domingo, 28 de julio de 2024

EL LOBBY LGBT SABE BIEN DÓNDE APUNTAR


 

La apertura de los Juegos Olímpicos en París puede tener muchos calificativos excepto uno: sorpresivo. 

Siempre he dicho que el Lobby LGBT no tiene nada que ver con la auténtica diversidad, que emana del respeto a las libertades individuales, ni con el respeto a la intimidad personal garantizada por el art. 19 de la Constitución argentina de 1853, ni con diversas teorias sobre el género que se puedan debatir en una sociedad libre.

Tiene que ver con una imposición coactiva de ciertas ideas y acciones sobre el género, no sólo obteniendo subsidios, privilegios y prebendas por parte de los Estados, sino promoviendo una verdadera persecusión totalitaria a los que piensen diferente, anulando sus libertades de expresión, de asociación, religiosa y de enseñanza, por medio de pseudodelitos como discriminación, odio y misinformation, todo ello promovido por millones y millones de dólares de la ONU y especialmente de la OMS y la UNESCO. 

Por supuesto, blanco habitual y casi principal de su odio (ese que dicen combatir) es el Catolicismo, cuyo Catecismo de 1993 (aún no anulado por el Estado del Vaticano) dice desde sus nros. 2331 hasta el 2400 exactamente todo aquello que el Lobby LGBT considera delito civil decir y promover. 

Por eso es un Lobby, esto es, un grupo de presión que sin el Estado no podrìa existir.

Por supuesto que hay católicos que quieren barrer también con todo eso, pero no son los que respondemos al Magisterio de Benedicto XVI, que hace peculiares once años sufrimos desde el Vaticano  una especial persecusión (porque la de la ONU no parece ser suficiente).

Por eso esa espantosa burla a a Ultima Cena no fue sorpresiva. Fue totalmente coherente dentro de la perversidad del mal. Y el símbolo tuvo el conocimiento de la Fe que tiene el maligno: precisamente la institución de la Eucaristía, esencial para el acto fundacional de la Iglesia por parte de Cristo. 

Aberraciones morales como esta dejan ver claramente dónde está cada quién. Cualquier persona de buena voluntad, creyente o no, sabe que mofarse de los sentimientos religiosos del otro es una grave falta moral, contraria precisamente al respeto a la libertad, sea el otro marciano, vulcano o klingon. Cualquier persona de buena voluntad, sabe que ensañarse precisamente con el aparentemente màs débil, con el que no recurre a venganzas y sabe del martirio, es peor aún. Cualquier persona de buena voluntad, creyente o no, recordará los tiempos donde el gran Imperio Pagano se ensañaba justamente contra los que no iban a ceder a la pietas romana, el ahora equivalente a la corrección política de los Estados occidentales, inclinados decididamente a su total suicidio.

Porque Europa y su libertad son, justamente, hijas del Judeo-Cristianismo. Juan Pablo II y Benedicto XVI lo han explicado hasta el cansancio. Llevó siglos, ideas y venidas, vacilaciones, pero que todo ser humano tiene derechos inalienables, es fruto de la nocion de dignidad humana del ser humano como creado a imagen y semejanza de Dios. Por eso la Declaración de la Independencia de los EEUU decía que Dios ha creado a todos los seres humanos libres e iguales y por eso la Constitución Argentina de 1853 reconocía a Dios como fuente de toda razón y Justicia. El agnosticismo moral como polìtica de Estado no es la garantía de la libertad sino de lo contrario. El Judeo-Cristianismo es la fuente de la libertad religiosa: nadie podia sentirse amenazado porque Europa reconociera sus origenes cristianos. Pero ahora Occidente, al no reconocer sus orígenes, se retrotrae al paganismo romano y con ello a los tiempos próximos a su caída en medio de la barbarie. 

Si hay reacción frente a esto, si hay salida, si hay retorno, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que el 26 de Julio del 2024 es un punto de inflexión. Estamos en tiempos de puntos de inflexión. También lo fueron el 20 de Marzo del 2020 y también lo fue el 7 de Octubre del 2023.

Son tiempos decisivos. Nadie sabe el futuro. Sólo espero que cada uno sepa de qué lado de la Historia se encuentra su existencia. 


domingo, 21 de julio de 2024

LA EXTREMA DERECHA: ALGUNAS DISTINCIONES NECESARIAS

Es impresionante lo habitual que muchos medios de comunicación, que NO son precisamente “Página 12”, e incluso algunos liberales, utilizan la expresión “extrema derecha” para referirse indistintamente a Trump, Bolsonaro, Meloni, Milei, Le Pen, e incluso a algunos think tanks liberales-conservadores como Instituto Juan De Mariana, Cato Institute, etc.

Pero políticos como Macron o Biden serían “democráticos”.

Es necesario aclarar entonces algunas cuestiones.

Obviamente no voy a ser el primero en decir que los términos izquierda, derecha, centro, son altamente confusos y dependen de contextos históricos muy cambiantes. No sirven para definir filosofías más específicas, sobre las que también, para colmo, hay confusiones y también son necesarias aclaraciones: libertario, liberal, liberal clásico, conservador…. O sea que sobre llovido, mojado.

El mundo y la geopolítica han cambiado mucho y la distinción mundo libre versus mundo totalitario ya no corre más. La globalización, al principio un noble ideal de libre comercio internacional y amistad entre repúblicas democráticas (ideal de noble abolengo, como Kant) ha girado, desde los 90 en adelante, a un autoritarismo o totalitarismo light (adelantado por Tocqueville) de la mano de las Naciones Unidas y sus principales agencias, como OMS u UNESCO. La ONU se ha constituido hoy, en términos de Hayek, en la agencia internacional “constructivista”  que, de la mano de internet y la colusión con el crony capitalism, ha logrado un grado de coacción inimaginable apenas 30 años atrás. Ya no se trata ni siquiera del debate Rawls-Nozick, ya no se trata de liberales auténticamente liberales en lo político, aunque partidarios del Estado Providencia en la redistribución de ingresos. Se trata de un control absoluto en todos los ámbitos de la vida social que, al igual que en Rusia o en China, es compatible con un ese crony capitalism en grados diversos. No se trata de que algunos objetivos de la Agenda 2030 (no todos) podrían tener buenas intenciones. Se trata del intervencionismo y autoritarismo total que las autoridades de la ONU pretenden y su grado de presión y control. Es increíble que incluso después de la experiencia de la llamada pandemia en el 2020, muchos liberales sigan viendo el mundo como si fuera sencillamente EEUU versus Rusia.

Ante este nuevo panorama, las reacciones son variadas y confusas. Pero son sobre todo dos:

-          Un nuevo nacionalismo que rescata el valor de ciertas tradiciones nacionales contra la ONU;

-          Una reacción libertaria/liberal clásica que intenta defender a las libertades individuales ante el intervencionismo de la ONU.

Las dos, en la política concreta, aparecen mezcladas y las alianzas, como siempre, son prudenciales y delicadas.

Pero es totalmente erróneo suponer que, al otro lado de estas reacciones, los demás son “liberales y democráticos”. Macron, Biden, Trudeau, Sánchez, para nombrar los casos más evidentes, y todos los funcionarios de la OMS y la UNESCO, son autoritarios de pura cepa. Llamarlos de izquierda o de derecha, ante su convivencia con el crony capitalism, ya no tiene sentido. Violan permanentemente las libertades individuales más básicas. Barren con la libertad de expresión en nombre de la “información verdadera”; anulan las libertades de asociación y religiosa en nombre de la salud reproductiva; terminan con la libertad de enseñanza en nombre del derecho a la educación. Persiguen a sus opositores con los lobbys woke que los acusan de delitos de odio y discriminación, y utilizan contra esos opositores fuerzas de inteligencia y presiones financieras. Su diferencia con el partido comunista chino es sólo de grado.

Ante todo eso, ¿qué justicia, qué verdad hay en llamar a esos países o a esos líderes “democráticos” contra un grupo indiferenciado de resistencia, a la cual se la llama “extrema derecha” asimilándola con Hitler?

Efectivamente, en ese movimiento anti-ONU hay líderes nacionalistas que efectivamente de libertarios no tienen nada. Pero otros líderes y otras “reacciones”, lejos de ser autoritarias, están respondiendo a graves amenazas a la libertad.

Comenzando con la inmigración, se podrán imaginar que, con Mises in mano, siempre he sido partidario de la libre entrada de capitales y personas en una situación de libre comercio. El pacto constitucional liberal clásico, además, no se establece sobre la base de razas o nacionalizadas, sino sobre la base de “all men” que son los sujetos de las libertades individuales bajo el mismo Estado de Derecho. Pero las políticas postmodernas de izquierda de esos líderes países “democráticos”, lo que han favorecido es una inmigración de colectivos que se consideran explotados por el Estado de Derecho de los mismos países que los acogen, y se comportan como bandas delictivas organizadas pensando que tienen derecho a violar y asesinar simplemente porque su cultura se los admite. Eso quiebra las bases del Estado de Derecho y está destruyendo en este mismo momento a la Civilización Europea.

Otro punto que confunde es lo del cambio climático. No es cuestión de negar que hay problemas climáticos “man-made”. Pero la solución es el libre mercado y no  las medidas intervencionistas que la ONU está proponiendo en materias de energía y agricultura. Oponerse a esas medidas no tiene nada de autoritario. Se trata de defender al mercado libre como clave para el medio ambiente.

Lo mismo con la “mis-information”. Claro que puede haber mentiras. Pero en una sociedad libre lo que sea o no un hecho se debate libremente. Los gobiernos no son la agencia que debe dictar lo que sea verdadero o falso; eso se discute libremente SIN intervención del Estado. Todo el tema de las fake news y la misinformation, en colusión estatal con las big tech, es la anulación completa de la libertad de expresión y el dominio totalitario más extremo. Oponerse a todo ello no tiene nada de totalitario, y es increíble que este tema no sea siempre tenido en cuenta  por los que dicen dedicarse a la comunicación social, enfrascados sólo en “estrategias comunicativas” que se venden como sistemas de dominio de audiencias en el mercado de empresas, políticos y gobiernos.

Lo mismo con los temas educativos. Imponer por la fuerza del Estado una agenda educativa, anulando casi las opciones de los padres, es totalmente coherente con ese autoritarismo. Defender el school-choice o bregar para que la educación sexual sea decidida por los padres no es ser Mussolini. Es ser liberal. Valga la diferencia….

Y ni que hablar de la cultura woke que convierte en un “domestic terrorist” a un sencillo padre que no quiere que su nena de ocho años comparta el baño con un varón de 50 que se autopercibe como una niña de siete.

Frente a todo esto pido, por favor, un mayor cuidado en las palabras, que no son meras palabras sino juegos de lenguaje que conforman la realidad política. Extrema derecha fueron en su momento Franco y Mussolini. Pero oponerse a la agenda autoritaria de la ONU no es anular la división de poderes, eliminar la Suprema Corte o dar golpes de Estado, que, by the way, habría que ver quiénes, precisamente, de qué modo sutil los han dado en su momento.

No me caso con Le Pen, Orbán, el complejo caso de VOX y definitivamente no tengo nada que ver con Bukele y su pertinaz negación teórica del debido proceso. Y (lamentablemente hay que aclararlo) saltar del horror de la izquierda woke occidental a la KGB de Putín es como saltar de un acantilado a un volcán de lava hirviente.

Pero llamar a Meloni o Trump “extrema derecha” y presentar a los Bidens del mundo como los “democráticos” (estén lúcidos o no 😊) es realmente el truco del hombre de paja más elaborado de los últimos tiempos. 

jueves, 18 de julio de 2024

ROTHBARD Y EL "PRODUCT CONTROL": TARIFAS ARANCELARIAS Y CONTROL DE CAMBIOS

 https://mises.org/online-book/man-economy-and-state-power-and-market/12-economics-violent-intervention-market/6-triangular-intervention-product-control 


Triangular interference with an exchange can alter the terms of the exchange or else in some way alter the nature of the product or the persons making the exchange. The latter intervention, product control, may regulate the product itself (e.g., a law prohibiting all sales of liquor) or the people selling or buying the product (e.g., a law prohibiting Mohammedans from selling—or buying—liquor).

Product control clearly and evidently injures all parties concerned in the exchange: the consumers who lose utility because they cannot purchase the product and satisfy their most urgent wants; and the producers who are prevented from earning a remuneration in this field and must therefore settle for lower earnings elsewhere. Losses by producers are particularly borne by laborers and landowners specific to the industry, who must accept permanently lower income. (Entrepreneurial profit is ephemeral anyway, and capitalists tend to earn a uniform interest rate throughout the economy.) Whereas with price control one could make out a prima facie case that at least one set of exchangers gains from the control (the consumers whose buying price is pushed below the free-market price, and the producers when the price is pushed above), in product control both parties to the exchange invariably lose. The direct beneficiaries of product control, then, are the government bureaucrats who administer the regulations: partly from the tax-created jobs that the regulations create, and partly perhaps from satisfactions gained from wielding coercive power over others.

In many cases of product prohibition, of course, inevitable pressure develops, as in price control, for the re-establishment of the market illegally, i.e., a “black market.” A black market is always in difficulties because of its illegality. The product will be scarce and costly, to cover the risks to producers involved in violating the law and the costs of bribing government officials; and the more strict the prohibition and penalties, the scarcer the product will be and the higher the price. Furthermore, the illegality greatly hinders the process of distributing information about the existence of the market to consumers (e.g., by way of advertising). As a result, the organization of the market will be far less efficient, the service to the consumer of poorer quality, and prices for this reason alone will be higher than under a legal market. The premium on secrecy in the “black” market also militates against large-scale business, which is likely to be more visible and therefore more vulnerable to law enforcement. Paradoxically, product or price control is apt to serve as a monopolistic grant (see below) of privilege to the black marketeers. For they are likely to be very different entrepreneurs from those who would have succeeded in this industry in a legal market (for here the premium is on skill in bypassing the law, bribing government officials, etc.).24

Product prohibition may either be absolute, as in American liquor prohibition during the 1920’s, or partial. An example of partial prohibition is compulsory rationing, which prohibits consumption beyond a certain amount. The clear effect of rationing is to injure consumers and lower the standard of living of everyone. Since rationing places legal maxima on specific items of consumption, it also distorts the pattern of consumers’ spending. Consumer spending is coercively shifted from the goods more heavily to those less heavily rationed. Furthermore, since ration tickets are usually not transferable, the pattern of consumer spending is even more distorted, because people who do not want a certain commodity are not permitted to exchange these coupons for goods not wanted by others. In short, the nonsmoker is not permitted to exchange his cigarette coupons for someone else’s gasoline coupons which have been allocated to those who do not own cars. Ration tickets therefore cripple the entire system by introducing a new type of highly inefficient quasi “money,” which must be used for purchasing in addition to the regular money.25

One form of partial product prohibition is to forbid all but certain selected firms from selling a particular product. Such partial exclusion means that these firms are granted a special privilege by the government. If such a grant is given to one person or firm, we may call it a monopoly grant; if to several persons or firms, it is a quasi-monopoly grant.26 Both types of grant may be called monopolistic. An example of this type of grant is licensing, where all those to whom the government refuses to give or sell a license are prevented from pursuing the trade or business. Another example is a protective tariff or import quota, which prevents competition from beyond a country’s geographical limits. Of course, outright monopoly grants to a firm or compulsory cartelization of an industry are clear-cut grants of monopolistic privilege.

It is obvious that a monopolistic grant directly and immediately benefits the monopolist or quasi monopolist, whose competitors are debarred by violence from entering the field. It is also evident that would-be competitors are injured and are forced to accept lower remuneration in less efficient and value-productive fields. It is also patently clear that the consumers are injured, for they are prevented from purchasing products from competitors whom they would freely prefer. And this injury takes place, it should be noted, apart from any effect of the grant on prices.

In chapter 10 we buried the theory of monopoly price; we must now resurrect it. The theory of monopoly price, as developed there, is illusory when applied to the free market, but it applies fully in the case of monopoly and quasi-monopoly grants. For here we have an identifiable distinction: not the spurious distinction between “competitive” and “monopoly” or “monopolistic” price, but one between the free-market price and the monopoly price. The “free-market price” is conceptually identifiable and definable, whereas the “competitive price” is not. The theory of monopoly price, therefore, properly contrasts it to the free-market price, and the reader is referred back to chapter 10 for a description of the theory which can now be applied here. The monopolist will be able to achieve a monopoly price for the product if his demand curve is inelastic above the free-market price. We have seen above that on the free market, every demand curve to a firm is elastic above the free-market price; otherwise the firm would have an incentive to raise its price and increase its revenue. But the grant of monopoly privilege renders the consumer demand curve less elastic, for the consumer is deprived of substitute products from other potential competitors. Whether this lowering of elasticity will be sufficient to make the demand curve to the firm inelastic (so that gross revenue will be greater at a price higher than the free-market price) depends on the concrete historical data of the case and is not for economic analysis to determine.

When the demand curve to the firm remains elastic (so that gross revenue will be lower at a higher-than-free-market price), the monopolist will not reap any monopoly gain from his grant. Consumers and competitors will still be injured because their trade is prevented, but the monopolist will not gain, because his price and income will be no higher than before. On the other hand, if his demand curve is inelastic, then he institutes a monopoly price so as to maximize his revenue. His production has to be restricted in order to command the higher price. The restriction of production and higher price for the product both injure the consumers. Here the argument of chapter 10 must be reversed. We may no longer say that a restriction of production (such as in a voluntary cartel) benefits the consumers by arriving at the most value-productive point; on the contrary, the consumers are now injured because their free choice would have resulted in the free-market price. Because of coercive force applied by the State, they may not purchase goods freely from all those willing to sell. In other words, any approach toward the free-market equilibrium price and output point for any product benefits the consumers and thereby benefits the producers as well. Any departure away from the free-market price and output injures the consumers. The monopoly price resulting from a grant of monopoly privilege leads away from the free-market price; it lowers output and raises prices beyond what would be established if consumers and producers could trade freely.

And we cannot here use the argument that the restriction is voluntary because the consumers make their own demand curve inelastic. For the consumers are only fully responsible for their demand curve on the free market; and only this demand curve can be fully treated as an expression of their voluntary choice. Once the government steps in to prohibit trade and grant privileges, there is no longer wholly voluntary action. Consumers are forced, willy-nilly, to deal with the monopolist for a certain range of purchases.

All the effects which monopoly-price theorists have mistakenly attributed to voluntary cartels, therefore, do apply to governmental monopoly grants. Production is restricted, and factors are released for production elsewhere. But now we can say that this production will satisfy the consumers less than under free-market conditions; furthermore, the factors will earn less in the other occupations.

As we saw in chapter 10, there can never be lasting monopoly profits, since profits are ephemeral, and all eventually reduce to a uniform interest return. In the long run, monopoly returns are imputed to some factor. What is the factor being monopolized in this case? It is obvious that this factor is the right to enter the industry. In the free market, this right is unlimited to all and therefore unowned by anyone. The right commands no price on the market because everyone already has it. But here the government has conferred special privileges of entry and sale; and it is these special privileges or rights that are responsible for the extra monopoly gain from a monopoly price, and to which we may impute the gain. The monopolist earns a monopoly gain, therefore, not for owning any truly productive factor, but from owning a special privilege granted by the government. And this gain does not disappear in the long-run ERE as do profits; it is permanent, so long as the privilege remains and consumer valuations continue as they are.

Of course, the monopoly gain may well be capitalized into the asset value of the firm, so that subsequent owners, who invest in the firm after the capitalization took place, will be earning only the equal interest return. A notable example of the capitalization of monopoly (or rather, quasi-monopoly) rights is the New York City taxicab industry. Every taxicab must be licensed, but the city decided, years ago, not to issue any further licenses, or “medallions,” so that any new cab owner must purchase his medallion from some previous owner. The (high) price of medallions on the market is then the capitalized value of the monopoly privilege

As we have seen, all this applies to a quasi monopolist as well as to a monopolist, since the number of the former’s competitors is also restricted by the grant of privilege, which makes his demand curve less elastic. Of course, ceteris paribus, a monopolist is in a better position than a quasi monopolist, but how much each benefits depends purely on the data of the particular case. In some cases, such as the protective tariff, the quasi monopolist will end, in the long run, by not gaining anything. For since freedom of entry is restricted only to foreign firms, the higher returns accruing to firms newly protected by a tariff will attract more domestic capital to that industry. Eventually, therefore, the new capital will drive the rate of earnings down to the interest rate usual in all of industry, and the monopolistic gain will have been competed away.27

Monopolistic grants can be either direct and evident, such as compulsory cartels or licenses; less direct, such as tariffs; or highly indirect, but nevertheless powerful. Ordinances closing businesses at specific hours, for example, or outlawing pushcart peddlers or door-to-door salesmen, are illustrations of laws that forcibly exclude competition and thereby grant monopolistic privileges. Similarly, antitrust laws and prosecutions, while seemingly designed to “combat monopoly” and “promote competition,” actually do the reverse, for they coercively penalize and repress efficient forms of market structure and activity. Even such a seemingly remote action as conscription has the effect of forcibly withdrawing young men from the labor market and thereby giving their competitors a monopolistic, or rather a restrictionist, wage.28 Unfortunately, we have not the space here to investigate these and other instructive cases.

  • 24It was notorious, for example, that the bootleggers, a caste created by Prohibition, were one of the main groups opposing repeal of Prohibition in America.
  • 25The workings of rationing (as well as the socialist system in general) have never been more vividly portrayed than in Henry Hazlitt’s The Great Idea.
  • 26We might well call the latter an oligopoly grant, but this would engender hopeless confusion with existing oligopoly theory. On the latter, see chapter 10 above.
  • 27Monopoly privilege is granted by a government, which has power only over its own geographic area. Therefore, monopoly prices achieved within an area are always, on the market, subject to devastating competition from other countries. This is increasingly true as civilization advances and transportation costs decline, thus subjecting local monopolies to ever greater threats of competition from other areas. Hence, any domestic monopoly will tend to reach out to restrict foreign competition and block efficient interregional trade: It is no wonder that the tariff used to be called “The Mother of Trusts.”
    We might note here that on a truly free market there would be no need for any separate “theory of international trade.” Nations become significant economically only with government intervention, either by way of monetary intervention or barriers to trade.
  • 28Monopolistic privileges to businesses may confer a monopoly price, depending on the elasticity of the firm’s demand curve. Privileges to workers, on the other hand, lways confer a higher, restrictionist price at lower than free-market output. The reason is that a business can expand or contract its production at will; if, then, a few firms are granted the privilege of producing in a certain field, they may expand production, if conditions are ripe, and not reduce total supply. On the other hand, aside from hours worked, which is not very flexible, restriction of entry into a labor market must always reduce the total supply of labor in that industry and therefore confer a restrictionist price. Of course, a direct restriction on production such as conservation laws always reduces supply and thereby confers a restrictionist price.

 

LUDWIG VON MISES Y EL CONTROL DE CAMBIOS

"...El control de cambios no es, en realidad, sino un nuevo paso por el camino que conduce a la implantación del socialismo. Contemplado desde cualquier otro ángulo, su ineficacia es notoria. Ni a la corta, ni a la larga, lo más mínimo influye en la determinación del precio de las divisas extranjeras" (La Acción Humana, Parte VI, cap. XXXI). 

 https://www.mises.org.es/2018/12/la-intervencion-en-el-intercambio-de-dinero-y-el-comercio-bilateral/ 

ALBERTO BENEGASY LYNCH (h) Y EL CONTROL DE CAMBIOS

 “…El control de cambios es una herramienta característica para producir crisis en el balance de pagos. El control de cambios significa imponer un precio máximo a una divisa infravaluándola y un precio mínimo a otra sobrevaluándola. Generalmente, a través del control de cambios se pretende ocultar los efectos de la inflación sobre la paridad y, a su vez, sobre los precios internos. Supongamos entonces que se sobrevalúa la moneda local en términos de la extranjera. Esta medida hace que se contraigan las exportaciones, puesto que así se disminuye el precio del producto exportado. A su vez, estimula las importaciones debido a que la divisa extranjera resulta artificialmente barata. Como hemos dicho, si el mercado hubiera permanecido libre al aumentar las importaciones la demanda por divisas extranjeras hubiera hecho que éstas subieran de precio con lo cual se hubieran frenado las importaciones y se hubieran estimulado las exportaciones. Sin embargo, como el tipo de cambio se mantuvo fijo a la paridad oficial, el importador continúa comprando en el exterior puesto que la divisa extranjera resulta artificialmente “barata”. Esta salida artificial de divisas, junto con la contracción también artificial en las entradas de divisas es lo que conduce a los referidos desajustes en el balance de pagos. Curioso es en verdad que, aun desde el propio punto de vista del espíritu mercantilista, el deseo de aumentar las exportaciones y disminuir las importaciones se traduce en los efectos opuestos debido al control de cambios. También desde el mismo punto de vista, control de cambios es incompatible con la pretensión de “desalentar viajes superfluos” y de “repatriar capitales” (esto último porque los capitales que se ingresan resultan recortados por el propio control de cambios). Generalmente el gobierno no cesa acá su intromisión en el mercado. Recurre a recargos adicionales a la importación y a subsidios a la exportación haciendo pagar en definitiva a toda la comunidad la diferencia entre el tipo de cambio político y el de mercado con el agravante de que al alterarse los indicadores económicos se induce a la malasignación de los siempre escasos factores productivos. El gobierno con una maraña de recargos, derechos, retenciones, depósitos previos, cupos, licencias y contingentes intenta hacer infructuosamente lo que el mercado libre hubiera hecho sin despilfarro de capital. También los gobiernos intentan corregir estos desajustes a través de sucesivas devaluaciones lo cual significa establecer nuevos precios políticos a la divisa en lugar de liberar el mercado. “


Fundamentos de análisis económico, 12va edición, Ediciones Sociedad Abierta, Panamá, 2011. Parte X, punto 50.

domingo, 14 de julio de 2024

DE NINGÚN MODO IGNORO EL CORTO PLAZO, PERO ES IMPOSIBLE CONTROLAR EL PRECIO DEL DOLAR

  A mi entrada posterior, Alejandro, muy educadamente, me responde:

“NO estás equivocado. Pero incurrís en el error del dogmatismo. El liberalismo es una guía orientativa y un norte al que se debe propender. Pero a veces, por factores circunstanciales, sus postulados no son aplicables en forma inmediata y requieren un trabajo preparatorio previo

 

OKOK claro que tiene razón. No se puede todo. No se pude pasar de la Argentina del kirchnerismo a liberalandia al instante. De ningún modo ignoro la diferencia entre corto, mediano y largo plazo. Al contrario, siempre he bregado por la evolución y no por la revolución; siempre enseño la tolerancia por el mal menor, el second best, lo mejor que se pueda dentro de las circunstancias posibles.

 

O sea, ni yo no otros liberales ignoramos que son necesarias medidas de corto plazo que entre tanto se tienen que tragar muchos sapos. Hay muchas cosas que tolerar antes de pasar a una situación mejor. Mientras se dan pasos de desregulación y derogación de legislación, hay que tolerar que el Estado intervenga en educación, salud y seguridad social, incluso hay en esos ámbitos derechos adquiridos que no se pueden cortar. Las infinitas e intrincadas regulaciones, privilegios y prebendas de la Argentina corporativa no se pueden eliminar de golpe; el perverso sistema de coparticipación no se puede eliminar de golpe, y así podría seguir enumerando ejemplos que demuestran que de ningún modo ni yo ni otros somos dogmáticos que ignoramos las circunstancias.

 

Ahora bien, dicho esto, recordemos algunas cosas que cualquiera que diga basarse en la Escuela Austríaca debería saber. ¿Cuál fue el motivo por el cual Mises y Hayek, en los temas prácticos de la teoría del ciclo, se quedaran tan solos? ¿Por qué tantos fueron seducidos, incluso Robbins, por las propuestas keynesianas? Porque frente a la 2da fase del ciclo económico (recesión, desocupación, deflación) lo que ambos propusieron hacer fue.......... Nada. Que el mercado ajustara. Liberar la tasa de interés y que el mercado ajuste nuevamente: esa era la "cura". Ah no, claro. Un Keynesiano le podría haber dicho a ambos: "....NO estás equivocado. Pero incurrís en el error del dogmatismo. El liberalismo es una guía orientativa y un norte al que se debe propender. Pero a veces, por factores circunstanciales, sus postulados no son aplicables en forma inmediata y requieren un trabajo preparatorio previo". O sea, sigamos interviniendo en las tasas de interés y en el mercado de capitales para que después podamos liberarlo. No, respondían Mises y Hayek: si no permites que la tasa de interés de mercado vuelva a reflejar la cantidad de ahorro existente, volverás a tener la primera fase del ciclo.

 

Y estoy escribiendo esto para todos los economistas liberales, que conozco con nombre y apellido, que han dado clase de esto mismo que estoy diciendo y ahora son Ludwig von Caputo.

 

Lo mismo sucedió con Erhard y el ahora llamado milagro alemán. Claro que Alemania en 1948 no fue liberalandia. Miles de regulaciones siguieron existiendo y además comenzaron las bases del estado Providencia. Pero los precios se liberaron de un día para otro. De vuelta, conocen la historia. El general norteamericano le dijo al discípulo de Ropke, seguidor a su vez de Mises: "mis asesores me dicen que será un desastre". Entonces renuncio, fue la respuesta de Erhard. Claro, ahora sabemos el final de la historia. Pero en ese momento hubo que dejar que el mercado ajustara.

 

¿Cuál es la diferencia?, me podrían decir. ¿Por qué tolerar unas cosas y no otras?

 

Porque si hay algo en lo que la Escuela Austríaca ha colaborado, es en la comprensión del sistema de precios. La importancia del precio libre. Nunca un precio controlado fue una política tolerable para ningún economista austríaco, ni siquiera a corto plazo. Y ese es el motivo por el cual Peter Boettke, en su libro del 2010 "Living Economcis" divide a las teorías económicas en good y bad economis, colocando entre las primeras a la Escuela Austríaca, la Escuela de Chicago, el Public Choice, Law and Economics, etc. ¿Y qué las unifica? El conocimiento científico del sistema de precios como coordinación de conocimiento. Ustedes pueden tolerar que en una ciudad el municipio provea salud y educación como bienes públicos estatales. Pero si a la vez el municipio controla los precios de los oferentes privados de esos servicios, al desastre de los servicios públicos estatales se sumará el faltante y carestía en los proveedores privados. El liberalismo a corto plazo en esa ciudad no consiste, claro, en cortar de cuajo con los servicios estatales, pero sí con liberar los precios. Si sabes que no lo podrás hacer, no te postules. Y si no lo entiendes, no hables en nombre de Mises y Rothbard.

 

Por lo tanto, liberales que defienden la ingeniería social de Caputo, en nombre el orden espontáneo, en  nombre del sistema de precios, en nombre de Mises, Hayek, Lachmann e Israel Kirzner, les digo: liberen el tipo de cambio. En nombre de la economía que dicen entender, les digo: ustedes NO pueden controlar el tipo de cambio. Es inútil que lo intenten, Es inútil que se maten, que el 0,35%, que comprar 900, que vender 700. No pueden: el precio es el que es. Si es alto, si es bajo, si es colorado o negro, es algo que el mercado libre tendrá que ajustar. No pueden en ese caso intervenir para después liberar, tienen que liberar para que el mercado ajuste. Si no lo entienden, no han entendido lo que dicen haber enseñado. 

HAY QUE RECONOCER QUE ESTUVE EQUIVOCADO DURANTE 46 AÑOS

 Escribí esto en 1978. Era parte del libro "Introducción a la Escuela Austríaca de Economía", que publiqué en 1981 en el Centro de Estudios sobre la Libertad, gracias a la generosidad de Alberto Benegas Lynch (Padre).

Ahora todos mis amigos liberales pro-Caputo me dicen que estoy equivocado. Pero, ¿qué cambió en la ciencia económica? ¿NO es el control de cambios un control de precios en el tipo de cambio? ¿O en el cambio de tipo? Ya no sé, han logrado confundirme......................

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"....4) Tipo de Cambio: definición y efectos de su control

 

El “tipo de cambio" es la paridad que resulta del intercambio entre las diversas monedas. Habíamos visto en el capitulo III que esto sucedía en el siglo pasado en el interior de los países si éstos practicaban el bimetalismo, y habíamos visto los efectos de la fijación oficial de la paridad: escasez (faltante, mejor dicho) de la moneda infravaluada y superabundancia de la sobrevaluada (ley de Gresham).

Exactamente lo mismo sucede a nivel internacional. Supongamos que 10 yens son iguales a 1 dólar. Supongamos ahora que el gobierno japonés establece que 1 dólar no puede costar, en el mercado de cambios, más de 5 yens. Eso implica que el yen, que antes equivalía a 1/10 dó1ar, ahora equivale a 1/5 dólar. ¿Qué ha hecho el gobierno japonés? Ha sobrevaluado el yen y ha infravaluado el dó1ar, es decir, le ha puesto un precio mínimo al yen y un precio máximo al dó1ar. Luego, el yen sobrará y el dólar faltará. El gobierno japonés protestará aho­ra por la "escasez de divisas". Obviamente, tal cosa es la que produce siempre el control de cambios.

Pero hay otra consecuencia adicional, que muestra cómo el control de cambios produce deseconomización de recursos. Al infravaluarse la moneda extranjera y sobrevaluarse la nacional, tienden a aumentar artificialmente las importaciones, Y se frenan las exportaciones, pues al nacional le es más barato conseguir moneda extranjera con la cual pagar las importaciones, aumentando la demanda de las mismas. Ahora bien: aumentar artificialmente las importaciones es importar bienes que naturalmente no se hubiesen importado, lo que implica que para ellos teníamos una buena productividad por unidad de inversión (de tales productos) y que nos era menos costoso producirlo en el país que importarlo. Al importarlo, estamos deseconomizando recursos, lo mismo que al frenar exportaciones que nos eran naturalmente provechosas.

Como vemos, siempre sucede lo mismo: el control del estado interfiere con las leyes del mercado, alterándolas y produciendo deseconomización y derroche de recursos, bajando con ello el nivel de vida de la comunidad."

 

LA DES-MONOPOLIZACIÓN DEL SISTEMA EDUCATIVO

 https://ucema.edu.ar/documento-trabajo/la-desmonopolizacion-del-sistema-educativo 

INTERRUMPIMOS MOMENTÁNEAMENTE........

 ..........la "transmisión" de este blog por el intento de asesinato a Trump.

Los demócratas hicieron de todo para frenarlo.

Lo acusaron de millones de cosas, desde la confabulación con Rusia hasta inventar delitos en el ridículo juicio en New York.

Intentaron hacerle juicio político varias veces.

Intentaron ponerlo preso.

Inventaron el relato del 6 de Enero. 

Le robaron las elecciones en el 2019.

Y podríamos seguir con miles de actos deleznables de propaganda cotidiana que toto el mundo se cree.

Y obviamente lo intentaron asesinar.

Pero, atención, no sólo lo último es violencia.

Todo lo anterior también. 

lunes, 8 de julio de 2024

LO QUE PASÓ EN FRANCIA

 Lo que pasó en Francia no tiene nada que ver con la política liberal clásica de libre entrada y salida de capitales y de personas defendida por Mises. Tiene que ver con un culturalismo post moderno (https://gzanotti.blogspot.com/2024/04/liberalismo-clasico-versus.html) que concibe la inmigración como la entrada de colectivos que demandan un supuesto derecho a ejercer normas culturales propias que violen las libertades individuales y el Estado de Derecho. A la izquierda francesa y a Macrón, por supuesto, eso no les importa en absoluto, con lo cual dan letra a los sectores nacionalistas. Y ello sucede en toda Europa y también en los EEUU.

Lo que le está sucediendo a Occidente es una implosión desde dentro, fruto de las políticas intervencionistas, socialistas y neo-marxistas woke. El camino de servidumbre de Hayek se está cumpliendo totalmente. Difícil preveer cómo sobrevivir. 

domingo, 7 de julio de 2024

¿QUÉ ES "NORMALIZAR" PARA LOS CATÓLICOS?

 Para no contradecir mi eterna costumbre de meterme en la boca del lobo, quisiera referirme a un problema actual que implica nuevamente una sutil superación entre dos posiciones contrapuestas que se dan en el caos de los católicos hoy en día ante el avance del autoritarismo LGBT.

Y dije autoritarismo porque, como siempre he recalcado, no se trata de negar la libertad de expresión y de asociación a nadie sino sólo de afirmar las libertades individuales de todos los seres humanos y también, por ende, de los católicos, que somos seres humanos aunque últimamente ello esté en duda. 

No se trata por ende de negar a nadie a sostener y practicar la teoría del género que quiera, sino de defender nuestro derecho a estar en desacuerdo, a decirlo y a vivir en desacuerdo. 

Por ende, todos, hetero, homo, trans, etc., deberían respetarse mutuamente sus libertades individuales y de ese modo convivir en paz, al menos en paz jurídica, sin acusarse mutuamente de nada y sin reclamar delitos por parte de unos u otros. 

Pero, por supuesto, esto no sucede, sino que los grupos LGBT nos persiguen permanentemente por supuestos delitos de odio y discriminación.

Ante ello, la reacción de muchos católicos es ni siquiera convivir. Esto es, no "normalizar" las conductas contrarias a la ética social católica.

¿Pero qué quiere decir "normalizar"?

Si por ello se entiende ceder ante la coacción, obviamente no. Si normalizar quiere decir que neguemos al Catecismo para quedar bien o para evitar ser penados por la ley humana injusta, entonces obvio que no hay que "normalizar". Dicho lo cual, no juzgamos a nadie que ceda ante la presión. 

Pero si un homo, un trans o un marciano no nos ataca y respeta nuestra Fe, ¿por qué no convivir en paz con él? En la empresa, en la universidad, podemos tener colegas y compañeros de trabajo muy pacíficos y respetuosos y nada impide por ende tener la misma actitud. 

Pero el tema delicado subsiste: ¿debemos "predicarle" la Fe en toda instancia?

Obviamente no, y ello no está mal. 

La fe no se impone con violencia. Y una forma de violencia, aunque no jurídicamente punible, es meterse en la vida privada del otro sin permiso del otro. 

Los temas íntimos no son precisamente públicos; no son temas para hablar en todos los ambientes de manera pública y abierta. Son temas para el psicólogo, el sacerdote (o su equivalente) o el médico, o la privacidad de un cafecito entre amigos muy íntimos. 

Ahora bien si el otro nos agrede o nos ataca, o viola nuestro derecho a la intimidad, hay derecho a la defensa linguística. 

Y si en algún momento vemos que una pequeña palabra nuestra puede ser bien recibida y ayudar, bienvenida sea, pero eso queda bajo la prudencia y delicadeza de cada uno, reservada además al juicio de Dios. 

De lo contrario, ¿deberíamos cortar todo diálogo con los no creyentes o los creyentes confundidos? No, no es ese el espíritu de la libertad religiosa ni el espíritu del diálogo elogiado por Pablo VI en la Ecclesiam suam: "...el coloquio es, por lo tanto, un modo de ejercitar la misión apostólica; es un arte de comunicación espiritual. Sus caracteres son los siguientes: 1) La claridad ante todo: el diálogo supone y exige la inteligibilidad, es un intercambio de pensamiento, es una invitación al ejercicio de las facultades superiores del hombre; bastaría este solo título para clasificarlo entre los mejores fenómenos de la actividad y cultura humana, y basta esta su exigencia inicial para estimular nuestra diligencia apostólica a que se revisen todas las formas de nuestro lenguaje, para ver si es comprensible, si es popular, si es selecto. 2) Otro carácter es, además, la afabilidad, la que Cristo nos exhortó a aprender de sí mismo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29); el diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo. Su autoridad es intrínseca por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone; no es una mandato ni una imposición. Es pacífico, evita los modos violentos, es paciente, es generoso. 3) La confianza, tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor; promueve la familiaridad y la amistad; entrelaza los espíritus en una mutua adhesión a un Bien, que excluye todo fin egoístico. 4) Finalmente, la prudencia pedagógica, que tiene muy en cuenta las condiciones psicológicas y morales del que oye (cf. Mt 7, 6): si es un niño, si es una persona ruda, si no está preparada, si es desconfiada, hostil, y se esfuerza por conocer su sensibilidad y por adaptarse razonablemente y modificar las formas de la propia presentación para no serle molesto e incomprensible". 

Por lo demás, esto tiene que ver con el testimonio, con el apostolado, que comienza con nuestro ejemplo de vida y con nuestra firmeza y mansedumbre espiritual. Si tenemos la gracia de ser creyentes auténticos y mansos (decimos la gracia porque NO es mérito propio) los demás ya saben cómo pensamos, y si no nos preguntan algo es porque no lo quieren oír y Dios sabrá por qué. Y el ideologizado profundo ni siquiera se acerca. La amistad, si es auténtica, implica que ambos amigos han bajado el muro de ideologías fanáticas aunque mantengan sus convicciones. 

A veces se descubre que una amistad no era auténtica. Puede pasar y hay que tener la madurez para aceptarlo. 

Finalmente, una pequeña historia. Hace ya muchas décadas, sobre todo antes de los 60 o los 70, los católicos practicantes no invitaban a su casa a los divorciados vueltos a casar. Yo no lo sabía, porque en mi familia, en general, no había creyentes y el divorcio era algo que se sufría (y con lo cual se convivía) en la intimidad del almuerzo y la cena en la casa de mi abuelo paterno. 

Con esa ignorancia una vez, cuando tenía 25 años, me invitaron a dar una charla sobre la Familiaris consortio. Yo no debería haber aceptado, no tenía la madurez suficiente para hablar de esos temas aunque me supiera de memoria el documento en cuestión. Y allí fui para adelante, con el desparpajo y con esa combinación de inocencia y soberbia tan típica del jovencito inmaduro pero estudiado y recién recibido. 

Y me preguntaron por el tema de compartir la mesa familiar con el divorciado vuelto a casar.

No sé si se notó, pero yo para mis adentros me puse a pensar de qué estaban hablando. 

No sé si fue mi memoria, la Gracia de Dios o qué, pero me acordé de que Juan Pablo II, en ese documento de 1984 (y esta charla fue en 1985) exhortaba a invitar a Misa a los divorciados vueltos a casar, y que la Misa era la Cena del Señor. Entonces, les dije, si se los invita a Misa, por qué no a nuestra casa. 

¿Era ello "normalizar"?

Que cada uno llegue a sus propias conclusiones. 


viernes, 5 de julio de 2024

EL PADRE SANTIAGO MARTÍN Y EL TEMA VIGANÓ

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