domingo, 21 de diciembre de 2008

HOMENAJE A VICTOR MASSUH, por Coriolano Fernández

Publicamos hoy, a modo de homenaje, la ponencia en el Simposio “Homenaje a una Trayectoria: Víctor Massuh”, Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, 2004, escrita por Coriolano Fernández. Creo que el título es elocuente de un modo de hacer filosofía que supera la “barbarie del especialismo”…
Massuh nació en Tucumán en 1924 y murió en Buenos Aires el 18 de noviembre de 2008.

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FIDELIDAD AL ENSAYO
Por Coriolano Fernández




Cuando recibe el “Premio Ensayo”, de la Academia Argentina de Letras, Massuh confiesa que cultiva el ensayo filosófico porque permite superar los peligros del fragmentarismo.
Cumplía así un oportuno rito de fidelidad, pues siempre ha habido quienes ven en el ensayo una prosa menor, y desde hace algún tiempo algunas voces, parafraseando a Zarathustra, dicen que los ensayistas no se han enterado todavía de que el ensayo ha muerto.
En lo que llevamos dicho hay tres cuestiones.
La primera cuestión dice así: ¿Quién es Víctor Massuh?
1. Massuh es un tucumano radicado en Buenos Aires, que mantiene fresco su origen provinciano, advertible un poco en el tono de la voz y mucho en la calidez del trato.
2. Con Massuh se instala en el pensamiento argentino un filósofo que señala las contradicciones, pero en el mismo gesto enarbola un acto de fe en la aventura humana al sostener que los opuestos son complementarios.
3. Formado sobre todo en la filosofía francesa y alemana, y al par muy atento a sus raíces argentinas, ha preferido, por así decir, la hermenéutica de los europeos continentales antes que el análisis, propio de la filosofía en lengua inglesa.
4. Estamos ante un filósofo poseedor de estilo literario, virtud no muy frecuente en los libros de filosofía Al leerlo no puede menos de evocarse la observación de Stendhal, según la cual el estilo es agregar a un pensamiento las circunstancias adecuadas para producir todo el efecto que debe producir.
5. Es un autor que busca descifrar el sentido de la época, del tiempo que le ha tocado vivir. El presente tiene para él más fuerza que el pasado. No lo imagino a Massuh escribiendo un libro entero sobre Platón o Spinoza; cuando evoca a filósofos del pasado lo hace para extraer de ellos, por así decir, cierto zumo a fin de iluminar la circunstancia presente, porque como diría Ramón del Valle Inclán, mira el mundo “con todos los ojos y todos los corazones”.
6. Su filosofar trabaja sobre una vivencia que capta la presencia del ser y la participación del yo en el ser, vivencia que es una acción dadora de sentido y, obviamente, de valor y se despliega como proyecto. Afina la mirada en esa vivencia, la retiene cuando está próxima a escurrirse, retorna a ella cuando todo se desvanece y surge la necesidad de un fundamento seguro.
Ahora viene la segunda cuestión: ¿Qué es el ensayo?
Preguntamos esto porque se coincida o se disienta con las ideas de Massuh, en sus manos el ensayo muestra ser un genuino modo de filosofar. Y esta tarea la plasma en una escritura guiada por una voluntad de belleza, en un nivel que en la filosofía argentina tiene pocos exponentes y donde sobresale la prosa magistral de Vicente Fatone, justamente el gran maestro de Massuh.
Ortega y Gasset, en su primer libro, las Meditaciones del Quijote, de 1914, al presentarse ante el lector dice que ha escrito simplemente unos ensayos, y agrega “El ensayo es la ciencia, menos la prueba explícita”. El ensayo es ciencia,-comenta Julián Marías-, incluso con su prueba, pero al ensayista le es lícito no poner la explicitación, la explicitud de la prueba.
¿Por qué? Acaso sea mejor decir : ¿para qué?. Para que el lector pueda encontrarla y no estorbe el íntimo despliegue a cuyo calor los pensamientos fueron pensados.
Podemos agregar que el ensayista tiene libertad para prescindir del aparato erudito, las numerosas notas, ya sea a pie de página o agrupadas al final.
Pero el ensayista no prescinde de la crítica, entendida en el sentido de juicio o examen, ni prescinde de la coherencia, de la fina red de conceptos y proposiciones a través de la cual articula su pensamiento.
Santiago Kovadloff, en La nueva ignorancia, señala la diferencia entre por un lado el tratado y la monografía, y por otro el ensayo. El ensayo, dice, jamás disimula su carácter de mediador: es elocuencia, opinión de alguien sobre algo; en tanto el tratado y la monografía pretenden develar plenamente la índole del asunto que los ocupa ( si lo consiguen o no es otra cosa).
Algunos ejemplos: La Suma Teológica, de Santo Tomás de Aquino es un tratado, en cambio Del sentimiento trágico de la vida, de Miguel de Unamuno, es un ensayo. Y en un mismo autor, Descartes, las Meditaciones metafísicas son un tratado, pero el Discurso del método es un ensayo…que lo convirtió en el padre de la modernidad.
Y apunta Kovadloff que el desprestigio del ensayo viene del siglo XVIII, se pensaba que el estilo no era un don sino una traba para el desarrollo de las ideas, y quería despojarse al lenguaje de connotaciones subjetivas, como si el lenguaje fuera el espejo del mundo objetivo.
Creo que la relación del lector con el ensayo no se origina puramente en la inteligencia, pero esa relación pone en juego la inteligencia. Por eso Kovadloff subraya que el gozo profundo del lector es vivir la intensidad sensual de la inteligencia, y al mismo tiempo aquí radica el triunfo del ensayista.
No hay libro de Massuh sobre el arte, los hay sobre la historia, la mística, la técnica, lo sagrado, la ciencia. Sin embargo la opción por el ensayo es una elección casi estética, una experiencia estética.
Casi todos los que se ocupan del tema coinciden en que el padre del ensayo filosófico moderno es Michael de Montaigne, que usó el vocablo ‘ensayos’ como título de su obra. Julián Marías, en cambio, da a John Locke como inicio del ensayo filosófico.
La tercera y última cuestión es: ¿Qué sostiene Massuh para oponerse al fragmentarismo?
‘Fragmento’ significa ‘parte o porción pequeña de algunas cosas quebradas o partidas’. Fragmentario da idea de incompleto, inacabado.
En uno de sus mejores libros, Nihilismo y experiencia extrema (1975), Massuh señala que Kant pone lo sagrado en el deber, el deber moral; Hegel pone lo sagrado en la razón, la razón dialéctica; y Feuerbach pone lo sagrado en el hombre, el hombre sin Dios.
A partir de Feuerbach, y simplificando mucho la cosa, surge el humanismo ateo, movimiento de gran significación desde la segunda mitad del siglo XIX hasta llegar a lo que Massuh llama “el ateísmo espontáneo de nuestros días”.
El ateísmo realizó una especie de rescate de ciertas alienaciones, o sea, una empresa de desalienación, de recuperación. Recuperar para el hombre el trabajo (Marx), recuperar para el hombre el inconciente (Freud) y recuperar para el hombre el lado irracional de la vida (Nietzsche), todo ello fue una tarea en cierto modo legítima pues la religión judeo-cristiana había permanecido de algún modo adversaria de estas potencialidades.
Pero hay en el ateísmo, dice Massuh, una corriente subterránea que lo lleva a matar sus propias criaturas: librado a su empuje primordial, el ateísmo desemboca en el nihilismo.
El vocablo latino nihil quiere decir ‘nada’, ‘no ser’. Para Massuh el nihilismo es la negación que se absolutiza a sí misma. Nihilista es el ser humano enamorado de la nada.
Y entonces el nihilista se entrega a la idolatría de lo efímero
(efímero viene de una palabra griega que significa ‘ lo que tiene la duración de un día’ ); se entrega a la adoración del fragmento. El nihilismo desemboca en una metafísica del fragmento.
Para superar el fragmentarismo, propone nuestro autor la experiencia extrema, esto es, alcanzar un límite para poner límite a nuestra voluntad de dominio, pues “no debemos entregarnos al movimiento si no somos capaces de detenerlo”.
Los fragmentaristas defienden su posición alegando que rechazan la noción de totalidad. El fragmentarismo es la abolición de los límites.
La tesis de Massuh encajaría, creo, en una breve fórmula: Sin límites no hay ser humano.
En La flecha del tiempo (1990) Massuh aborda un asunto que antes no lo había ocupado: la ciencia. La ciencia, sostiene, también se ocupa de cuestiones últimas y el filósofo debe escuchar esta respiración metafísica que late en la ciencia.. Al analizar este libro en La Gaceta de Tucumán, el filósofo Jorge Saltor dice que así Massuh renueva la tradición de la metafísica viva.
¿Y dónde aparece la superación del fragmentarismo? La flecha del tiempo es un haz de luz que enhebra filosofía, ciencia y religión y Massuh las denomina “saberes de frontera”, pues sin dejar de ser testimonios enriquecedores, las tres se mueven en los límites. El libro propone un diálogo entre la filosofía, la ciencia y la religión, un diálogo entre saberes de frontera.
Aquí llegados, podría alzarse una voz señalando que como el ser humano es un animal racional, la clave del problema es ejercitar la razón. Desde luego, pero Massuh ha ido navegando hacia una nueva concepción de la razón, no para negar la idea clásica sino para ensancharla.
Aparece esto en su obra Agonías de la razón (1994). La razón filosófica muchas veces agonizó en las cenizas de sus extravíos, de sus fracasos, de sus utopías. El epílogo de esta obra se llama “Quijotismo de la razón”.¿Por qué? Porque las sucesivas agonías de una razón burlada por la historia, muestran que la razón humana tiene una extraña fuerza que le permitirá resurgir, tiene, por así decir, el privilegio de poder resurgir de sus fragmentos.
¿Cuándo sucede tal cosa? Cuando el hombre toma conciencia de que la razón es la vida que se piensa a sí misma.
En Nuestra América, el hasta ahora último libro de Massuh -un trabajo editado en 2002, en Córdoba y cuya tapa muestra la estatua La Libertad, de Lola Mora- se postula una razón de mirada múltiple, capaz de alianzas insólitas con la imaginación, el mito, la mística y la ciencia, una razón que sale al encuentro de otras culturas, presentes o pretéritas, para llevar a cabo lo que él llama “la mayor expresión del diálogo” : el mestizaje.
Pese a no pocos sucesos adversos, el mestizaje cultural, étnico y religioso muy trabajosamente se abre camino y prefigura un espacio de totalización y de convergencia de lo diverso. El mestizaje es también la superación del fragmentarismo.
Estamos ante un pensador ubicado en la denominada la modernidad filosófica. La modernidad es la filosofía del sujeto.
La postmodernidad, en cambio, es un filosofía del descentramiento del sujeto y Foucault dice que el sujeto es un producto del discurso. La postmodernidad expresa una predilección por los fragmentos y rechaza lo que llama la “tiranía de las totalidades”.
Massuh milita contra la postmodernidad, pero no tanto nos abruma con lo que rechaza, cuanto nos presenta lo que profesa.
Propone, como vimos, una nueva idea de razón, la razón ampliada; y propone un nuevo concepto de totalidad, una idea dialógica de totalidad. La auténtica totalización no es totalitaria.
Para Massuh el discurso será siempre un producto del sujeto, pero de un sujeto entendido como punto de encuentro entre el mundo y un saber de aquello que no cambia ni merece cambiar: el bien, la verdad, la belleza y lo sagrado.

1 comentario:

oikos-pobierzym dijo...

Mis felicitaciones por este comentario y el mejor de mis recuerdos por Victor Massuh.

Filósofo de mente abierta, una gran inteligencia y humildad.

Gracias Gabriel Zanotti por recordarlo.

Un abrazo

Ricardo Pobierzym