varias partes del libro. Pero desde este momento Fernando expone estas diferencias con la esperanza de encontrar puntos en común.

3. Tradicionalismo. Primero establece las diferencias con el conservadorismo, que tiene que ver sobre todo con la diferencia entre un Burke y un De Maistre. Luego pasa a exponer al tradicionalismo carlista, desconocida corriente en Argentina pero que él conoce a la perfección: “…Volviendo al tradicionalismo contrarrevolucionario, nos parece que la corriente más ortodoxa es el carlismo 68, el movimiento político y popular más antiguo de España, aunque también haya referentes de similar perfil en España y otros países (Eugenio Vegas Latapié, Jean Ousset, Marcel de Corte, Michel Creuzet, Gustave Thibon, Galvao de Souza, Osvaldo Lira, Danilo Castellano, Félix A. Lamas, Thomas Molnar, L. Brent Bozzel, etc). En el carlismo hay cuatro aspectos que no sólo definen su doctrina sino también su encarnación popular a lo largo de las generaciones. Tales aspectos están resumidos en el conocido lema Dios- Patria- Fueros- Rey”. Se introduce luego en los delicados y complejos derroteros de este movimiento por la historia de España. Pero lo esencial de la doctrina carlista es que “….El carlismo no se distingue sólo por mantener las banderas de la Unidad Católica o la restauración de “las Españas” sino también por tres instituciones históricas, que garantizan la necesaria unidad del poder político con sus correspondientes límites, la representación de los cuerpos intermedios ante el gobierno y las legítimas libertades de las regiones y corporaciones. Es decir: la Monarquía Tradicional, las Cortes y los Fueros, cuyas raíces se remontan a los siglos XI-XII y que se mantuvieron casi intactas hasta el advenimiento de los Borbones en 1713”. Aquí Fernando destaca algo que será esencial para el objetivo del libro: este tradicionalismo, de igual modo que las instituciones políticas españolas ANTES que los Borbones, NO rechazaba “las libertades”, sino que las defendía en su manifestación histórica concreta, donde entran instituciones como los fueros y las cortes. La similitud con el common law británico no se le escapa a nuestro conciliador autor: “…A su turno, Don Antonio Aparisi y Guijarro, uno de los primeros teóricos carlistas, explicó de qué manera estaban garantizadas las libertades concretas ante el Rey, según esas antiguas leyes, costumbres y fueros:  “Un hombre no puede ser privado de su libertad, ni allanada su casa, sino en los casos y formalidades fijadas en la ley; ni procesado y sentenciado sino por tribunal que corresponda en virtud de leyes anteriores al delito, y en la forma prescripta; ni desposeído de su propiedad, sino por causa de necesidad pública, y previa indemnización. Debe serle además administrada gratuitamente justicia si es pobre, ‘por amor de Dios’, según reza una ley de partida; y según de varias se desprende, no se le debe impedir que se reúna o se asocie con otros hombres para fines que la moral cristiana y el bien público no reprueben”. Esto, de manera similar al common law anglosajón, se remonta al Medioevo católico. Como puede advertirse, estaban reconocidas la libertad, la propiedad, el derecho de asociación, el principio de legalidad, el debido proceso, etc.” Fernando rescata a los fueros como modos de garantizar las libertades concretas, con una peculiar similitud: “…Esta negativa a establecer una “lista de derechos” es similar (no idéntica) a la planteada por los federalistas con posterioridad a la Revolución Norteamericana de 1776”. Esto es MUY interesante. Yo mismo, que nunca supe nada de todo esto, distinguí en su momento entre derechos individuales in concreto e in abstracto, por influencia del common law, Hayek y Popper, como un modo de conciliar las a veces interminables peleas entre los liberales (clásicos) y libertarios sobre los límites concretos de las libertades individuales. Esta apelación a la circunstancia histórica concreta es la que nos mantiene al autor y a mí en la realidad política concreta, sin renunciar al norte al cual nos dirigimos, pero sin caer en utopías abstractas de lo histórico, que imposibilitan cualquier evolución histórica, cualquier alianza lícita, cualquier evaluación de la situación en el aquí y en el ahora, y que conducen sólo a revoluciones constructivistas que sólo implican violencia e involución. 

La importancia de este carlismo para la histórica política argentina es uno de los temas favoritos del autor. Fernando sostiene que las instituciones hispánicas pre-borbónicas defendían esas libertades in concreto, contrariamente a lo que sostenemos en general los liberales (entre los que me incluyo y creo que estuve equivocado). La tesis central del autor es interesantísima y tiendo a pensar ahora que está acertado. La evolución histórica argentina, conforme a su propia historicidad, debería haber consistido en una evolución de esas instituciones a una aceptación alberdiana de lo mejor de las instituciones conservadoras burkianas y federalistas norteamericanas, SIN abandonar las primeras.  Ello hubiera impedido el choque que luego se produjo entre una especia de constructivismo (aunque limitado) que las borró bajo cierta influencia de un liberalismo iluminista. La inestabilidad política argentina se debe entonces NO a lo que yo sostuve en su momento (un choque entre dos autoritarismos, el español y el liberalismo constructivista) sino en NO haber seguido una sana evolución de nuestras instituciones hacia un mayor constitucionalismo (ese habría sido el error práctico de Rosas en opinión del autor: NO haber “constitucionalizado” sanas tradiciones conforme avanzaba históricamente la idea de Constitución como en los EEUU). En palabras del autor: “…Al desaparecer la autonomía municipal, los cabildos abiertos, la representación orgánica, el mandato imperativo y el juicio de residencia y, en contrapartida, consagrar un federalismo centralizado, la autarquía de los municipios (hasta 1994), el individualismo, la codificación jurídica, el juicio político de origen norteamericano, la confusión entre gobierno y representación, y el mandato general, impedimos una transición pacífica de régimen político y el necesario vínculo de las nuevas instituciones con las antiguas”. ¿Por qué esto es tan importante para el autor? Por un “detalle” de derecho político que ha producido una grieta casi insoluble entre tradicionalistas hispánicos y liberales, y me refiero esta vez a nosotros los hayekianos. Nosotros clamamos al cielo cada vez que surge la palabra “corporativismo”. Pero Fernando explica que una cosa es la representación en el poder y otra ante el poder. EN el poder cuando diputados y senadores representan a ciudadanos y provincias como un poder del Estado, “ante” el poder cuando diversos estamentos (nobleza, clero, ciudades) se defienden ellos mismos ante y de otro poder, como de hecho sucedió con la Carga Magna ante el Rey, tema que nosotros hemos siempre entronizado tanto. No sé si la evaluación que hace el autor de la revolución inglesa de 1688, o la norteamericana de 1776, es la correcta, pero lo que sé es que me parece plausible su conclusión histórica para el caso argentino: dada la historicidad de la Argentina, dado el “modo de ser” de su cultura política, cuando estos grupos se quedan sin representación ante el poder, se confunden en grupos de presión inorgánicos y manipulables por ideologías. En palabras del autor: “…De este modo, los ‘representantes’ dejaron de amparar ‘intereses concretos’ (para lo cual estaban dotados de mandato imperativo) y se convirtieron en representantes “de la Nación”, es decir de ‘intereses generales’ (siendo desde entonces su mandato también general)”. Llevando esto a nuestra realidad podemos constatar “la existencia en el pueblo argentino, de rasgos corporativos tradicionales, de instituciones que - al no ser reconocidas constitucionalmente en la función representativa que les cabe - tienden a expresarse de modo inorgánico, como grupos de presión, y a confundirse con las llamadas ONG’s que poco o nada tienen que ver con lo que es en realidad una corporación (intermedia o no)”. Dudo que en un futuro esto pueda corregirse, sobre todo porque creo que se necesitan cientos de Fernandos (que NO los hay) para que esto no degenere en Argentina en un corporativismo mussoliniano, pero como observación histórica y como advertencia, esto es plenamente válido. Al concluir este punto, y para asombro de los lectores, el autor establece una línea conciliatoria entre algunos principios carlistas y algunos paleo-libertarios, siguiendo un artículo de Miguel Anxo Bastos: “…Murray Rothbard afirmó en una ocasión que los fueros habían sido la mayor aportación de la teoría política hispánica al acervo político de la humanidad…”; “……Para concluir (…) si bien – con este análisis- no podemos considerar al carlismo un movimiento de corte libertario, ni perfectamente compatible con el libertarismo (…), sí que los podemos considerar un aliado muy válido, dado que en el contexto político y social actual, en el que predominan los Estados intervencionistas y existen varias amenazas a la libertad (entre ellas, el marxismo cultural), defienden por encima de la media, no sólo la libertad y el derecho de propiedad, sino su sustento original”. En este caso no comentaré nada. Simplemente quién soy para para decirle al autor que no se pueden armonizar cosas aparentemente contradictorias....

4.         4. Sigue luego el análisis del nacionalismo argentino. La historia y las distinciones son difíciles. Su nacimiento se remontaría a una mezcla entre los intelectuales de La Acción Francesa, el fascismo italiano, el tradicionalismo español y los sectores menos liberales del conservadorismo. Pero las mezclas posteriores son muchas. Para poner un poco de orden teórico, Fernando teoriza sobre el nacionalismo tradicionalista. No podemos ahora resumir lo ya resmuido por el autor, simplemente mostraremos sus títulos y comentaremos algunas cosas.

      La tradición (a) para el autor se divide en:

     a.1.  Los principios de todo el "orden social católico" (el autor sabe que esyo no abarca a los aspectos prudenciales y por ende opinables de la esfera temporal; está hablando en tesis, no en hipótesis).

      a.2.  Los específicos de ls filosofía política clásica.

      a.3. Los peculiares de la tradición hispánica, americana y argentina.

      b) Soberanía política, Independencia Económica y Justicia Social.

      c) Republicanismo corporativo

       d) Federalismo de raíz municipal

        e) Revisionismo histórico.


    Para que el lector no se confunda, vamos a hacer ciertas aclaraciones. 

    Primero, tengamos en cuenta que cuando el autor habla de tradición hispana, se refiere a aquellas instituciones ya citadas que para el autor implicaban un equilibrio de poderes y una defensa de las libertades concretas.

     Segundo, cuando habla de la soberanía política de la "nación", lo distingue de dos cosas. Primero, y por supuesto, del nacionalismo iluminista de la Revolución Francesa. Segundo, y citando a Gambra y teniendo en cuenta lo aclarado por Santo Tomás sobre el orden social, aclara que la nación no es una sustancia que absorba a las personas individuales. Aquí es donde debemos comentar una de las mejores contribuciones del autor para tender puentes. No en este lugar, sino más adelante, recurre al concepto de Nación de L. von Mises (lo hace cuando habla del liberalismo clásico pero creemos que la aclaración vale aquí). Pocos liberales argentinos, creo, han estudiado suficientemente el libro de Mises "Nation, State, and Economy" de 1919. Allí Mises afirma que la Nación es una unidad linguística y cultural, y que pueden convivir varias naciones en un mismo Estado, organizadas como una confederación. Pues bien: esto justifica que el nacionalismo tradicionalista reivindique, para América Latina, una "Patria Grande", esto es, una sola Nación, unida en una confederación, que una a sus diversas "naciones" que no son tales, y están inútilmente divididadas por cuestiones políticas contingentes. Yo en su momento (1989) abogué por los "Estados Unidos de América Latina", así que no estoy nada lejos del autor. 

     Tercero, el autor incluye, al hablar de la tradición hispana, a lo que hoy los liberales reivindican como suya a la Escolástica Española. No acepta la teoría del poder de Suárez, pero reconoce que es un tema opinable. Pero la reivindica como una de las fuentes de limitación al poder al estilo hispano, como hemos reseñado más arriba. 

       Cuarto, cuando habla de independencia económica se refiere a un proteccionismo moderado como propuso Hamilton en su momento. Yo no concuerdo ningún nivel de proteccionismo, pero no por ello no voy a reconocer la moderación de la posición del autor: NO se refiere de ningún modo, es más, explícitamente critica, a las teorías de la sustotitución de importaciones de la Cepal de los 60. Se refiere a una mínima protección arancelaria compatible con la economía social de mercado, corriente económica que el autor defiende a lo largo de todo el libro. 

          Quinto, cuando habla de revisionismo histórico no se refiere a una dialéctica de buenos y malos, donde los buenos serían todos los opositores a Caseros y los malos los posteriores, posición dicotómica que es alimentada precisamente por cierta historia oficial de origen contrario. Se refiere a una evaluación equilibrada de la Historia Argentina, donde se valoren los aportes de 1853 en adelante para la unidad nacional, pero al mismo tiempo se reconozcan los valores positivimos de la tradución política y jurírica pre-hispánica y no se demonice o idealice a ninguno de los dos bandos, que fueron ambos muy violentos. En ese sentido el autor rescata una cita de Alberdi que asombrará a más de un liberal: "...Alberdi decía: "Con caudillos, con unitarios, con federales, y con cuanto contiene y forma la desgraciada República, se debe proceder a su organización, sin excluir ni aún a los malos, porque también forman parte de la familia"".


     Otro importantísimo tema dentro de este análisis del nacionalismo argentino es si es tradicionalista o revolucionario. Allí el autor distingue (como siempre) dos corrientes. Una, tendiente a las críticas que recibiera de Castellani: "...Castellani, siempre lúcido, señaló tres: el militarismo (indebida subordinación del orden civil al castrense), el fanatismo religioso (sobrevaloración de la Fe no por encima sino contra los valores humanos lícitos) y el estatismo (exageración de las funciones del Estado contraria al principio de subsidiariedad)". Otra corriente dispuesta a trabajar dentro del sistema de la Constitución de 1853, uno de cuyos mejores representantes sería Héctor Hernández. El autor adhiere a esto último y es clave para su posición conciliadora para con liberales clásicos y conservadores en la Argentina. Por eso, aunque reconoce que una alianza entre conservadorismo y nacionalismo tradicionalista no fue posible hasta ahora, afirma que NO es imposible. "No estaría de más -sostiene más addelante-  un análisis más equitativo respecto del conservadorismo, en la línea que ya marcaran, con sus más y con sus menos Ricardo A. Paz, Carlos Luque Colombres, Juan Luis Gallardo o Vicente G. Massot. Pero eso exige una mejor aceptación, no del liberalismo económico individualista, pero sí del capitalismo “lato sensu” y de los derechos naturales de la persona humana, que sólo comenzó a priorizarse en algunos ambientes del Nacionalismo después de los años 50, a través de importantes referentes como Mario Amadeo, Julio Meinvielle, Roberto Gorostiaga, Mario Díaz Colodrero o Carlos A. Sacheri". Lo cual le permite rescatar a un peronismo NO kirchnerista, como la evolución de los peronistas no kirchneristas hacia una aceptación de las reglas de juego de la Constitución de 1853, bajo la aludida interpretación. Fernando propone dejar de lado los debates sobre la figura de Perón y concentrarse en un fututo donde los peronistas puedan aceptar ese juego constitucional y los principios básicos de una economía social de mercado. Yo mismo propuse algo similar en el 2011, así que nada tengo que decir en contra de esta esparanza, excepto ahora, en el 2020, preguntar: ¿queda algún peronista no kirchnerista?

      Y el autor cita nuevamente a Rothbard. "...La posibilidad, pues, de un peronismo conservador y republicano como parte de la Nueva Derecha, guarda cierta analogía con la importancia que respecto de cierto “populismo” señalara el prestigioso intelectual libertario Murray Rothbard, al cual sería bueno que prestaran más atención muchos de nuestros pensadores liberales y conservadores. Afirmaba Rothbard: "...“La realidad del sistema actual es que constituye una alianza profana entre las elites de las ‘corporaciones liberales’ de los grandes grupos empresarios y las de los medios de comunicación, quienes, por medio de grandes gobiernos, privilegiaron y causaron la formación de una parasitaria clase marginal, quienes, entre todos ellos, están saqueando y oprimiendo a la mayor parte de las clases media y baja de los Estados Unidos. Por lo tanto, la estrategia adecuada de los libertarios y paleolibertarios es un ‘populismo de derecha’, es decir: exponer y denunciar a esta alianza profana, y exigir que esta alianza mediática entre niños ricos, clase marginal y liberales deje de oprimir al resto de nosotros: los de clase media y baja (…) Toda política del mundo real es una política de coalición, y hay otras áreas en donde los libertarios podrían bien llegar a acuerdos con sus compañeros paleo, tradicionalistas u otros en una coalición populista. Por ejemplo, en el área de los valores familiares, tomando problemas controvertidos como la pornografía, la prostitución o el aborto”. Y adelantándoe se una objeción, responde: "...Algún paleolibertario podría objetar: la diferencia es que el populismo de derecha en los EE.UU es antiestatista mientras que el populismo de la derecha peronista es dirigista. Pero eso no es necesariamente así". Creemos que es clave esta esperanza del autor: "esto no es necesariamente así". Más allá de que podamos coincidir con el autor en que el núcleo doctrinario del Justicialismo NO está unido al invervencionismo, la clave es que algunos peronistas -esperemos que aparezcan- pueden evolucionar hacia ello. Y lo interesante es cómo lo plantea el autor: "...De tal modo, lo que Rothbard planteaba en los EE.UU es análogo a lo que puede suceder con un peronismo republicano, capitalista y conservador en la Argentina". Yo personalmente NO creo que, como dice el autor, "...El Perón que volvió de España en el 73 no estaba muy lejos de esto", pero eso ya no importa. La clave es la posibilidad de trabajar juntos. 

     Lo que plantea Fernando toca muy de cerca algunas cuestiones de hermenéutica totalmente necesarias para la política argentina. Ojalá, y esto lo digo yo, el peronismo no hubiera existido, pero existió, y además existió PORQUE había tal vez una Argentina profunda que la Generación del 80 no pudo interpretar. Ahora el reloj de la Historia no puede volver atrás, y el peronismo forma parte de la historicidad de la Argentina. Eso se llama horizonte en Gadamer, creencias en Ortega, mundo de la vida en Husserl. Y cualquiera, a su vez, que haya leído a Hayek y a Popper, sabe que la historia NO se puede borrar de modo constructivista. Lo que sí se pueded hacer es evolucionar. Y si queremos un cambio político en paz, esa evolución del peronismo, en alianza con conservadores y liberales clásicos, es sencillamente esencial. Y lo mismo los peronistas y nacionalistas católicos: tampoco ellos pueden tirar por la borda a la Constitución del 53. De esta alianza y de este cese del fuego depende el furuto de la Argentina como proyecto de Nación. 


      5. El liberalismo clásico. Fernando escribe lo que predica. Como ejemplo de este cese del fuego, tenemos aquí tratada a esta corriente con una justicia que ojalá sea modelo para futuras generaciones de nacionalistas y tradicionalistas. 

       Lamentablemente no coincidimos con la introducción. El autor trata de desligar al liberalismo clásico de los s. XVII y XVIII con la progresiva limitación al poder que se da en Occidente desde el Cristianismo y el medioevo. Yo pienso exactamente lo contrario, pero llegaremos a buen puerto igual. 

     La primera distinción que hace Fernando es entre el liberalismo teórico y el histórico (como por ejemplo los EEUU anterior a la guerra de Secesión -distinción que hacen sólo los anarco-capitalistas-), para que no se juzgue a ambos por igual. 

       A su vez, dentro del liberalismo como expresión de pensamiento, distingue entre el clásico y el constructuivista. Rescata al primero, obviamente, no sin diferencias, pero no confunde, como habitualmente sucede, la corriente hayekiana con la Ilustración Francesa y los líberals (con acento en la i) norteamericanos.

        Del liberalismo clásico señala seis características:

        - Individualismo/personalismo. El autor se queda con el common law y la tradición iusnaturalista de las libertades individuales que coincide bastante con las "libertades concretas" defendidas anteriormente por él.

          - Laicidad aconfesional y-o laicismo moderado. El autor se queda -y ello se ve con los capítulos posteriores- con la laicidad entendida según Pío XII y Benedicto XVI, pero rechaza "en tesis" la separación neutral entre Iglesia y Estado, aceptándola en hipótesis, como León XIII. 

           - Economía de mercado. El autor rescata sobre todo a la economía social de mercado. Cita, no sólo aquí, a Muller Armak y a Ropke.

            - Democracia limitada. El autor el límite al poder de las mayorías. 

             - Descentralización política y administrativa. El autor rescata la tradición federalista e incluso los moderlos confederados que se dieron en los EEUU.

             - Reformismo social. El autor rescata la primacía que tienen la evolución (como en un Popper o un Hayek) versus la re-volución de tipo constructivista.

              En cuanto a los fundamentos filosóficos de todo esto, el autor rechaza obviamente al utilitarismo pero rescata elementos conformes al derecho natural del iusnaturalismo individualista y el personalismo cristiano. Sostiene que un católico puede ser un liberal "institucional" y del liberalismo católico del s. XIX rechaza a Le Sillon y a Lammenais pero no a sus versiones moderadas como a Dupanloup, Lacordaire, Montalembert, Rosmini y Ozanam.

               Lo que fudamentalmente considera el autor compatible con su tradicionalismo católico es el constitucionalismo liberal clásico, de corte "institucional". Se refiere obviamente a la evolución del common law británico y al constitucionalismo norteamericano. NO es que los considere superiores a las instituciones hispanas pero sí las acepta como algo histórico y opinable. O sea, en su relación a la Doctrina Social de la Iglesia -que el autor considera NO mezclada con las teologías de la liberación y del pueblo- es plenamente aceptable el conjunto de instituciones que derivan en el Estado de Derecho anglosajón, entendidas según la hermenéutica de la continuidad y reforma de Benedicto XVI. En ese caso la cuestión es entonces sólo terminológica.

                  La honestidad intelectual a toda prueba del autor se prueba cuando recuerda que ya San Pío X había distinguido entre "liberalismo" y "partidos políticos liberales", del 20 de Abril de 1911. Por supuesto, Fernando recuerda que para San Pío X sería preferible no utilizar el término para evitar confusiones, pero, al mismo tiempo, "...no era lícito notar con censura teológica y mucho menos tachar de herético al liberalismo cuando se le atribuye sentido diferente del fijado por la Iglesia al condenarlo, mientras que la misma Iglesia no manifieste otra cosa". 

                Y todo eso es esencial para los objetivos del libro. Dice el autor: "...Hechas estas aclaraciones, podemos preguntarnos: ¿y qué es lo que un liberalismo institucional, apoyado en la Doctrina Social de la Iglesia y culturalmente conservador puede aportar a la Nueva Derecha? Nos parece que, además de la coincidencia en combatir el progresismo en sus distintas manifestaciones, los liberales pueden aportar fundamentos novedosos para defender los derechos naturales de la persona humana, una sana economía de mercado, el régimen republicano y federal, marcos institucionales para una mejor aplicación del principio de subsidiariedad, nociones más claras acerca de los posibles efectos negativos de las intervenciones del Estado, propuestas para una mejor protección de la libertad de enseñanza, análisis que permitan tener un conocimiento más acabado acerca del gasto público y el déficit fiscal, reformas que ayuden a que sea más efectivo el federalismo fiscal, argumentos para un mejor funcionamiento del control de constitucionalidad y la independencia de la Justicia, etc.". Y creo coincidir con la recomendación que el autor nos da: "...A su vez, dado el contexto argentino, dicho liberalismo debería mostrar que es capaz de entender mejor la historia y las tradiciones argentinas e hispanoamericanas, evitando el desprecio que los liberales de corte iluminista manifestaron siempre por ellas, que, además del daño ocasionado al bien común, no ha hecho más que distanciarlos de los sectores populares y de los patriotas en general, en beneficio involuntario del populismo y la demagogia". Y de vuelta, una cita de Alberdi que también asombrará a muchos: "...En nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales, Mitre, Sarmiento y Cía., han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la revolución de Mayo, sobre la guerra de la independencia, sobre sus batallas, sobre sus guerras ellos tienen un Alcorán, que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje”. 

     El último punto analizado en este capítulo es el paleo-libertarismo, una corriente muy conocida en EEUU pero reciente en Argentina y de cierta popularidad en algunos ámbiros juveniles. Allí habría a su vez cuatro corrientes. Los miniarquistas (estado mínimo: Nozick), los anarco-capitalistas (Rothbard, David Friedman), los culturalmente conservadores o paleo-libertarios, donde hay autores como Rothbard, Hoppe, Ron Paul, Tucker, Woods. Es esta útltima línea la que tiene mayor interés para el autor, porque, siguiendo un artículo de Lew Rockwell (que fuera reproducido nada menos que en Verbo) el autor propone una alianza entre los paleo-conservadores y los paleo-libertarios. En palabras de Rothbard, "...la antigua América de la libertad individual, la propiedad privada y el gobierno mínimo ha sido reemplazada por una coalición de políticos y burócratas aliados con, e incluso dominado por, las poderosas élites financieras corporativas y monetarias (por ejemplo, los Rockefeller, el trilateralismo), y la nueva élite de tecnócratas e intelectuales, entre ellos académicos de la Ivy League y las élites de los medios, que constituyen la clase que crea opinión en la sociedad". Obviamente el autor toma lo primero y descarta lo segundo. En sus palabras, "...hay en el “paleo-libertarismo” una convicción más profunda y es la importancia que para las personas tienen las virtudes, la institución matrimonial, la religión, la nación y, en general, la tradición de Occidente". Luego de más citas, concluye el autor: "...Creo que con estos ejemplos, queda más claro que hay importantes puntos de convergencia entre varias ideas de los paleo-libertarios con el mínimo común denominador que une a liberal- conservadores, tradicionalistas, paleo-conservadores y nacionalistas católicos que forman la Nueva Derecha". Otra vez, puntos de convergencia, el objetivo del libro. 



      6. La cuestión del capitalismo

       El autor comienza este capítulo con una importante distinción: entre capitalismo e individualismo. Por supuesto, los liberales que valoran al capitalismo liberal sin distinciones estarán en desacuerdo, pero téngase en cuenta que el autor viene de un ámbito en el cual, excepto importantes autores como Sacheri y Menvielle, se critica SIN distinciones al capitalismo. Por eso este capítulo es un importante mensaje a los tradiconalistas católicos por un lado y un punto de encuentro con los liberales en lo económico por el otro.

          Fernando tiene una valoración positiva del capitalismo, siguiendo sobre todo a Sacheri, quien enfatiza la distinción hecha por Pío XI y luego seguida por Pío XII. O sea, que el capitalismo, como sistema en el cual unos proveen el trabajo y otros el capital, bajo la propiedad privada (como precepto secundario de la ley natural) NO es moralmente negativo en sí mismo. Y, por supuesto, esta distinción es la que permite entender que la famosa distinción hecha por Juan Pablo II en la Centesimus annus (capitalismo entendido como economía de mercado en un contexto jurídico justo) no haya sido una discontinuidad con el magisterio anterior. Por eso Fernando puede distanciarse cómodamente de una especie de "pensamiento único" de muchos católicos hoy, según el cual "........circula en ciertos ambientes “católicos” la idea de que todo el mal es culpa del capitalismo y del "neoliberalismo" (término impropio que se aplica indistintamente a modelos económicos distintos y aún contradictorios) y se ponen las esperanzas en el "Socialismo del Siglo XXI", como ya hemos visto (al menos en ciertos círculos de la Teología de la Liberación, del Pueblo, del Tribalismo indígena, de la Amazonía como “locus theologicus”, etc)". Y, por supuesto, también distingue al capitalismo en sí mismo del "capitalismo prebendario", ligado a privilegios jurídicos hacia capitales extranjeros o nacionales.

     Otra aclaración cara al espíritu del autor es la relación entre capitalismo y corporativismo. Para el autor y su tradición, hay una manera correcta de entender esa palabra, que es referirse a la importancia de las sociedades intermedias, como enseña el magisterio de Pío XII, y relacionando ello con la tradición de libre asociación de los EEUU. Citando a Juan Vallet de Goytisolo: “Tocqueville hizo observar cómo bajo las ruinas del antiguo régimen, producidas por la Revolución, había surgido ‘un poder social inmenso que ha atraído y absorbido en su unidad todas las partículas de autoridad que antes estaban dispersas en una infinidad de poderes secundarios: órdenes, clases, profesiones, familias e individuos, y como difundidas en todo el cuerpo social’, que poco a poco el absolutismo había dejado inánimes y la Revolución destruyó de golpe. Y propuso, como tímido remedio a las sociedades democráticas, el de confiar una parte de los poderes administrativos ‘a los cuerpos sociales previsoramente formados de simples ciudadanos’, que, a la sazón, veía florecer en los Estados Unidos de América”. Si se le objeta al autor que ello NO debe imponerse por la fuerza del Estado, responderá que obvio, si por "estado" se entiende el Estado iluminista-weberiano, pero aceptará "en tesis" la teoría de los fueros de la organización jurídica española, aunque luego reconocerá "en hipótesis" que en muy difícil volver a ello en los tiempos actuales (el autor no descarta una reforma constitucional futura donde se les de a estos cuerpos intermedios algún tipo de reprosentación, pero prefiere en hipótesis no innovar la Constitución del 53 si ello implica un mal peor). 

      El autor también espera conciliar al capitalismo con el distributismo de Chesterton y Belloc, según un artículo de M. Greany sobre austríacos y distribucionistas: "....Toda aquella retórica de “lo pequeño es hermoso” y el modernismo, el socialismo y la New Age, son agregados que Chesterton y Hilaire Belloc rechazarían. Desafortunadamente, en última instancia, Belloc se metió en camisa de once varas al tratar de hacer recomendaciones específicas. Era buena retórica, pero mala economía y finanza. Debido a su flexibilidad, sin embargo, el Distributismo puede ser viable agregando un componente de ahorros futuros que no recaiga en la propiedad de riqueza existente para financiar la formación de nuevo capital y al reconocer que la propiedad ampliamente distribuida de las grandes empresas es tan legítima como la propiedad de pequeñas empresas. Los distributistas de los últimos tiempos necesitan sacarse de encima sus deudas con socialistas y fabianos, y de sus vástagos, especialmente R. H. Tawney, monseñor John A. Ryan, Henry George, el crédito social, el socialismo corporativista, etc., etc., y ahora el “socialdemocratismo”. Y este es sólo un ejemplo del diálogo que hay en la actualidad entre algunos austríacos y ciertos distributistas". 

   Como ya dije antes, yo no soy nadie para quitar al autor esperanzas de reconciliar lo aparentemente contradictorio. 

Más fácil es, desde luego, una alianza entre conservadorismo y capitalismo, sobre todo en una línea que una a Hayek y Tocqueville y Kirk. En palabras de este último, "...“El término libertarismo no es del agrado de las personas que reflexionan seriamente sobre política. Tanto el Dr. F. A. Hayek como este servidor, más de una vez, nos hemos tomado la molestia de declarar públicamente que rechazamos que se nos designe con esta etiqueta. Cualquiera que haya recibido la influencia del pensamiento de Edmund Burke y de Alexis de Tocqueville –como es el caso del profesor Hayek y de este comentarista– es un firme enemigo de las ideologías. Y el libertarismo no es más que una ideología simplista que seduce a esa variedad de personajes que Burckhardt llamaba ‘los terribles simplificadores’”. [Los libertarios liberetinos] “difieren entre sí en algunos aspectos y manifiestan grados distintos de fervor. Pero en general puede decirse de ellos que son anarquistas filosóficos vestidos de burgueses. De las viejas instituciones de la sociedad, sólo la propiedad privada les parece digna de ser conservada, y aspiran a una Libertad abstracta que jamás ha existido en civilización alguna. Un problema inherente a este modo primitivo de entender la libertad es que de ninguna manera podría funcionar en los Estados Unidos del siglo XX. La república de los Estados Unidos, a la par que el sistema industrial y comercial de este país, requiere del más alto grado de cooperación que ninguna otra civilización haya jamás conocido. Prosperamos porque la mayor parte del tiempo somos capaces de trabajar juntos, y porque nuestros apetitos y pasiones son hasta cierto punto refrenados por leyes aplicadas por el estado. Es preciso limitar los poderes del estado, desde luego, y nuestra Constitución nacional se encarga precisamente de ello, si no a la perfección, al menos más eficientemente que cualquier otra Constitución nacional (…) El éxito de la economía estadounidense está asentado en las viejas bases de sus hábitos morales y en sus costumbres y convicciones sociales, en una importante experiencia histórica acumulada y en la aplicación del sentido común a la comprensión de la política. Nuestra actual estructura de libertad empresarial es notablemente deudora de la concepción conservadora de la propiedad y la producción que defendió Alexander Hamilton, enemigo de los libertarios de su época. En cambio, nada debe a la destructiva idea de libertad que asoló Europa durante el periodo de la Revolución Francesa".

 Y este capitalismo es totalmente compatible con una función subsidiaria del Estado. El autor toma para ello la tradición de Hamilton, Ropke, Kirk y Hayek: "...Y es una muestra más de que el capitalismo no necesariamente es individualista, sino que admite una variedad de intervenciones subsidiarias del Estado, sea para garantizar una sana independencia económica (Hamilton- List), para defender bienes morales o culturales que están “más allá de la oferta y la demanda” (Röpke- Kirk) o para asegurar necesidades básicas (de salud, seguridad social, educación, etc) que, al menos transitoriamente, el mercado no puede satisfacer, y que pueden prestar preferentemente los municipios, siempre que lo hagan sin monopolizar su distribución ni generar inflación ni solventarlas con impuestos progresivos ni hacerlo sin aprobación de las legislaturas locales (Hayek- J. Buchanan). Lo que implica que entre las propuestas de Estado mínimo (Nozick) y del Estado- Providencia (Rawls), están las que de un modo u otro aplican el principio de subsidiariedad (Hamilton- Röpke- Kirk- Hayek)". Muchos liberales estarán en desacuerdo, pero el espíritu del autor y de este comentarista es buscar acuerdos. Las restricciones que Fernando coloca a la subsidiariedad de los municipios ("...siempre que lo hagan sin monopolizar su distribución ni generar inflación ni solventarlas con impuestos progresivos ni hacerlo sin aprobación de las legislaturas locales (Hayek- J. Buchanan))", NO son para nada habituales en los ambientes donde se maneja el autor. 

Finalmente, está el gran aporte de Fernando al ambiente tradicionalista y nacionalista católico: la valoración positiva de la economía social de mercado, en armonía con el capitalismo en sí mismo defendido anteriormente. El autor cita, como ya dijimos, a Muller-Armak y a Ropke como una tercera vía entre liberales "miniarquistas" y el corporativismo tradicionalista. Aquí hay desde luego una discusión teórica. Tanto el autor como los liberales críticos de la economía social de mercado la consideran una tercera vía. Yo no, sobre todo si la dialéctica entre "intervención o no intervención del estado" la miramos bajo la solución hayekiana de la intervención limitada de la autoridad municipal. En todo caso habría que ver qué tan "partidario de la Escuela Austríaca" fue Ropke, pero ese debate no es hoy conducente. Además de introducir un austronómetro que no existe, el debate HOY, como Peter Boettke ha señalado, es entre good o bad economics, y es obvio que Ropke y su versión más práctica, Erhard, estaban en la good economics, más allá de los interminables debates sobre qué se pudo hacer o no en la Alemania e Italiaas posteriores a la Segunda Guerra. 

Pero, como venimos diciendo, estos debates teóricos no son importantes para los objetivos del libro (dijimos: para los objetivos del libro). El asunto es que a través de la economía social de mercado, el autor puede proponer un punto práctico de encuentro entre tradicionalistas y liberales encaminado sobre todo a superar los "socialismos del s. XXI". Esto se ve muy bien en los objetivos concretos planteados por el autor: "...Todo esto parece requerir, al menos en la Argentina, un gasto público no superior al 25% del PBI 211; disminuir la carga tributaria y desterrar su actual naturaleza confiscatoria; eliminar los impuestos progresivos; garantizar la estabilidad monetaria y la libertad en las distintas variables económicas (precios, salarios, condiciones de labor, tasas de interés, tipo de cambio, etc), siempre que no se afecten derechos de terceros, el bien común o el principio de reciprocidad en los cambios; realizar una flexibilización laboral, sin afectar los derechos sociales fundamentales; procurar que los convenios colectivos sean, de ser posible, por empresa o zona geográfica; evitar el endeudamiento externo para financiar gastos corrientes; procurar el libre comercio en todas las áreas, salvo las de naturaleza estratégica para el desarrollo o la independencia económica, que necesitarán de un sano proteccionismo; garantizar la intervención subsidiaria del estado, preferentemente a nivel municipal, para la provisión de bienes públicos necesarios que la libre iniciativa privada no pueda cubrir, sobre todo en materias como salud pública, seguridad social, educación, medio ambiente, derechos del consumidor y todo aquello que por naturaleza esté más allá de la oferta y la demanda, sin que el estado monopolice la oferta, salvo cuando pueda estar gravemente comprometido el bien común nacional o internacional (por caso, la energía atómica o sectores donde convenga que haya empresas nacionalizadas o el estado tenga al menos participación en empresas mixtas); supervisar de modo prudencial las entidades financieras, sin prohibir el legítimo préstamo a interés, pero combatiendo la usura; y tratar que haya seguridad jurídica en lo que hace al derecho de propiedad (incluso de los medios de producción), cumplir los contratos justos y respetar las normas que ordenan jurídica y políticamente la economía".  Todo esto, a muchos nacionalistas católicos les parecerá muy liberal y a muchos libertarios muy estatista, pero el asunto es que para la Argentina de hoy sería un milagro. En esa perspectiva hay que ubicarse: en lo posible para la Argentina de hoy, que luego nos permita una estabilidad política donde seguir debatiendo y ajustando los objetivos. 

7. La cuestión de la democracia

De vuelta, hay que distinguir lo que el autor piensa en tesis, de su evaluación histórica del mundo y de Argentina, y lo que propone en hipótesis para la Argentina actual, donde habrá muchas coincidencias entre conservadores, nacionalistas y liberales clásicos.

Cabe aclarar que el largo desarrollo teórico de este capítulo es un largo intento de bajar los decibeles del dabate sobre todo en los ambientes intelectuales del autor.

En tesis, el autor sostiene una interpretación de Santo Tomás según la cual el mejor régimen político es la monarquía, con elementos de límites institucionales al poder del rey, incorporando elementos de la teoría del gobierno mixmo, también defendida por Santo Tomás. En tesis, el autor sostiene la teoría clásica del magisterio pontificio (sobre todo León XIII) que sostiene que todas las formas de gobierno tradicionales son moralmente legítimas mientras respeten el bien común. En tesis, sostiene que el problema de las dos diferentes formas de representación (ante el poder y en el poder) es clave para una doctrina de una "sana democracia" (expresión de Pío XII). Como evaluación histórica, el autor distingue entre la democracia roussoniana, que rechaza totalmente, y las diversas evoluciones históricas en Inglaterra y en le España pre-borbónica. En ambos casos, fue una evolución de hecho de elementos mixtos donde el "elemento democrático" estaba presente, en el primer caso, en la evolución del common law, los lores, los comunes y los jueces, y, en el otro, la des-centralización, el límite al poder y el respeto a las libertaddes concretas que se producían mediante el equilibrio de funciones entre las leyes de Indias, el Derecho Indígena, las Costumbres Locales, las Leyes de Castilla, los Cabildos, etc (que en tesis el autor considera superiores a las instituciones anglosajonas). Ambas evoluciones son aceptables para el tradicionalismo del autor y, como establecía León XIII, la cuestión es respetar las tradiciones históricas de nada "nación" en el sentido establecido anteriormente. 

En cuanto a la evaluación de la Historia Argentina, el autor presenta una tesis que supera la dicotomía entre los endiosadores de Rosas y los endiosadores de la Generación del 80. La cuestión NO radica en que teníamos una Argentina perfecta y "de repente" sucede el golpe del 30, sino que, para el autor, "...Nosotros creemos que el problema es más profundo, como que nunca – desde la Independencia - hemos logrado consolidar un régimen político estable, a diferencia de los Estados Unidos de América. La causa última, nos parece, se remonta a la decadencia de las instituciones hispano - indianas a fines del siglo XVIII (instituciones que habían sembrado las semillas del gobierno local, de la descentralización política, de la representación orgánica, de las libertades concretas y de nuestro derecho foral) y a la falta posterior de un orden constitucional alternativo, acorde con nuestra idiosincracia y necesidades". O sea, para el autor la estabilidad política de Argentina se hubiera dado si esas instituciones hispánicas hubieran evolucionado hacia una forma constitucional que respondieran, sí, a las nuevas inquietudes "alberdianas" pero que a la vez NO significaran un intento de "borrón y cuenta nueva", históricamente imposible y tampoco éticamente deseable. Según el autor, si no lo interpreto mal, Rosas debería haber visto con más picardía los nuevos "signos de los tiempos" pero a la vez los liberales iluministas de la Generación del 80 quisieron implantar en la Argentina instituciones entre francesas y anglosajonas de manera constructivista, a sangre y fuego. Lo hicieron, pero el precio fue la inestabilidad política posterior. 

Pero no sucedió así. ¿Y ahora qué? ¿Llorar sobre lo perdido? ¿Matarnos e insultarnos los unos a los otros? ¿Inventar versiones de la Historia simplificadas, llenos de buenos y malos, santos y demonios? Pues bien, eso es lo que se ha hecho hasta ahora (cuando dije "matarnos" NO fue una analogía, lamentablemente).  La otra opción es la que propone el autor, esto es, "...cuál sería el mejor régimen teniendo en cuenta la historia, la tradición y las condiciones actuales de nuestro país". 

Para ello Fernando analiza primero nuestras tradiciones históricas, que, gusten más o menos, son las que son y la cuestión es la evolución, NO la revolución.

a) La tendencia al caudillismo. Su evolución es precisamente el régimen presidencialista y federal.

b) Una tendencia a un régimen republicano que incorpore el elemento popular, NO populista. Según Irazusta, "...El pueblo rioplatense, colonial e independiente, siempre fue más capaz de comprender los programas de engrandecimiento nacional que sus dirigentes de proponérselos, o de realizarlos por iniciativa propia. Esta conclusión fue alcanzada por mí luego de dilatado estudio de nuestra historia”.

c) La existencia, en el horizonte cultural argentino, de rasgos corporativos tradicionales, que al no ser reconocidos formalmente tienden a expresarse de modo inorgánico como grupos de presión. 

Teniendo en cuenta esos factores, el autor hace dos propuestas: una en tesis pero histórica, y otra directamente en hipótesis. La primera es: "....Teniendo en cuenta estas características, parece razonable sostener que el mejor régimen para la Argentina debería ser una república presidencialista, federal, descentralizada y jerárquica, con un sistema de elección indirecta y una representación mixta que combine la de los partidos políticos (“en el poder”) y la de los cuerpos intermedios (“ante el poder político”). En definitiva, un orden político que sintetice de modo equilibrado la participación popular (principio democrático) con el caudillismo (principio monárquico) y una minoría virtuosa que reemplace a las oligarquías de distinto signo que nos han gobernado hasta el presente". Pero luego pasa a analizar aún más en concreto la Historia Argentina -que no puedo resumir aquí, pero NO porque no sea importante- para concluir: ".....Teniendo en cuenta todo lo escrito y sin olvidar las diferencias que tenemos tradicionalistas, nacionalistas católicos, liberales clásicos y conservadores, probablemente podamos coincidir en algunas propuestas mínimas, para que nuestro régimen republicano pueda realmente servir al bien común, respetar los valores tradicionales y fundacionales de la Patria y garantizar el respeto por los derechos naturales de la persona humana". A continuación explica una serie de "desideratum posibles", entre los cuales podamos detacar la eliminación de la obligatoriedad del sufragio, la independencia de la Justicia, la plenitud de la autonomía municipal, volver a un sistema impositivo donde sean los municipios quienes cobren los impuestos más importantes, eliminando al mismo tiempo el impuesto a la renta, la restauración del Colegio Electoral, un Consejo Económico Social de carácter consultivo, etc. Sabrá perdonar el autor si he recortado sus propuestas, es que opté, faliblemente, por las que podrían ser aceptadas por muchos de los que están de acuerdo con una República con estricta limitación del poder de las mayorías. Finalmente, dice el autor, ".......será la democracia con los requisitos exigidos por Pío XII, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Una democracia tradicional, al decir de Meinvielle,  fundamentada en la filosofía política clásica y, en algunos aspectos, en el republicanismo de origen romano (Cicerón, Salustio, Tácito, Tito Livio), que influyera más tarde en las ciudades del Norte de Italia durante los siglos XIV y XV, aunque ya con algunos errores. Los aspectos positivos a destacar en las ideas del republicanismo clásico son la importancia de una mayor participación ciudadana en los asuntos públicos, la primacía del bien común sobre los intereses individuales, la relación necesaria entre libertad republicana y virtudes cívicas (patriotismo, honestidad, rectitud moral, probidad), instituciones como la milicia ciudadana, la propiedad equitativamente distribuida, la constitución mixta y las bondades de la agricultura por sobre el comercio desordenado y el lujo. La democracia no se cura con más democracia, como se dice habitualmente sino, en palabras de Russell Kirk, con una mejor democracia, que en nuestra opinión no es la de Locke, la de Rousseau o la de Le Sillon, sino la republicana, clásica y católica que, entre nosotros, defendieran Tomás Manuel de Anchorena, Facundo de Zuviría, José Manuel Estrada, Ernesto Padilla, Carlos Ibarguren, Julio y Rodolfo Irazusta, Carlos A. Sacheri, Eduardo Ventura, Juan Rafael Llerena Amadeo y Héctor H. Hernández, entre otros. Una sana democracia o, mejor dicho, una república, respetuosa del Orden Natural y Cristiano como de la Tradición". MUY positivo que el autor diga "...será la democracia con los requisitos exigidos por Pío XII, Juan Pablo II y Benedicto XVI", porque reconoce con ello el acompañamiento, aunque opinable, que el Magisterio ha hecho a las instituciones de una modernidad no iluminista, o sea, el Estado de Derecho, porque ello lo aleja de las críticas que pudieran venir de un Loris Zanatta (el autor dirá que gracias pero que no le preocupa, ya sé). Detalle interesante es que no lo cite a Juan XXIII.

En definitiva, creo que todo este inmenso trabajo teórico e histórico del autor posibilitará un futuro donde conservadores, liberales clásicos, paleo-libertarios y nacionalistas católicos se unan en hipótesis en la defensa de la Constitución de 1853, como un punto de partida común con el cual evitar el Socialismo del s. XXI, la agenda cultural iluminista, post-moderna y neo-marxista, y comenzar de vuelta -sin revolución, con evolución- una Argentina posible con estabilidad política. 

8. La cuestión religiosa.

Finalmente, implícita en todo lo debatido anteriormente, está el papel de la religión en la vida pública. En tesis, el autor sistiene lo que técnicamente se llama la confesionalidad formal del Estado, con respeto a las sanas competencias de la esfera temporal (sana laicidad) y el derecho a la libertad religiosa entendido según el Catecismo de la Iglesia Católica de 1993. En tesis, el autor rechaza totalmente el laicismo de la Revolución Francesa y los Estados iluministas. En hipótesis, considera aceptable la separación entre Iglesia y Estado que se dio en los EEUU -como León XIII-. Y en hipótesis, considera que el tratamiento que la Constitución de 1853 es aceptable dentro de esas circunstancias históricas. O sea, una posición intermedia entre la confesionalidad formal y una laicidad aconfesional (no laicismo) como en los EEUU. Esto es, libertad de cultos sin igualdad de cultos, porque el verbo "sostener" del art. 2 implicaba un reconocimiento jurídico especial a la Religión Católica reconociento a la vez el derecho a la libertad de cultos. Sostiene que esa fue la posición de Alberdi y de Gorostiaga, concluyendo que "....nuestra Constitución no estableció una democracia totalitaria y laicista, sino una república substancial y culturalmente católica, respetuosa de la ley natural, aunque con libertad religiosa. Varios constitucionalistas posteriores hicieron esta interpretación de la confesionalidad implícita, entre los cuales sobresale Bidart Campos quien (pese a su liberalismo) decía que la palabra "sostener" implicaba la unión moral entre la Iglesia Católica y el Estado Argentino así como el reconocimiento de la Iglesia como persona jurídica de derecho público".

La cuestión es qué hacer con todo esto HOY. Creo que el autor está dispuesto a sostenerlo en un ordenamiento constitucional como el propuesto en el capítulo anterior, tolerando en hipótesis lo que sea tolerable. Creemos que esta vez el autor peca de muy escueto en cuanto a sus propuestas prácticas. Pensamos que un acuerdo entre nacionalistas, liberales y conservadores, en esta cuestión, podría tener dos salidas. Una, que creo que el autor puede llegar a aceptar, es dejar tal cual a la Constitución del 53, con una propuesta de "no innovar" so pena de males mayores, dejando "en desuetudo" los privilegios jurídicos a la relgión católica (por ejemplo, la "conversión de los indios al catolicismo": hoy en día los que necesitan convertirse al catolicismo son muchos católicos) y "en debate" la cuestión del sostenimiento económico al sueldo de los obispos. Creemos que sería un mal comienzo. Yo creo que estos sectores podrían ponerse de acuerdo en elevar a rango constitucional, como marco interpretativo del art. 2, el acuerdo del Estado Argentino con el Vaticano de 1966, que blanqueaba jurídicamente costumbres contrarias a la sana laicidad, como el Patronato y distinguía mejor ambas competencias. Se podría comenzar por allí dejando las demás cuestiones en debate para una etapa posterior. Propongo esto en el mismo espíritu del autor: buscar coincidencias mínimas con las cuales re-comenzar una Argentina posible. 


9. Conclusión del autor y mi conclusión.

Les copio directamente la conclusión del autor: "...Luego de este recorrido por diversas corrientes políticas y por acontecimientos históricos de la Argentina, Europa y EE.UU, esperamos que haya quedada mejor fundamentada la convergencia en torno a ciertos valores, principios e instituciones por parte de lo que hemos llamado la Nueva Derecha en nuestra Nación: valores tradicionales como la religión, la patria, la familia, la propiedad privada, la vida humana inocente y los derechos naturales de la persona; principios como los de dignidad humana, subsidiariedad, solidaridad, bien común y justicia social; e instituciones como la república constitucional, el federalismo descentralizado, los cuerpos intermedios, la soberanía política y la economía social de mercado, teniendo como marco de referencia axiológica a la Doctrina Social de la Iglesia Católica. Estamos convencidos que, aun con las diferencias que tenemos en varios asuntos, la labor conjunta en pro de esos objetivos nos permitirá enfrentar con más eficacia la dictadura del relativismo, la cultura de la muerte, la ideología de género, la desmalvinización, el setentismo como política de estado, el garantismo abolicionista, el populismo demagógico, la izquierda cultural, la concepción totalitaria de la democracia y las falsas salidas que representan el Socialismo del Siglo XXI y el Nuevo Orden Mundial (sea en su versión neoconservadora como en la socialdemócrata). La civilización cristiana occidental y la Argentina están pasando tal vez por la crisis más importante de su historia. Es hora de reaccionar y librar con todas las armas que tengamos, la guerra cultural contra el progresismo, antes que un totalitarismo global termine por arrasar con lo que aún queda de nuestras tradiciones y libertades. Dar el Buen Combate para lograr establecer, como decía el Padre de la Patria independiente Don José de San Martín, un gobierno que garantice “el orden y la prosperidad sobre principios diametralmente opuestos a las ideas exaltadas que desgraciadamente se han difundido en el mundo desde la célebre revolución del año 92”, esto es, desde la Revolución Francesa. Y enfrentar a los "desorganizadores partidos de terroristas, comunistas y socialistas, todos reunidos al solo objeto de despreciar, no sólo el orden y la civilización sino también la propiedad, religión y familia". Hacer cumplir este mandato sanmartiniano es obligación de todos los patriotas".

Ahora, mi conclusión. En tesis, mantengo algunas diferencias doctrinales con el autor. Yo no me llamo conservador, siguiendo a Hayek; soy tradicionalista como lo fueron Hayek y Popper, considero muy peligroso a todo nacionalismo pero acepto la noción de Nación de Mises que, como vemos, es un punto de convergencia; considero que las instituciones políticas del liberalismo clásico sólo tienen una diferencia evolutiva con toda la evolución del Estado de Derecho en Occidente; sostengo todas las críticas que Mises hace al intervencionismo, aunque acepto el ppio. de subsidiariedad como lo plantea Hayek y por ende una distribución municipal de bienes públicos; valoro más la figura de Locke y me sigue convenciendo la superioridad de las instituciones políticas anglosajonas; acepto totalmente (como el autor) las limitaciones a la voluntad popular establecidas en una República por medio del Colegio Electoral y un Senado y Suprema Corte sanamente aristocráticos... No veo que posteriormente a la Segunda Guerra se pueda ya distinguir entro los fueros antiguos y las corporaciones mussolinianas, y creo que en el Catolicismo NO se puede sostener en tesis una confesionalidad formal del Estado que NO distinga entre ciudadanía y bautismo, que, como bien ha explicado Rhonheimer, fue el error "en tesis" (aunque muy comprensible históricamente) de los Estados Pontificios, cuya concresión histórica NO puede confundirse con un contenido de Magisterio ordinario definitivo de la Iglesia. 

Pero todo eso, aquí y ahora, no importa. No importa por dos razones. Una: el autor me ha hecho corrregir muchas de mis apreciaciones históricas. No puedo afirmarlo con certeza, pero creo que el autor tiene mucha razón en la evaluación positiva que hace de las instituciones jurídicas y políticas españolas pre-borbónicas. Me ha confirmado (siempre lo penspe, pero ahora mucho más) que la inestabilidad política argentina no se debe a un nacionalismo o peronismo aparecidos de la nada ante la luz inmaculada de la Generación del 80, sino a un intento constructivista de borrar esas tradiciones con otras que no se pueden trasplantar sin la historicidad corresondiente. Me ha convencido de que ciertos liberales no han tomado en cuenta la diferencia de representación ante el poder y en el poder. Por lo demás, siempre pensé como Hayek en el tema de la distribución municipal de bienes públicos; siempre consideré que los liberales argentinos están históricamente unidos a una Generación del 80 que, aunque fuera históricamente comprensible (bueno, históricamente todo es comprensible...) fue totalmente constructivista. Siempre pensé, aunque ahora mucho más, que las institucuiones tradicionales de una cultura NO se pueden NI se deben cambiar de manera constructivista o revolucionaria, por más en desacuerdo que estemos con algunas. Deben evolucionar o de lo contrario emergen por otro lado. Y los liberales argentinos han sido siempre, en general (excepto Alberdi) muy constructivistas. Incluso muchos de los actuales creen que cuando Hayek habla de constructivismo se refiere sólo al socialismo, cuando lo hace también para todo liberalismo constructivista a-histórico. El intento conservador y liberal, en la Argentina, de borrar al peronismo "por decreto" fue de una ingenuidad política y hermenéutica digna del mejor empeño. Si la Argentina tiene futuro lo tiene con un peronismo evolucionado, del cual habrá que tolerar su mitología y sus rituales. Pero la Iglesia Católica tiene allí una misión, en Argentina, que no termina de asumir: aceptar el acompañamiento del Magisterio de Pío XII en adelante al Estado de Derecho liberal, y dejar de entronizar a un peronismo que ya de izquiera, ya de derecha, se considera la encarnación de un pueblo católico inmaculado. Imposible es una República Federal con esa visión. 

Dos: mis diferencias con el autor no tienen importancia NO porque la teoría no tenga importancia, sino porque coincido totalmente con el autor en que lo importante desde un punto de vista histórico y prudencial, aquí y ahora, es hacer una alianza entre las fuerzas de derecha (o de Marte, llámeselas como se quiera) que puedan enfrentar juntas al tsunami cultural del socialismo del s. XXI, el neo-marxismo mezclado incoherentemente con el post-modernismo escéptico, con sus tremendos poderes concentrados en las Naciones Unidas y en la intelectualidad de la mayor parte de las universidades y los mass media (sumado ello a una espiral del silencio de quienes piensan diferente). Pocos advierten este tema cultural. Occidente está a punto de auto-fagocitarse en sus patologías (marxismo y post-modernismo) y la verdadera Iglesia está nuevamente -como adelantara ya Sacheri- encaminada hacia una vida de catacumbas (¿o no? ¿no estamos haciendo Misas en secreto?) mezclada con una vergonzante vida pública en la corrupción moral e intelectual de gran parte de sus obispos y cardenales. Y además la Argentina, con el kirchnerismo, se encuentra ya como un excremento a punto de desaparecer por el inodoro. Que pocos tomen conciencia de ello, es causa y consecuencia. El libro de Fernando tiene por eso una importancia esencial. Creo que puede ser la base para un gran acuerdo entre corrientes que si no se dejan de odiar, terminarán así en el mismo desastre. No es tiempo para las "landias". Gabrielandia, Fernanlandia, pueden esperar. Lo que necesitamos en una base común. Y ya la tenemos. Aún estamos a tiempo de que no sea Historia Antigua. Se llama Constitución de 1853. En ella coincidieron algunos,  una vez, pero con falsedad, odio y resentimiento. Podemos recomenzar. Tender puentes. Yo me ofrezco, Fernando se ofrece. ¿Alguien más?

Si la propuesta de Fernando se pudiera realizar, hay un futuro para la Argentina. Si no, se acabó. Y la propuesta de Fernando es casi imposible. Estamos colgando sobre el "casi". Saque cada uno sus consecuencias. 


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APÉNDICE: les dejo, para que vean las fuentes y la seriedad del autor, la bibliografía citada al final: 


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1 comentario:

Lucas Javier dijo...

Muy interesante. Muchas gracias