domingo, 25 de abril de 2021

ANIARA

 


Siempre me gustó viajar en avión. No sé, debe ser porque siempre quise ser astronauta y la clase turista de un avión comercial es lo más alto que pude llegar.

Odio los aeropuertos, pero cuando me siento, me tranquilizo totalmente. Una vez hasta me dormí en el despegue. Me encanta luego ponerme a leer, esperar que venga la comidita, la sensación de estar en el aire (bueno, donde estoy siempre), dormir algo, pensar en lo que voy a hacer cuando llegue, etc.

Claro, no creo que eso se repita, en mucho tiempo, pero eso es otra cosa.

Por eso dije una vez (https://www.academia.edu/4314844/El_fundamento_%C3%BAltimo_de_la_esperanza_humana) que la existencia humana es como nacer en un avión que siempre estuvo volando, del cual nadie sabe muy bien de dónde salió o cuándo se le acabó el combustible. Mientras tanto, algo hay que hacer a bordo: surgen diversos oficios y diversas filosofías, mitos y religiones tratando de explicar el misterio, incluso uno de esos pensamientos dice que nada hay que explicar, que es así, que no se sabe y que por ende trates de encontrar qué hacer… Algunos no lo soportan, otros agnósticos, igual que algunos creyentes, tratan de ayudar a su prójimo y encontrar allí el sentido, otros quieren destruir al avión.

Finalmente, ese avión es el Planeta Tierra.

Las últimas pelis de ciencia ficción, con los viajes a Marte y la estasis en las cuales te despiertas antes de tiempo, o si la nave se sale de curso, etc., han reeditado el ejemplo.

Una de estas últimas películas, Aniara, no es para verla si estás deprimido. Cuidado, no la veas si estás mal. La nave en cuestión es como un crucero que lleva gente a su nuevo destino, Marte, donde comenzar una nueva vida. El viaje es largo, pero mientras tanto estamos todos entretenidos y tranquis porque, por un lado, sabemos que llegaremos y, por el otro, la nave es como un crucero espacial. Tenés de todo para entre-tenerte, o sea tenerte entre el despegue y la llegada.

Pero hay un accidente, la nave se sale de curso, pierde el combustible y se queda sólo llevada por la inercia y la gravedad hacia……….. Ningún lugar. No se puede frenar. No se puede salir. No puede venir nadie en rescate. A la deriva total y para siempre. Hay alimento, hay oxígeno y algunos entretenimientos. Lo que no hay es destino.

Lo peor de la naturaleza humana comienza a salir. El capitán y sus subordinados se convierten en un estado policial-autoritario para controlar a los desesperados peligrosos. Aumentan las depresiones y los suicidios. Surgen sectas ridículas y orgiásticas. No hay salida. La peli termina mal. Muy mal.

Me pregunto, esa nave, ¿no es el Planeta Tierra?

¿No es la historia de la Humanidad, llena de locuras, asesinatos, suicidios y crueldades?

Sí, han surgido respuestas importantes. Pero las utopías temporales fracasan y la verdadera esperanza depende de una Fe que hay que pedir con Fe.

Mientras tanto, ¿no hemos pedido mucho a la libertad?

¿Era la libertad el entre-tenimiento sumado al terror total a la muerte, dándose cuerda el uno al otro como un círculo vicioso que nos vació de toda valentía ante la vida verdadera, una vida con sentido en medio de la muerte?

¿Qué chispa basta, en ese panorama, para evidenciar la verdadera crueldad en la que vivíamos?

¿Cómo hacemos, los que queríamos vivir en medio de la muerte, para vivir en medio de los que quieren vivir vacunados de la muerte?

¿A dónde ir?

¿Queda algún sector de la nave?

¿Pero es esta última pregunta una pregunta acertada?

La pregunta sea tal vez a dónde ir en nuestro corazón. 

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