(De mi libro Judeo-Cristianismo, Civilización Occidental y Libertad).
Aunque Santo Tomás no haya hecho adelantar al paradigma científico de su tiempo, el sistema Ptolemaico, deja abierta la puerta “a otras posiciones” que logren explicar “las apariencias de los cielos”. O sea, un adelanto del método hipotético-deductivo explicado por Hempel y Popper.
Un texto habitualmente olvidado es In Boethium De Trinitate, Q. 6a
a. 1, donde Santo Tomás se pregunta si está bien la clasificación aristotélica
de las ciencias especulativas en Filosofía Primera, Matemáticas y Física.
Cuando llega a la Física, hace una sorprendente distinción, entre preguntas que
la Física (de Aristóteles, o sea, la Física para su tiempo, unida al paradigma
ptolemaico) puede contestar deductivamente a partir de primeros principios, y
por ende con certeza, y otras que no. Las primeras corresponden a las
conclusiones de lo que hoy los tomistas cultivan como la Filosofía de la
Naturaleza de Santo Tomás, o sea sus comentarios a nociones aristotélicas como
materia y forma, cuerpo, movimiento, espacio (como cantidad del cuerpo), etc.,
que por supuesto están comprendidas desde su perspectiva cristiana. En las
segundas (y ahora citemos directamente a Santo Tomás) “… la inquisición (pregunta) de la
razón no puede llegar al término antedicho sino que permanece en ella; por ej.
cuando se pregunta y queda en suspenso a distintas respuestas, lo cual acontece
cuando se procede por razones probables que producen por sí opinión o creencia,
pero no ciencia[1]”.
Por supuesto, esto no implica que Santo
Tomás se haya introducido en los debates actuales sobre la probabilidad[2],
pero sí que advierte que a veces la razón humana no puede responder con certeza
a ciertas preguntas, y que si responde son explicaciones no necesarias que quedan abiertas a otras explicaciones. Me dirán:
pero dice que ello es opinión, no
ciencia. Si, ello es conforme al uso griego habitual de “episteme” como conocimiento riguroso, “pero” lo más sorprendente es
el ejemplo que da de un razonamiento así, donde menos lo esperaríamos. Está
comenzando Santo Tomás el tratamiento de la Trinidad en la Suma Teológica, y se hace a sí mismo –como es habitual en el método
escolástico de las sumas– una objeción: por qué otros pueblos han imaginado
cosas parecidas a la Trinidad. A ello contesta que los seres humanos pueden a
veces imaginar ciertas cosas, que no son necesarias, por supuesto, ni
reveladas, por el otro lado. ¿Y cuál es el ejemplo? Un aspecto importante del
paradigma astronómico de la época, el ptolemaico, que era un paradigma
científico en términos de Kuhn. Veámoslo: “…Existen dos clases de
argumentación: una, para probar suficiente y radicalmente una aserción
cualquiera, como en las ciencias naturales se prueba que el movimiento del
cielo es uniforme en su curso; y otra, para justificar, no un fundamento, sino
la legítima deducción de las consecuencias o efectos en íntima conexión con una
base (positae ) ya admitida de
antemano. Así en la astrología se da por sentada la teoría de las excéntricas y
de los epiciclos, porque por ella se explican algunos de los fenómenos
sensibles (salvari apparentia sensiblia)
que se observan en los movimientos de los cuerpos celestes: mas este género de
argumentación no es satisfactoriamente demostrativo; porque a una hipótesis (positione) se pudiera sustituir otra,
que explicase acaso igualmente la razón de tales hechos” (facta salvari potest).[3]”
Observemos: “…otra, (o sea, otro tipo de argumentación) para justificar, no un
fundamento (no algo con certeza tipo
primeros principios), sino la legítima deducción de las consecuencias o
efectos (deducción a partir de una
hipótesis) en íntima conexión con una base (positae) (o sea una hipótesis)
ya admitida de antemano (o sea a priori).”
Y el ejemplo es (nuestro comentario irá en
negrita): “…Así en la astrología (la
astrología y la astronomía no se distinguieron sino hasta Kepler inclusive)
se da por sentada la teoría de las excéntricas y de los epiciclos, (los epiciclos eran lo que hoy llamamos una
hipótesis ad hoc para explicar la retrogradación de los planetas en el sistema
ptolemaico) porque por ella se explican algunos de los fenómenos sensibles
(o sea, con esa hipótesis ad hoc se
explica el aludido movimiento observado, que para Santo Tomás es como aparecen
los cielos, pero no la certeza de cómo son) (salvari apparentia sensiblia) que se observan en los movimientos de
los cuerpos celestes: mas este género de argumentación no es satisfactoriamente
demostrativo; porque a una hipótesis (positione)
se pudiera sustituir otra, que explicase acaso igualmente la razón de tales
hechos” (o sea, una determinada
hipótesis se puede sustituir por otra mejor: de hecho ESO es lo que hizo
Copérnico cuando retomó la hipótesis de Aristarco para explicar mejor la
retrogradación de los planetas) (facta
salvari potest).
Por lo tanto, el ejemplo que da Santo Tomás
del método hipotético deductivo no sólo corresponde al principal paradigma
científico de la época, sino que incluso corresponde a lo que hubiera permitido
dejar como perfectamente opinable la tesis de Copérnico como también la de
Ptolomeo, lo cual hubiera sido muy útil en el conflicto con Galileo (Santo
Tomás, contrariamente a Andreas Ossiander, no
consideraba “otras hipótesis” –como la posterior de Copérnico– como una mera
hipótesis matemática). Por lo demás, cuando dice “opinión y no ciencia” ello es
totalmente compatible con Popper, para el cual la ciencia no es certeza, sino doxa.[4]
Eso sí: una doxa cuyo método es
conjeturas y refutaciones. O sea, la cuestión no pasa en Popper por la
distinción entre certeza y doxa, sino
por una doxa metódica y otra que no. Por ende si Santo Tomás ha descubierto una doxa dentro
del paradigma científico de su tiempo, ello es un signo de acercamiento con la
noción actual de ciencia en Hempel y en Popper con el método
hipotético-deductivo.
[1] La traducción es de Celina A. Lértora Mendoza en Tomás de Aquino, Teoría de la ciencia, Buenos Aires, Ediciones
del Rey, 1991.
[2] Sobre esta
cuestión, dice Celina Lértora Mendoza (op.
cit.): “Por su parte “probabilis”
también presenta problemas (Cfr. Th. Deman “Notes de lexicographie
philosiophique médiéval: Probabilis”,
Rev. Science. Phil. Et Theol, 1933,
pp. 260-290). Según las acepciones del Glossarium
Du Cange (T.V., in voce),
significa: 1) rectus – bonus – approbatus;
2) praestans-insignis; 3) habilis-idoneus; 4) probus-legitimus. En el s. XIII, reciben ese nombre los sabios y
sus doctrinas (p. 261). Santo Tomás lo usa habitualmente como opuesto a
“demostrativo” aunque este uso no es general en su tiempo, salvo cuando se hace
referencia a la correspondiente modalidad aristotélica. En un sentido más
amplio, también lo usa como sinónimo de contingente, y como tal, es lo que
escapa a la legalidad científica (p. 267). En cambio, Kildwardby llama “scientia probabilis”, la que procede por
pruebas racionales (cfr. De Ordo Scientia,
cap. 2) y en ese sentido se acerca en parte al uso tomista de “probabilis” como hipótesis que da razón
de ciertos hechos, como la teoría de los epiciclos (p. 275). En resumen, el uso
medieval del vocablo no es contante, pero en sentido general su significación
implica la convicción de que todo no es igualmente cognoscible, y está
vinculado a una concepción del método científico: la verdad es necesaria, pero
puede conocerse por varias vías, algunas de las cuales pudieron comenzar como
probables. No es que tal cosa sea probable, sino que se opina tal cosa con
probabilidad (p. 287-290). Nota al pie nº 50, p.
41.
[3] Tomás de Aquino, I, q. 32, a. 1 ad 2.
[4] Popper, K., The
World of Parmenides, op. cit.
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