4.1
La ética en los precios (De "Antropologia cristiana y economía de mercado", Unión Editorial, 2011).
Recordemos
que según Santo Tomás el deber ser es un analogado del ser. Ello se desprende
de la ética de Santo Tomás y de la filosofía cristiana en general, donde la ley
natural no es más que el despliegue de las capacidades de la naturaleza del ser
humano. Por eso, desde esa perspectiva, la famosa separación de Hume entre ser
y deber ser no tiene sentido.
Por
ende, para analizar el deber ser en los
precios hay que analizar el ser en
los precios, esto es, la naturaleza de esa relación intersubjetiva que
llamamos precios (norma que se cumple, mutatis
mutandis, para todas las cuestiones de ética económica).
Hasta
ahora hemos dicho algo que creemos importante, esto es, que los precios son
síntesis de conocimiento disperso, pero hay que extender el análisis de dicha
caracterización para el tema que nos compete.
Repasemos
dos cuestiones: propiedad y teoría del valor.
Analicemos
para ello un caso simple: Juan decide vender su automóvil por U$S 10.000 y
Roberto no lo quiere comprar por más de 8000. Por supuesto, una consecuencia
muy importante, a efectos de teoría económica, es que en ese caso no habrá
intercambio, pero a efectos de lo que estamos analizando, hay dos cuestiones
previas.
Uno. Que Juan decida
vender su automóvil presupone la
propiedad de su automóvil. Por ende la oferta, la demanda y los precios
presuponen la propiedad de los bienes y servicios que se intercambian. La
propiedad de la que hablamos aquí está justificada como precepto secundario de
la ley natural, según lo afirmado por Santo Tomás en I-II, Q. 94 a. 5 ad 3, por
su utilidad, como un “adinvenio” del
intelecto humano, que, como hemos visto en todo lo que venimos diciendo, en la
economía actual pasa por minimizar el problema de la escasez. La propiedad es
sencillamente una institución evolutiva para minimizar el problema de la
escasez y por ello es precepto
secundario de la ley natural[1].
Dos. Cuando dijimos que los precios son síntesis de
conocimiento disperso, dijimos que ello permite leer en el mercado la escasez
relativa de los bienes, esto, cuán escaso es un bien. Pero esa escasez no es
objetiva, sino, como todos los fenómenos sociales, inter-subjetiva y subjetiva.
¿Qué quiere decir ello? Que el valor de los bienes en el mercado, que se
traduce en los precios, no es una propiedad de
la cosa en sí misma independientemente de su intercambio humano, sino de la
cosa en tanto intercambiada y valorada por
las personas (“subjetivo”) que intercambian. Esto es muy conocido por los
economistas como teoría subjetiva del
valor, pero habitualmente choca con la noción escolástica de bien cuyo
valor, en tanto “bonum”, es
“objetivo” (“la cosa es apetecida por ser buena y no buena por ser apetecida”);
y por ello yo la estoy presentando de modo tal que no se produzca ese
conflicto, pero no por mi modo de presentación sino porque verdaderamente no lo
hay[2].
Por supuesto
que el valor moral es “objetivo”, en tanto que el bien moral de una acción
humana depende de un objeto, fin y circunstancias que no son decididos arbitrariamente
por la persona actuante. Por supuesto que además puede haber otro tipo de
valores involucrados en una mercancía (artístico, por ejemplo) independientes
del acto de intercambio. Por supuesto que el “bonum” es un trascendental del ente y como tal el grado de bondad
de una cosa depende de su “gradación entitativa”, dependiente de su esencia[3]. Pero nada de ello obsta a
que, como hemos visto, la escasez de la que hablamos es inter-subjetiva, en
relación a lo humano, y por ello si un bien o servicio no es demandado en el
mercado no tiene valor (a ello llamamos subjetividad del valor en el mercado).
Puede ser que algo “deba” ser demandado por los consumidores, pero lo que
determina su precio en el mercado es que efectivamente sea demandado y ofrecido.
Por ello los economistas saben que la teoría subjetiva del valor soluciona la
famosa “paradoja del valor” de los economistas clásicos: algo tan importante
como el agua puede tener menos valor en el mercado que una pepita de oro en la
medida de que el agua en determinadas situaciones (no en un desierto) sea más
ofrecida en el mercado y el valor de cada
unidad de agua (que los economistas llaman “utilidad marginal”) sea menor.
Por ende algo
vale en el mercado (repetimos: en el
mercado) en la medida que una persona valore lo que ofrece y lo que
demanda. Pero el precio implica el encuentro entre las valoraciones de oferente
y demandante. Si yo valoro mi celular en U$S 5000 y nadie me compra por esa
valoración, tendré que ir bajando mis pretensiones hasta encontrar un
comprador. Pero si mi celular comienza a ser altamente demandado por mucha
gente, puede ser que lo venda por esa valuación o más. Esto es, recién en el
momento del intercambio se establece el “precio”, que depende, como vemos, del encuentro de las valuaciones subjetivas de
oferentes y demandantes, y por eso los precios indican la “escasez
relativa”: porque la escasez en el mercado no depende de la cantidad objetivamente contable del
bien, sino de cuánto sea demandado y
ofrecido por personas. Y esto es importante porque, a su vez, como ya
explicamos, permite que las expectativas se ajusten: si yo soy oferente (tal
vez empresario) de celulares y “leo” que los precios de los celulares suben,
tal vez me decida a hacer inversiones adicionales en ese sector, lo cual
aumentará luego la oferta de celulares y su precio comenzará a bajar. Todas
estas explicaciones, que para algunos economistas (no todos) son muy conocidas,
las estamos resumiendo a fines de comprender la naturaleza de esas relaciones
intersubjetivas llamadas precios y por ende poder analizar bien su “deber ser”.
Las
conclusiones respecto a la ética de los precios, dado en análisis anterior, son
las siguientes:
-
La decisión de vender o no vender, comprar o no comprar
(A), que es lo que implica que aumente o
no la oferta y la demanda, depende de la propiedad como precepto secundario
de la ley natural (B). Por ende, si B es éticamente correcto, A lo será
también. Luego, si, por ejemplo, yo decidiera NO vender mi auto, y éste, a su
vez, fuera altamente demandado, su precio
potencial tendería a infinito, o sea, “no se vende”. Pero si la propiedad
de mi auto es éticamente correcta, entonces que el precio sea “alto” en el
sentido de tender al infinito, también lo es. Por ende un “precio alto” no es
fruto de una acción inmoral, sino de una propiedad éticamente justificada,
frente, a su vez, de una demanda del bien en cuestión.
-
La pregunta de si es lícito vender o comprar en el
mercado por más o menos de lo que la cosa vale está mal planteada en cuanto que
el valor en el mercado es subjetivo en el sentido que lo hemos explicado. La
cosa en el mercado vale lo que vale en el mercado. Es casi tautológico. Si tiene algún otro tipo de valor, no es el
valor que conforma los precios.
-
Cuando aumenta la demanda de un bien, alguien con buena
voluntad puede decidir mantener el precio como está o bajarlo, pero la cantidad
ofrecida del bien se acabará rápidamente. Un convento de benedictinos puede
estar vendiendo miel por $ 10 el frasco. Supongamos que la demanda de miel aumenta
repentinamente porque las personas están convencidas de sus propiedades
curativas o lo que fuere. Los benedictinos pueden decidir bajar el precio o más
aún, repartir todo su stock, y ello parecerá muy meritorio. Pero ese stock se
acabará rápidamente. Tienen que producir más cantidad, lo cual requiere más
inversión por parte de ellos, lo cual no es nada sencillo y, mientras tanto, si
no quieren agotar el stock, deberán (con “necesidad de medio”, no “ontológica”)
ver si pueden obtener un precio más
alto, si la demanda les responde,
para que no haya largas filas de demandantes alrededor del convento que luego
se queden sin miel, y para, a su vez, obtener un margen adicional de
rentabilidad que les permita obtener nuevos créditos para re-invertir en la producción
de miel. Nada de ello se produce por la maldad moral de los benedictinos. A su
vez, ese nuevo precio de la miel, más alto, atraerá a otro oferentes (excepto que los benedictinos tengan una
licencia exclusiva para producir miel concedida por el gobierno) que
lentamente harán que el precio de la miel tienda nuevamente a la baja.
-
Dado el corazón humano después del pecado original, puede
ser perfectamente que alguien saque provecho de un precio alto, de un bien que
es su propiedad, sin importarle en absoluto el prójimo, sobre todo en
situaciones tales como ser vendedor de agua en un desierto, etc. Ello,
obviamente, no sería correcto moralmente. Pero entonces, ¿qué hacer? La
tentación es que los gobiernos (esto es, otras personas con poder de coacción)
intervengan ese mercado y expropien la producción o fijen precios máximos, etc.
Pero ello produciría los siguientes resultados: a) como explicamos antes, al
intervenir en un precio se borra la fuente de interpretación de la escasez
relativa en el mercado y la situación es peor; b) la expropiación de la
producción en cuestión desalienta los incentivos para la producción y la
situación es peor, atentando contra el principio de subsidiariedad.
-
Desde el punto de vista de la ley humana, hemos visto ya que Santo Tomás deja bien en claro que
dicha ley no abarca todo lo prohibido por la ley natural. Por ende, vender al
precio de mercado puede ser perfectamente bueno desde el punto de vista del
objeto, fin y circunstancias de la acción, o
no, pero en este último caso, por los motivos a y b, no es conveniente que
la ley humana interfiera en el proceso de mercado. Lo inteligente es, desde el
punto de vista de la ley humana, en un caso de emergencia, que una agencia
gubernamental compre el bien en cuestión y lo venda más barato o lo regale y
con ello no interfiere con el delicado proceso de precios. Por supuesto, esta
propuesta es alto opinable, y depende de condiciones que los economistas han
estudiado para los casos de “decisión pública”; en este caso se requerirían condiciones
harto difíciles como que el gobierno sea preferentemente municipal, tenga sus
cuentas en orden, no se financie con emisión monetaria o impuestos a la renta[4], etc.
-
Los precios en el mercado se manejan en una franja de
máximo y mínimo: el límite máximo de venta es aquel más allá del cual no se
encuentran compradores, y límite mínimo de compra es aquel por debajo del cual
no se encuentran vendedores. Yo puedo querer que mi computadora se venda a U$S
10.000 pero es muy factible que más allá de 500 no se encuentren compradores;
de igual modo, yo puedo querer comprar una computadora (usada) por U$S 1 pero
es muy factible que por debajo de 400 no se encuentren vendedores. Esos límites
están determinados precisamente por la oferta y la demanda del bien en cuestión
y no se pueden pasar so pena de que no haya intercambio. Por ende la voluntad
del vendedor o comprador en el mercado no “fija” los precios sino que depende
de la interacción con la otra valoración. Esa franja es lo que implica el
“precio de mercado”. Ahora bien, un cristiano debe tener en cuenta el bien de
su prójimo y por ende puede ser perfectamente bueno que, al vender algo, en
determinada circunstancia, no busque el límite máximo de venta sino el mínimo,
pero más allá del mínimo no va a poder bajar. Yo puedo ser farmacéutico y
propietario de mi farmacia y ante determinada circunstancia, bajar mi valuación
de un medicamento de 100 a 80, pero si lo sigo bajando, por un lado aumentará
enormemente la demanda y no voy a poder satisfacerla y, por el otro, los
vendedores del medicamento en cuestión dejarán de proveerme. En ese caso, es perfectamente cristiano seguir vendiendo
a 80 y, por otro lado, en una acción fuera
de mercado, distribuir gratuitamente medicamentos que yo haya podido
adquirir con mis recursos, ayuda de una fundación, etc. Hacemos todas estas
aclaraciones precisamente para que se vea que la ética de los precios no tiene
autonomía absoluta en la determinación de los precios. El nivel de los precios
no depende de la buena o mala voluntad de las personas; esta última puede
incidir pero hemos visto que el factor básico es la demanda subjetiva de los
bienes y todas las consecuencias de la interacción de las valoraciones cuyos
ejemplos hemos explicado.
Conclusión: la
cosa “en sí misma”, esto es, independientemente
de su intercambio en el mercado, puede tener tal o cual valor, pero ese
valor no tiene que ver con los
precios. Estos últimos surgen de las valoraciones inter-subjetivas de las
personas en el mercado, y hay que tener
en cuenta esto último para analizar la ética de oferentes y demandantes en el
mercado.
Pero este
mercado, como hemos visto, no es un mecanismo, que se mueva por acción y
reacción, sino un proceso, una inter-acción entre personas. Y el factor que lo
mueve hacia una mayor coordinación de expectativas es la referida tendencia al
aprendizaje, que se traduce en el factor empresarial. Pero ese papel –el
empresario, la empresarialidad- ha quedado muy desdibujado ante una ética
cristiana. Colocarlo nuevamente en el contexto de una antropología y ética
cristiano-católicas, es el cometido de nuestro próximo capítulo.
[1]He
desarrollado en detalle ese aspecto en Zanotti, Gabriel, Crisis
de la razón y crisis de la democracia, Buenos Aires: UCEMA, 2008.
[Online] disponible en www.cema.edu.ar/publicaciones/doc_trabajo.html; e id, “La ley natural, la cooperación social
y el orden espontáneo”, en Revista de la
Facultad de Derecho Nº 19, Guatemala:
Universidad Francisco Marroquín, 2001.
[2]Hemos desarrollado esto en detalle en nuestra tesis de doctorado de
1990, Zanotti, Gabriel, Fundamentos
filosóficos y epistemológicos de la praxeología, op.cit.
[3]Ver Ferro, Luis S., La
sabiduría filosófica siguiendo las huellas de Santo Tomás, op.cit., Tema 3.
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