(De mi
Comentario de la Suma Contra Gentiles, Libro II, cap. 39, anexo).
ST no niega la casualidad en el orden físico, como veremos
más adelante. La niega en la inteligencia divina, pero no en las cosas creadas,
y es un punto básico de la explicación de la providencia en ST que haya cosas
casuales y no casuales en sentidos diferentes: casuales en el orden de las
causas segundas, no casuales en el orden de la causa primera. “…corresponde a la ordenación de la
providencia divina que haya orden y grados en las causas. Y cuanto más elevada
es una causa, tanto mayor es su virtualidad y más abarca su causalidad. Mas la
intención de una causa creada no puede rebasar los límites de su propia
potencia, pues sería en vano. Luego es preciso que la intención de una causa
particular no se extienda a todo cuanto puede acontecer. Ahora bien, lo casual
y lo fortuito se da precisamente porque acontece al margen de la intención de
los agentes. Por lo tanto, el orden de la divina providencia requiere que haya
cosas casuales y fortuitas” (libro III, cap. 74). Esto es, como el radio de
acción de las causas segundas tiene un límite, cada vez que cada una de ellas llega
a su límite se produce un hiato entre las dos, donde se da la causalidad: un
encuentro no planificado por parte de las causas 2das., pero sí por parte de la
causa primera. Esto es totalmente compatible con las hipótesis biológicas
actuales donde el azar juega un papel explicativo en los orígenes de las
mutaciones genéticas que luego generan una nueva especie que logra re-adaptarse
al medio. Y por ende nada de contradictorio tiene la tesis metafísica de la
creación con la hipótesis biológica de la evolución. Es más, dice ST: “…La naturaleza no es más que la razón de un
cierto arte, a ver el arte divino, impreso en las cosas, por el cual las cosas
mismas se mueven hacia un fin determinado: como si el artífice que hace una
nave pudiera otorgar a los leños que se moviesen por sí mismos para formar la
estructura de la nave”[1].
Los actuales debates entre evolucionismo y “diseño inteligente” no tiene, por
ende, razón de ser, y son totalmente extraños a una hermenéutica católica de
las Sagradas Escrituras.
[1] Comentario
a la Física , libro II, cap. 8 lectio 14, citado
por Mariano Artigas.en La inteligibilidad
de la naturaleza; Eunsa, 1999.
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