La impecable serie británica Downton
Abby (https://es.wikipedia.org/wiki/Downton_Abbey)
nos genera una reflexión muy importante para los tiempos actuales.
La serie (perfectamente actuada,
guionada y dirigida) narra la vida de una familia aristocrática británica entre
1912 y 1925, enfocándose en los graduales cambios en las costumbres sociales
que Gran bretaña y el mundo enfrentan en esa época.
En todos los personajes, rígidos
usos y costumbres tienen que adaptarse a ciertas flexibilidades y moderaciones
que algún conservador podría considerar una involución. Pero veremos que no es
así.
Robert, el pater familis,
está adherido sin darse mucha cuenta a su posición social y a la rígida moral
victoriana, pero tiene un buen corazón que le permite perdonar y comprender. Da
la imagen del custodio de tradiciones que juzga, pero va apareciendo gradualmente
un salomon que dicta muchas veces la palabra final de una justicia
adaptada a la misericordia y la comprensión.
Cora, su esposa norteamericana, lo
ayuda en esos cambios. Su personaje actúa muchas veces a través de miradas y
gestos totalmente elocuentes. Viene de EEUU, sabe lo que es la igualdad bañando
como un suave aceite a los engranajes delicados de la aristocracia de la que
ahora forma parte.
Violet, la madre de Robert, sin
duda uno de los personajes mejores logrados y actuados, encarna a la perfección
la defensa de las tradiciones inglesas. Pero de esas tradiciones puede surgir, precisamente,
una sabiduría práctica, a veces tragicómica, que le permite resolver para bien
los osados cambios que llegan, inevitablemente, a través de la vida de sus nietas
y las nuevas circunstancias de la Inglaterra posterior a la Primera Guerra. En
la sexta temporada tiene unas líneas escritas, al parecer, por Hayek: la
aristocracia es la defensa de la libertad individual ante el avance del Estado.
Cora le responde: ya no estamos en 1215. No. Lamentablemente no.
Mary, la hija mayor, tiene un super
yo aristocrático casi tan enorme como la Abadía de Westminster. Pero la pérdida
de su virginidad prematrimonial, pecado social terrible para una mujer de su
posición, la muerte de su primer esposo, su enamoramiento posterior de un noble
sin recursos y las peleas con su hermana Edith la van ablandando hasta
convertirla en heredera de la comprensión de su padre.
Edith es la que más sufre ante la
condena social de su tiempo. Tiene una hija extramatrimonial a la que ama entrañablemente
pero se ve obligada a ocultarla. Pero, lentamente, todos se van enterando, y
todos, a su modo, tienen que aprender a amar y aceptar, incluso la rígida madre
de su segundo gran amor. Edith, además, sale adelante como editora de una
revista femenina en Londres. Es una mujer emprendedora. Sin abandonar a su
familia, sale en conquista de su lugar en el mundo.
Sybil, la menor, es la más
revolucionaria. Convierte a su cuasi-castillo familar en un hospital de campaña
durante la primera guerra, donde ella misma hace de enfermera, y no tienen
problemas en enamorarse y casarse con el chofer de la familia, de cuyas ideas laboristas
se enorgullece. Muere trágicamente al dar a luz quedando envuelta en un halo de
santidad revolucionaria.
Tom es el chofer “socialista”,
anti-monárquico, que se casa con Sybil. Impresionante cómo Tom, y a la vez
Robert, Violet y también Mary, tienen que cambiar su mirada. Ambos grupos aprenden que puede haber decencia de ambos lados. Tom sabe
comprender y a la vez guardar distancia, y sabe dar el giro a la izquierda sin
provocar accidentes.
Y así sucesivamente. Esta entrada
no pretende describir todos los personajes. Sólo estoy dando algunos ejemplos.
La relación con la “servidumbre” es
también conmovedora. Los Crawley saben que su trabajo no los convierte en esclavos
y los tratan con amor y dignidad. Entre la llamada servidumbre se ven los tironeos
de los tiempos. Carson es la defensa de la tradición. Daisy es la
revolucionaria. Molesley es elevado a maestro de la escuela de Downton, porque
se había educado a sí mismo (cosa que hoy, en tiempos supuestamente más
audaces, NO se podría hacer); Beryl, la cocinera, instala su propia posada;
Anna y Bates encarnan un amor entrañable e inquebrantable. Barrow es homosexual
y todos, hasta él mismo, aprenden a amarlo, a convivir con él, a aceptarlo. Afín a pequeñas intrigas maquiavélicas al principio, tal
vez como resultado del rechazo social, su corazón también se ablanda y crece en
la comprensión hacia los demás.
Tal vez alguien pudiera pensar que
estas tensiones entre lo viejo y lo nuevo deberían ser mal vistas por algún
defensor de valores morales objetivos. De ningún modo. Dentro de la moral está
la comprensión, la misericordia, la tolerancia, la convivencia con la imperfección,
el abstenerse de juzgar a los demás, el saber que nadie puede tirar la primera
piedra. Que ello se confunda con relativismo es comprensible pero no es así. Mary
no tenía que ser considerada “material averiado” por haber perdido su
virginidad, y menos aún Edith por haber tenido un hijo fuera del matrimonio,
que debía ser aceptado y amado, como finalmente ocurrió. Tom enseña con
su prudencia que él era un igual en dignidad y nobleza, aunque no fuera “noble”,
y su matrimonio con Sybil así lo demuestra. La comprensión de Robert y Violet
ante los problemas de su familia y de su tiempo no es debilidad: es fortaleza y
justicia.
Alguno me va a decir por qué no veo con tan buenos ojos a los cambios que actualmente propone el lobby LGBT. Muy
simple: porque yo no acepto la coacción. Sí, hace perfectamente bien toda la
familia Crawley en NO denunciar a Barrow a la policía, pero a Barrow no se le
ocurre que un mundo al revés pudiera ser justo, o sea, un mundo donde los
denunciados a la policía (bajo acusaciones de odio y discriminación) somos
todos los que pensamos diferente.
La diversidad de posiciones morales
y sociales, sobre la base del respeto mutuo, era la bandera del liberalismo
clásico. Esa era la verdadera diversidad, la que iba avanzando sobre una moral
victoriana que era cruel en su juicio y ejecución. La diversidad proclamada por
el lobby LGBT y ETC es una farsa, sólo esconde el intento totalitario de
cancelar, precisamente, a todo lo diverso a lo LGBT. En un mundo liberal
clásico no hay persecuciones mutuas. Sólo hay personas y relaciones entre
personas que ejercen su liberad individual. Dentro de la cual está la libertad
del error de ser intolerante y cruel con el que piensa diferente: quien cometa
ese error se quedará solo, mascullando sus prejuicios, pero sólo lo que atenta
contra la vida, propiedad y libertad está prohibido.
Downton Abby, desde mi intentio lectoris,
es liberal clásica. Quienes la interpreten diferente (no sé sus guionistas) no
advierten la diferencia entre le evolución y la violencia, entre la convivencia
y el relativismo. Sí, la diversidad llegó para quedarse, pero la diversidad no
es violencia, la diversidad es libertad.
1 comentario:
Gabriel, que linda serie! Y qué espectacular reflexión, muchas gracias por compartirla!
Publicar un comentario