NOOOOOO tiene esta
entrada NADA que ver con los heroicos, valerosos y casi esclavistas esfuerzos
que hacen muchos para lograr que la revista académica en cuestión se adecue a
los estándares internacionales actuales, muchos de los cuales son grandes
amigos y tienen toda mi admiración. Yo mismo formo parte del referato de
algunas y estoy muy agradecido por ese honor.
Pero se alzan voces, aquí y allá, de vez en cuando, sobre cierta
exageración en todo esto y creo que hay que pensar más en el asunto, no para
cambiar ahora lo que estamos haciendo, pero sí para pensar en algún cambio a
mediano y largo plazo.
Que no es lo mismo una
revista de difusión que una revista académica es obvio. Que no es lo mismo un
artículo de divulgación que un artículo de investigación, es obvio. Que las
comunidades científicas conforman paradigmas que tienen sus propios estándares
de seriedad, y que en una sociedad libre tienen todo derecho a sostenerlos,
obvio también. Que no hay “objetividad” sino, en todo caso, una honestidad y
seriedad conformes a ese paradigma,
obvio también.
Pero todas esas
obviedades –que las recuerdo para que nadie diga que soy un apocalíptico,
utópico, inadaptado, etc.- no justifican las exageraciones que, tímidamente, de
vez en cuando, se están reconociendo, aunque no en artículos académicos, claro J.
El problema del publish or perish ya
está reconocido hace rato. Que ello disminuye la calidad de la investigación y
aumenta la cantidad, sin calidad, de los artículos, no es ninguna novedad. Pero
que además deba hacerse siempre
siguiendo las exigencias del doble ciego, triple mudo, el pacto de Bolonia y,
si quiero publicar en La Luna, el pacto de Marte, implica ya un “se hace así”
que, por Dios, habría en algún momento que repensar. NO es esa la única
garantía de seriedad.
Hay otras formas de
hacer las cosas. Yo fui testigo de una y protagonista de otra.
Desde 1974 hasta 1991
existió en Argentina la casi única revista de estudios superiores en educación
que no estaba ligada al marxismo internacional. Se llamaba “Revista del
Instituto de Investigaciones Educativas”, y la dirigió mi padre, Luis J.
Zanotti, y no dejó de salir, cada dos meses, casi ni una sola vez hasta el año
referido. Tenía un Consejo de Redacción, y listo. Yo fui testigo permanente de
ese trabajo. El Consejo de reunía, consideraba los artículos recibidos,
publicaba algunos y descartaba otros. A pesar del ambiente ideológico en
contra, la revista fue la única revista argentina de educación que estuvo
(espero que aún esté) en los anaqueles de la biblioteca de la UNESCO.
Publicar en esa revista
era todo un honor.
No había evaluadores
anónimos, todos sabían quién era mi padre y su equipo técnico de colaboradores.
Y ya está. Las exigencias de redacción y citado eran las mínimas obvias con tal
de que el contenido del artículo fuera considerado bueno por el equipo en
cuestión. En todo caso, si había un problema específico se hablaba
–personalmente o por teléfono, no había otra- con el autor en cuestión.
Recuerdo perfectamente con qué sano orgullo mi padre me traía, cada dos meses,
el ejemplar de la revista. Fue como cursar una carrera completa desde 1974
hasta 1991. Aún hay artículos que son considerados un clásico. No hubo fondos
para la digitalización.
Desde 1985 hasta 1992
formé parte del Departamento de Investigaciones del ESEADE de Buenos Aires,
cuyo director era Ezequiel Gallo. De igual modo que en el caso anterior, había
un equipo, del cual esta vez yo formaba parte, que pedía artículos, los
evaluaba, los seleccionaba. Gran parte de los artículos eran fruto de papers que se presentaban en borrador y
se debatían en sesiones del Departamento, cada 15 días. La comunicación con el
extranjero, con las universidades y departamentos que estaban en el mismo tema,
era por carta y por viajes donde heroicamente se traían fotocopias de papers recién escritos. Gran parte de
los ensayos de Israel Kirzner que están hoy editados en The Meaning of The Market Process, yo los leí en fotocopias del
mismo paper que meses atrás había
escrito el autor. El trabajo del equipo –Juan Carlos Cachanosky, Alberto
Benegas Lynch (h), Alfredo Irigoin, Esteban Thomsen, y, en períodos diversos,
Roberto Cachanosky, Alejandro Chafuen, Ricardo Rojas, Enrique Aguilar- era
permanente. Las reuniones quincenales del departamento, las indicaciones
académicas permanentes de Ezequiel Gallo, fueron casi como una carrera
adicional, como una “residencia” si hubiéramos sido médicos. Algunos de
nosotros terminamos allí nuestras tesis de doctorado. Era como un Conicet
privado. Por lo demás, nosotros evaluábamos, todos lo sabían y a nadie le
molestaba. En todo caso, los ultramarxistas e izquierdistas que caminaban en la
hiel de su odio ni se molestaban en mandarnos artículos, y todo bien. La revista
se llamaba LIBERTAS. Era un orgullo publicar allí. Aún debo acordarme de
agradecer haber formado parte de esa isla milagrosa en esos momentos de la
Argentina.
No había doble ciego,
indexación, referato del referato, normas apa o etc –sólo una vez nos costó
convencer a un genio suelto de que debía colocar notas al pie-. Y funcionaba.
Funcionaba muy bien.
Claro, la objeción que
se viene es obvia: puede ser que haya funcionado, pero ya no se puede. Ahora
las cosas “se” hacen de otro modo.
Gente, ya lo sé. Se
hacen de otro modo, además, porque las universidades llamadas privadas en
Europa y Latinoamérica tienen que obedecer sin salida las coacciones impuestas
por los estados. Eso en primer lugar.
Pero si estuviéramos en
una sociedad libre, sí se puede. En todo caso los riesgos serían enormes: los
héroes en cuestión se jugarían sus fondos, su prestigio, todo, pero sólo su
seriedad académica, que no depende de ninguna acreditación, los salvaría a mediano
y largo plazo, en caso de que el proyecto tuviera continuidad.
Por lo demás, esa
sociedad libre, de hecho, ya existe. Los profesores jóvenes saben adecuarse al
mundo: publican en journals indexados, se bancan las ideas y venidas de los
referatos, publican y finalmente ayudan a su universidad con famoso ranking y
etc. Pero al mismo tiempo saben que hay un submundo que, quizás, dentro de no muy poco sea el mundo. O sea, también publican en blogs, en
Facebook, en Wikipedia, etc. Cuando dentro de 100 años se advierta,
retrospectivamente, que las mejores producciones han sido en un blog y no en el
Journal of International Studies of
Numeritos Bien Presentados, será tal vez el momento óptimo de replantearse
la relación entre seriedad y creatividad intelectual.
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