La semana pasada, mi genial exalumno y gran amigo Juan Luis Iramain publicó un interesantísimo artículo, “La nueva política” (https://infomedia.consulting/comms/la-nueva-politica.php) , donde explicaba, nada menos, notables similitudes entre dos figuras cuyas ideologías no podrían ser más disímiles, Milei y Mamdani. Las similitudes se refieren a sus modos de hacer política. Tendríamos la tentación de decir “contenidos diferentes, pero modos similares”, pero, atención: el medio es el mensaje, así que hay contenidos similares también, aunque sus autores citados y sus propuestas de campaña sean muy diferentes. No es nuestra intención aquí resumir el artículo de Juan Luis, el lector puede leerlo sin dificultades. Sólo digamos lo obvio: sus modos confrontativos, su estilo desafiante, su supuesta espontaneidad, sus toques emocionales y su radicalidad. Es todo muy similar. Y los votantes caen fascinados.
¿Pero
por qué?
Hace
tiempo que hemos dicho que la globalización esperada tras la caída del Muro de
Berlín no fue el libre mercado internacional con el que muchos ingenuos soñamos
en su momento. Era ya antes, y lo siguió siendo, una economía intervenida, tal
como Mises la describe en su Parte VI de su tratado de economía, Human
Action, no publicado en 1991 sino en 1949, apenas comenzaba una supuesta
esperanza tras la Segunda Guerra. Pero, además, y esto es lo peor, las Naciones
Unidas se radicalizaron en dos aspectos: una obsesión total con su
planificación del mundo entero y, dos, con los contenidos de esa planificación,
concentrados en lo que llamo la tercera fase del marxismo: el heteropatriarcado
blanco capitalista explotador versus los nuevos colectivos explotados:
afroamericanos, pueblos originarios, mujeres, minorías sexuales. El primer
aspecto es el dramático cumplimiento de la predicción de Hayek, Camino de
Servidumbre, pero además el paroxismo de la planificación central, contra
la cual lucharon Mises y Hayek toda su vida, sobre todo el último cuando
denuncia la planificación central como la radical ignorancia de los fenómenos
complejos en ciencias sociales (La teoría de los fenómenos complejos,
1964), la culminación de toda una vida académica dedicada a denunciar el abuso
de la razón (proyecto que comienzara antes de la Segunda Guerra con plena
conciencia de que estaba tratando de salvar a la civilización occidental de su
destrucción, que está ocurriendo tal vez en este mismo momento).
Ante
esa planificación central liberticida, llamada Naciones Unidas, hubo y hay,
como ya dije, dos tipos de reacción. La primera, la más habitual, es la de los
diversos nacionalismos, religiosos o no, donde las soberanías nacionales son
aparentemente lo único que queda para enfrentar al monstruo planificador cuyos tentáculos se
extienden hasta los más mínimos detalles de la vida cotidiana de todo el mundo.
La segunda es la reacción libertaria, la que considero correcta, donde lo
importante es la vigencia de las libertades individuales frente a esa
planificación. Esta segunda opción es importantísima pero....
Pero si en el mundo académico estas dos reacciones no son del todo claras, qué esperar del mundo de la política, donde ambas reacciones se mezclan más intensamente. Porque, en última instancia, son reacciones. Aun a aquellos que habíamos estudiado las ideas libertarias durante años, la radicalización de la planificación cuasisoviética POST 1991 nos tomó de sorpresa. El mundo bipolar anterior al 91 era simple y admitía líderes moderados como Reagan, por debajo de los cuales ciertas posiciones radicales vivían sólo en los pasillos académicos. Pero a partir de 1991, sin que nos demos cuenta, la era de los moderados terminó. Comenzaron otros movimientos que avanzaron sin que nos demos cuenta y, según Karina Mariani, fueron guerras que perdimos mientras dormíamos (https://www.amazon.es/Las-guerras-perdiste-mientras-dorm%C3%ADas/dp/B0DW1GZC14) La cultura woke, la imposición coactiva (en educación y salud) de la agenda LGBT por parte de los gobiernos, el culturalismo post-moderno y la inmigración contraria al Estado de Derecho, el supuesto derecho a la información y los supuestos delitos de odio, el ecologismo radical, la Madre Tierra, y finalmente el paroxismo soviético de la pandemia, fueron el caldo de cultivo de movimientos políticos de reacción, que no son el lugar de los moderados, y donde nacionalistas y libertarios estamos conviviendo en alianzas improvisadas, difíciles y a veces con peleas personales con puntos de no retorno.
En medio de eso, actores políticos y votantes reaccionan más que actúan. Pobre Mises, nunca imaginó este mundo de la reacción humana, pero así es. Muchos de los que votaron a Trump lo hicieron contra Biden, muchos de los que votaron a Milei lo hicieron contra Massa, y muchos de los que votaron a Mamdani lo hicieron contra Trump, y con un nivel de emocionalidad tal que encaja perfectamente con ese tipo de políticos, verborrágicos, confrontativos, dicotómicos, y obviamente no coherentes. En ellos conviven preocupaciones religiosas, ítems libertarios, la economía libre, la deuda externa, nostalgias nacionalistas, todo en uno. Y su jefe de campaña es el mismo: esa izquierda radical, alimentada por la ONU, (que en cada país toma las formas locales correspondientes) y que lleva las cosas a un punto de no retorno (como siempre) que hace pocas décadas desencadenaba guerras civiles, golpes militares, etc., y ahora se traduce -gracias a Dios- en votantes desesperados, en democracias de facciones, con líderes caudillescos.... ¿Cuál es la opción?
El futuro es impredecible para mí. También es imposible para mí saber qué haría un líder libertario moderado, inexistente en esta jungla de supervivencia. Los Churchills actuales, menos sofisticados, obviamente, dejan de lado a los Chamberlains, y los hitleres-stalins actuales son invisibles, están en todos lados, al mismo tiempo y con fronteras indefinidas.
Mientras tanto, los Mileis y los Mamdanis del mundo se multiplican, y los demás quedamos en silencio, confundidos, ante un panorama histórico que ha superado nuestras mejores teorías. Excepto una: la planificación central no es sólo un fracaso; es la muerte de la civilización occidental.

1 comentario:
Por algún motivo —y no solo por esta, sino quizá por otras críticas anteriores—, a veces me da la impresión de que cierto liberalismo desemboca en una especie de quietismo, donde el súmmum de la libertad consiste en no hacer nada por temor a ofender o a interferir.
Así, el miedo a la libertad termina siendo la trampa de su propia defensa: una suerte de nihilismo de la acción.
Porque para actuar hace falta convicción, y la convicción —en este clima— parece rozar el autoritarismo.
Algo similar ocurre con la Iglesia en su diálogo con otras confesiones: la defensa de la verdadera fe se vuelve incómoda, como si afirmar algo con claridad fuera una falta de caridad.
Y también recuerda a lo que sucedió tras la caída del muro: ellos actuaron, nosotros no hicimos nada, y con el paso del tiempo nos encontramos en la situación actual.
Disculpa la intromisión pero es una idea que necesitaba expresar.
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