domingo, 24 de marzo de 2013

"...el pobre, el pobre material, aunque muy difícil de definir, como el tiempo, sin embargo sabemos lo que es, y nos duele y llama a nuestra conciencia".

Este artículo fue publicado en www.institutoacton.com.ar en Abril del 2007.
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SOBRE LOS POBRES, EXPLOTADOS Y EXCLUIDOS

 Se acerca una nueva Conferencia Episcopal Latinoamericana, y no será de extrañar que los Obispos pongan su voz de alerta sobre las condiciones materiales de vida, muchas veces infrahumanas, de gran parte de la población de sus castigados países. No vamos a referirnos ahora en detalle al tema del diagnóstico de tan delicada situación (aunque ello sea muy importante) sino que vamos a poner el acento en una cuestión que tal vez facilite el entendimiento en quienes “diagnosticamos diferente” en estos temas.

En los objetivos del Instituto Acton está el diálogo entre los fundamentos de una “economía libre”, “economía de mercado” (los términos pueden cambiar, estamos adoptando los distinguidos por Juan Pablo II en Centesimus annus) y la tradición cristiana y la Doctrina Social de la Iglesia. Por ello, no podemos dejar de registrar que quienes son partidarios de las economía de mercado (sean cristianos o no) no hablan de oprimidos, excluidos y explotados. Esos términos han sido interpretados, la mayor parte de las veces, bajo el paradigma de la lucha de clases. Ese es el motivo, creemos, de que los partidarios del mercado no usen esa terminología, aunque ello puede ocasionar una posible confusión: a) que los partidarios del mercado nieguen que haya fenómenos de injusticia en los temas socioeconómicos; b) que nos les interesa el destino de quienes padecen inenarrables sufrimientos.

Pero no es así. Claro que hay injusticias. Y esas injusticias se traducen en miseria, desocupación, desnutrición, y condiciones de vida indignas que, aunque relativas a la circunstancia histórica, conmueven el corazón de cualquier persona de buena voluntad, y, sobre todo, de cualquier cristiano para quien, como dijo Edith Stein, nadie le es indiferente.

Y en ese sentido también podemos hablar de oprimidos y excluidos, pero no desde la lucha de clases marxista o neomarxista, sino cambiando el enfoque: hay en efecto un sistema socioeconómico, imperante en América Latina desde hace siglos[1], basado en la intervención del Estado en las variables económicas, la socialización de los medios de producción, el control estatal de la actividad privada y todo tipo de privilegios y prebendas para lo que quede del sector llamado “privado”. Ese sistema (que muchos, con buena voluntad, llaman “capitalismo” o “neoliberalismo”) ha impedido secularmente la acumulación de capital y, consiguientemente, ha producido una masa cuasi-infinita de mano de obra barata y-o desempleada cuyo destino terrenal se deshace entre la desnutrición, la enfermedad y la muerte. Esos son los “excluidos” de los beneficios del desarrollo y de la suba progresiva del ahorro y del salario real que se produce y se ha producido en aquellas naciones que han aplicado economías de mercado, lo cual incluye las bases institucionales para su desarrollo, anuladas también en América Latina por todo tipo de autoritarismos, ya de izquierda, ya de derecha, que con delirios mesiánicos siguen añorando la figura cultural del virrey omnipotente.

Ellos son también los “oprimidos”: por un sistema que los condena a la miseria, y “explotados” también, no en un sentido marxista del término, pero sí en otro sentido: los privilegios, prebendas y subsidios del sistema intervencionista producen una casta de dirigentes sindicales, empresarios, funcionarios estatales y políticos que viven del presupuesto del Estado que se alimenta permanentemente de impuestos y cuasi-confiscaciones al sector privado, a la libre iniciativa, y para peor, en nombre de los pobres que dicen proteger.

Estas estructuras, llamadas para colmo “mercado” son verdaderamente un pecado social, un mal moral, además de un error técnico, porque implican la riqueza de unos a expensas de la pobreza de otros, como una torta fija que no crece sino que aumenta las desigualdades y privilegios indebidos.

Por lo tanto, no está nada mal, al contrario, que los cristianos se preocupen por los oprimidos. Ello no sólo no es incompatible, sino exigido por la conciencia cristiana. La cuestión es: ¿cuál es el sistema que oprime?

No está mal, al contrario, que esto implique una opción preferencial por el pobre, que obviamente, como ha explicado el Magisterio pontificio, no debe ser excluyente ni mirada desde la lucha de clases, ni tampoco debe excluir otras formas de pobreza no materiales (Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia). Pero el pobre, el pobre material, aunque muy difícil de definir, como el tiempo, sin embargo sabemos lo que es, y nos duele y llama a nuestra conciencia. Esto responde al segundo malentendido. Los que defienden a la economía de mercado, ¿acaso están preocupados por aumentar la fortuna de Bill Gates? No dudo que haya gente que verdaderamente lo piense, pero obviamente no es así, y menos aún los cristianos que, de modo opinable, optamos por defender ese sistema. Son los males de la desocupación, la desnutrición y la miseria lo que nos preocupa, igual que a otros cristianos que piensen diferente e igual que a los Obispos y teólogos latinoamericanos. Sólo les proponemos, de modo dialogante y amistoso, un cambio de enfoque, no en los fines ni en la conciencia cristiana que nos mueve, sino en la consideración de las causas socioeconómicas de lo que verdaderamente es un mal espantoso.

Sin embargo, excluido el análisis de la lucha de clases, otro cambio importante de enfoque se produce: la clara conciencia de que, por más que se alcance la liberación de las estructuras sociales opresoras, ello no implica la redención de Cristo y la Libertad del Reino de Dios. Los sistemas sociales pueden ser mejores, pueden ser “buenos” pero son, por un lado, siempre perfectibles, y, por el otro, nunca se identifican con la perfección de la Gracia, de lo Sobrenatural, de la redención que viene sólo de Cristo.

Aclaradas estas cuestiones, los partidarios de la economía de mercado esperamos no quedar, valga la redundancia, excluidos del diálogo y oprimidos por la incomprensión. Esperemos sea visto nuestro aporte como motivado por la misma conciencia cristiana que seguramente guiará la pluma de nuestro pastores.



[1] Ver al respecto Vargas Losa, A.: Liberty for Latin America, Independent Institute, 2005; le hemos hecho una crítica en Markets & Morality, ver http://www.acton.org/publicat/m_and_m/new/review.php?article=96 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En mi modesta opinión señor Zanotti, el punto de conexión entre liberalismo y cristianismo nunca podrá ser la lucha contra la pobreza. Para el cristiano, el pobre es bienaventurado, no necesita un remedio "material" para serlo, pues esta bienaventuranza se halla en el Reino de los Cielos. Para el cristiano la pobreza es una virtud, es una obligación vivir con desprendimiento respecto de las cosas del mundo. Jesús nos recuerda que "a los pobres siempre los tendréis con vosotros", por tanto la erradicación de la pobreza en el mundo solo puede ser una aspiración anticristiana. Por otro lado, el liberalismo, desde su semilla contiene una fascinación por la "riqueza de la naciones", una clara prueba de su germen materialista. Solo una purificación de tal filosofía política puede aspirar a conciliarse con el cristiano, esto es, que sustituya toda aspiración a la riqueza por una sana aspiración a la justicia ya sea esta en su forma "precaria" (ley, antiguo testamento) o en us forma "sobreabundante" (caridad, nuevo testamento). Es necesario dejar claro que una y otra no se contraponen sino que la segunda es la que permite hacer efectiva a la primera, darle cumplimiento. Esto último, es algo que el liberalismo parece desdeñar con demasiada facilidad.

Gabriel Zanotti dijo...

Estimado anónimo,
la riqueza de los pueblos es igual al desarrollo de los pueblos, ese del cual escribe Pablo VI en Populorum Progressio.
Luego.........................