domingo, 21 de febrero de 2021

JUST IN CASE

 

EL FUNDAMENTO ULTIMO DEL RECHAZO AL ABORTO

 

 

 

Por Gabriel J. Zanotti

Text Box:

Buenos Aires, Junio de 1997.

 

 

1. El fundamento último ontológico

 

Alguien puede estar en contra del aborto (voluntario) por muchos motivos. Entre los más complejos, podríamos enumerar a los religiosos, filosóficos y científicos. No vemos ningún problema en que cada cual ponga acento en motivos diferentes, y menos aún en el diálogo entre las diversas perspectivas. El problema es que a veces los motivos se mezclan, esto es, se con-funden, produciendo, precisamente, confusión, tanto en el emisor como en el destinatario del mensaje antiabortista.

 

Últimamente se observa la tendencia a argumentar en contra del aborto a partir del código genético. El argumento parece en principio irrefutable. Desde el primer momento de la concepción está presente la totalidad de la carga cromosómica humana y, por ende, la persona humana es tal desde el inicio de su concepción. Todo ello, con sus consecuencias éticas obvias: no puede ser eliminado, ni se puede experimentar con él, ni puede ser congelado, etc. Ahora bien, los antiabortistas que así argumentan, colocando esta tesis como lo primero y principal, no advierten, en nuestra opinión, que se colocan en una posición débil.

 

En primer lugar, la teoría del código genético es una teoría científico-positiva. Luego, por más corroborada que esté hasta el momento, su certeza depende de todo un marco hipotético que, cuanto más alto y profundo, más incierto. La biología depende allí de ciertas teorías atómicas que, en poco tiempo o en mucho, pueden cambiar, corregirse, perfeccionarse, etc. ¿Qué pasaría dentro de un siglo si la teoría del código genético es, con suerte, lo que son hoy las teorías gravitatorias de Newton frente a la relatividad einsteniana?

 

Las hipótesis, en ese sentido, explican las “apariencias sensibles”1 de los fenómenos observados, y, en ese sentido, son el antecedente de un razonamiento de la forma “si p, entonces q, es así que q, luego p”. Pero eso, desde el punto de vista de la lógica más elemental, es una contingencia. La afirmación del consecuente (q) no implica necesariamente la afirmación del antecedente (p), que en este caso es la hipótesis.

 

Por lo tanto, por más corroborada que esté una hipótesis científica, carece de una certeza lógicamente derivada de la lógica interna del método hipotético-deductivo.

Ahora bien, la teoría del código genético es una hipótesis científica.

Luego, carece de una certeza lógicamente derivada del método utilizado.

Luego, pasar de esa carencia de certeza a la certeza de que la persona es tal desde el primer momento de la concepción, es un error epistemológico, una extrapolación metodológica.

 

En segundo lugar, que algo sea o no una persona es una cuestión ontológica. La biología no puede inferir desde sus premisas si algo es persona o no lo es. Pasar de la biología a la ontología es también una extrapolación.

 

En última instancia, quien argumente en contra del aborto colocando como premisa fundante al código genético, está trasladando el margen de incertidumbre propia de la ciencia positiva a la posición moral que quiere defender, en la cual no se pretende incertidumbre.

 

En nuestra opinión, el fundamento último de que la persona es tal desde el primer momento de la concepción es ontológico, no científico-positivo. El desarrollo de una persona es accidental, no esencial, a lo que la persona es.

 

A su vez, las potencias propias de la persona, esto es, inteligencia y voluntad, no tienen por qué estar siempre ejercidas ni estar totalmente desarrolladas. Pues toda potencia es tal en acto 1ro., y cuando se ejerce pasa al acto 2do. Un niño de dos días tiene en ese sentido la potencia en acto 1ro. de caminar aunque no la ejerza en acto 2do.

 

Luego, dadas estas premisas, la persona humana es tal desde el primer momento de su concepción, porque el momento de su desarrollo es accidental a su esencia, y sus potencias específicas como persona se encuentran en acto 1ro, si bien no siempre en acto 2do.

 

Por supuesto, las premisas aludidas pueden no aceptarse, si no se acepta el contexto filosófico que las sostiene, pero la diferencia con la teoría del código genético es que, de ser aceptadas, no dependen del testeo empírico ni están sometidas a eventuales cambios de paradigma, como sí lo están las teorías científico-positivas. Presentan, en ese sentido, una certeza proporcional a la conclusión moral a la que se quiere llegar. En ese sentido, el fundamento último del rechazo al aborto es ontológico.

 

Esto no implica que la filosofía, en este aspecto ontológico, no pueda y/o deba dialogar con la ciencia. Al contrario, el diálogo siempre es fructífero, siempre que no haya extrapolación. La extrapolación no es diálogo, sino invasión de territorios epistemológicos.

 

Por ello, una vez expresado el fundamento último (y primero en el orden del ser) el diálogo con la ciencia actual implica recordar que la biología contemporánea parece aportar conclusiones que en nada lo contradicen.

 

2. La argumentación dentro de la Iglesia

 

Santo Tomás no pensaba que la persona humana era tal desde el primer momento de la concepción. Las distinciones ontológicas entre sustancia, accidente, esencia, potencia en acto 1ro. y acto 2do. estaban plenamente afirmadas por él; empero, afirmaba, tomando la teoría de la “animación retardada” de Aristóteles, que la persona humana era creada tal por Dios después de la transformación sucesiva de forma vegetativa a sensitiva en el desarrollo del feto. En nuestra opinión, cometía un error, pues su misma tesis de la unidad sustancial lo debería haber llevado a otra conclusión. Empero, igual estaba en contra del aborto afirmando que aquello que estaba en potencia de ser persona no debía ser eliminado.

 

Hasta 1974, la Iglesia no se pronunció, a favor de la tesis de la animación retardada; ni tampoco en contra; ni tampoco a favor ni en contra de la animación desde el primer momento de la concepción. Tanto una como otra posición, y mucho más las hipótesis biológicas, “eran” opinables para el Magisterio. Este último utilizaba una argumentación que lo colocaba por encima de esos debates y, como una verdad de razón necesaria para la Fe, era afirmada con el peso de la autoridad magisterial. Esa argumentación es muy simple y similar a la parte final de la posición de Sto. Tomás. Consiste en afirmar que, independientemente del momento de la concepción, lo que presumiblemente es una persona no debe ser matado, pues la “duda a favor” no autoriza éticamente el matar sino al contrario (como, según el clásico ejemplo, quien está cazando y tiene la impresión de que lo que se mueve puede llegar a ser una persona y no un ciervo, no debe disparar).

 

La “Declaración sobre el aborto” de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe2 del 18/11/74 era clara y distinta en este punto. Se apoya, por cierto, en la teoría del código genético, pero tiene conciencia de sus limitaciones y pone las cosas en su punto: “Por lo demás, no es incumbencia de las ciencias biológicas dar un juicio decisivo acerca de cuestiones propiamente filosóficas y morales, como lo son la del momento en que se constituye la persona humana y la legitimidad del aborto. Ahora bien, desde el punto de vista moral, esto es cierto: aunque hubiese duda sobre si el fruto de la concepción humana es ya una persona, es objetivamente un pecado grave el atreverse a afrontar el riesgo de un homicidio. ‘Es ya un hombre aquel que está en camino de serlo’”3.

 

Ahora bien, en el documento “Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación”4, del 22/2/87, de la misma Congregación, la argumentación parece inclinarse a favor de que la vida humana es tal desde el primer momento de la concepción sobre la base de la biología actual. La distinción entre los niveles científico, filosófico y teológico se presupone, pero por razones apologéticas -obvias en un documento de esta clase- la argumentación los presenta muy juntos: “...Por lo tanto, el fruto de la generación humana desde el primer momento de su existencia, es decir, desde la constitución del cigoto, exige el respeto incondicionado que es moralmente debido al ser humano en su totalidad corporal y espiritual. El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se el deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida”5. Afortunadamente, ese “por tanto” con la que el párrafo se inicia tiene esta aclaración epistemológica inmediatamente previa: “Ciertamente ningún dato experimental es por sí suficiente para reconocer un alma espiritual; sin embargo, los conocimientos científicos sobre el embrión humano ofrecen una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgir de la vida humana: cómo un individuo humano no podría ser una persona humana? El Magisterio no se ha comprometido expresamente con una afirmación de naturaleza filosófica, pero repite de modo constante la condena moral de cualquier tipo de aborto procurado. Esta enseñanza permanece inmutada y es inmutable”6

 

Ocho anos más tarde, en la importante encíclica de Juan Pablo II Evangelium vitae, del 25/3/957, el modo de argumentar parece ir por caminos similares, citando, incluso, al documento de 1987: “...Aunque la presencia de un alma espiritual no puede deducirse de la observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen ‘una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgir de la vida humana...’”8

 

Pero esta vez, desde un punto de vista hermenéutico, la aclaración epistemológica es más clara y, además, posterior al texto recién citado: “Por lo demás, está en juego algo tan importante que, desde el punto de vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un embrión humano. Precisamente por esto, más allá de los debates científicos y de las mismas afirmaciones filosóficas en las que el Magisterio no se ha comprometido expresamente, la Iglesia siempre ha enseñado, y sigue enseñando, que al fruto de la generación humana, desde el primer momento de su existencia, se ha de garantizar el respeto incondicional que moralmente se el debe al ser humano en su totalidad y unidad corporal y espiritual...”9.

 

Como vemos, a pesar de que los documentos eclesiales dan fuerza, unos más, otros menos, a ciertos argumentos científicos y filosóficos, cuando bajan todo el peso de su autoridad magisterial la fuerza argumentativa se concentra en un argumento moral que, en sí, es de razón, pero a la vez próximo a la Fe por estar afirmado con la autoridad la Magisterio en materias que le son propias y que no son, por ende, una cuestión libre entre teólogos.

 

3. Conclusiones finales

 

De todo lo afirmado, pueden inferirse los siguientes puntos:

 

1) La fundamentación última del rechazo al aborto procurado no consiste en una hipótesis científica.

 

2) En nuestra opinión, la fundamentación última del rechazo al aborto es, per se, que la persona humana es tal desde el primer momento de la concepción, estando esto último fundamentado en una ontología no sometida a testeo empírico.

 

3) Per accidens, esto es, aunque se dude de la afirmación anterior, la sola duda de si el embrión es humano o no justifica el rechazo al aborto procurado directamente.

 

4) El Magisterio pontificio ha basado su rechazo al aborto sobre todo en esta última argumentación, principalmente cuando su autoridad magisterial está en juego.

 

5) En este último caso -cuando la autoridad magisterial está en juego- es prudente que el Magisterio distinga cada vez más con mayor claridad el argumento moral principal de otros que, con relación a la Fe, sean opinables.

 

 



1 Ver Sto. Tomás, Suma Teológica, I, Q. 32, a. 1 ad 2.

2  Paulinas, Buenos Aires, 1983.

3  Op. Cit., p. 22.

4  Ver L’Osservatore Romano, del 15/3/89.

5  Op. Cit., cap. 1, 1.

6  Idem.

7  Ver L’Osservatore Romano, del 31/3/95.

8  Op. Cit.,  cap. III, Nro. 60.

9  Idem. La bastardilla es nuestra.

2 comentarios:

Lucas Javier dijo...

Le pide peras al olmo con el último punto...

David dijo...

Estoy de acuerdo en parte con las conclusiones de todo este artículo, pero a partir de otra argumentación. En este sentido el dr. Evandro Agazzi, sostiene que las ciencias en su concepción moderna (naturales y humanas), se limitan a decirnos "como están las cosas", pero nunca nos dicen "cómo deben ser". Estas ciencias nacen a partir de la revolución de Galileo, con un programa claramente anti-metafísico.
La verdad de la ciencia es exclusivamente relativa a su campo de objetos (siguiendo a este autor) y por todo esto creo que es cierto que rechazar moralmente el aborto, a partir de una ciencia experimental como la embriología, es un desborde epistemológico ilegítimo. Además como dice en el artículo es cierto que la ciencia a partir de los estudios de Popper, no es un conocimiento verificable y cierto; pero también es verdad que como afirma la Iglesia, aún en caso de duda biológica, se debe obrar en favor del embrión. (indubio pro embrión)
Por otro lado, la desciplina ética en cambio sin bien no es doxa, opinión, no pertenece al método científico en el sentido mencionado, sino a la epísteme, o ciencia en sentido clásico como la ciencia del ser o filosofía.