SOBRE EL DISCURSO DE BENEDICTO XVI EN RATISBONA
Por Gabriel Zanotti
Febrero de 2007.
Pasó la tormenta, o, al menos, lo peor. Miles
de discusiones y debates. Que si el Papa debería haber puesto esa cita, o no, o
si sus disculpas fueron suficientes, o no, (¿o estuvo bien que se disculpara, o
no?), etc., etc…. Y, en medio de semejante polvareda, ha quedado oculto uno de
los más brillantes discursos sobre la relación entre razón y fe que hemos leído
últimamente.
Porque de ello se trató el discurso de Benedicto
XVI en la Universidad de Ratisbona. Inmediatamente después de la cita que tanto
ruido despertó, el Papa sigue citando al ahora famoso Manuel II Paleólogo,
diciendo explícitamente que fe y violencia se contradicen absolutamente[1]. Y
si fe y violencia se contradicen absolutamente, es obvio que –y a ello apuntaba
el Papa, pero, claro, ya nadie lo escuchó- el camino de la fe es,
sencillamente, la razón.
Pero allí comienza Benedicto XVI a tratar un
tema que, como teólogo, conoce muy bien. La razón, si, pero ¿qué razón?
La “acusación” que muchas veces cae sobre la
racionalidad de la fe no es, solamente, que la fe es irracional (tema al cual
el Papa también se refiere después) sino que, cuando se muestra como razonable,
esto es, cuando se intentó, desde el cristianismo católico, un diálogo entre
razón y fe (diálogo que constituye, según Sciacca, la esencia de la
escolástica) esa razón es la razón “griega”. Son las “categorías griegas de
pensamiento” las que subyacen bajo dogmas tan centrales e importantes como Trinidad
y Encarnación, por no decir toda la teología católica que concluye en la
perenne síntesis de Santo Tomás de Aquino. Categorías que, según un
contemporáneo relativismo cultural, otras culturas no tendrían por qué seguir
y-o no podrían entender y-o no deberían aceptar, so pena de un “imperialismo”
de cierta razón “occidental”.
Para comentar esta cuestión, estaremos a años
luz de negar la relación entre cultura y razón. Que no se trata, simplemente,
de que las culturas diversas “influyan” en “la” razón, como una especie de
pintoresco aditamento a una razón unívoca. La razón humana es cultural,
porque el hombre es cultural. La cultura no son tales y cuales costumbres,
tales y cuales bailecitos típicos. Desde Gadamer, ya sabemos lo que es la
conciencia histórica: la conciencia intelectual del horizonte desde el cual y
en el cual el hombre se para en su mundo de vida, ese pasado que lo constituye
ontológicamente como este ser humano, que es chino, o argentino, o Egipcio del 2000
a.C., pero nunca un ser humano abstracto en la nada. Los seres humanos, a
diferencia de los animales, tienen historia, tienen cultura. Sea cual fuere, no
pueden no tenerla. Pero, ¿por qué todos los seres humanos son desiguales?
Precisamente por lo que tienen de iguales: estar creados todos a imagen
y semejanza de Dios y, por ende, tener todos inteligencia y
voluntad libre. Por ello hay dinamismo, cultura, pasado que constituye
al presente y se proyecta al futuro.
La razón humana, por ende, no es reductivamente
helénica, o china, japonesa o egipcia: es una razón que se manifiesta de modos
diferentes, a partir de su “estar creada a imagen y semejanza de Dios”. Es una
y diferente, o sea, analógica. Y por ello, aunque con esfuerzo, personas
de muy diversas culturas, y muy diversas religiones, pueden entenderse:
si apelan a aquello uno que los une, que es la capacidad de dialogar, de
razonar, de tratar de entender sus diferencias y similitudes, aún en lo más
complicados temas.
Fue Popper, no precisamente un teólogo
cristiano, quien dijo que, cuanto más diferentes eran los paradigmas, más
apasionante era el debate. Y Feyerabend, otro “teólogo cristiano”, dijo que
cada cultura es, en potencia, todas las culturas. Tenían, sencillamente,
confianza en la razón, en la razón de todos. Seguían, sin saberlo, el
ejemplo de Santo Tomás, que, en el s. XIII, escribió un tratado de sabiduría
cristiana dirigido especialmente a quienes no compartían las Sagradas
Escrituras Cristianas. Claro que lo hizo con su estilo y con su razón
escolástica. No es posible ni deseable estar fuera de la historia. Pero su
razón escolástica, como la razón japonesa o hindú del s. XIII, era, ante todo,
razón. Por ello la comunicación es posible. Porque, entre formas diferentes de
razón, hay razones en común, en las cuales descubrimos la posibilidad del
entendimiento y la comprensión.
La desconfianza en la razón es lo que preocupa
tanto a Benedicto XVI; ese fue el motivo de su discurso. Esa desconfianza en la
razón lleva a desconfiar del diálogo, y ello conduce a las guerras. ¿Es necesario
dar ejemplos? ¿O qué nos creemos que es el diálogo? ¿Té y simpatía? Dialogar en
serio es vivir la amistad con un agnóstico y hablar de Dios. Dialogar en serio
es la amistad entre un judío y un cristiano hablando de si Cristo es Dios.
Dialogar en serio es la amistad entre un cristiano y un islámico hablando de si
Cristo es Dios o profeta. Eso es dialogar. Dialogar en serio es hablar
del alma, de Dios, de la inmortalidad, del libre albedrío, de la ética, de la
fugacidad y contingencia de la existencia humana. Cuando suponemos que la razón
no llega a todo ello –tal el mensaje del positivismo occidental- entonces
sencillamente no hablamos. Simplemente hacemos artefactos, derivados de una
tecno-ciencia que creemos que es lo único que es “racional” (razón instrumental).
Pero cuando otras culturas creen eso también, entonces lo único que “comparten”
son las armas con las cuales se destruyen. “Comparten” info rmática,
bio-tecnología, física atómica, para ver de qué modo pueden,
inmisericordiosamente, destruirse. ¡Qué magnífica unidad de la razón! Un
milésimo de toda esa racionalidad podrían utilizarla en sentarse y tratar de
entenderse (razón dialógica). Pero no, el positivismo por un lado, y el
relativismo cultural por el otro, les han dicho que es “imposible”. ¿Qué será
lo “imposible” cuando el mundo, que ha comenzado a estallar en mil pedazos,
termine en la nada de un hongo atómico universal?
Eso preocupa a Benedicto XVI: el relativismo
cultural conduce, paradójicamente, al enfrentamiento cultural. La desconfianza
en una metafísica racional, la reducción de la razón a la tecno-ciencia, y una
razón, ya no conciente de sus límites, sino muerta en la debilidad de la razón
post-moderna, han conformado una babel de imposibilidades mutuas de
entendimiento.
Todo ello preocupaba al Papa el 12 de
Septiembre de 2006. Si, discutiremos ad
infinitum si debería o no debería haber puesto esa cita. Pero igual, ¿lo
habrían entendido?
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