Sorprendió una vez más
a algunos amigos liberales mi reiterada crítica a medios de comunicación que
publican noticias sobre chismes y vida íntima de las personas famosas, que
tienen alta demanda y en cuya mayoría de casos estos “ricos y famosos” se prestan
gustosamente.
La sorpresa vino de que
yo pudiera ignorar que la oferta tiende a adecuarse a la demanda o que yo
pudiera sugerir algún tipo de intervención del estado al respecto.
La verdad, en mi caso
juzgué no necesario aclarar que ni ignoro lo primero ni propongo lo segundo.
Lo que ocurre es que
hace tiempo que vengo estudiando los fenómenos de masificación, cuyos autores
principales son Freud, Fromm y Frankl.
Lamentablemente no son
autores muy estudiados por los liberales clásicos o libertarios. El primero fue
denostado erróneamente por Hayek quien lo confundió con Marcuse y el
aprovechamiento que el marxismo de los 70 hizo de su texto “El malestar en la
cultura”, cuando precisamente en este texto Freud defiende la propiedad
privada enfáticamente. Mises, al contrario, defendió siempre a Freud, cosa bastante
silenciada por gran parte de los liberales que en esto seguían a Hayek.
Fromm casi no existe
para los liberales/liberatarios, porque a pesar de su intensa crítica al
nazismo y al comunismo, su crítica a la alienación como esencial al capitalismo
–típico del neomarxismo de la Escuela de Frankfrut- fue suficiente para la
consiguiente inconmensurabilidad de paradigmas.
Y de Frankl, ni
noticia. Una lástima.
Pero los tres,
combinadamente, permiten elaborar las causas de la alienación de las masas que
conducen a la votación de dictadores, cosa que ayudaría mucho a los liberales
clásicos a entender el mundo en el que viven y sacarlos de sus sorpresas
racionalistas, donde el supuesto conocimiento del bien conduciría a un votante
más maduro como el ilustrado de Kant.
Pero lo inaceptable
para el liberal, precisamente porque lo ve como un peligro para la libertad de
expresión, es la “crítica a la cultura del espectáculo” que se desprende
fundamentalmente de los escritos de Fromm.
El desarrollo del ser
humano, para Fromm, es precisamente la
búsqueda de ser individuo. Pero ello conlleva un temor (el miedo a la
soledad de la libertad) para el cual hay dos salidas: el amor auténtico, donde
dos individuos se desarrollan plenamente como tales en el amarse plenamente (el
arte de amar) o una total anestesia de ese temor, por medio de una relación
sado-masoquista con el otro, donde la relación dominante-dominado ofrece una
salida “alienante” a la soledad: porque ambos, en esa relación donde el individuo se
pierde, “se hacen el otro”: el dominado acepta ser su relación con el dominante y viceversa. Es una cuestión de psicología profunda que no tiene que ver
con la teoría de la explotación de Marx.
Una de las maneras de
alienación es la cultura del expectáculo, donde el alienado se hace lo que los
otros quieren ver (ver “Zelig” de Woody Allen) donde encuentra en eso el solo
sentido de su existencia, donde se aferra a la fama como una droga
terriblemente adictiva. Los otros alienados son quienes consumen ese circo, que
cuando más morbo y más visualización de lo íntimo les ofrezca, mejor. Es
similar a la adicción que produce la pornografía: lo que más seduce es la
exhibición de lo íntimo.
Esto es parte de la
naturaleza humana, aunque no es algo necesario, porque el amor auténtico lo
puede superar. Sin embargo, a nivel masivo es difícil de frenar. Está lleno de personajes circenses, que son
sin embargo llamados artistas, actores o deportistas, que están gravemente
enfermos, con neurosis casi psicóticas, aferrados a la fama, a las drogas y al
alcohol, cuyos detallas más íntimos de sus pobres vidas son consumidos por
millones de masificados que encuentran en ese consumo un consuelo para una
existencia vana e insípida.
Pero en esos
espectáculos hay 3: la demanda (la masa), el pobre enfermo convertido en
espectáculo de circo, y el empresario que lo vende. Yo lo que digo es que,
moralmente, la rentabilidad no es en ese caso justificativo moral para formar
parte de ese mecanismo perverso de alienación colectiva. El mercado implica el
libre albedrío de sus agentes y por ende su responsabilidad moral. Ningún
oferente “debe” ponerse a vender cualquier cosa porque sea rentable, aunque si
lo hace, claro que el estado no tiene que intervenir, para que se queden
tranquilos. Pero está mal igual. ¿Qué opinarían mis amigos liberales si Unión
Editorial se pusiera a vender libros a favor del Che Guevara sencillamente
porque vende más? Piensen en ese ejemplo, por favor. No sucede ello porque el
director de Unión Editorial, excelente empresario, sabe que sin embargo su
empresa tiene una misión y visión donde hay ciertas rentabilidades que no
entran, y punto.
De igual modo, lo que
yo pido a los dueños de los medios, sean blogs, Facebook, La Nación o The Mars Time, es que hagan una
diferencia y no satisfagan ese tipo de demandas. ¿Tendrán menor rentabilidad? Si, en términos
relativos, de igual modo que Unión Editorial en ese momento está teniendo menor rentabilidad por no publicar un libro llamado “Las virtudes heroicas de Fidel
Castro”. Pero la creatividad empresarial dentro de la misión y visión de la
empresa implica mayores ganancias que las eventuales pérdidas por no dar de
comer la mano de todos los enfermos de morbo y del sabroso sabor obsceno de la
intimidad de los demás, y el aprovechamiento empalagoso de sus más penosas
neurosis cuasi-psicóticas.
Es una cuestión de
ética, gente. Más allá de la oferta y la demanda. Roepke dixit.
1 comentario:
Está muy bien tu exhortaciòn ética a los medios.
Pero tus amigos liberales que justifican y aplauden a los medios que lucran con la degeneraciòn y la podredumbre, lo hacen porque son también ellos unos amorales y degenerados . Te sugiero no perder el tiempo con esos degenerados.
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