domingo, 11 de julio de 2010

MI ECONOMIA DE NIÑO

Conjeturé una de mis primeras teorías económicas cuando era muy niño (3, 4 o 5 años). Veía que mi madre “hacía las compras”, y sucedía algo curioso. Mamá le deba al señor del almacén “algo” y el señor en cuestión le devolvía algo parecido además de la leche, pan o galletitas. ¿Qué misterio era ese? La cuestión me resultaba sumamente intrigante. Ah!!! Ya sé, dijo el precoz economista. Si a mamá le falta eso (dinero o algo así) para comprar, el señor del almacén le da lo que le falta, y entonces, todo resuelto.

Era una teoría muy sofisticada. Por un lado había logrado ver en algo la escasez (esto es: a mamá, por algún motivo, no le alcanzaba), pero al mismo tiempo había un subsidio que hacía “desaparecer” la escasez. Obviamente yo no era un cerdo capitalista que preguntara de dónde salía el subsidio. Podría haberlo publicado en un journal pero en 1964 o 65 no había Internet y no me pude conectar con los economistas de la CEPAL.

Mis otras teorías económicas dejaron aún más el tema de la escasez y, por lo tanto, mi carrera de economista profesional iba en progreso. Si me peleaba con mi hermano por algún juguete, mamá o papá intervenían y establecían quién iba a jugar 1ro y quién después, o dictaminaban la solidaridad obligatoria. Racionamiento. Así de simple. Si tenía sed, le pedía a mamá. Si tenía cualquier necesidad, también. Subsidio total.

Pero el precoz economista anticipó las teorías keynesianas antes de conocerlas. Una vez, ante un juguete muy caro, dejé bien asentada mi protesta monetaria: “¿Qué es un billetito de…?”. Recuerdo muy bien el juguete, la ocasión, la frase, las pacientes explicaciones de mis padres, conservadores desalmados que no podían emitir papel moneda por encima de sus salarios y dejaron al niño sin su juguete, derecho al juguete establecido en la Constitución Nacional, en todas las provinciales, en la Declaración Universal de Derechos del Hombre, en el Pacto de San José de Costa Rica y en la Carta Democrática de la OEA.

Así que sí, ya saben, yo también fui socialista de avanzada en mi niñez. Establecí subsidios parciales, totales, racionamiento, emisión monetaria, hasta que todas esas sabias medidas fueron cortadas de plano con la lectura de Mises en la adolescencia, cuando abandoné el tierno socialismo de mi niñez y me convertí en lo más odiado de lo más odiado en el mundo: un liberal. Un liberal, en medio de un mundo donde la mayor parte de las personas son psicológicamente niños, o padres, pero nunca iguales, nunca adultos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Pero, por que el liberal se convirtio en lo más odiado del mundo?

Si efectivamente propone el "mejor" sistema, ¿Que explicación se encuentra a esto?

Por ejemplo, alguien que compite con la posición de más odiado del mundo es Adolft Hitler. Y la explicacion parace ser clara: mato a millones de personas.

saludos, Mariano

Mario Š dijo...

Te faltó la Declaración de los Derechos del niño y la Carta a los niños...

Mario Š dijo...

El parecido de familia con Tocqueville y el paternalismo contemporáneo es increíble:
I got this quote from Vincent Ostrom's the Political Theory of a Compound Republic (Ostrom & Allen, 2008, p. 150)): the warning De Tocqueville gave in his conclusions in Democracy in America. He asked: ‘What sort of despotism democratic nations have to fear’?:
‘Above this race of men stands an immense and tutelary power, which takes upon itself alone to secure their gratifications, and to watch over their fate. That power is absolute, minute, regular, provident and mild. It would be like the authority of a parent, if, like that authority, its object was to prepare men for manhood; but it seeks on the contrary to keep them in perpetual childhood.... It provides for their security, foresees and supplies their necessities, facilitates their pleasures, manages their principal concerns, directs their industry, regulates the descent of property, and subdivides their inheritances - what remains, but to spare them all the care of thinking and all the trouble of living... It covers the surface of society with a network of small complicated rules, minute and uniform, through which the most original minds and the most energetic characters cannot penetrate... The will of men is not shattered, but softened, bent and guided: men are seldom forced by it to act, but they are constantly retrained from acting: such a power does not destroy, but it prevents existence; it does not tyrannize, but it compresses, enervates, extinguishes, and stupefies a people, till each nation is reduced to nothing better that a flock of timid and industrious animals, of which the government is the shepherd’ (De Tocqueville, 1889, pp. 290-291).