REFLEXIONES SOBRE CUESTIONES OBVIAS.
Para “El Derecho”.
Por Gabriel J. Zanotti.
“Reflexiones sobre cuestiones obvias”, en El Derecho, del
29/1/93.
Las reflexiones que haré a
continuación no constituyen el eje central de mi existencia ni de mi vida
intelectual. Sólo daré vueltas una vez más sobre cierta cuestión movido por un
sentido interno del deber.
A veces, afirmar
explícitamente lo que es “obvio quoad se” -aunque, al parecer, no “obvio quoad
nos”- tiene su precio. En mi caso, haber desarrollado in extenso la asombrosa y
al parecer herética tesis de que el “eje central” de la Doctrina Social de
la Iglesia
(DSI) pasa por los principios básicos de ética social ha implicado aparecer
ante muchos como alguien que quiere, en realidad, negar a la DSI ; reducirla al nivel de
unos simples fines desencarnados de la realidad; sacarla del nivel de los
“medios” de la ética social. Al parecer, implicaría ignorar o querer silenciar
al eje central de la DSI
afirmar, junto con O.N.Derisi, que “...sabido es que si en el orden político,
social o económico se puede llegar a develar los principios rectores supremos
de esa actividad -plano que compete a la actuación de la Iglesia-, no sucede lo
mismo con los principios inmediatos de acción y mucho menos con los `juicios
prudenciales’ que la rigen, donde caben muchas posiciones opinables y donde es
inconveniente y hasta intolerable que la Iglesia quiera decidir por sus propios órganos”1.
Quienes con toda buena
voluntad me “acusan” de cercenar a gran parte de la DSI , no tienen en cuenta dos
cuestiones. Dos cuestiones obvias, que lamentablemente me veo obligado a
explicitar.
En primer lugar, la ética es
una ciencia especulativo-práctica. Eso implica que, en cuanto ciencia, puede
desarrollar una serie de “principios” con carácter de universalidad,
independientemente de su aplicacion prudencial. En relación a esos principios
universales -por ejemplo, “no matarás”- sus aplicaciones prudenciales son
“medios” para plasmarlos en una situación real y concreta; ahora bien, en
relación al fin último de la vida humana, esto es, Dios, esos “principios
universales” son medios. Porque, en relación al fin último, todos los bienes
finitos, aunque “honestos” y/o fines intermedios, son medios (aunque no, claro
está, “meros” medios). Luego, cuando en ética social, concebida como ciencia
especultativo-práctica universal, se habla de sus “principios básicos” en
cuanto “fines” de la ética, eso no implica negarles su carácter practico, esto
es, su carácter de medios, para lograr también el fin último de la vida humana,
esta vez poniendo especial atención a lo que ello implica en la vida social.
Luego, cuando se afirma que
no forma parte del eje central de la
DSI el conjunto de “medios concretos” para lograr sus
“fines”, no se afirma que ese eje central no trate también de cuestiones
prácticas; no se ignora que ese eje central ha surgido en medio de situaciones
históricas concretas; no se ignora que el Magisterio hace también muchas veces
juicios prudenciales, que no por ello dejan de ser lo que son -esto es,
prudenciales-; simplemente se dice que el eje central de la DSI no puede pasar por el
ámbito prudencial del aquí y el ahora concreto, pues en ese caso la DSI estaría esencialmente
situada en el nivel de una propuesta política concreta para una situación
específica. ¿Y hace falta estar repitiendo que la DSI no es eso? Al parecer, si.
En segundo lugar, parece que
no han prestado suficiente atención a determinados textos pontificios.
No una vez, sino varias,
León XIII tuvo que advertir que no se identificara a la Iglesia con un determinado
partido político. En su enc. “Cun Multa” (1882), después de afirmar el ideal de
unión y armonía entre Iglesia y estado (cuyo sentido para hoy hemos explicado
en otra oportunidad2) advierte: “...también
hay que huir de la equivocada opinión de los que mezclan y como identifican la
religión con un determinado partido político, hasta el punto de tener poco
menos que por disidentes del catolicismo a los que pertenecen a otro partido.
Porque esto equivale a introducir erróneamente las divisiones políticas en el sagrado
campo de la religión, querer romper la concordia fraterna y abrir la puerta a
una peligrosa multitud de inconvenientes”3.
Pero más explícito aún es
León XIII en su importante y clásica encíclica “Inmortale Dei” (1885). Luego de
afirmar nuevamente que los católicos deben, en su vida privada y pública,
afirmar los mismos principios básicos, advierte: “...Pero si se trata de
cuestiones meramente políticas, del mejor régimen político, de tal o cual forma
de constitución política, está permitida en estos casos una honesta diversidad
de opiniones”4. Aquí León XIII expone
un ejemplo clásico de “opinabilidad”, esto es, nada menos que la respuesta a la
pregunta por el mejor régimen político. ¿En qué nivel se sitúa esa respuesta,
sino justamente en los medios para lograr uno de los “principios” básicos de
ética social, esto es, que el gobernante debe respetar el bien común? ¿Es León
XIII quien está “reduciendo” a la
DSI a un conjunto de principios desencarnados de la praxis?
¿O no la está justamente protegiendo de los posibles errores teóricos y
prudenciales que determinado nivel de la praxis concreta implica?
Tampoco será casualidad que,
precisamente al hablar de los deberes cívicos de los ciudadanos católicos, León
XIII reafirme la misma doctrina. En la enc. “Sapientiae christianae”, expresa
claramente: “...La Iglesia ,
defensora de sus derechos y respetuosa de los derechos ajenos, juzga que no es
competencia suya la declaración de la mejor forma de gobierno ni el
establecimiento de las instituciones rectoras de la vida política de los
pueblos cristianos”5. Y sigue un poco más
abajo: “...querer complicar a la
Iglesia en querellas de política partidista o pretender
tenerla como auxiliar para vencer a los adversarios políticos, es una conducta
que constituye un abuso muy grave de la religión” (idem). Es importante
destacar que aquello declarado expresamente por León XIII como ajeno a la
competencia de la Iglesia
no son precisamente cuestiones menores: se trata de “las instituciones
rectoras” de la vida política de los pueblos. Frente a la intensa politización
de la Fe en la
cual estamos inmersos, estas palabras sonarán extrañas. ¿La Iglesia no nos dice cómo
deben conducirse los pueblos? ¿No es que la redención de Cristo llega a todos
los aspectos de la vida humana? ¿Acaso la Doctrina Social de
la Iglesia no
es fuente de inspiración de nuestra acción política? La cuestión se clarifica,
nuevamente, con “mi” -como si fuera mía- “herética” distinción entre la ética
social fundante y los aspectos prudenciales. La Iglesia señala los
principios básicos de ética social, en los cuales no se incluye la mayor parte
de las cuestiones prácticas más concretas: bajo qué régimen político nos
organizaremos, qué política económica y jurídica adoptaremos, etc. La redención
de Cristo cubre todos los aspectos de la vida humana, porque no hay acción
humana libre que no deba estar regida por una prudencia educada en la persona
de Cristo; pero Dios dejó una infinidad de cuestiones sin revelar, las cuales
se abren a una variedad de respuestas posibles en la medida que no contradigan
el depositum fidei. Y la
Iglesia y su doctrina social son, efectivamente, fuente de
inspiracion de nuestra vida política, pero no de concrecion: las tomas de
decisión concretas en el orden temporal están en principio reservadas al
laicado; pues a los laicos corresponde la aplicación concreta de los
principios, asumiendo la responsabilidad personal por su propuesta sin
responsabilizar a la
Jerarquía de la
Iglesia y a su Magisterio en su decisión; hacer lo contrario
sería, como dice León XIII, “...una conducta que constituye un abuso muy grave
de la religión”.
Sigamos explicitando lo
obvio. En 1891 León XIII tuvo que aclarar, frente a indebidas politizaciones de
la Fe , varias
cuestiones. Recordó a los católicos que cada uno es libre de pensar como quiera
en el terreno especulativo sobre cuál es la mejor forma de gobierno, aunque
debe acatar, en el terreno práctico, a la existente; y les diferenció entre
régimen constituído y legislación, para que adviertieran que podían oponerse a
esta última en caso de ser violatoria de principios católicos sin por ello
tener que rebelarse contra el régimen constituído. Todo ello constituye el eje
central de su enc. “Au milieu des sollicitudes”, de 1891, donde encontramos
este luminoso texto: “En este orden especulativo de ideas, los católicos, como
cualquier otro ciudadano, disfrutan de plena libertad para preferir una u otra
forma de gobierno, precisamente porque ninguna de ellas se opone por sí misma a
las exigencias de la sana razón o a los dogmas de la doctrina católica”.
Quienes están acostumbrados a buscar en las encíclicas la redacción directa de
su plataforma política leerán con extrañeza estas palabras. ¡Qué barbaridad, el
Papa dice que alguien puede pensar que la monarquía es el mejor régimen sin por
ello ser un mal católico! Y no vaya a ser que a algún otro travieso se le
ocurra que uno puede considerar que la no fijación de precios máximos por parte
del estado (esto es, libertad de precios) es lo mejor para ayudar a las personas
más necesitadas...
Por último, vamos a citar un
texto de Pio XII, sin más aclaraciones “obvias”: “...Entre los opuestos
sistemas, vinculados a los tiempos y dependientes de éstos, la Iglesia no puede ser
llamada a declararse partidaria de una tendencia más que de otra. En el ámbito
del valor universal de la ley divina, cuya autoridad tiene fuerza no sólo para
los individuos, sino también para los pueblos, hay amplio campo y libertad de
movimiento para las más variadas formas de concepción políticas; mientras que
la práctica afirmación de un sistema político o de otro depende en amplia
medida, y a veces decisiva, de circunstancias y de causas que, en sí mismas
consideradas, son extrañas al fin y a la actividad de la Iglesia”6.
Los papas tienen claro su
objetivo: tratan de mantener a la
Iglesia inmune de las contingencias de la vida social de los
pueblos, al mismo tiempo que se introducen en esas contingencias iluminándolas
con principios no contingentes.
Si todos los católicos
prodecieran de ese modo, la Fe
estaría más protejida de las terribles confusiones (“fundir-con”) que a lo
largo de la historia se han realizado entre la Fe y el margen opinable de lo temporal.
Yo no insistiré mucho más en
este punto. No escribo para el pasado, ni tampoco para aquellos que están
convencidos de que ser católico es igual a ser nacionalista, o socialista,
quienes criticarán mi posición, por motivos ideológicos, por los siglos de los
siglos. Idem para aquellos que consideren que la economía de mercado es “ahora”
la propuesta de la Iglesia ,
posición que he también criticado7. Escribo
para un futuro, en el cual el término “Iglesia” haga referencia, ante los no
católicos, a Cristo clavado en la cruz para remisión de nuestros pecados, y no
a una declaración de política económica llena de lindas intenciones. Y escribo
también para un futuro en el cual muchos se sorprenderán de que lo que entonces
será obvio haya tenido que ser tan expresamente aclarado.
Gabriel J. Zanotti.
Septiembre de 1992.
1 Ver Derisi, O.N.: La
Iglesia y el orden temporal; Eudeba, Bs. As., 1972; pág. 39.
Lo destacado es nuestro.
2 En nuestro art. "Reflexiones sobre la enc. `Libertas'" en El
Derecho, del 11/10/88.
3 Ver Doctrina Pontificia, tomo II, BAC, Madrid, 1958; pág. 132.
4 Idem, pág. 218.
5 Idem, pág. 282.
6 Pío XII, en "Grazie"; idem, pág. 821. Lo destacado es
nuestro.
7 En La temporalización de la
Fe ; IEEES, Bs. As., 1989, p. 50.
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