domingo, 2 de diciembre de 2018

LIBERALES Y EL TEMA DEL GÉNERO: ¿UNA GRIETA QUE LLEGÓ PARA QUEDARSE?



Hace algunas décadas todo era más fácil. Conservadores, eran todos. En las Mont Pelerin Society de los años 40 y 50, todos eran pundonorosos caballeros de impecable saco, corbata y moñito, ya sean católicos, vulcanos, ateos, agnósticos o argentinos (esta última es una religión muy especial). Todos tenían el casco puesto contra los soviéticos y de la homosexualidad directamente no se hablaba.

Ahora las cosas se han puesto más difíciles. Ahora hay liberales que dicen que si estás en contra de las políticas de género eres un fascista y liberales que dicen que si estás de acuerdo con ellas eres un marxista. La miércoles.

¿Hay algún modo de solucionar esta cuestión?

Se dice de manera muy insistente que la diferencia entre un conservador y un liberal es que si eres liberal, “estás a favor de” la homosexualidad, las drogas, etc. Se dice también, pero al revés, que si eres liberal tienes que estar en contra del colectivo LGBT.

Creo que nunca dije que cuando tenía unos 13 o 14 años recibí no sólo la influencia de Mises, sino también de un salesiano, Mario Alejandro Miozzo, que había escrito, bajo la influencia de Pío XII y Jacques Maritain, unos libros de “educación democrática”[1] que absorbí como esponja. Eran los difíciles años 1973, 74 y 75 en Argentina. Fue mi primer contacto, antes de Hayek, con el Estado de Derecho. Allí aprendí por primera vez lo que era una Constitución limitante del poder, la división de poderes en serio y los derechos individuales. Allí comprendí que el liberalismo eran los arts. 14, 15, 16, 17, 18 y 19 de la Constitución Argentina de 1853. Allí aprendí que el liberalismo era por ende una cuestión esencialmente política y jurídica, y allí vi por primera vez la influencia del Cristianismo en esa cosmovisión.

En esa época establecí contacto con Alberto Benegas Lynch (padre) y el Centro de Estudios sobre la Libertad. Eran todos caballeros muy conservadores en sus costumbres pero que también decían: la libertad propia termina donde comienzan los derechos de los demás. Ese “pero que también” se explicaba perfectamente por el art. 19 de la Constitución: “…las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe”. Listo, me quedó claro: allí está el liberalismo clásico. No puedo imponer mi cosmovisión del mundo por la fuerza de la ley positiva. Me acuerdo muy bien de una “terrible” discusión que tuve con un amigo católico para convencerlo de que no podía entrar al departamento de dos homosexuales para “impedir el mal”. Terminé citándole el art. 19. Por suerte era abogado. No lo convencí, pero hubo unos dos segundos de silencio.

Por lo tanto sí, hay liberales más conservadores en su escala personal de valores y otros más liberales, en el sentido moral del término. Pero eso no los define como liberales en lo político. En lo político son liberales porque no atentan contra derechos de terceros. Por ende si eres liberal, no lo eres porque consideras que está moralmente bien todo lo que se haga en materia sexual, mientras no atentes contra derechos de terceros, sino que eres liberal porque en ese ámbito, el de las acciones privadas, no atentarás contra el derecho a la intimidad personal. Y si eres liberal, no serás liberal porque estés en contra de la pluralidad de géneros o las operaciones trans: lo serás porque en ese ámbito tampoco impedirás el derecho a la intimidad personal. O sea que un liberal puede estar moralmente a favor de la homosexualidad o de ser vulcano, y otro liberal no, pero lo que los define como liberales es que ninguno de los dos impedirá el ejercicio a la intimidad personal de homosexuales, heterosexuales, vulcanos, marcianos y venusinos.

¿Es tan difícil?

Parece que sí. Tal vez el liberalismo clásico, ese del que habla Hayek, no era algo tan fácil. Yo ya no tengo problemas en que los “liberales pro-gays” me dejen de llamar liberal porque soy cristiano. Finalmente no es cuestión de palabras. Es cuestión de ser lo que se es.






[1] Instrucción cívica, de Mario Alexandre. Ediciones Civismo, Buenos Aires. La primera edición fue de 1963. Valga esta referencia como homenaje a este gran sacerdote al cual le debo paz y claridad en unos difíciles 16 años en los cuales creí que tenía que optar entre León XIII y Ludwig von Mises.

1 comentario:

Marcos dijo...

Creo que coincidimos. Aunque escribí mi modesta nota sin haber leído su post.
https://marcosavella.blogspot.com/2018/12/uso-y-abuso-del-liberalometro.html
Saludos.